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jueves, 9 de enero de 2014

El estoico Epicteto y el banquete de la vida

Cada tanto vienen hacia mí estas palabras de mi maestro Epicteto:
 
Recuerda que en la vida debes comportarte como en un banquete. ¿Te ofrecen algo? Extiende tu mano y toma tu parte con moderación. ¿Ha pasado de largo? No lo detengas. ¿Aun no ha sido ofrecido? No extiendas tu deseo hacia ello; espera que llegue a ti. Haz esto en relación con hijos, esposa, cargos públicos, riquezas, y llegarás a ser un digno participante del banquete de los dioses (Enquiridión, 15).
 
Y me siento aliviado. Porque lo que de burgués tengo en estos momentos --y es mucho, demasiado--, no lo tengo por haber dirigido mi deseo hacia ello, sino porque se me ha ofrecido en bandeja, y yo solo tuve que extender mi mano.
Ahora continúo la cita en donde la dejé:
 
Pero si ni siquiera tomas las cosas que otros ponen ante ti y puedes rechazarlas, no sólo serás un participante del banquete de los dioses sino también de su Imperio. Porque precisamente por hacer esto es que Diógenes y Heráclito fueron, con justicia, llamados divinos.
 

Y ahora me siento asfixiado. Porque yo alguna vez supuse --¡iluso, iluso y soberbio!-- que podría llegar a esas alturas, que podría rechazar el lujo, el boato, el acopio de objetos innecesarios que, aun sin buscarlos, se me ofreciesen tentadoramente. Que podría, en fin, participar del Imperio de los dioses. No pudo ser. Habrá que conformarse con estar sentado a su mesa y cuidar la silla a como dé lugar.

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