Cito párrafos de un libro de Richard Watson:
Descartes era
una especie de maniático de la salud. Explicó a su amigo Guez de Balzac que,
aparte de tener un aire malo, Italia era demasiado tórrida. Holanda era fría,
pero en un clima frío siempre podemos entibiarnos ante una estufa. En un clima
tórrido, en cambio, no hay manera de refrescarse (Descartes, p. 40).
Este
maniático de la salud no entendió bien que suele ser mucho más perjudicial el
frío que el calor y se dirigió, en 1649, en vez de a Italia, a Suecia, invitado
por la reina Cristina, una de las monarcas más poderosas de aquel entonces.
"Lo halagaba --dice Watson-- la idea de ser filósofo de una reina". Pero
a los pocos meses, en pleno invierno sueco, falleció víctima de una neumonía.
Descartes, que tenía la esperanza de vivir hasta los cien años, apenas llegó a
los cincuenta y tres; "Cristina comentó, con marcada ironía, que el gran
matemático había errado el cálculo por casi cincuenta años" (ibíd., p. 40). Merece sin duda que
Cristina se mofe de él, incluso después de muerto. Si hubiera elegido Italia,
no digo que hasta los cien, pero seguramente hasta los ochenta habría llegado.
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