[...] Y
ahora paso al otro asunto, al que más me interesa: el de comentador --y
crítico-- de sus escritos. Empezaré por un aserto que me perturba sobremanera,
porque toca a la médula misma de mi pensamiento y de mi vocación
propagandística, y es el tema de la contradicción performativa en relación a la
hipótesis determinista. Dice usted en Transformación
y síntesis, p. 13: "Todo «acto de habla» presenta una «estructura
doble»; una parte «performativa» y otra «proposicional» (enunciativa). La
contradicción pragmática o performativa tiene lugar entre esas dos partes, y no
entre dos proposiciones. Así, por ejemplo, si alguien dice «yo no hablo»,
incurrirá en una clara autocontradicción pragmática, que es, en definitiva, la
incompatibilidad lógica entre lo que se dice y el hecho de decirlo". Esto
está perfectamente claro: digo "yo no hablo", pero mientras lo digo
hablo, y entonces me contradigo; perfecto. Pero después encuentro, en la página
114 de la primera edición de su Ética:
conceptos y problemas, las siguientes palabras:
Se puede demostrar que cualquier argumentación
que pretenda negar la libertad incurre en una "autocontradicción
performativa" (contradicción entre el contenido de lo que se dice y lo que
se hace en el acto de decirlo), pues el recurso mismo a la argumentación ya
presupone el reconocimiento de la libertad del que habla y de sus interlocutores.
Pero
a mí no me parece que al negar el libre albedrío, esté yo incurriendo en ese
tipo de contradicción, porque yo no diría que no soy libre para hacer lo que
quiero (en este caso, hablar), sino que, al modo como lo planteaba Einstein
--que seguía en esto a Schopenhauer--, diría que no soy libre para querer lo
que quiero. "Yo puedo hacer lo que quiero, decía Alberto; puedo, si
quiero, encender mi pipa, y efectivamente la enciendo. Pero desde el preciso
momento en que yo quiero encender mi pipa, inevitablemente la encenderé y no
podré negarme a ello (a menos que un inconveniente de orden externo me lo
impida)". No es, pues, la libertad de acción la que se niega, sino la
libertad del querer, la libertad del deseo. Y como la contradicción
performativa habla de una incompatibilidad entre lo que se dice y lo que se
hace a través del acto de decirlo, y no de una incompatibilidad entre lo que se
dice y lo que se desea, no creo que pueda ser aplicada correctamente en este
caso puntual de la negación de la libertad del querer. Una proposición
determinista que intentara escapar de la contradicción performativa diría más o
menos así: "Yo no soy libre para no desear lo que deseo, pero esto no
significa que no sea libre para decir lo que quiero (en este caso, para decir
que «no soy libre para no desear lo que deseo»)"[1].
Parece
que Husserl pretendió haber refutado este "determinismo de la
querencia" propugnado por Schopenhauer, y Hans Reiner se doctoró,
precisamente ante Husserl, con un trabajo que también pretende negar este tipo
de determinismo y abrirle las puertas al libre albedrío o, como la llama él, a
la libre decisión (cf. "La libertad del querer humano", ensayo
incluido en su libro Vieja y nueva ética).
Sin embargo, no viene al caso adoptar ahora
una postura en favor de las duplas Einstein-Schopenhauer o
Reiner-Husserl, sino decidir si algún tipo de contradicción performativa puede
o no desbaratar la tarea que un determinista como yo realiza en favor de la
adopción, por parte de la intelectualidad primero y de la generalidad de la
gente después, de una hipótesis de trabajo estrictamente (aunque no
dogmáticamente) determinista.
El
determinismo, estimado Ricardo, no me parece a mí "el cuco de la
ética" como a veces se cree, sino todo lo contrario. Estoy plenamente convencido
de que es posible el estudio de la ética partiendo desde la hipótesis
determinista, y estoy también convencido de que una buena vida, una vida feliz
y altruista, también puede construirse teniendo al determinismo en el
horizonte. Y en apoyo de estos bastante heterodoxos postulados cito, ya sin
parafrasearlo, a mi amigo Einstein:
No creo en absoluto en la libertad del hombre en
un sentido filosófico. Actuamos bajo presiones externas y por necesidades
internas. La frase de Schopenhauer: «Un hombre puede hacer lo que quiere, pero
no puede no querer lo que quiere», me bastó desde la juventud. Me ha servido de
consuelo, tanto al ver como al sufrir la dureza de la vida, y ha sido para mí
una fuente inagotable de tolerancia. Ha aliviado ese sentido de responsabilidad
que tantas veces puede volverse una traba, y me ayudó a no tomarme demasiado en
serio, ni a mí mismo ni a los demás. Así pues, veo la vida con humor (Mi visión del mundo, p. 15).
Le
mando un abrazo y espero disponer de algún tiempo como para continuar la
lectura de su obra, que es interesantísima y que me va llenando de sugerencias
con las que complementar mis propios pensamientos relacionados con la ética.
¡Hasta pronto!
[1] Cito en mi apoyo al astrofísico español Martín López
Corredoira con un extracto de su ensayo
Determinismo en la física clásica (http://www.iac.es/galeria/martinlc/basilisco/basilisco.html):
"Fue Epicuro quien dijo que un determinista no puede criticar la doctrina
del libre albedrío porque admite que su crítica está determinada [...]; afirmar
que todo está determinado equivale a afirmar que la afirmación está asimismo
determinada y, por lo tanto, quitarle todo valor de afirmación. Y, como
Epicuro, muchos otros autores fundamentaron su crítica en esto mismo [...]. Me
parece una crítica sin fundamento. ¿Por qué ha de perder valor un razonamiento
al que se está destinado a llegar? ¿Acaso tienen más valor los razonamientos
indeterminados? ¿Por qué? Ante la falta de respuestas a estas preguntas, ante
una falta de fundamento en la crítica, no cabe considerarla como tal. No supone
ninguna contradicción estar determinados y, arrastrados por el destino, darse
cuenta de que estamos determinados. Es totalmente consistente. Uno no puede
"elegir" las buenas ideas, pero el destino puede "elegir" a
los individuos que han de tener la verdad en sus manos. Unos pocos
"elegidos por el destino" tienen la razón y los demás se equivocan.
En analogía a la doctrina de Calvino [...], podríamos decir que el camino de
nuestra vida consiste en saber si nosotros estamos entre los elegidos, pero no
podemos hacer nada para cambiarnos de bando. Suponiendo que el mundo obedece a
un determinismo, unos pocos elegidos verían la verdad: que el mundo es
determinista, y los demás estarían condenados a las tinieblas de la
ignorancia". Estoy cierto de que Maliandi coincidiría con Juan Arana en
que "sólo
hombres libres pueden llegar a teorizar la no-libertad"; yo le
respondería, de la mano de López Corredoira, que no lo creo así, que no veo
contradicción en que alguien sea llevado por su destino a convertirse en un
filósofo que teorice la no-libertad.
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