El criminal vive más felizmente que el hombre
virtuoso aquí en la tierra. Esto es injusto; luego, es necesario que los
criminales al morir se vayan al infierno y los virtuosos al cielo para compensar
esta justicia[1]. En estos tres renglones se condensa prácticamente
toda la historia escatológica de la humanidad, y teniendo en cuenta que cada
cultura difería en su interpretación de lo que era el cielo o el infierno, pero
nunca difería en asociar al cielo con algo placentero y al infierno con los
dolores. Lamentablemente para la salud de los sistemas religiosos basados en
este principio, y afortunadamente para todos nosotros, seamos criminales o
virtuosos, un análisis detallado de los placeres y dolores experimentados en
toda la historia de la humanidad por individuos de buen o mal carácter parece
decirnos que, al revés de lo que muchos suponen, los buenos tienden a ser
más felices que los malos[2].
La ilusión de que ocurre lo contrario se debe, según mi punto de vista, a que
para evaluar si un hombre es más feliz que otro tendemos a ecuacionar los
placeres y dolores de cada uno según nuestro propio gusto y no según una escala
objetiva. Si, por ejemplo, a nosotros nos agradan por demás los bienes
materiales, tenderemos a creer que cuanto más rico es un hombre más feliz vive,
y como es a todas luces evidente que las personas adineradas no son muy
compasivas que digamos, sacamos de aquí la errónea conclusión de que los malos
tienden a ser felices cuando en realidad deberíamos concluir meramente que los
malos tienden a ser ricos, o al menos a desear la riqueza[3].
Y así con cualquier otro placer subjetivizado. Es sabido que a mí me fascina
tomar sol; y muchas veces, viendo en una templada mañana la figura de mi gato
asoleándose sin preocupaciones en el techo de una casa vecina, me asaltó la
idea de que Chatrán era el ser más feliz del mundo en ese momento; no
comprendía yo que hay cosas (aunque no muchas) más placenteras que esa, y que
aunque tomar sol sea el placer de los placeres, no es correcto suponer que lo
que yo siento tomándolo es algo parecido a lo que sienten los gatos, por más
ronroneo que produzcan. Los gatos podrán experimentar cierto placer al tomar
sol, pero hasta ahí llegan, no pasa de ser algo puramente sensitivo; para
convertir el placer en felicidad se necesita espiritualidad, o sea pasión y
razón, cosas éstas que los gatos tienen en forma muy precaria, por lo que no
pueden sentir lo que yo siento cuando tomo sol. Asimismo, quien ama lo
material, y por más que opinen lo contrario los ricachones de la new age,
quien ama lo material se aleja proporcionalmente de lo espiritual, y entonces
el placer que se puede experimentar en la riqueza es ínfimo comparado con los
placeres que perciben los que viven y desean vivir en la pobreza. Pero los
placeres sensitivos se dejan ver por los demás, y los placeres que derivan de
la posesión de objetos, si bien no se dejan ver tan fácilmente, se deducen por
la visión de los objetos mismos, mientras que los placeres espirituales suelen
esconderse a la vista de los extraños de modo que éstos pueden llegar a suponer
su inexistencia en tal o cual individuo. Primero vemos a un hombre comiendo y
bebiendo hasta saturarse con los más refinados platos y pociones espirituosas,
y encima acompañado de una voluptuosa señorita y con un Mercedes-Benz
esperándolo en la calle; luego vemos a un linyera que sonríe. Nos parecerá
obvio que el primer sujeto es más feliz que el segundo, y esto es así porque en
el primero percibimos claras señales de que está gozando de sus sentidos y de
sus posesiones, mientras que al segundo sólo le contamos una tibia sonrisa que
poco nos informa de su condición. Y aunque ni siquiera esté sonriendo, aunque
lo veamos serio y con la mirada fija, ¿no podría suceder que nuestro linyera
este justo en medio de un éxtasis espiritual tan placentero como mil orgasmos
superpuestos en una única relación sexual? Podría suceder, pero nosotros no lo
percibimos, y entonces seguimos pensando que el gordito del Mercedes-Benz es
más dichoso que aquel loco vestido con harapos. Así es como ha razonado siempre
la humanidad; y a este razonamiento incompleto, incompleto como todo
razonamiento que utilice sólo la observación y la experiencia para
fundamentarse, a este razonamiento debemos la podrida conclusión de que los
malos son más felices que los buenos aquí en la tierra[4].
[1] Pero ¿no será mucho una
eternidad de tormentos en castigo de unas cuantas décadas de mala conducta? El
ojo por ojo y diente por diente, que ya de por sí nos parece inhumano, es el
colmo de la caridad comparado con la justicia infernal. No hay teólogo que
pueda salvar este punto negro de la teoría escolástica.
[2] (Nota añadida el
11/6/3.) El pícaro Voltaire anduvo errado en muchísimas de sus
apreciaciones, pero en este punto supo ver más allá de las vulgares
apariencias. En un diálogo suyo titulado Sofrónimo y Adelo, uno de los
personajes afirma: "He conocido a muchos hombres malos, a muchos hombres
infames, pero ninguno que viviese feliz. No es cosa de ponerse a enumerar aquí
todo el pormenor de sus torturas, de sus espantosos recuerdos, de sus
constantes errores, de los recelos que los atormentaban con respecto a sus
criados, a sus mujeres y a sus propios hijos. [...] Y si así se castiga el
crimen, la virtud es recompensada, no en los Campos Elíseos, con los pueriles
esparcimientos de un cuerpo que ya no existe, sino en esta misma vida, con la satisfacción
interior que da la conciencia del deber cumplido, con la paz del espíritu, el
aplauso del mundo y la amistad de los hombres honrados. Así pensaban Cicerón,
Catón, Marco Aurelio y Epicteto; así pienso también yo. No es que estos hombres
afirmen que la virtud hace al hombre perfectamente dichoso. Cicerón confiesa
que semejante dicha no puede ser nunca pura, ya que nada lo es en la tierra.
Pero debemos dar gracias al Señor de la naturaleza humana por haber supeditado
a la virtud la cantidad de dicha de que es capaz la naturaleza" (citado
por David Strauss en Voltaire, p. 190). Del mismo modo Denis Diderot,
uno de los fundadores de la Enciclopedia --para la cual Voltaire redactó
algunos artículos--, es autor de una Conversación de un filósofo y una generala
en la que su alter ego, el señor Crudeli, está persuadido de que
"para la propia felicidad en este mundo vale más ser un hombre de honor
que un vivo". Y ahora descubro --esto lo agrego el 2/10/5-- que hasta el
mismísimo Aristóteles concuerda conmigo: "La vida es por sí misma buena y
agradable (lo cual se comprueba por el hecho de que todos la desean, y sobre
todo los justos y felices, para quienes la vida es lo más apetecible, y su
existencia la más feliz); [...] la vida es apetecible, y particularmente para
los buenos (porque para ellos la existencia es buena y agradable, puesto que
reciben placer de la conciencia de estar presente en ellos algo bueno en sí
mismo)" (Ética nicomaquea, libro IX, cap. IX). ¡Qué pena que la
Iglesia Católica, tan devota del estagirita en algunas cuestiones oscuras o
irrelevantes, lo haya desdeñado por completo en este punto tan trascendente!
[3] Ojo al piojo: que todos
los ricos (en un mundo pobre) sean inmorales no significa que todos los pobres
sean buenas personas. Hay pobres que desean la riqueza material tanto o más que
los ricos, y con ello demuestran ser tan malos como el más acaudalado
accionista, con el agravante de que además son estúpidos por no saber conseguir
lo que desean. Para ser bueno y dichoso la pobreza es una condición necesaria,
pero no suficiente.
[4] Existen placeres
espirituales tan o más escondidos que los del linyera y que sin embargo son
inmorales (la vanidad, la soberbia, el sadismo), pero esto no invalida mi
razonamiento, sólo nos induce a ser aún más precavidos al juzgar hedónicamente
a una persona, a la vez que nos aclara que no todos los placeres espirituales
son preferibles a los sensitivos, pues es mejor ser un glotón incurable que un
incurable vengativo.
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