Volví a ver el mes pasado al "Puma"
Miyazono. Estuvo en el Japón, metido en un
monasterio budista durante más de dos años, regresando a Buenos Aires por causa
--o con la excusa-- del fallecimiento de su padre[1]. Pero ¿qué aprendió en ese sacro retiro? Viéndolo
comer los sánguches de miga que Ángel Russo, nuestro anfitrión, nos prodigaba,
concluyo con liviana rapidez que no aprendió gran cosa, pues yo, un humilde
laico, perdía tiempo y paciencia retirando prolijamente las fetas de jamón
adheridas como con pegamento a los delgados panes mientras que Joaquín devoraba
como si nada los restos de lo que alguna vez supo ser un honorable porcino. Me
intrigó su conducta y entonces le comenté algo así: "Yo tenía entendido
que los budistas eran vegetarianos..." Lo somos --me replicó--. Pero si
alguien nos ofrece un plato de comida que incluye restos de animales, no lo
despreciamos por respeto al ofrendador". O sea que yo, lejos de ser lógico
y consecuente con mis convicciones, soy un irrespetuoso. ¿Y al chancho? ¿Al
chancho quien lo respeta? No me atreví a retrucarle lo siguiente, pero lo pensé
para mis adentros: "¿Y si te ofreciesen un canapé untado con excremento,
lo comerías igual por puro respeto?" "No --concluiría el aprendiz de
monje--, porque ahí sería el ofrendador quien me estaría faltando el respeto a
mí". Pues a mí ya me lo falta rebanando a un pobre animal y pretendiendo que
lo devore; eso es más irrespetuoso que la mierda. Pero mi amigo el Puma,
conocedor de la psicología humana, arremetería con un argumento poco
convincente: "El ofrendador no sabe que al ponerte un animal muerto sobre
la mesa te ofende; distinto es el caso de quien te unta una galleta con caca y
pretende que te la comas". "¿O sería que todo es cuestión de
intenciones? Si así fuera, podría estar el jamón bien podrido y tú deberías
comértelo si es que tu ofrendador no lo ha notado". "En ese caso
--diría el Puma--, lo apartaría de mi boca y se lo haría saber".
"Pues bien --remataría yo--, eso es lo que hago cuando le saco, a la vista
de todos, la feta de jamón al sánguche: le doy a entender que el alimento que
me prodiga está podrido, espiritualmente podrido, por más que sea tan fresco
que el grito del chancho aún retumbe en el ambiente". Pero en esas alturas
del debate ya me lo imagino al ponja mirándome con gesto compasivo y pensando
para sí: "Demasiada lógica puede destruirte". ¡Que me destruya, que
me destruya!... Yo de nada me ofendo, pero mi tarea en este mundo es ofender.
Quien escupe al cielo le cae en la cara. ¿Le cae qué? Su escupitajo, claro
está, pero mientras los líderes espirituales continúen imitando a Miyazono, los
escupidores seguirán pensando que lo que impactó en su rostro es agua bendita[2].
[1] (Nota añadida el 12/2/11.) Joaquín Miyazono es hoy día un reputado
monje budista que se hace llamar Senpo Oshiro.
[2] (Nota añadida el
11/5/9.) Cuenta la tradición que el Buda, invitado por el herrero Chunda (o
Cunda) a comer unos pasteles de arroz y carne de cerdo, aceptó el convite, pese
a sus convicciones vegetarianas, para que no se sintiese despreciado. El Puma
seguramente se aferró a este famoso pasaje a la hora de masticar el jamón. Pero
cuidado, porque también cuenta la tradición que el Buda, luego de aquella
ingesta, pereció intoxicado. Yo no quiero que me intoxiquen; el Puma Miyazono,
no sé. Y además ¿no fue el Buda quien aconsejó a sus discípulos seguir sus
propias luces (“sed lámparas
para vosotros mismos, sed vuestro propio
refugio”) en lugar de obedecer ciegamente a la palabra escrita?
Hola. De dónde lo conocés a Joaquín? Del Krause? Fui compañero de él...
ResponderEliminardel Krause precisamente. También fui su compañero. ¿Quién sos, Jorgito el metalero?
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