¿Ha muerto la filosofía? Algunos dicen que sí; otros
dicen que está moribunda; los menos, afirman que goza de buena salud. Entre los
que la perciben agonizante, estoy yo, y está también el nonagenario Mario
Bunge, quien se tomó el trabajo --por si de verdad la filosofía termina
muriendo-- de realizarle una autopsia prematura[1],
detectando con ella los diez cánceres que hoy día la mantienen postrada y
anhelante. Veámoslos uno por uno:
El primero de los males es la profesionalización
excesiva. Antes, el filosofar era cosa de aficionados, de amantes de la
sabiduría. Desde hace un par de siglos, la filosofía es una profesión como
cualquier otra. Además, hoy hay tantos puestos de profesor de filosofía que,
inevitablemente, muchos de ellos son ocupados por personas sin vocación. Para
peor, están obligados a publicar para poder conseguir empleo o ascenso.
Con la comunidad científica ocurre otro
tanto: está llena de funcionarios que, en otros tiempos, hubieran sido
competentes artesanos, escribientes o abogados. El resultado inevitable de la
profesionalización de la filosofía y de la ciencia es la pérdida de calidad.
Coincido con este primer diagnóstico: la profesionalización en
filosofía es nefasta. Sócrates ya se lo había advertido a los sofistas, pero
éstos no le hicieron caso y siguieron cobrando dinero por sus lecciones. Los
profesores de filosofía son los nuevos sofistas.
El segundo mal es la confusión entre hacer
filosofía y contar su historia. No hay duda de que el conocimiento del pasado
de su disciplina es más importante para el filósofo que para el químico o el
biólogo, porque muchos problemas filosóficos tienen raíces antiguas y siguen
abiertos.
La historia de la filosofía es una
herramienta para filosofar; pero ocurre demasiado a menudo que el medio se toma
por fin. La consecuencia es que marchamos mirando para atrás. Esta es una
aberración. Al fin y al cabo, los historiadores de la filosofía se ocupan de
filósofos originales, no de historiadores de la filosofía.
También
coincido aquí, aunque esta patología no es ni por asomo tan perniciosa como la
primera.
El tercer mal es la confusión entre profundidad
y oscuridad. Es verdad que es difícil entender un pensamiento profundo; pero
también es verdad que es fácil hacer pasar una perogrullada, o incluso un absurdo,
por un pensamiento profundo. Para esto basta utilizar expresiones confusas o
retorcidas.
Por ejemplo, al escribir que “el
mundo mundea”, que “el tiempo es originariamente la maduración de la
temporalidad” y disparates similares, Martin Heidegger se hizo pasar por un
pensador profundo. De no ser catedrático alemán, la gente lo habría tomado por
loco, cuando no fue sino un charlatán.
Nueva
coincidencia. Los alemanes han sembrado de oscuridades el terreno filosófico y
muchos de nosotros hemos mordido el anzuelo. En esta problemática lista yo
incluiría a Hegel, a Fichte, a Krause, a Kant por momentos, y por supuesto a
Heidegger. ¡Y eso que no nombro a los franceses y a los afrancesados del siglo
XX!
El cuarto mal es la obsesión por el lenguaje,
que aqueja tanto a los filósofos analíticos como a los existencialistas[1].
Por supuesto que el filósofo debe cuidar el lenguaje, pero en esto no se
distingue del matemático, el geólogo, el escritor o el periodista. Además, una
cosa es escribir correctamente y con claridad, y otra tomar el lenguaje como
tema central de la reflexión filosófica y, para peor, sin hacer caso de los
trabajos de los expertos en la materia, o sea, los lingüistas.
.Al filósofo no le interesa saber cómo se usa esta o aquella palabra en tal o cual comunidad lingüística. Sin duda, puede interesarle la idea general de lenguaje, pero solo como una de tantas ideas generales. Si se limita al lenguaje, irrita al lingüista y aburre a todos. El resultado es que no enriquece la lingüística ni la filosofía.
Nueva
coincidencia. Este diagnóstico de Bunge se va tornando brillante.
El quinto mal es el subjetivismo. Este es el
conjunto de doctrinas filosóficas que niegan la realidad objetiva del mundo y
la posibilidad de alcanzar verdades objetivas. Ejemplos modernos de
subjetivismo son la fenomenología o egología (teoría del yo) de Husserl; la
tesis positivista según la cual no hay hechos físicos, sino solo observaciones,
y la tesis relativista conforme a la cual cada grupo social construye sus
propias verdades, sin que haya modo racional de zanjar entre ellas.
El subjetivismo es comodísimo. Si
el mundo es lo que yo imagino, no tengo por qué tomarme el trabajo de
estudiarlo; y, si no hay verdades objetivas, no tenemos por qué esforzarnos por
encontrarlas. El resultado neto es la devaluación de la investigación
científica.
Coincido
palmariamente, pero en este punto parece Bunge un tanto inconsecuente, puesto
que su cruzada por la objetividad de las verdades no llega al terreno de la
ética ni a ningún tipo de valoración. "Si algo es valioso --dice Bunge--,
lo es para una unidad social U, en algún respecto R, en alguna circunstancia C,
y con un conocimiento de fondo K. Nada es valioso a secas ni bueno en sí mismo:
no hay valores y bienes intrínsecos y absolutos" (Ética y ciencia,
apéndice III, 1). No digo que la posición de Bunge en este asunto sea
enteramente contradictoria, pero esta ambivalencia al pasar de un campo al otro
de la especulación filosófica es llamativa. Los engranajes chirrían, el sistema
se resiente.
El sexto de los males que aqueja a la filosofía
es la atención exagerada que presta a problemas ínfimos y a juegos académicos,
tales como las especulaciones sobre mundos posibles. Esta preferencia por lo
menudo justifica el viejo dicho cínico: “La filosofía es aquello con lo cual, y
sin lo cual, el mundo queda tal y cual”.
Mi
coincidencia hasta aquí es total.
El séptimo de los males anotados es el abuso del
formalismo sin sustancia, y su complemento, el abuso de lo sustancioso informe.
Quienes cometen el primer pecado suelen ser lógicos que creen que la lógica
formal no solo es necesaria sino que basta para filosofar. En el segundo pecado
caen quienes no advierten que el tratamiento preciso de problemas profundos exige
el uso de algunas herramientas formales lógicas o incluso matemáticas. [...]
Correcto,
correctísimo y muy actual. Y tengo que decir, nobleza obliga, que yo he caído
con bastante frecuencia en el segundo pecado que Bunge describe.
El octavo mal es el desdén por la construcción
de sistemas filosóficos, so pretexto de que todos los sistemas anteriores,
tales como los de Leibniz y Hegel, han fracasado. Esto es como renegar de la
física porque cada una de las teorías físicas ha resultado defectuosa. Lo malo no
es el esfuerzo de sistematización en sí, sino tal o cual resultado.
Necesitamos sistematizar nuestras
ideas porque las ideas aisladas son apenas inteligibles, y porque el propio
mundo es un sistema antes que un agregado de objetos desconectados. Una idea
cualquiera “arrastra” o “atrae” a otras ideas, así como todo cuerpo atrae a
otros cuerpos. Por ejemplo, la idea de negación es incomprensible sin las ideas
de proposición y de afirmación.
A partir de Einstein, la idea de
tiempo es incomprensible sin relación con las ideas de acontecimiento, materia
y espacio. Por estos motivos, necesitamos sistemas conceptuales, o sea,
teorías, y debemos construir puentes entre estas. La filosofía no escapa a la
necesidad de sistematizar.
¡Bien!
¡Por este puntual diagnóstico merece Bunge que lo aplauda hasta que me ardan
las manos! El desdén por el sistema se hizo fuerte a partir de Nietzsche y ha
sido una fuente inagotable de desdichas para la filosofía y para sus cultores,
porque un pensador filosófico sin ansias de sistema se asemeja a un futbolista
que no desea participar en el equipo seleccionado de su país, o a un físico
teórico que no sueña con encontrar ecuaciones unificadoras. Quienes reniegan de
la sistematización en filosofía lo hacen, consciente o inconscientemente, más
que por convicción, por impotencia.
El noveno mal es el desinterés por la ciencia y
la técnica. Este desinterés lleva a formular especulaciones escandalosamente
anacrónicas. [...]
También coincido, aunque si este desinterés se torna interés excesivo,
comienza una nueva patología.
Por último , la mayoría de los filósofos vive en
la torre de marfil, sin interesarse por los problemas sociales. Por ejemplo, la
mayoría de los éticos se desinteresa de los problemas morales que a todos nos
plantean la tiranía y la guerra, la pobreza y el deterioro ambiental. Por
consiguiente, sus análisis son de interés puramente académico.
Se cierra el diagnóstico con diez totales
coincidencias entre el autor del ensayo y éste que lo glosa --aunque según mi
opinión, los pensadores éticos cometen otro error mucho más imperdonable que el
de desinteresarse de los problemas morales concretos de la sociedad en que
habitan, y es el de no tener mayor interés en convertirse ellos mismos en
mejores personas, antes que en mejores eticistas.
Es Bunge un pensador polémico, y por su estilo frontal y desinhibido se ha granjeado la animadversión de un buen número de gente. Ser polémico y agresivo es peligroso, porque si se yerra el tiro puede venir la respuesta certera y clavarse justo entre los ojos del agresor. Es peligroso si se yerra el tiro, pero Bunge ha tirado diez veces y las diez veces acertó. Algunos pensarán que ha errado, y que por ello ha quedado en ridículo y ha perdido prestigio académico. Para mí es al revés: ahora, gracias a este pequeño artículo, lo aprecio mucho más que por cualesquiera de sus otras contribuciones al quehacer filosófico.
Es Bunge un pensador polémico, y por su estilo frontal y desinhibido se ha granjeado la animadversión de un buen número de gente. Ser polémico y agresivo es peligroso, porque si se yerra el tiro puede venir la respuesta certera y clavarse justo entre los ojos del agresor. Es peligroso si se yerra el tiro, pero Bunge ha tirado diez veces y las diez veces acertó. Algunos pensarán que ha errado, y que por ello ha quedado en ridículo y ha perdido prestigio académico. Para mí es al revés: ahora, gracias a este pequeño artículo, lo aprecio mucho más que por cualesquiera de sus otras contribuciones al quehacer filosófico.
Cierro con las palabras finales de Bunge:
En resolución,
la filosofía de nuestro tiempo está aquejada de diez males. Cualquiera de ellos
hubiera bastado por sí solo para postrarla; los diez morbos juntos la han
puesto gravemente enferma; pero enfermedad no es lo mismo que muerte. Más aún,
el diagnóstico acertado de una enfermedad precede al tratamiento eficaz, y por
ello puede ser la primera fase de la recuperación.
La filosofía no morirá mientras
queden personas curiosas por problemas generales cuya solución no tenga otra
utilidad que la de ayudarnos a comprender la realidad, en particular al ser
humano. El que no todos estos individuos sean catedráticos de filosofía, poco
importará a la larga. Tampoco Descartes fue catedrático y, sin embargo, fue el
padre de la filosofía moderna. Lo que realmente importa para la salud de la
filosofía es mantener viva la curiosidad por las ideas generales. Como reza el
dicho popular, “no está muerto quien pelea”.
[1]
"Autopsia prematura de la filosofía" es el nombre de este ensayo de
Bunge del cual extraeré algunos párrafos. Figura en su libro Elogio de la curiosidad, pp. 210 a 217.
Muy bueno, gracias.
ResponderEliminargracias a ti por leer esta entrada
Eliminaryeahh
ResponderEliminarFaltó el onceavo. La aceptación acrítica. Es más que sorprendente que el dueño de este blog acepte, sin más, todo lo que diga un filósofo godo nonagenario como Bunge.
ResponderEliminares acaso que los viejos no pueden acertar? Yo creo que lo que aciertan mucho más que lo que aciertan los jóvenes.
EliminarÓscar, lo que das es un ad-hominem sin sustento que valo lo mismo que el que yo afirme que tu opinión no vale para nada porque eres un blogger. Bunge, habla ampliamente del pensamiento crítico (desde luego eso no lo salva de algunos desaciertos en más de una entrevista, pero este artículo en específico, ha quedado hasta donde podemos ver, impecable).
Eliminary no es verdad y yo acepte acríticamente todo postulado de Bunge. En más de una ocasión he criticado su exacerbado cientificismo y sus cortas miras en relación al tema de la ética.
EliminarSi todos pudiésemos rescatar el entendimiento humano, no habría todo este problema, tomando en cuenta al intelecto y su método de abstracción!!!!
ResponderEliminarmuy polémico y con una realidad tajante, ¡tristemente he sido encaminado por mal camino! este artículo me ha ayudado a recapacitar y entender mejor... ¡muy bueno!
ResponderEliminarmuchas gracias!
EliminarGracias por este enciso. Hace tanto tiempo buscaba un diagnostico tan acertado sobre el por qué la filosofía había declinado su linea de producción útil, pareciendo surgir solo tesis muertas y estériles que nada llenan el espíritu moderno.
ResponderEliminarsí, a mí también me ha parecido un diagnóstico bastante acertado y por eso lo publico. Esta situación podrá revertirse, pero demandará un gran esfuerzo y unos cuantos siglos, me parece.
EliminarOye Óscar, y de pura casualidad no tendrás el pdf del ensayo de Bunge?
ResponderEliminarUn filósofo no se hace especulando sobre etiquetas sociales, eso me suena a pura vanidad
ResponderEliminarBunge es un idiota.
ResponderEliminarse lo transmitiré si es que me lo cruzo.
EliminarQue opinas de este Bunge? http://soydondenopienso.wordpress.com/2006/11/16/mario-bunge-un-charlatan-mas-en-el-reino-de-los-charlatanes/.
ResponderEliminaruna persona que llegó adonde llegó Mario Bunge, y que escribió todo lo que escribió, no creo que pueda ser catalogada como un mero charlatán.
EliminarQuizá el mundo de las especulaciones es extremadamente seductor, vivir en el cuando las necesidades más que básicas han sido satisfechas por cualquier clase de sistema es muy cómodo. Lo que digo es una manera de parafrasear el calificado como "por último" en el ensayo. Especular-filosofar desde la comodidad, es relativamente fácil, vayamos más allá de la secuencia lógica seguida por un constructo, incluso más allá de una llana reducción al absurdo. Vayamos a la inseguridad dictada por un ambiente de incertidumbre, y no solo el dictado por la teoría cuántica, me refiero a filosofar "in situ", donde respirar, la sed y el hambre son prioridades. ¿que ocurriría con los constructos? Pasemos por esta prueba.
ResponderEliminarMe parecen muy acertadas las afirmaciones de Bunge, muchas veces aceptamos varias arbitrariedades con la Filosofía desde la Academia, creo pertinente la idea de justo medio,aplicada a nosotros los que estudiamos y somos profesores de filosofía, me molestó escuchar hace un par de meses la conclusión de un curso: ¿Qué es la Filosofía? La disciplina que le prepara el terreno a la ciencia, caramba...no es sólo eso, tampoco debería estar en agonía, el problema se encuentra en la cómoda torre de marfil: el exceso académico, la sublimación subjetivista y la comodidad del relativismo han provocado la negación de esta hermosa tarea: la reflexión filosófica. Regresamos a la pregunta kantiana: ¿Qué es enseñable...la Filosofía ó el filosofar?
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