La clarividencia de un hombre que supo ver los dos
resortes más poderosos que activan el comportamiento humano:
... Dejando, pues, todos
los libros científicos, que sólo nos enseñan a ver a los hombres tal como ellos
se han ido formando, y meditando sobre las primeras y las más simples
operaciones del alma humana, creo advertir dos principios anteriores a la razón,
uno de los cuales nos interesa vivamente para nuestro bienestar y el otro nos
inspira una repugnancia natural si vemos sufrir o perecer a cualquier ser
sensible, principalmente a nuestros semejantes (Jean-Jacques Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad
entre los hombres).
Pero no los
vio del todo claramente. Porque el impulso que "nos interesa vivamente
para nuestro bienestar", y que Rousseau confunde con el instinto, no es
anterior a la razón: es la razón misma --la razón práctica-- la que trabaja de
esa manera. El instinto sí es anterior a la razón, pero el instinto no procura
el bienestar del individuo que bajo su influjo actúa sino el bienestar de la
especie a la que representa (aunque, desde luego, procurando el bienestar de la
especie suele procurarse también su propio bienestar). El otro impulso que
menciona Rousseau, el de la compasión, es el que se presenta cuando lo que se
percibe de un suceso es un valor en peligro de desaparecer y no un cálculo de
intereses, y no es la compasión en sí la que mueve la conducta (puesto que las
emociones no tienen este poder), sino la respuesta volitiva a ese valor
percibido. Pero estas aclaraciones más bien técnicas no opacan el mérito del
ginebrino, que ya en el siglo XVIII descubrió que la ética se bandea entre
estas dos opciones: el interés propio y el auxilio hacia los más necesitados.
Faltole descubrir que al interés propio lo mueve la razón y solo la razón, y
que al auxiliador no lo mueve la compasión sino los valores éticos que posee y
a los cuales la compasión solamente colorea y acompaña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario