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martes, 21 de noviembre de 2017

Esquizofrenia precoz en Nietzsche

El goce de dañar, ¿es diabólico, como dice Schopenhauer? [...] Todo placer en sí mismo no es ni bueno ni malo; ¿de dónde vendría entonces la distinción de que para complacerse a sí mismo no tiene uno derecho de disgustar al otro?
Friedrich Nietzsche, Humano, demasiado humano, § 103

Lo tóxico enferma, y es lógico que algo que es capaz de enfermar el espíritu sea el producto de un espíritu enfermo. Esa es la teoría de Luisa Landerreche. Según esta socióloga, Nietzsche habría comenzado a manifestar síntomas de esquizofrenia ni bien comenzada su adolescencia, y si bien la etapa terminal de su enfermedad comenzó en 1899 con aquel supuesto abrazo al caballo, la totalidad de su obra filosófica habría sido concebida dentro del período prodrómico a la manifestación explícita de la locura, que en el caso de la esquizofrenia es una etapa en la cual el paciente manifiesta, por decirlo así, una locura diluida.
El discurso de Nietzsche, para Landerreche, “connota y denota aspectos profundos de su enfermedad” (La evolución del pensamiento esquizofrénico en Federico Nietzsche, 9º Congreso Virtual de Psiquiatría. Interpsiquis, Febrero del 2008, disponible en internet). Cuatro son los síntomas básicos que delatan el comienzo de la esquizofrenia:

La pérdida de la capacidad asociativa por la cual los procesos del pensamiento devienen desordenados y desconectados.

El embrutecimiento afectivo o la afectividad plana, en la que la respuesta emocional a los estímulos externos desaparece o es inapropiada.

El autismo progresivo y a partir del cual se desarrolla un pensamiento peculiar y paulatinamente empobrecido con aislamiento del medio social.

La ambivalencia que implica tener pensamientos o sentimientos contradictorios y simultáneos.

A estos indicios hay que agregar otros dos más lejanos: las alucinaciones y las delusiones. Según Landerreche, todos estos síntomas concurren tanto en la vida como en la obra de Nietzsche desde mucho antes del colapso esquizofrénico, incluso desde su adolescencia.

La pérdida asociativa, se expresa en la escritura en forma de aforismos, "desordenados y desconectados" [...]. Analizando la secuencia de los aforismos, se comprueba lo que Lev Vigotzky estudió en el pensamiento por complejos de los esquizofrénicos. El embrutecimiento afectivo también es claro y manifiesto a través de sus biógrafos. El autismo también está presente en su búsqueda de soledad y está claramente reconocido por todos los biógrafos y exégetas. La ambivalencia, esto es tener pensamientos o sentimientos contradictorios y simultáneos está aceptado por los que analizan su obra[1]. Las alucinaciones auditivas y visuales fueron descritas por sus biógrafos[2] y las delusiones, que son creencias fijas en conflicto con la realidad y que el paciente se obstina en justificar a través de interpretaciones de hechos y palabras en forma persistente y obsesionada, están a lo largo de su correspondencia y también en su obra y el caso emblemático es su obsesivo y absurdo ataque contra Sócrates y Eurípides.

Todas sus ideas directrices están teñidas de locura, pero por sobre todo la más asertiva:

El período en que escribe Así hablaba Zarathustra expresa una identificación con un personaje, Zarathustra, con el que Nietzsche se reidentifica, pero expresando un posible brote psicótico. [...] Esta nueva idea [la del superhombre] debe localizarse, pues, en el invierno 1882-1883, el invierno en el cual Nietzsche es presa de graves sufrimientos psíquicos, en quiebra con la familia, atormentado por el resentimiento contra Lou y Rée y más aún en contra de sí mismo: un invierno "en los umbrales del suicidio". Es en este invierno cuando nace el superhombre.

Este coqueteo con la idea del suicidio y su superación queda explícito en uno de sus fragmentos póstumos:

No quiero la vida de nuevo. ¿Cómo la soporté? Creando. ¿Qué es lo que me hace soportar esta perspectiva? La visión del superhombre, que afirma la vida. Yo mismo he intentado afirmarla – ¡Ay de mí! (La hora del gran desprecio: fragmentos póstumos (Otoño, 1882-Verano, 1883), noviembre de 1882 – febrero de 1883, 4 (81)).

Alguien se preguntará si puede un esquizofrénico en ciernes, que fantasea con el suicidio y que ataja una y otra vez sus brotes psicóticos, razonar como razonaba Nietzsche cuando se lo proponía. Sí, contesta Landerreche; no hay incompatibilidad entre la esquizofrenia y el pensamiento acendrado. La mayoría de los textos que Nietzsche nos ofrece

son perfectamente racionales [...]. La lógica occidental se reproduce en ellos aun en el período avanzado de su enfermedad. Y acá nos marca la necesidad de reflexionar si la enfermedad mental que identificamos con el nombre genérico de “locura” necesita estar acompañada de falta de lógica. Habíamos dicho al principio que la esquizofrenia es la enfermedad de la razón. Sin embargo, podríamos afirmar que la lógica se mantiene en la esquizofrenia, aunque se disminuye la capacidad de abstracción y la formación de conceptos. [...] Lo último que pierde el esquizofrénico es la racionalidad.

Pero el esquizofrénico, en tanto que tal, no es una persona cruel. La crueldad manifiesta de la filosofía nietzscheana no debemos, pues, derivarla de su enfermedad:

Si bien la destrucción del yo y el aislamiento es característico de cualquier esquizofrénico, y el suicidio y la violencia sobre otro se presentan en muchos, no lo es la apología de la guerra como forma social, del suicidio ni la destrucción del otro más débil, menos dotado, enfermo, o diferente. La filosofía social de Nietzsche tiene dos anclajes: su esquizofrenia, por un lado, y su historia personal, por el otro. Esta nos revela su crianza en una cultura altamente represiva y autoritaria.

El gran problema fue que la crueldad hacia el diferente ya estaba instalada dentro del ambiente cultural que Nietzsche mamó. Después mamó también esto Hitler, que sufría, igual que Nietzsche, de esquizofrenia y paranoia:

Los esquizofrénicos, al tener destruido su yo, exhiben plenamente ese yo profundo, y expresan por lo tanto el instinto de conservación de la especie. Carl Jung y Spielrein estudiaron a Nietzsche y sabían de su enfermedad. Jung proclamó en los inicios del régimen nazi la superioridad aria, y siguiendo esta línea de pensamiento, él y el régimen nazi habrán entendido que los textos de Nietzsche eran la expresión del instinto de conservación de la especie aria y a la vez la expresión de su superioridad. Si continuamos con esta reflexión, podríamos aseverar que hay una fuerte relación entre la esquizofrenia y la paranoia de Hitler, y a la vez la réplica de las patologías psíquicas en la cultura, la filosofía, la ideología y el comportamiento [...] de una sociedad.

No eran solo Nietzsche y Hitler los esquizofrénicos: gran parte de la población alemana, por no decir la mayoría, padecían de esquizofrenia colectiva. De no haber sido así, la filosofía nietzscheana que Hitler llevó la práctica no habría prendido, la semilla no habría germinado. Pero germinó, porque el suelo era propicio.

La racionalidad extrema del régimen que Hitler construyó, ese desarrollo técnico para los asesinatos masivos, esa planificación de la muerte en forma técnicamente pautada, racional, nos encubre una forma de locura. La expresión en términos políticos de un discurso esquizofrénico que replica la misma cultura sobre la que se aplica la construcción política, muestra que hay relación entre esa política y esa esquizofrenia y la cultura.

Un pueblo esquizofrénico y sádico engendró, primero, a un pensador con estas mismas características, y al poco tiempo a un político que llevó a la práctica las morbosas teorías que el pensador había proyectado. Muchas personas tienen algo de sadismo y otras muchas algo de esquizofrenia, pero cuidémonos de que no se produzca el maldito cóctel otra vez, estemos en guardia para evitar que un pueblo sádico se torne esquizofrénico, o que un pueblo esquizofrénico se torne sádico. Será esa la mejor forma de impedir que nazca otro Nietzsche entre nosotros y después otro Hitler que le cumpla sus profecías.



[1] Véase a este respecto la nota al pie de la entrada del 19/11/17.
[2] “… A este período –comienzos de 1869– remonta [...] la anotación de una alucinación, la única que conocemos en forma inequívoca y directa. En uno de sus cuadernos, Nietzsche escribe: «Lo que temo, no es la espantosa figura detrás de mi silla, sino su voz: y aun, no las palabras, sino el tono horriblemente desarticulado e inhumano de esa figura. ¡Si por lo menos hablara, como hablan los hombres!»” (Mazzino Montinari, Nietzsche, “La figura detrás de la silla”).

2 comentarios:

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  2. Me parece una premisa hipócrita e intelectualmente lisada, desde la perspectiva que desarrolla Luisa Landerreche.

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