Hace un par de años, desde la entrada
del día 7/6/11, sugerí que el elemento común de todo hecho religioso era el
sometimiento, la sumisión a una entidad o a una fuerza, real o imaginaria,
mucho más poderosa que la nuestra. Pues bien; parece ser que la postura del
aspirante a filósofo, del buscador de verdades, presenta similares
características. Al menos eso es lo que postula Luis Farré:
La actitud religiosa [...] es semejante a la
filosófica, pues en ésta también, una vez el individuo quede perfilado
singularmente, experimenta intelectual, y casi siempre emocionalmente, la
presencia de algo que no se le somete, sino que antes bien, parece exigirle
acatamiento (Luis Farré, Filosofía de la
religión, p. 77).
La única gran diferencia que distingue a la postura
religiosa de la filosófica consiste en que para el aspirante a filósofo, la
sumisión no se verifica ni ante una entidad personal (o varias, en el caso del
politeísmo) ni ante una fuerza impersonal, sino ante el poder infinito e inmarcesible
de las ideas. No sometemos a las ideas, las ideas nos someten a nosotros. Y
cuanto más encumbradas y metafísicas, mayor será el poder hipnótico que
ejercerán sobre nuestro raciocinio. Y al aspirante a filósofo jamás le será
dado domar estas ideas para que tiren de su yugo, ni podrá tampoco sacarlas de
paseo, sino que las montará a pelo, así como se le presentan, y procurará durar
encima de ellas lo más que pueda, disfrutando del zamarreo como se disfruta de
las buenas aventuras y esperando el inexorable golpazo de la caída, el cual no
obstará para que próximamente, una vez repuesto y con los huesos afianzados,
repita obstinado la peligrosa, sublime y entretenida experiencia.
Siempre en un hombre espiritual habrá poder infinito, porque el hombre que se encuentra en este punto se encuentra en la punta de la pirámide o sea en la cuarta dimensión.
ResponderEliminarsi tú lo dices.
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