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miércoles, 26 de noviembre de 2014

Determinismo y libre albedrío, izquierda y derecha

Terminé hace pocas horas la lectura de un ensayo de Ted Honderich intitulado ¿Hasta qué punto somos libres? Este pensador, al igual que yo, es un decidido --aunque no dogmático-- determinista, y se queja (al igual que yo) de carecer de prosélitos en ese sentido: "Nadie o prácticamente nadie cree en el determinismo. Va contra la gran tradición de nuestra cultura. Somos prisioneros de ésta, estamos encadenados por formas heredadas de enfocar las cosas" (ibíd., cap. 9, p. 154). Así estamos, Ted, y no hay mucho que podamos hacer al respecto. Pero no nos quejemos tanto, que uno no hace filosofía para juntar prosélitos, sino para llegar a la verdad. Si llegamos a tocar la verdad, a hacerle cosquillas por lo menos, los prosélitos, antes o más bien después de nuestra muerte, nos vendrán por añadidura.
Lo más interesante del ensayo de Honderich está sobre el final, en el último capítulo, intitulado "Castigo y más". Coincide el autor conmigo en que un determinista consecuente debe, si no aborrecer el castigo hacia los delincuentes, al menos batallar por la mitigación de sus consecuencias, por eso de no creer responsables de sus acciones a las personas, criminales incluidos. Y entonces qué dice, dice que nuestro aparato judicial y legislativo presupone desde siempre la existencia del libre albedrío, y que si algún día se refutase bien refutada esta noción, estas instituciones se verían obligadas a modificar sus estamentos de raíz. Y concluye su ensayo, ya metiéndose de lleno en terreno político, con una sugerencia interesante, la de que la izquierda estaría mucho más capacitada que la derecha para realizar estas modificaciones que implicaría el desfase de la doctrina del libre albedrío para dar lugar, primero, a una duda razonable que hoy no parece existir en la cabeza de los jueces, y luego, a una sospecha firme de la inquebrantabilidad del determinismo dentro del universo fenomenológico:

¿Es la izquierda menos dada a las ideas de escarmiento individual y más dada a ideas sobre necesidades individuales? ¿Es en tal caso menos dada a actitudes y medidas políticas que contengan elementos que presuponen el libre albedrío? Se diría que sí. Si es cierto, ¿consistirá parte de la respuesta reafirmativa en acercarse políticamente a la izquierda? Que el lector responda por sí solo a esta estimulante pregunta (ibíd., párrafo final del libro).

Que el lector responda, dice Honderich, aunque él, implícitamente, ya respondió, y respondió que sí. Y yo hago lo mismo.
Pero ya escucho la procesión de los partidarios del libre albedrío (o de la libre voluntad, en el caso de los albedristas ateos o agnósticos que no quieren identificarse con una doctrina que huele a religión), ya me parece oír el vozarrón mancomunado, con Emanuel Kant a la cabeza como socio fundador del grupo, al grito de "¡sin autonomía de la voluntad la moral se derrumba!". ¿La moral se derrumba? ¿Qué moral? Permítaseme citar aquí, puesto que nos estamos mancomunando en grupos antagónicos, a otro fervoroso determinista --mucho más dogmático que nosotros--, a Ludwig Büchner:

Una sociedad que permite morir de hambre a los hombres en el dintel de casas que rebosan abundancia; una sociedad cuya fuerza consiste sólo en que el fuerte oprima y explote al débil, no tiene derecho a quejarse de que las ciencias naturales derroquen los fundamentos de su moral (Fuerza y materia, p. 250).


¿No será que la doctrina del libre albedrío conviene a estos fuertes que oprimen a los débiles, a estos propietarios de caseríos que rebosan abundancia? ¿No será que la derecha, por decirlo de una manera seca, fogonea este sentimiento interno de autonomía individual porque conjetura que el determinismo, que la idea del determinismo, de hacerse popular, conspiraría en favor de la igualdad jurídica y económica de las personas? La moral del mundo, estimados partidarios de la libre voluntad o como quieran llamarla, la moral del mundo permanecerá estancada en este charco fétido en el que ahora se debate... hasta tanto no se forme una masa crítica de hombres y mujeres que crean en el determinismo. Porque como dice Büchner en la p. 251 del libro antecitado: "¡La verdad está por cima de todas las cosas divinas y humanas, y no hay razones bastante poderosas para rechazarla!"

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