Cada vez hay más hombres que renuncian al consumo de la carne en Alemania, en Inglaterra y en América [...]. Este movimiento debe alegrar a los hombres que tratan de realizar el reinado de Dios en la tierra, no porque al vegetarianismo sea por sí mismo un paso hacia ese reino, sino porque es el indicio de que la tendencia hacia la perfección moral del hombre es seria y sincera, ya que esta tendencia implica un orden invariable que le es propio y que empieza por la primera etapa.
Hay que regocijarse por ello, y esta alegría es comparable a la que deben experimentar los hombres que, queriendo alcanzar el piso más alto de un edificio, hubieran pensado primeramente en escalar la pared y advirtieran, por fin, que el medio más sencillo es empezar por el primer peldaño de la escalera.
Tolstoi, Placeres crueles, cap. X
Sí, cada día son más los adeptos al vegetarianismo, pero nunca pasan de ser, aquí en Occidente, más que un grupo enfervorizado por esa idea pero reducido en número en comparación con la masa del pueblo. Y esto es así porque la fuerza de las papilas gustativas es inmensamente superior, en el hombre de hoy, a la fuerza que pudiera ejercer sobre su voluntad una ideología o incluso un sentimiento.
Y esta sujeción, esta tiranía del sentido más innoble, menos espiritual como lo es el sentido del gusto, no se limita solamente al ámbito humano: han caído bajo su influjo también los perros. Al menos esa es la opinión de Julio Camba. ¿Creen ustedes --nos pregunta este amante del buen comer--,
creen ustedes que los perros sean tan amigos del hombre como se dice por ahí? Yo opino que son amigos de la cocina, y nada más. Los alimentos no condimentados les repugnan tanto como a nosotros, pero como ellos son incapaces de condimentarlos, hacen toda suerte de bajezas para que nosotros se los condimentemos. Andan en dos pies, saltan por un aro, lamen las manos, mueven la cola... Algunos hasta tiran de unos carritos, o guardan las propiedades, o se meten a policías. No hay duda alguna de que el hombre ha conquistado al perro sacándolo del estado salvaje y reduciéndolo a una condición de domesticidad, pero esta conquista se la debe única y exclusivamente a la cocina. La sumisión del perro es un triunfo del arte culinario (La casa de Lúculo o el arte de comer, p. 21).