¡Es asombrosamente parecido a mí, no sólo en su nariz, sino en sus rasgos fisonómicos todos!
La coincidencia, por supuesto, se restringe únicamente al ámbito facial; ni por asomo encuentro algún parecido temperamental, caracterológico o espiritual que nos una más allá de la superficie de nuestras caras. Esta situación dio pie para la elaboración de un pequeño poema que titulé Metempsicosis incompleta y que aquí presento para solaz y esparcimiento de aquella gente que me quiere bien:
Cyrano era el dueño de un naso monstruoso
que fuera el causante de enojos y duelos
al tiempo que hacía escapar sus anhelos
de amar a Roxane y ser hombre dichoso.
Filósofo, poeta, guerrero y amante;
virtuoso al extremo… pero narigudo.
Tan sólo por ese defecto no pudo
vivir la alegría del amor galante.
¿Qué quedará entonces para este que escribe,
que sin ser guerrero, filósofo o poeta,
ostenta una larga y soez narigueta
que cientos de burlas por día recibe?
¡Dame tu valor, Cyrano, tus pasiones!
Me diste tu naso y no te lo agradezco.
Vi un retrato tuyo y a ti me parezco
no en el heroísmo, sino en las facciones.
Cornelio Cornejín
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