La historia no
confirma la opinión bastante generalizada de que el calor es un obstáculo para
el progreso.
Herbert Spencer, La ciencia social, p. 19
El calor no sólo no
es obstáculo sino que es una condición necesaria para el progreso moral, que
poco tiene que ver con el progreso tecnológico que sí se hace fuerte hoy en las
zonas frías más que en las cálidas. Pero este es un tema complejo del cual tal
vez hable otro día, pues hoy no tengo ganas.
Los pueblos que viven
en una atmósfera húmeda son menos enérgicos y menos vigorosos. Todas las razas
conquistadoras del mundo antiguo, arianos, semitas, mongoles, han salido de la
"región si lluvia", que partiendo del Egipto se extiende a través de la Arabia , Persia y Tíbet
hasta Mongolia; aquellas razas tan distintas tenían un carácter común, la
energía, que debían indudablemente a su larga permanencia en una comarca
caliente y seca, puesto que la perdieron después de haberse establecido en
países más húmedos y fueron a su vez conquistados por una nueva ola de
invasores que venían también de la "región si lluvia".
Ibíd., pp. 19-20
¿No estarás
confundiendo, Heriberto, la energía con la crueldad? Quienes viven en zonas
desérticas llevan una existencia dura y arisca; eso condiciona el temperamento
social (los individuos sutiles y románticos tienden a no sobrevivir), y en
consecuencia estas sociedades se tornan duras, sádicas y guerreras.
La vanidad del
salvaje es mucho mayor que la del hombre civilizado. Se ocupa de su adorno más
que una de nuestras elegantes contemporáneas: sufre para hermosearse el cruel
martirio de las picaduras con que embadurnan su cuerpo de groseras imágenes, o
bien cuelga de su labio inferior un pesado trozo de madera. Para merecer la
aprobación de sus vecinos, sigue la moda, no sólo en las picaduras, que hasta
la invención de los vestidos era el único adorno posible, sino de sus
costumbres y en sus opiniones. La opinión [de los demás] es tiránica entre los
salvajes; nadie trata de sustraerse a su yugo.
Ibíd., p. 28
La conclusión es
terminante: quien sigue los dictados de la moda y la opinión ajena en lugar de
atenerse a lo que su propio yo le aconseja, es un primitivo salvaje. Sigue
Spencer:
De aquí una gran
fijeza en las costumbres: "Queremos hacer lo que han hecho nuestros padres",
dicen ellos. Este mismo carácter se encuentra, aunque menos pronunciado, en
nuestras clases inferiores; aborrecen también las innovaciones; un alimento
nuevo les desagrada.
Y una idea nueva, ni
te cuento.
... De tan diversas
pruebas puede decirse que el hombre primitivo no era en realidad ni bueno ni
malo; que se dejaba dominar por la emoción del momento, y que las explosiones
de cólera se sucedían en él rápidamente a los más benévolos sentimientos.
Ibíd., p. 30
¡Exacto!: el hombre
primitivo no era ni bueno ni malo. Le agradezco a Spencer esta posibilidad que
me da de rectificar el juicio que anteriormente yo tenía respecto de los
primeros humanos, a saber, que eran buenos por naturaleza. La condición humana
no partió ni de un punto positivo ni de uno negativo moralmente hablando.
Partió de un punto neutro, para comenzar luego a desarrollarse, por medio de la
selección natural, sus códigos de conducta, los cuales han puesto al hombre a
la vanguardia de toda especie animal en lo que a sus balanzas éticas y
hedonistas (relación dolor-placer) se refiere.
El niño es imprevisor
como el salvaje; obra por el primer impulso y busca la aprobación de otros;
esta es una nueva prueba en apoyo de la teoría de la evolución, según la cual
el hombre civilizado, en su desarrollo individual, pasa por todas las fases que
ha presentado su raza.
Ibíd., pp. 30-1
Pero nuestra raza de
"hombres civilizados", ¿no está todavía en la niñez? La mayoría de
nosotros sigue, como los habitantes de las tribus salvajes, obrando por el
primer impulso y buscando la aprobación de los otros. Y si bien somos más
previsores, nuestros recaudos abarcan solamente los objetos materiales, dejando
siempre a nuestro espíritu navegando a la deriva en el mar del futuro.
El salvaje ve las
cosas tales como se le presentan; no raciocina ni sobre sus causas ni sobre sus
consecuencias; así, no se forma ideas nuevas; hace lo que ha visto hacer;
imita, no inventa. La actividad de la reflexión se haya en él en razón inversa
de la actividad de la percepción.
Ibíd., pp. 32-3
El hombre del futuro
tendrá el poder de percepción del antiguo salvaje y a la vez el poder de
reflexión del pensador moderno.
La teoría del
progreso continuo admitida sin restricción, es casi tan insostenible como la
decadencia continua, y frecuentemente el progreso de ciertos tipos determina la
degradación de otros. Tal es el caso en que una raza superior empuja a una raza
inferior a localidades desfavorables, lo que motiva que ésta retroceda
visiblemente en el camino de su progreso.
Ibíd., p. 38
Según intuyo, la
teoría del progreso continuo es verdadera, porque me late que en el futuro las
razas no necesitarán empujarse unas a otras, y entonces evolucionarán
coordinada y ascendentemente todos los individuos en su conjunto. Y cuando hablo
de individuos no me refiero exclusivamente a los hombres, sino también a todas
las demás especies.
Si el miedo a los
vivos es el origen de la autoridad política, el miedo a los muertos es la raíz
de la autoridad religiosa.
Ibíd., p. 91
Pero todo miedo
indica que algo no está bien. Luego, las autoridades políticas y religiosas no
están bien.
El curso futuro de la
evolución suprimirá el adulterio.
Ibíd., p. 182
Porque el curso
futuro de la evolución es el Amor, y quien ama a su complemento no se aburre de
acostarse con él.