Cultivar en las mujeres las cualidades
del hombre y descuidar las que les son esencialmente propias, me parece
claramente laborar en su detrimento. [...] No es agradable ver a una mujer
dividida en dos como una avispa; choca a la mirada y hace sufrir a la
imaginación.
Jean-Jacques Rousseau, Emilio o la educación
Ha pasado el día internacional de la mujer. Pero ¿qué
es lo que quieren reivindicar las mujeres? Si quieren obtener los mismos
derechos políticos, sociales y económicos que los hombres, las apoyo
incondicionalmente; si quieren parecerse cada vez más a los hombres en su
formación cultural, en su modo de trabajo y en sus ansias expansivas, ¡vuelvan
por donde vinieron, señoras y señoritas!
Leo a Otto Weininger: "La necesidad de
liberación y equiparación con los hombres sólo se manifiesta en las mujeres
varoniles, [...] la mujer como tal no siente la menor necesidad de
emanciparse" (Sexo y carácter, primera parte, cap. VI). Según
Weininger, todos los hombres tenemos algo de feminidad y todas las mujeres algo
de masculinidad, y es de las mujeres más masculinas de donde surgen esos
ideales "feministas", porque no es la mujer sino el macho que llevan
dentro quien pugna por liberarse. Así, "las mujeres que piden la
emancipación por cierta necesidad interna inducen a las restantes la tendencia
a adquirir una cultura", y entonces, queriendo imitar a estos híbridos y
emprendedores referentes, "surge la moda del estudio entre las mujeres y
se fomenta una agitación risible que las lleva creer en una actitud que de
ordinario no es otra cosa que un medio de defensa". No hay que poner
"ningún obstáculo en el camino de aquellas mujeres cuyas verdaderas
necesidades psíquicas [...] las impulsara hacia las ocupaciones masculinas, es
decir, de las mujeres con rasgos masculinos", pero debería evitarse, para
salvaguardar la salud mental de aquellas mujeres bien femeninas, debería
evitarse la epidemia por contagio imitativo que Weininger, hace cien años, ya
vislumbraba y que hoy se ha convertido en pandemia, por no decir en endemia. En
definitiva, "no es la mujer genuina la que aspira a la emancipación, sino
que este movimiento se debe a las mujeres masculinas que interpretan mal su
propia naturaleza, y no reconocen los motivos de su acción cuando creen hablar
en nombre de la mujer".
Sin embargo, Weininger no cree que tal perturbación
social se vuelva endémica. Ha habido, dice, otros movimientos similares en el
pasado, uno en el siglo X y otro en los siglos XV y XVI, y ambos perecieron sin
dejar secuelas. Sospecha que nos ha tocado vivir dentro de un período evolutivo
similar a esos, caracterizado por "un mínimo de gonocorismo" entre
los humanos más civilizados. Hoy abundan más que nunca los hombres afeminados,
y en compensación también abundan los marimachos, responsables éstos de la
expansión del fenómeno tratado. Sorprende leer que a principios del siglo
pasado ya se insinuaba el ideal de la mujer alta, esquelética y sin tetas ni
culo que ahora es moneda corriente en los desfiles fayon. Según Weininger, el
hecho de que un ideal así se imponga es un claro indicio de que los hombres
están afeminándose. Sólo a un homosexual bien marica, asumido o no, puede
gustarle la mujer tabla. Pero esto pasará. "Entre los animales se ha
observado frecuentemente la periodicidad de fenómenos semejantes", es
decir, de períodos en los que las formas intersexuales aumentan desmedidamente;
luego todo vuelve a estabilizarse. Extrapolar este fenómeno al género humano es
intelectualmente arriesgado y Weininger no lo hace, sólo insinúa que tal vez,
con alguna probabilidad, esté ocurriendo algo tangencialmente parecido en los
países más desarrollados. Esto me huele a embrionaria sociobiología, y a mí el
aroma de la sociobiología me fascina. Además, ya he conversado lo suficiente en
estos últimos años con innumerables hombres afeminados como para dudar del
innegable componente genético que la homosexualidad posee (al menos la
homosexualidad pasiva).
La mujer de hoy se queja de que ya no hay hombres.
Los hombres están, pero están esperando que la mujer deje de jugar a ser
hombre. Entre una mujer que se comporta como hombre y un hombre que se comporta
como mujer, algunos prefieren a este último. Un travesti suele ser más
femenino, y por ende más sensual, que una taxista.
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