Habla Kant, desde el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la razón pura, de ciertos
pensadores alemanes, contemporáneos suyos, "que unen felizmente a la
profundidad del conocimiento el talento de una exposición luminosa",
asegurando enseguida que él carece de ese talento. Se jacta de ser un pensador
profundo, pero no se jacta de exponer sus ideas con luminosidad. A esto
sumémosle lo que afirma en el prólogo a la primera edición: "Por lo que
toca a la claridad, tiene el lector derecho a exigir primero la claridad
discursiva (lógica) por conceptos, pero luego también una claridad intuitiva
(estética) por intuiciones, esto es, por ejemplos u otras aclaraciones en concreto".
Dice que se cuidó de ser claro en el primer sentido, mas no tanto en el
segundo:
En el curso de mi trabajo he estado casi siempre
indeciso sobre lo que en esto debía de hacer. Los ejemplos y aclaraciones
parecíanme siempre necesarios y acudían por tanto realmente, en el primer
bosquejo, colocándose en sus lugares adecuados. Vi empero bien pronto la
magnitud de mi problema y la multitud de objetos que habrían de ocuparme, y
como me apercibí de que estos solos, en discurso seco y meramente escolástico,
iban ya a hacer la obra bastante extensa, parecióme improcedente engrosarla más
aún con ejemplos y aclaraciones que sólo con una intención de popularidad son
necesarios.
Tenemos entonces el siguiente cuadro: un
pensador filosófico brillante, pero que ni utiliza ese brillo en la exposición
literaria de su pensamiento ni tiene en gran estima los ejemplos, aclaraciones
y demás instrumentos que facilitan la comprensión del texto a los lectores
profanos. No le interesa en absoluto la popularidad, no quiere que la masa lo
lea, sino solo los "conocedores
de las ciencias". Su obra cumbre "no
podía en modo alguno acomodarse al uso popular", y entonces ¿para qué
intentar amenizarla? Está claro que la Crítica
de la razón pura no se acomodó en su tiempo, ni se acomoda ahora, al uso
popular, pero no se acomoda justamente porque Kant, con su sequedad expresiva,
quiso que no se acomodase, y no porque los temas de que trata sean
intrínsecamente imposibles de digerir para una mente promedio, ni erudita ni
estúpida, que sienta curiosidad por la filosofía. Este espíritu elitista, que
piensa que la filosofía es demasiado abstrusa como para que la comprenda un
"no iniciado" y que, partiendo de esa premisa, hace todo lo posible
para que los no iniciados se alejen de ella, es, según mi criterio, el
responsable de haber cavado la fosa en la que ahora descansa en paz esta
disciplina. Existen temas, ciertamente, de complicada exposición, pero siempre
podremos arreglárnosla para desarrollarlos de manera tal que sean entendidos
por cualquier lector que posea una mínima curiosidad, unos ojos bien abiertos y
una cabeza liberada de dogmas. Los temas que trató Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación
son tan complejos como los que trata Kant, y sin embargo a Schopenhauer lo
entendemos y a Kant, muchas veces, no. Esto es porque Schopenhauer quiso que lo
entendieran todos, o a lo menos muchos, mientras que a Kant solo le interesaba
que lo entendieran los de su cofradía. Y lo peor de todo es que este espíritu
de cofradía continuó, después de Kant, con Hegel y compañía, quienes hicieron
de la oscuridad expositiva su leitmotiv. Y entonces ya no hubo, como en Kant,
interesantísimas ideas muy difíciles de descubrir y asimilar, sino galimatías
faltos de sentido que encubrían la infecundidad del pensamiento. Ya nos había
privado Kant de la claridad estética, ahora nos privaban también de la claridad
lógica. Y así llegamos, con esta receta, a la culminación del sinsentido
filosófico: el posmodernismo. Quien quiera oír que oiga, y quien quiera
filosofar que filosofe, pero que no se olvide, al filosofar, que existe un
lector que desea entender lo que está leyendo y que por tanto hay que decir
cosas que tengan sentido y decirlas, además, de tal modo que no solo tengan
sentido para quien las expone.
Un mal pensado
dirá: si Kant hubiese sido más "luminoso" en la exposición de su
filosofía, los errores de que adolece hubieran saltado a la vista con mayor
prontitud; su oscuridad obedece a un móvil encubridor, como el delincuente que
prefiere las sombras de la noche a la hora de salir a robar billeteras. Yo no
creo que este sea el caso en cuanto a la Crítica
de la razón pura. En cuanto a Hegel y los posmodernos, no me cabe sino una
mínima duda razonable de que se mueven en la oscuridad con el único fin de
robarles no la billetera, sino la sesera, a los estudiantes que por moda o vaya
a saberse por qué razón se embarcan en esas lecturas.
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