Las mónadas actúan unas sobre otras a las más lejanas distancias y este es el fundamento de toda la
simpatía y antipatía que ocurre entre las criaturas.
Anne Conway, Principios
de la más antigua y moderna filosofía
Si
el pampsiquismo de Cudworth y de More es controvertido, el de Anne Conway no
deja lugar a dudas. Casi ignorada durante siglos por la filosofía académica,
Conway aparece ahora como una de las intelectuales más originales de su época.
Discípula y amiga de More, su pensamiento se diferenció del de los platónicos
de Cambridge en algunos puntos interesantes. Para ella —nos dice Margaret
Alic—, la naturaleza era una entidad viviente “constituida por mónadas
individuales dotadas de fuerza vital e integradas por el Orden Cósmico. Materia
y espíritu eran intercambiables” (El
legado de Hipatia, p. 20). Tomó de Bruno y de los antiguos –especialmente
del neoplatonismo-- el concepto de mónada y lo incorporó a su sistema, lo que
la convirtió en la precursora de la monadología leibniziana. A su vez, “la
insistencia de Conway en que la materia podía ser transformada monádicamente
en formas más elevadas abrió el camino al desarrollo de las teorías
evolucionistas modernas” (ibíd., p. 21). Murió joven y
no publicó en vida sus ideas, pero su médico personal y amigo íntimo, el
inefable Franciscus Mercurius van Helmont, lo hizo por ella en 1690, y fue
gracias a Van Helmont que le llegaron a Leibniz noticias de esta singular mujer[1].
Fiel a su época, no reniega de
Descartes, pero lo subsume dentro de una propuesta integradora:
Ser cuerpo no es un
atributo real de las cosas, distinto del espíritu; es sólo la inevitable
exteriorización funcional y fenoménica de la actividad del espíritu; no hay,
pues, en el mundo dos clases de sustancias reales e inconmensurables, la «res
extensa» y la «res cogitans»; todo cuerpo es un espíritu sentiente en un
determinado grado de espiritualización/condensación. [...] El resultado es una
concepción energetista y animista del mundo, que pretende salvar la herencia de
la tradición neoplatónica y, a la vez, superar los errores de la «secta
maquinal» de los cartesianos (Bernardino Orio de Miguel,
“Lady Conway. Entre los platónicos de Cambridge y Leibniz”, artículo disponible
en internet).
Conway —comenta otra de sus
exégetas y admiradoras—
asiste al surgimiento de la nueva ciencia y la popularidad de la
explicación mecanicista, la explicación de todos los eventos a través del
movimiento y el impacto, pero ella desea reconciliar mecanicismo y platonismo
[...]. Anne buscó un principio que pudiera dar cuenta de lo espiritual y lo
material en una unidad explicativa de un Universo entendible más como un todo
orgánico y vital que como un mecanismo de relojería compuesto de piezas inertes
de materia. Este principio (unidad) puede considerarse el antecedente claro de
las mónadas de Leibniz, quien habría conocido la obra de la condesa The
Principles of the most Ancient and Modern Philosophy, a través de Van
Helmont, quien presta su nombre para la edición de la obra tras la muerte de
Anne.
[...]
Los cuerpos no solo tienen cantidad y figura, como son definidos por el
esquema mecanicista, sino que además, tienen vida. Y los cuerpos no son solo
movibles localmente o mecánicamente, sino que transmiten y reciben acción
vital. (Inmaculada Perdomo Reyes, “Lady
Anne Conway, filósofa natural”, artículo publicado en internet el 28/2/14).
Y así parece que Leibniz, luego de
anoticiarse de los postulados de Conway, fortaleció sus ideas pampsiquistas:
Mi
posición filosófica es muy cercana a la de la última condesa de Conway, y
mantengo una posición intermedia entre Platón y Demócrito, porque mantengo que
todas las cosas tienen lugar mecánicamente como mantienen Demócrito y Descartes
y en contra de la visión de H. More y sus seguidores, y mantengo al mismo
tiempo, sin embargo, que todo tiene lugar de acuerdo con un principio vital y
de acuerdo a causas finales, que todas las cosas están llenas de vida y
conciencia, de forma contraria a la visión de los atomistas (Leibniz, citado
por Carolyn Merchant en “The Vitalism of Anne Conway: Its
Impact on Leibniz's Concept of the Monad”, artículo publicado por el Journal of
the History of Philosophy, volumen 17,
número 3, julio de 1979, p. 258, disponible en internet).
Revolucionaria
hipótesis: las causas eficientes y las causas finales conviven
armoniosamente, no se repelen. El problema está en saber si la materia, y
nosotros los humanos en tanto que materia, nos movemos debido a causas
eficientes o a causas finales o debido a los dos tipos de causas. Conway era
interaccionista, creía que el espíritu es capaz de mover a la materia, pero yo
adhiero al paralelismo psicofísico y por lo tanto no me está permitida esta
hipótesis. Entonces la duda se me centra en el deseo. ¿Los deseos no mueven
nada? ¿Son solo sensaciones impotentes? Tengo que ponerme a pensar seriamente
en esta cuestión, que presenta varios puntos oscuros.
[1] Como dato de
color podemos decir que Van Helmont “estaba con
ella cuando murió y dispuso que se embalsamara su cuerpo a la espera del regreso de su marido
desde Irlanda. Su cuerpo flotaba en etanol dentro de un ataúd con la tapa de cristal
situado en la biblioteca” (Roger Clarke,
La historia de los fantasmas,
500 años buscando pruebas, capítulo intitulado “Una especie de
América”.)
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