“El reposo —dice Leibniz— no es sino
un movimiento infinitamente pequeño”. Siguiendo en esto a Thomas Hobbes y anticipándose a
la física de partículas moderna, asegura que cualquier compuesto material que a
simple vista parezca detenido, en realidad posee un conatus inherente: aunque no lo percibamos, se mueve. La diferencia
con los físicos actuales estriba en que estos suponen que tales partículas se
mueven por causa de empujes externos, por fuerzas atractivas o repulsivas,
mientras que Leibniz afirma que el conatus
es un principio interno propio de cada partícula, que se mueve —al menos en
ciertas ocasiones— por propio impulso, porque así lo desea[1].
La materia tiene apetitos y también percepción[2].
La filosofía de Leibniz es tan
pampsiquista, tan organicista, que un estudioso de su obra llegó a decir que Leibniz
“es la culminación más perfecta del pensamiento teosófico cosmológico de todos
los tiempos, y sorprende cómo no se ha valorado esta dimensión en su debida
importancia” (Sergio Rodero, "G. W.
Leibniz: de la biología a la metafísica", artículo disponible en internet).
El problema con Godofredo es que su verdadero pensamiento no está tanto en sus
obras editadas en vida sino en sus cartas y manuscritos privados, y entonces es
menester estudiarlo mucho y muy a fondo para descubrir, sin dobleces, la
esencia de su sistema, porque solía escribir y editar no para esclarecer y
esclarecerse sino para congraciarse con sus protectores, y ese tremendo pecado
intelectual solo es disculpable en la medida en que podamos desmalezar el
terreno y encontrar el grano comestible, que por cierto está presente y es
multivitamínico[3].
[1] “¿Podemos acaso dar del alma otra definición
que el movimiento capaz de moverse a sí mismo?” (Platón, Las leyes, cap. X).
[2] Lo de la percepción es
confuso. Leibniz afirmaba que la piedra percibe, pero que no es consciente de
sus percepciones; pero ¿cómo se puede percibir algo sin ser consciente de que
se lo percibe? La percepción implica conciencia de lo percibido; si no, no es
nada. Por eso para mí las piedras, o mejor dicho las moléculas que las
componen, desean y en ocasiones
actúan por propio impulso, pero nada perciben más allá de sus propios deseos y
de los dolores y placeres que estos les provocan.
[3] Respecto del citado Thomas Hobbes, pensador
que algunos estudiosos tildan de más o menos hilozoísta, a mí no me parece que
haya que incluirlo en el grupo, pues alguien que afirma, en su obra capital,
que adscribir apetencias a las cosas inanimadas es absurdo (cf. Leviatán, parte I, cap. II, primer
párrafo), no tiene ningún interés en pasar a la posteridad levantando ese tipo
de banderas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario