El secreto de la buena literatura,
tanto para Pessoa como para Kafka, radica en la no interrupción y en la
seguidilla. Ambos se enorgullecían de haber escrito lo que consideraban uno de
sus más grandes trabajos “al hilo” —como dice Pessoa—, “de un tirón” —como dice
Kafka—. Ya cité hace poco la carta de Pessoa en donde hace referencia a la
creación de El guardador de rebaños;
aquí resumo lo que ahora más me interesa:
Un día [...] —fue el 8 de Marzo de 1914— me acerqué a una cómoda alta y,
tomando un papel, comencé a escribir, de pie, como escribo siempre que puedo. Y
escribí treinta y tantos poemas al hilo, en una especie de éxtasis cuya
naturaleza no conseguiré definir. Fue el día triunfal de mi vida, y nunca podré
tener otro así.
Por su parte, Franz Kafka escribió en su diario,
entrada del 23/9/1912, que
esta historia, “La condena”, la he escrito de un tirón, durante la noche
del 22 al 23, entre las diez de la noche y las seis de la mañana. Casi no podía
sacar de debajo del escritorio mis piernas, que se me habían quedado dormidas
de estar tanto tiempo sentado. La terrible tensión y la alegría a medida que la
historia iba desarrollándose delante de mí, a medida que me iba abriendo paso
por sus aguas. Varias veces durante la noche he soportado mi propio peso sobre
mis espaldas. Cómo puede uno atreverse a todo, cómo está preparado para todas,
las más extrañas ocurrencias, un gran fuego en el que mueren y resucitan. Cómo
empezó a azulear delante de la ventana. Pasó un carro. Dos hombres cruzaron el
puente. La última vez que miré el reloj eran las dos. En el momento en que la
criada atravesó por primera vez la entrada escribí la última frase. Apagar la
lámpara, claridad del día. Ligeros dolores cardíacos. El cansancio que aparece
a la mitad de la noche. Mi tembloroso entrar en el cuarto de mis hermanas.
Lectura. Antes, desperezarme delante de la criada y decir: “He estado
escribiendo hasta ahora”. El aspecto de la cama sin tocar, como si la hubiesen
traído en ese momento. [...] Solo así se puede escribir,
solo con esa cohesión, con esa apertura total de cuerpo y alma.
Tal
vez esta receta de la no interrupción sea exitosa en los literatos que —como se
dice vulgarmente— dependen más de la inspiración que de la transpiración. A mí,
que no me considero un literato inspirado, que ni siquiera me considero un
literato, no me molesta demasiado que me interrumpan, puedo retomar el mismo
texto sin ningún problema una y otra vez. Si me dan a elegir, prefiero por
supuesto la no interrupción, pero no me es excesivamente imprescindible. Eso
sí: mientras escribo necesito silencio. Interrúmpanme vuestras mercedes cuando
lo deseen, pero luego de interrumpirme ¡retírense a paso de murga y muy
callados!
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