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sábado, 13 de febrero de 2010

El nuevo Cyrano

Quien me conoce personalmente habrá notado, al observar la producción fotográfica publicada en las anteriores entradas, que lo único que permanecía incólume ante mi apabullante delgadez era mi apéndice nasal. Y aquí entra en escena la figura de aquel inefable personaje novelesco que sin embargo existió: Cyrano de Bergerac. He aquí un retrato de Cyrano:



¡Es asombrosamente parecido a mí, no sólo en su nariz, sino en sus rasgos fisonómicos todos!
La coincidencia, por supuesto, se restringe únicamente al ámbito facial; ni por asomo encuentro algún parecido temperamental, caracterológico o espiritual que nos una más allá de la superficie de nuestras caras. Esta situación dio pie para la elaboración de un pequeño poema que titulé Metempsicosis incompleta y que aquí presento para solaz y esparcimiento de aquella gente que me quiere bien:

Cyrano era el dueño de un naso monstruoso
que fuera el causante de enojos y duelos
al tiempo que hacía escapar sus anhelos
de amar a Roxane y ser hombre dichoso.

Filósofo, poeta, guerrero y amante;
virtuoso al extremo… pero narigudo.
Tan sólo por ese defecto no pudo
vivir la alegría del amor galante.

¿Qué quedará entonces para este que escribe,
que sin ser guerrero, filósofo o poeta,
ostenta una larga y soez narigueta
que cientos de burlas por día recibe?

¡Dame tu valor, Cyrano, tus pasiones!
Me diste tu naso y no te lo agradezco.
Vi un retrato tuyo y a ti me parezco
no en el heroísmo, sino en las facciones.
Cornelio Cornejín

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