La perfección
consiste en la armonía de lo múltiple, y cuando esta armonía se concibe
fácilmente, llamamos la perfección, belleza.
Gotthold Ephraim Lessing, Estética,
p. 29.
... todo lo que el
poeta convierte en asunto propio, conmueve mucho más que lo que sólo relata.
Debe aparentar de abrigar él mismo los sentimientos que quiere suscitar; debe
dar la ilusión de hablar por experiencia, y no únicamente por imaginación. En
ésta, por cuyo medio sabe dar a su ágil espíritu, por breve tiempo, todas las
formas posibles y ponerlo a tono con todas las pasiones, estriba precisamente
su superioridad sobre los demás mortales; pero son totalmente incapaces de
formarse un concepto de esa imaginación quienes carecen de ella. No pueden
imaginarse cómo un poeta podría estar enojado, sin enojarse; cómo podría
suspirar por el amor, sin sentirlo. Ellos que dejan despertar, dentro de sí,
todas las pasiones sólo por realidades, ignoran el secreto de suscitarlas por
medio de representaciones voluntarias.
ibíd., p. 33.
Más que al poeta, yo
creo que Lessing describe aquí al artista, ya que su descripción no responde
genéricamente al atributo esencial de todo poeta, que es el de crear arte con
el exclusivo fin del autodeleite o como placebo que amortigüe sus dolores. Si
un hombre logra conmover al público con un poema cargado de imágenes amorosas
sin haber sentido jamás ese amor en sus propias entrañas, ese hombre
ciertamente es un artista --logró conmover--, pero de ningún modo es un poeta
(salvo que imagine sus historias por el mero placer de imaginarlas).
En mis escritos
pretéritos dije alguna vez que "poeta y artista son una misma cosa".
Hoy creo necesario hacer un distingo. Podríamos definir al artista como una
persona capaz de despertar sensaciones placenteras en la gente valiéndose del
arte, y podríamos definir al poeta como una persona capaz de despertar
sensaciones placenteras en sí misma
valiéndose del arte. Siguiendo estas definiciones, es fácil comprender que se
puede ser poeta sin ser artista y artista sin ser poeta, y también se comprende
que quien dependa de su imaginación para crear arte tenderá más a mi definición
de artista que a la de poeta, mientras que quien base su creación artística en
sentimientos propios, reales, no imaginarios, tenderá más a mi definición de
poeta que a la de artista, pero a su vez será también artista, y un artista
superior al artista imaginante, porque lo imaginario, por bien disfrazado que
esté, nunca conmueve tanto como el sentimiento verdadero, y también porque, hablando
de arte, la mejor forma de llegar al corazón del público es ignorándolo.
En general, cuanto
más grande sea el poeta, tanto más alejado estará de la estricta verdad lo que
intercala de sí mismo.
Ibíd., p. 35.
Uno sobre eso.
... Obrar con una
intención determinada es lo que eleva al hombre por encima de las criaturas
inferiores; hacer poesías con un fin determinado, imitar con un fin
determinado, esto es lo que distingue al genio de los artistas menores que sólo
escriben poesías por el gusto de hacerlo, que sólo imitan para imitar, que
quedan satisfechos con el pequeño placer que les proporciona el uso de sus
medios, que convierten estos medios en su único fin y exigen que también
nosotros nos demos por satisfechos con el mismo mezquino placer que nace de la
contemplación del uso ingenioso, pero carente de finalidad, que aquéllos hacen
de sus medios.
Ibíd., p. 39.
"Obrar con una
intención determinada es lo que eleva al hombre por encima de las criaturas
inferiores", dice Lessing, como si las criaturas inferiores fueran simples
engranajes mecánicos que se mueven siempre sin saber por qué lo hacen.
Evidentemente sucede así en los casos en que priva el instinto, como cuando la
tortuga de mar recién nacida en la arena corre desesperadamente hacia su medio
natural sin saber por qué ni hacia dónde correr, pero en los casos en que los
bichos han tenido tiempo de hacer su aprendizaje y dominar sus sentidos, como
cuando el oso se pone a pescar salmones en una cascada, en esos casos el animal
tiene plena conciencia de lo que intenta realizar, conoce la finalidad de su
acción tan bien como nosotros conocemos la finalidad del estudio de las
matemáticas. Lo que Lessing seguramente quiso decir es que cuanto menos
desarrollo presenta la estructura de una especie, menor es su capacidad de
actividad consciente, algo que ciertamente admito; pero aquí no estamos
juzgando la capacidad intelectual de la especie humana sino su capacidad
artística, las cuales no tienen que estar emparentadas necesariamente (una
telaraña es una obra artística --puede conmovernos--, pero la araña no la
construye intelectiva sino instintivamente).
Ahora bien; la tortuga bebé que se apura por llegar al mar, se apura por
un fin determinado --que no se la coman sus depredadores terrestres--; que la tortuga
misma no fuera consciente de ese fin no significa que la finalidad no
existiera. El accionar de la tortuga no era intencional, pero de eso no se
sigue que no tuviera finalidad. Algo así sucede con el accionar del verdadero
artista, el cual, cuando es presa de una cierta fuerza que lo arrebata y que lo
impele a trabajar y a la cual podríamos catalogar como "demonio
poético", se pone manos a la obra sin que ninguna finalidad específica, ni
siquiera una finalidad moral, lo intime concientemente a elaborar su arte, lo
que por supuesto no niega la existencia de tal finalidad, y más aún: me parece
que semejante ignorancia de intencionalidad es necesaria para el cumplimiento
cabal de la finalidad auténtica del arte. Si la tortuga que sale del huevo
tuviese poder de discernimiento y se pusiese a pensar qué le conviene hacer en
lugar de salir corriendo hacia determinada dirección sin saber por qué,
seguramente dicha tortuga no cumpliría la finalidad de llegar al mar que le
había impuesto inconscientemente su naturaleza; y del mismo modo, si un artista
se autoimpone un fin determinado al cual llegar con su arte, lo más probable es
que no llegue, y si llega, lo más probable es que tal fin sea de una calidad
completamente inferior al fin en sí, que es, ni más ni menos, el de provocar un
estremecimiento placentero no en los sentidos sino en el espíritu de quien
contempla la obra. Guiándose sólo por los designios de su genio poético
--espíritu generador de sensaciones placenteras, o al menos de sensaciones
supresoras de dolor--, el verdadero artista --el poeta-- se olvida del
utilitarismo y de la moral y concibe así la obra más utilitaria y más moral,
porque no existe principio moral más elevado que el de provocar placer en el
espíritu del prójimo, y este principio se mantiene aun cuando el dador de
placer no trabaje con esa intención sino en su fuero interno, como es el caso
del artista poeta.
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