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lunes, 26 de marzo de 2018

El pampsiquismo de Leibniz


“El reposo —dice Leibniz— no es sino un movimiento infinitamente pequeño”. Siguiendo en esto a Thomas Hobbes y anticipándose a la física de partículas moderna, asegura que cualquier compuesto material que a simple vista parezca detenido, en realidad posee un conatus inherente: aunque no lo percibamos, se mueve. La diferencia con los físicos actuales estriba en que estos suponen que tales partículas se mueven por causa de empujes externos, por fuerzas atractivas o repulsivas, mientras que Leibniz afirma que el conatus es un principio interno propio de cada partícula, que se mueve —al menos en ciertas ocasiones— por propio impulso, porque así lo desea[1]. La materia tiene apetitos y también percepción[2].
La filosofía de Leibniz es tan pampsiquista, tan organicista, que un estudioso de su obra llegó a decir que Leibniz “es la culminación más perfecta del pensamiento teosófico cosmológico de todos los tiempos, y sorprende cómo no se ha valorado esta dimensión en su debida importancia” (Sergio Rodero,  "G. W. Leibniz: de la biología a la metafísica", artículo disponible en internet). El problema con Godofredo es que su verdadero pensamiento no está tanto en sus obras editadas en vida sino en sus cartas y manuscritos privados, y entonces es menester estudiarlo mucho y muy a fondo para descubrir, sin dobleces, la esencia de su sistema, porque solía escribir y editar no para esclarecer y esclarecerse sino para congraciarse con sus protectores, y ese tremendo pecado intelectual solo es disculpable en la medida en que podamos desmalezar el terreno y encontrar el grano comestible, que por cierto está presente y es multivitamínico[3].


[1] “¿Podemos acaso dar del alma otra definición que el movimiento capaz de moverse a sí mismo?” (Platón, Las leyes, cap. X).
[2] Lo de la percepción es confuso. Leibniz afirmaba que la piedra percibe, pero que no es consciente de sus percepciones; pero ¿cómo se puede percibir algo sin ser consciente de que se lo percibe? La percepción implica conciencia de lo percibido; si no, no es nada. Por eso para mí las piedras, o mejor dicho las moléculas que las componen, desean y en ocasiones actúan por propio impulso, pero nada perciben más allá de sus propios deseos y de los dolores y placeres que estos les provocan.
[3] Respecto del citado Thomas Hobbes, pensador que algunos estudiosos tildan de más o menos hilozoísta, a mí no me parece que haya que incluirlo en el grupo, pues alguien que afirma, en su obra capital, que adscribir apetencias a las cosas inanimadas es absurdo (cf. Leviatán, parte I, cap. II, primer párrafo), no tiene ningún interés en pasar a la posteridad levantando ese tipo de banderas.

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