Hace cinco años, justo antes de comenzar mi último gran viaje, escribí, perfectamente consciente de las implicancias de lo que decía, esta contundente ritma:
VENDER O NO VENDER
"Un usurero late en el fondo de todo comerciante".
León Bloy, La sangre del pobre
Quiero ganarme la vida sin que este tráfago impida
mi desarrollo ideológico y su consecuencia práctica.
Si quiero ser moralista debo tachar de la lista
la tarea que revista contradicción a esta táctica.
Seré pintor, jornalero, lustrabotas, cartonero...;
tal vez pediré limosna, ¡pero nunca comerciante!
Mi espíritu desbarranca cuando le hablan de la banca,
mi pensamiento se estanca con este rol denigrante.
Quede aquí bien asentado que, de acuerdo con lo actuado,
no estaré al mando de nada que se parezca a una tienda.
Si me aparto de este punto se pondrá feo el asunto
y seré en vida un difunto que entra en cualquier componenda.
Pues bien: ya soy ese difunto que entra en cualquier componenda, ya soy un hecho y derecho comerciante. Y ¿qué otra alternativa tengo? Tengo una: patear el tablero, cortarme solo y aislarme de todo lo que se llama sociedad. Así, se abrirían dos posibilidades: volverme beato o volverme neurótico, para luego, posiblemente, volverme santo o volverme loco respectivamente. Pero aún no estoy dispuesto a arriesgarme a tentar la locura, y creo que tampoco a tentar la santidad. Seguiré siendo un hipócrita mediocre por algún tiempo más, un hipócrita y cuerdo mediocre que pisotea todos sus valores en teoría postulados. ¿Y hasta cuándo? Hasta que reviente. El problema es que tal vez reviente de viejo… Tolstoi recién intentó abandonar la hipocresía a los 82 años; ¿tendré que esperar 40 años más para ser consecuente con lo que pienso? Es mucho… Pero volverme loco…, loco de tristeza y soledad, loco como Nietzsche, loco como Van Gogh… no es tampoco un panorama alentador…
¿A qué altura de su vida se decidió Alonso Quijano a convertirse en el Quijote? Era ya un cincuentón, si mal no recuerdo. ¡Está hecho!: a mis cincuenta años comenzará mi quijotismo.
VENDER O NO VENDER
"Un usurero late en el fondo de todo comerciante".
León Bloy, La sangre del pobre
Quiero ganarme la vida sin que este tráfago impida
mi desarrollo ideológico y su consecuencia práctica.
Si quiero ser moralista debo tachar de la lista
la tarea que revista contradicción a esta táctica.
Seré pintor, jornalero, lustrabotas, cartonero...;
tal vez pediré limosna, ¡pero nunca comerciante!
Mi espíritu desbarranca cuando le hablan de la banca,
mi pensamiento se estanca con este rol denigrante.
Quede aquí bien asentado que, de acuerdo con lo actuado,
no estaré al mando de nada que se parezca a una tienda.
Si me aparto de este punto se pondrá feo el asunto
y seré en vida un difunto que entra en cualquier componenda.
Pues bien: ya soy ese difunto que entra en cualquier componenda, ya soy un hecho y derecho comerciante. Y ¿qué otra alternativa tengo? Tengo una: patear el tablero, cortarme solo y aislarme de todo lo que se llama sociedad. Así, se abrirían dos posibilidades: volverme beato o volverme neurótico, para luego, posiblemente, volverme santo o volverme loco respectivamente. Pero aún no estoy dispuesto a arriesgarme a tentar la locura, y creo que tampoco a tentar la santidad. Seguiré siendo un hipócrita mediocre por algún tiempo más, un hipócrita y cuerdo mediocre que pisotea todos sus valores en teoría postulados. ¿Y hasta cuándo? Hasta que reviente. El problema es que tal vez reviente de viejo… Tolstoi recién intentó abandonar la hipocresía a los 82 años; ¿tendré que esperar 40 años más para ser consecuente con lo que pienso? Es mucho… Pero volverme loco…, loco de tristeza y soledad, loco como Nietzsche, loco como Van Gogh… no es tampoco un panorama alentador…
¿A qué altura de su vida se decidió Alonso Quijano a convertirse en el Quijote? Era ya un cincuentón, si mal no recuerdo. ¡Está hecho!: a mis cincuenta años comenzará mi quijotismo.
Me encantó ��
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