Terminé hace pocas
horas la lectura de un ensayo de Ted Honderich intitulado ¿Hasta qué punto somos libres? Este pensador, al igual que yo, es
un decidido --aunque no dogmático-- determinista, y se queja (al igual que yo)
de carecer de prosélitos en ese sentido: "Nadie o prácticamente nadie cree
en el determinismo. Va contra la gran tradición de nuestra cultura. Somos
prisioneros de ésta, estamos encadenados por formas heredadas de enfocar las
cosas" (ibíd., cap. 9, p. 154).
Así estamos, Ted, y no hay mucho que podamos hacer al respecto. Pero no nos
quejemos tanto, que uno no hace filosofía para juntar prosélitos, sino para
llegar a la verdad. Si llegamos a tocar la verdad, a hacerle cosquillas por lo
menos, los prosélitos, antes o más bien después de nuestra muerte, nos vendrán
por añadidura.
Lo más interesante
del ensayo de Honderich está sobre el final, en el último capítulo, intitulado
"Castigo y más". Coincide el autor conmigo en que un determinista
consecuente debe, si no aborrecer el castigo hacia los delincuentes, al menos
batallar por la mitigación de sus consecuencias, por eso de no creer
responsables de sus acciones a las personas, criminales incluidos. Y entonces
qué dice, dice que nuestro aparato judicial y legislativo presupone desde siempre
la existencia del libre albedrío, y que si algún día se refutase bien refutada
esta noción, estas instituciones se verían obligadas a modificar sus estamentos
de raíz. Y concluye su ensayo, ya metiéndose de lleno en terreno político, con
una sugerencia interesante, la de que la izquierda estaría mucho más capacitada
que la derecha para realizar estas modificaciones que implicaría el desfase de
la doctrina del libre albedrío para dar lugar, primero, a una duda razonable
que hoy no parece existir en la cabeza de los jueces, y luego, a una sospecha
firme de la inquebrantabilidad del determinismo dentro del universo
fenomenológico:
¿Es la izquierda menos dada a las ideas de
escarmiento individual y más dada a ideas sobre necesidades individuales? ¿Es
en tal caso menos dada a actitudes y medidas políticas que contengan elementos
que presuponen el libre albedrío? Se diría que sí. Si es cierto, ¿consistirá
parte de la respuesta reafirmativa en acercarse políticamente a la izquierda?
Que el lector responda por sí solo a esta estimulante pregunta (ibíd., párrafo final del libro).
Que el lector responda,
dice Honderich, aunque él, implícitamente, ya respondió, y respondió que sí. Y
yo hago lo mismo.
Pero ya escucho la
procesión de los partidarios del libre albedrío (o de la libre voluntad, en el
caso de los albedristas ateos o agnósticos que no quieren identificarse con una
doctrina que huele a religión), ya me parece oír el vozarrón mancomunado, con
Emanuel Kant a la cabeza como socio fundador del grupo, al grito de "¡sin
autonomía de la voluntad la moral se derrumba!". ¿La moral se derrumba?
¿Qué moral? Permítaseme citar aquí, puesto que nos estamos mancomunando en
grupos antagónicos, a otro fervoroso determinista --mucho más dogmático que
nosotros--, a Ludwig Büchner:
Una sociedad
que permite morir de hambre a los hombres en el dintel de casas que rebosan
abundancia; una sociedad cuya fuerza consiste sólo en que el fuerte oprima y
explote al débil, no tiene derecho a quejarse de que las ciencias naturales
derroquen los fundamentos de su moral (Fuerza
y materia, p. 250).
¿No
será que la doctrina del libre albedrío conviene a estos fuertes que oprimen a
los débiles, a estos propietarios de caseríos que rebosan abundancia? ¿No será
que la derecha, por decirlo de una manera seca, fogonea este sentimiento
interno de autonomía individual porque conjetura que el determinismo, que la
idea del determinismo, de hacerse popular, conspiraría en favor de la igualdad
jurídica y económica de las personas? La moral del mundo, estimados partidarios
de la libre voluntad o como quieran llamarla, la moral del mundo permanecerá
estancada en este charco fétido en el que ahora se debate... hasta tanto no se
forme una masa crítica de hombres y mujeres que crean en el determinismo.
Porque como dice Büchner en la p. 251 del libro antecitado: "¡La verdad
está por cima de todas las cosas divinas y humanas, y no hay razones bastante
poderosas para rechazarla!"
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