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miércoles, 22 de noviembre de 2017

Nietzsche y sus edulcoradores

Estimado Fabio: Esto se está poniendo bueno.
Ricardo Maliandi, en alusión a mi disputa intelectual con la doctora Cragnolini
                 
¿Cómo es posible que tantos pensadores honestos y de altas miras intelectuales, habiendo leído buena parte de las obras de Nietzsche, no hayan caído en la cuenta de que su filosofía no es genial, sino enfermiza? Esta interesante pregunta se la hizo también Luisa Landerreche:

Si tomamos el escrito de cualquier autor, publicado o no, como un mensaje con un destinatario, un lector-receptor, nos tenemos que preguntar ¿por qué los escritos de Nietzsche provocan tan diferentes interpretaciones, más amplias en su espectro que cualquier otro autor? [...]. Y esto también apunta a dilucidar por qué para mí el discurso de Nietzsche connota y denota aspectos profundos de su enfermedad, la esquizofrenia, mientras que para otros [...] connota y denota el pensamiento de un ser excepcional. He buscado las teorías en semiótica que pueden ayudar a entender la diferencia de interpretación [...] que hemos descrito, que consideran a Nietzsche como un genio de la filosofía y las otras, la que lo ven como un nefasto precursor del nazismo, con la particularidad de que los primeros también son antagonistas del nazismo. Es decir, cómo receptores del mensaje nietzscheano, ubicados dentro del mismo espectro del campo ideológico, puedan tener visiones tan opuestas. A lo que hay que agregar la pregunta de cómo el discurso esquizofrénico se interna en lo más profundo de la sociedad de Occidente con un discurso ideológicamente orientado hacia la disolución del ser y de lo social, como el que Nietzsche exhibe a lo largo de sus obras (La evolución del pensamiento esquizofrénico en Federico Nietzsche).

Un caso particularmente interesante es el de Karl Jaspers, quien

no pudo detectar que se trataba de un enfermo de esquizofrenia. La paradoja es que Jaspers era psiquiatra y fundador de la psicopatología, corriente de la psiquiatría que valoraba los relatos de los enfermos para el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad mental.

Pero supongamos que lo de la esquizofrenia precoz es controvertido, que no es seguro que estuviera medio loco al tiempo que escribía; no es controvertida, sin embargo, la afinidad del pensamiento de Nietzsche con el pensamiento nazi. Por eso sería interesante averiguar cómo funciona la cabeza de aquellos que, detestando al nazismo, admiran a Nietzsche como pensador filosófico. Landerreche menciona, además de a Jaspers, a Karl Lowith. Ambos

son alemanes y vivieron en la época del nazismo en Alemania. Lowith tuvo que emigrar porque era judío y Jaspers estuvo a punto de ser internado en un campo de concentración porque su esposa era judía.

O sea que tenían motivos para detestar a los nazis, y por cierto que los detestaban. Pero no detestaban ni a Nietzsche ni a su filosofía, y esto es lo desconcertante. No leen —dice Landerreche— en Nietzsche la doctrina nazi; parecen no registrarla,

aunque en sus análisis incluyen los textos que son bases doctrinarias del nazismo pero sin identificarlas como tales. El liderazgo sin límites que propicia Nietzsche, la obediencia total, la militarización de las empresas y por ende de la economía, desprecio por el más débil propiciando su exterminio, instigación al suicidio como manera de valorizar la vida que se plasma como conducta cotidiana en "vive peligrosamente", etc., son emblemas del nazismo.

Aquí en la Argentina tenemos el caso de Mónica Cragnolini, la mayor especialista en Nietzsche del país y refractaria al nazismo. Cragnolini se asomó a mis críticas a Nietzsche y, sin profundizar en ellas, las abandonó por considerarlas pueriles y mal documentadas (ver la entrada del 24/12/11). Es como si Nietzsche, para ciertos intelectuales, fuera una especie de santo al que hay que venerar y nunca replicar, y esto a pesar de que él mismo veía con malos ojos la posibilidad de que la posteridad lo considerara de ese modo (“tengo un miedo espantoso de que algún día se me declare santo”, dijo en Ecce Homo). No es que Cragnolini, Jasper o Lowith lo consideraran un santo, pero sí lo consideraban un genio filosófico, lo cual es mucho peor que si lo consideraran santo, porque el santo predica con el ejemplo, y como la vida de Nietzsche no ha sido demasiado relevante, no habría gran peligro en imitar sus acciones. El genio filosófico, en cambio, predica con la palabra, y como en esto de la palabra Nietzsche sí era un verdadero maestro y, estilísticamente, podría también decirse que fue un genio, si la gente intelectualmente respetable lo cataloga de genio filosófico el alumnado que cae bajo el influjo de estos profesores tenderá a coincidir con esta apreciación, y ¿qué otra cosa puede salir de la boca de un genio filosófico sino grandes verdades, verdades teóricas que sería deseable, por ser geniales, llevarlas al terreno de la práctica? Ya tenemos entonces el camino despejado, nuevamente, para el totalitarismo, el despotismo y la dictadura de la oligarquía. Después, ya con el crimen consumado, Cragnolini me dirá que ni a ella ni a Nietzsche le cae bien tal o cual dictador, lo cual tal vez resulte verdadero, pero no menos verdadero será el hecho de que con su apoyo a las ideas nietzscheanas le habrán allanado el camino.

Pero lo que es más interesante, repito, es la indagación acerca de cómo a un pensador que por regla general razona correctamente, cuando se le cruza por delante un personaje como Nietzsche la lógica se le amotina, se le declara en huelga o hace mutis por el foro y su mente pasa a ser gobernada por otras instancias más primitivas, más trogloditas. Claro que ni Landerreche ni yo somos siquiatras ni psicólogos, de modo que se nos hará difícil la explicación de tan enigmático acontecimiento.

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