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viernes, 28 de mayo de 2010

Las causas del antisemitismo (3ª parte)

Henry Ford terminaría retractándose, en una carta pública fechada el 30/6/1927, de lo escrito en esos artículos y pidiendo perdón a la comunidad judía, pero este gesto, en palabras de Julio Meinvielle, no hace más que corroborar la idea central que Ford reivindicaba:

Ni se diga que Henry Ford ha desmentido su poderoso libro, porque un libro como el suyo, no se desmiente con una simple carta redactada bajo la presión de toda la judería internacional en contra de su industria. Al contrario, esta victoria de la judería en contra de una potencia como Ford, es la mejor demostración del poder fantástico de los judíos, amos de las riquezas del mundo (El judío, p. 120).

Ubiquémonos en 1936, en pleno auge del Tercer Reich. En ese año, al "cristiano" Julio Meinvielle se le antojó --para mejor honra y gracia de Dios, según habrá imaginado-- publicar párrafos como este:

La dominación de este pueblo, aquí y en todas partes, va cada día siendo más efectiva. Los judíos dominan a nuestros gobiernos como los acreedores a sus deudores. Y esta dominación se hace sentir en la política internacional de los pueblos, en la política interna de los partidos, en la orientación económica de los países; esta dominación se hace sentir en los Ministerios de Instrucción Pública, en los planes de enseñanza, en la formación de los maestros, en la mentalidad de los universitarios; el dominio judío se ejerce sobre la banca y sobre los consorcios financieros; todo el complicado mecanismo del oro, de las divisas, de los pagos, se desenvuelve irremediablemente bajo este poderoso dominio; los judíos dominan las agencias de información mundial, los rotativos, las revistas, los folletos, de suerte que la masa de gente va forjando su mentalidad de acuerdo a moldes Judá Lycos; los judíos dominan en el amplio sector de las diversiones, y así ellos imponen las modas, controlan los lupanares, monopolizan el cine las estaciones de radio, de modo que las costumbres de los cristianos se va modelando de acuerdo a sus imposiciones (pp. 10-11).

Pero se corresponda o no con la realidad, Meinvielle no se limitaba a la descripción de una determinada situación sociopolítica: también se jactaba, como ya veremos, de conocer el único remedio capaz de solucionar de plano el problema que los judíos presentaban al mundo. Era el mismo remedio que luego pusiera en práctica Hitler con magrísimos resultados si nos atenemos al hipercapitalismo --judío o no judío-- que reina en la actualidad; pero lo que a mí me perplejiza no es la ineficacia o putridez del remedio propagandeado, sino la posición desde donde Meinvielle lo propagandeaba. No me extraña que los nazis utilizaran como pretexto a los judíos a la hora de satisfacer sus íntimos impulsos sadomasoquistas, pero ¿qué papel representa en este juego necrofílico un dignatario eclesiástico? No será Meinvielle --personaje desconocido si los hay-- quien saldrá perjudicado por las citas que a continuación transcribiré. La única perjudicada será la Iglesia Católica, no por el hecho de no haberlo silenciado --todos tenemos derecho a expresar nuestras creencias-- sino por el hecho de no haberlo excomulgado después de haber escrito semejante apología del asesinato en masa. Pero bue… ¿Qué le hace una mancha más al tigre?
Meinvielle, argentino de pies a cabeza, antes de preocuparse, como Henry Ford, por el predominio judaico en las finanzas neoyorquinas, se estremecía pensando en la invasión hacia su propia tierra:

¿Donde no domina el judío? Aquí, en nuestro país, ¿qué punto vital hay de nuestra zona donde el judío no se esté beneficiando con lo mejor de nuestra riqueza, al mismo tiempo que está envenenando nuestro pueblo con lo más nefasto de las ideas y diversiones? Buenos Aires, esta gran Babilonia, nos ofrece un ejemplo típico. Cada día es mayor su progreso, cada día es mayor también en ella el poder judaico. Los judíos controlan aquí nuestro dinero, nuestro trigo, nuestro maíz, nuestro lino, nuestras carnes, nuestro pan, nuestra leche, nuestras incipientes industrias, todo cuanto puede reportar utilidad; y, al mismo tiempo, son ellos quienes siembran y fomentan las ideas disolventes contra nuestra Religión, contra nuestra Patria y contra nuestros Hogares; son ellos quienes fomentan el odio entre patrones y obreros cristianos, entre burgueses y proletarios; son ellos los más apasionados agentes del socialismo y comunismo; son ellos los más poderosos capitalistas de cuanto dancing y cabaret infecta la ciudad. Diríase, que todo el dinero que nos arrebatan los judíos de la fertilidad de nuestro suelo y del trabajo de nuestros brazos, será luego invertido en envenenar nuestras inteligencias y corromper nuestros corazones
[1].
Y lo que aquí observamos, se observa también en todo lugar y tiempo. Siempre el judío, llevado por el frenesí de la dominación mundial, arrebata las riquezas de los pueblos y siembra la desolación. Dos mil años lleva en esta tarea la tenacidad de su raza y ahora está a punto de lograr una efectiva dominación universal (pp. 11-2),

dominación que tendría por sustento su bíblica perversidad:

Siempre fue el israelita, y de modo particular el judío, de condiciones naturales perversas, dominado por una gran soberbia y una gran avaricia.
Moisés advierte expresamente a los israelitas (Deuteronomio, IX, 6): «Sabe pues que no por tus justicias que ha dado el Señor Dios tuyo esta excelente tierra en posesión, pues es un pueblo de cerviz muy dura» (p. 27).

El Judaísmo es un enemigo declarado y activo de todos los pueblos, en general, y de modo especial de los pueblos cristianos. Desempeña el papel de Ismael, que perseguía a Isaac; de Esaú, que buscaba matar a Jacob; de Caín, que dio muerte a Abel. San Pablo, en su I Carta a los Tesalonicenses, dice que «los judíos son enemigos de todos los pueblos». Observemos que todo esto es tremendo e importantísimo. Son enemigos teológicos. Es decir, no es una enemistad local, o de sangre, o de intereses. Es una enemistad dispuesta por Dios. Los judíos, si son judíos, es decir, si no se han convertido sinceramente al cristianismo,aunque no quieran, buscarán con mentiras hacer daño, perder y corromper a los cristianos, apoderarse de sus bienes y sujetar los como abriles esclavos. Desempeñan en ello una función teológica como la que desempeña el diablo, de quien son hijos (pp. 39-40).

No os fiéis del judío, porque ejerce la enemistad disimulando que os beneficia. [...] El judío hace daño sin mostrar la mano. [...] Así la acción judaica sobre el mundo se realiza en la sombra de los concilios secretos, y los personajes que parecen regir los pueblos, no son más que títeres manejados por estos hijos de la iniquidad (p. 41).

Examinemos ahora el particular maniqueísmo propugnado por Meinvielle:

En el mundo actual, en todas las manifestaciones de la vida, no puede haber más que dos modos verdaderamente fundamentales, dos polos de atracción: el cristiano y el judío. Sólo dos religiones: la cristiana y la judía. Sólo dos internacionalismos: el cristiano y el judío. Todo lo que no sea de Cristo y para Cristo, se hace en favor del judaísmo. De aquí que la descristianización del mundo corra paralelamente con su judaización (p. 42).

Esta judaización tendría como misión central la instauración mundial del capitalismo:

La decantada grandeza del Capitalismo inglés y americano, no es más que una creación judaica. Grandeza carnal incomparable, pero que es la obra de millones de cristianos y gentiles, en beneficio de un puñado de judíos (p. 43).

No puede haber la menor duda de que los judíos, directa o indirectamente (y más bien directamente) son amos de las riquezas de todos los pueblos, de las que se han apoderado legalmente en virtud del Capitalismo, que ellos han creado el impuesto (p. 121).

Con Capitalismo y Pauperismo, con burgueses y proletarios, con liberalismo y socialismo, los judíos han logrado dividir el mundo en dos grandes bandos igualmente perniciosos. Y desde entonces todas las manifestaciones de la vida, culturales, benéficas, gremiales, religiosas, políticas, económicas, llenan el sello de uno u otro bando.
Y el Catolicismo, que es la Salud del mundo, que forjó la Cristiandad, queda confinado en una «especie de ghetto»: arrinconado apenas en las sacristías, en los seminarios y conventos.
Las gentes, el público, sean judaizado; los ricos con el liberalismo, los pobres con el socialismo. Todos piensan, odian, aman y danzan a lo judaico. Todos se sienten libres, es cierto. Libres para ser manejados como títeres por el astuto poder de los hijos de Israel. Todos libres, pero ninguno piensa sino por el cerebro judaizado de su diario, de su libro, de la revista. Todos libres, pero ninguno odian y aman sino a través de la artista o el actor judaizado del cine. Todos libres, pero sus ideas políticas, económicas, religiosas, filosóficas han sido preparadas e impuestas por los judíos (p. 124).

En el tema de las persecuciones, Julio Meinvielle nos descubre ora su faceta cristiana (compasiva), ora su faceta judía (vengativa). Empecemos por lo mejor:

Los cristianos no pueden odiar a los judíos, ni perseguirlos, ni impedirles vivir, ni perturbarles en el cumplimiento de sus leyes y costumbres (p. 45).

Por este motivo

la Iglesia jamás ha odiado el judío. Al contrario, ha obrado y ha hecho orar por ellos; los ha defendido de las vejaciones y persecuciones injustas, de tal suerte que cuando el sanedrín judío se reunió públicamente por primera vez después de siglos, en Francia en 1807, convocado por Napoleón, rindió homenaje público a la benevolencia de los Pontífices, en documentos que se conservan (p. 44).

La Iglesia, asegura Meinvielle, ha defendido a los judíos de las persecuciones injustas; visto está que la persecución que se venía, la del nazismo, y a juzgar por la pasividad con que la Iglesia la trató, a los ojos del Papa sus compinches era una persecución justa.
Julio Meinvielle, y la Iglesia que lo secundaba, no recomendaban odiar a los judíos, pero sí precaverse de ellos

como quien se precave de los leprosos. Tampoco se puede odiar, ni perseguir, ni perturbar a los leprosos, pero hay que tomar precauciones contra ellos para que no infición en el organismo social. Dura cosa es, no hay duda; pero es irremediable. Así los cristianos no han de trabar relaciones comerciales, ni sociales, y políticas con esa casta perversa que hipócritamente busca su ruina y el daño de la Iglesia. Los judíos deben vivir separados de los cristianos porque así se lo ordenan sus propias leyes y además porque son «infecciosos» para los demás pueblos.
Si los demás pueblos rechazan estas precauciones, tienen que atenerse a las consecuencias, o sea hacer lacayos y parias de esta raza, a quien le corresponde la superioridad en el reino de lo carnal (p. 46).

Esta toma de precauciones, está "dura cosa" que es menester realizar, asegura Meinvielle que no se asemejan nada a la cacería nazi que ya por entonces había comenzado.

En la tremenda persecución de Hitler, el Romano Pontífice y los Obispos alemanes han hecho oír su voz de protesta (p. 50).

Léase, sin embargo, el opúsculo de Meinvielle titulado Qué saldrá de la España que sangra (1937), en donde se afirma que la España católica "trabajará junto a las potencias fachistas o semifachistas de Europa para dar término a la tarea de quebrar la cabeza del monstruo comunista" (p. 41). Resulta evidente que, para Meinvielle, el monstruo comunista y el monstruo judío son la misma cosa, y si le parece "tremenda" la persecución de Hitler no puede después, sin desdecirse o sin faltar a la lógica, apoyar las quebraduras de cabezas comunistas que Franco propiciaba durante la Guerra Civil Española
[2].

El antisemitismo es una cosa condenada, porque la persecución al judío es un movimiento de odio y de menosprecio al carácter sagrado de su Raza, y porque no es posible desconocer en el judío los derechos naturales de la humanidad (p. 82 de El judío).

Este aserto, salido de la mitad cristiana de Meinvielle, es elogiable, pero contrásteselo con este otro salido de su mitad macabea:

La espalda es la única arma eficaz, con eficacia a corto plazo que puede vencer las asechanzas judías. Porque la espada, lo militar está dentro de lo heroico del hombre, del vir, del varón. Está conectado por vínculos metafísicos con los valores espirituales del hombre. Es algo esencialmente opuesto a lo carnal. De aquí que el judío que tiene las primacías en lo carnal, sienta pánico ante la espada. Si los judíos a. C. fueron héroes capaces de dirimir la espada [...], d. C., cuando se canalizaron, se hicieron impotente de manejar la espada: son profundamente cobardes, como cobardes son todos los cristianos idiotizados por el liberalismo y por las lacras democráticas.
Hay dos modos radicalmente opuestos de combatir: el uno carnal, el otro espiritual; el uno del diablo, el otro de Dios; el uno del judío, el otro del cristiano; el uno acecha, el otro arremete con hombría (pp. 146-7).

No hay que perseguir al judío, dice Meinvielle por un lado; por el otro, dice que hay que espadearlo. ¿En qué quedamos? Una vez entablado un combate, suele suceder que el enemigo retroceda, y entonces ¡qué!, ¿no lo perseguiremos mientras intenta reagruparse batiéndose en retirada? No es técnicamente imposible combatir sin perseguir, pero que yo sepa, ningún ejército ni grupo armado ha empleado nunca esta curiosa modalidad bélica... Es sabido que los chinos --al menos en alguna época-- tenían prohibido combatir bajo la influencia del odio hacia el enemigo; así, se cuenta que un chino que estaba punto de matar a un rival, fue escupido en la cara por éste, y como el chino se encolerizara sobremanera por el escupitajo recibido, no tuvo más remedio que dejar en libertad al ya reducido soldado. Será todo lo utópico que se quiera este oriental proceder, pero se comprende y hasta se admira; mas ¿cómo interpretar los movimientos de un espadachín que se abalanza sobre su rival cuando es atacado y se paraliza cuando su rival retrocede? Estoy siendo, lo admito, demasiado literal en la interpretación de los párrafos citados; si algún exégeta católico, acostumbrado a estos menesteres, logra conciliarlos, quedará al resguardo de las malas lenguas la cordura de Meinvielle. Por ahora, yo no veo en él sino a un nazi que se equivocó de cruz, a un nazi reloco, porque matar judíos en nombre de la raza aria es algo repugnante, pero no ilógico, y sí es ilógico hasta la demencia el matarlos en nombre de la caridad cristiana como lo sugería este sombrío dignatario:

La caridad cristiana que nos manda procurar eficazmente el bien de Dios, el bien de la Iglesia, el bien de los pueblos cristianos nos manda por lo mismo empuñar la espada para asegurar eficazmente esto bienes cuando no haya otro modo de asegurarlos.
Si no ha llegado todavía, quizá no esté lejos el momento en que si no queremos ver proscrito el nombre de Dios, incendiados los templos, vilipendiados los sacerdotes, violadas las vírgenes por la chusma desatada, sea necesario ceñirse los lomos y empuñar la espada.
Si por sentimentalismo o por cobardía nos resistimos a pelear con denuedo, tendremos que vivir esclavos de una minoría rabiosa de judíos que después de habernos vilipendiado en lo más sagrado nos sujetará la tiranía del deshonor.
La caridad misma lo exige. Porque no pueden decir que aman verdaderamente a Dios, a la Iglesia, a su Patria, a sus hijos e hijas aquellos que rehúsan adoptar aquel medio único que asegure el respeto inviolable de Dios, de la Iglesia, de la Patria, de los hijos e hijas.
Medio único, doloroso pero indispensable, como indispensable es el uso del bisturí para cortar la gangrena que infecciona.
Si el uso de la espada implica una villanía cuando se usa para exterminar al inocente, en cambio, cuando se emplea para restaurar los derechos de la Verdad y de la Justicia, importa los honores del heroísmo (pp. 148-9)
[3].

El siguiente párrafo resumirá el punto de vista de Meinvielle referente a esta cuestión:

Aunque los cristianos debamos amar al judío de acuerdo al precepto de Cristo y amar a nuestros mismos enemigos, no se sigue que debamos desconocer la peligrosidad que hay en ellos y que no podamos y debamos acabarnos contra ella. También debemos amar [...] a los delincuentes y esto nos da a que se los encarcele para que no dañen a la sociedad (p. 50).

Yo pregunto: ¿Jesús se precavió contra quienes pretendían capturarlo? ¿Autorizó a su discípulo Pedro a levantar la espada contra ellos a fin de "restaurar los derechos de la Verdad y la Justicia"? ¿No fue al revés, no fue Pedro quien, en un arranque de furia instintiva, hirió con su espada al enemigo mientras Jesús le ordenaba guardarla y estarse quieto? El argumento de que no hay que odiar al delincuente y sin embargo hay que encarcelarlo ya fue sostenido por pensadores mucho más eminentes que Meinvielle, como Bertrand Russell por ejemplo
[4]. Y es lógico que un ateo como Russell defienda esta postura, ¡pero que la defienda un eclesiástico, un seguidor de Jesús, cuando Jesús nunca encarceló ni deseó encarcelar a nadie!... Eso es un crimen de leso cristianismo, un crimen que los curas como Meinvielle vienen cometiendo desde la época de Constantino, una burda racionalización del cristiano que no puede ni quiere controlar su cobardía y/o su resentimiento y/o su sadismo y que por eso mismo ya no es cristiano, por muy de negro que se vista. Ese raro vestido que se colocan les hace juego con el color de su alma.
Hay más citas imperdibles:

El judío que no se adhiere a Cristo es un «ser de iniquidad», es un «ser de perfidia» y no puede estar haciendo otra cosa en el curso de la historia que perseguir a Cristo. Aunque no lo quiera, es su destino. Porque la razón de ser de esta raza es el Cristo. O con Él o contra Él. De aquí la perfidia del judío carnal. Y carnal es todo judío que no se diría Cristo. Luego digamos sencillamente: la perfidia del judío (p. 49).
El judío podrá ser y es bueno dentro de su pueblo.sus costumbres son generalmente intachables y laudables. Pero con respecto a otros pueblos, aunque viva dentro de ellos, es un enemigo hipócrita que estás echando en la sombra contra los que le brindan hospitalidad. Es un enemigo que acecha... Que acecha aun sin querer y sin saber, pero que acecha (p. 52).
Así como un día enjuició a Cristo, la insultó y escupió y le entregó a los gentiles para que fuese clavado en la cruz, así desde entonces su única razón de ser y su única preocupación es destruir al cristianismo (p. 53).
Porque la Ley que rige el judío contenida en el Talmud, les manda, en efecto, despreciará todo los pueblos y no parar hasta sujetarlos como a esclavos (p. 54).

Volvamos, para terminar con Meinvielle, al tema del predominio judaico en lo económico:

En todos los tiempos, los judíos han sido y son, para castigo de los cristianos pródigos, los grandes usureros (p. 70).
Así como la avaricia es el pecado de los judíos, la lujuria es el pecado de los novio judíos. Un judío, por miserable que sea su situación económica, siempre va acumulando ahorros que forman un capital; en cambio el gentil, por holgada que sea su condición, siempre se halla en bancarrota porque gastan vicios más de lo que gana. Es lógico que los novio judíos acudan los judíos en busca de dinero (p. 70).
¿No quieren los cristianos ser víctimas de esa perfidia? Dejen de frecuentar a los judíos; nos entreguen a los vicios y así no tendrán necesidad de recurrir al prestamista judío (p. 90).
Si la Misericordia de Dios no dispone otra cosa, no estamos lejos del día en que los cristianos seremos los parias que con nuestros sudores vivamos amontonando las riquezas de esta raza maldita (p. 91).
Si los pueblos gentiles, es decir también nosotros, queremos una civilización basada en la grandeza de lo económico, como [...] la civilización americana o inglesa y en general, en Capitalismo, y aún, como sin duda es o puede ser la civilización soviética... es decir un régimen de grandeza carnal del auge de todos los valores económicos, un régimen en que toda la Nación maravillosamente equipada con las últimas invenciones de la técnica se desenvuelva con la precisión de un reloj, para producir cuanto el hombre necesite para una vida confortable, aquí abajo, yo digo --que sí, lo podemos lograr como se ha logrado estas civilizaciones... ¿Sabéis cómo? Siendo los judíos los amos y nosotros los esclavos (p. 91).
No es posible una civilización de grandeza carnal, del predominio de Mammón, el dios de las riquezas y el Dios de la iniquidad, sin que sean los judíos sus creadores y sean los gentiles sus ejecutores. ¿Por qué? Porque a ellos se les ha dado la hegemonía en lo carnal (pp. 91-2).
El proceso de destrucción del orden cristiano, o sea de una civilización de tipo espiritual, corre paralela con la formación de una civilización de tipo carnal, materialista, de predominio económico; y uno y otro proceso corren asimismo paralelos con la emancipación de los judíos que van tomando revancha sobre las pretendidas agresiones medioevales y ha de culminar con la esclavitud de los pueblos cristianos (p. 92).
Y así como el pueblo judío que renegó de Cristo fue entregado al cautiverio oprobioso de los otros pueblos, así ahora los gentiles conoceremos el oprobio de la esclavitud judaica (p. 135).

Hoy en día, cuando prácticamente todos los pueblos subdesarrollados hemos sido esclavizados por los dictados del Fondo Monetario Internacional, la profecía lanzada por Meinvielle parece haberse cumplido al pie de la letra. Porque aunque los integrantes del FMI no sean, tal vez, mayoritariamente de origen hebreo, sí es hebrea su concepción de la vida, su capitalista carnalidad, su negación, su imposibilidad de vivir por y para el espíritu en lo que éste tiene de noble y compasivo. Poco importa saber si con el capitalismo ha triunfado tal o cual judío instalado en el poder. No son los judíos de carne y hueso, sino el ideal judío el que se ha impuesto entre nosotros, y ya seamos judíos, cristianos, orientales o musulmanes, lo mismo corremos detrás de los dineros en vez de correr tras la virtud, tras la gloria, tras la inmortalidad.
El judío le ganó el cristiano una decisiva batalla ideológica, pero aún no ganó la guerra. Esta guerra ideológica continuará en el tercer milenio, aunque ya no se combatirá con la espada ni con la cámara de gases, sino con la paciencia y la resignación. Al fin y al cabo, si estamos luchando por el predominio de lo espiritual no podemos quejarnos de que se nos arrebaten nuestras riquezas materiales. No quiero linchar al banquero, quiero convertirlo; y si esto no es posible --como en la mayoría de los casos no lo es--, quiero convertir a su hijo, para que no devenga en un monstruo carnalmente incurable como su padre.
Matemos al ideal judío, matemos al capitalismo... y dejemos al judío de carne y hueso vivir en paz.
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[1] (Nota mía.) Respecto de la proliferación judía en la Argentina, pocos conocen el dato de que Theodor Herzl (el fundador del movimiento sionista) imaginó a fines del siglo XIX la famosa "tierra prometida" en algún rincón de nuestras pampas: "La Argentina --dijo desde la p. 42 de El Estado judío -- es por naturaleza uno de los países más ricos de la tierra, de inmensa superficie, población escasa y clima templado. La República Argentina tendría el mayor interés en cedernos una porción de tierra [¿?]. La actual infiltración de los judíos ha provocado disgusto: habría que explicar a la Argentina la diferencia radical de la nueva emigración judía".
[2] Guerra que califica (pp. 49 ss. de ibíd.) de "justa" y "santa", como sino formaran oxímoron estos conceptos junto al primero.
[3] (Nota añadida el 26/5/4.) Algunos prefieren purificar por la espada; otros, por el fuego. Este último es el caso del escritor español Juan Manuel Ortí y Lara, quien, en una publicación apañada por la Iglesia, llegó a decir que el adagio "Al que fuere judío, que lo quemen" puede ser repetido sin peligro de remordimientos ("tuta conscientia") por cualquier católico, pues "¿qué importa al orden esencial de la justicia que las llamas sean el instrumento destinado a arrancar de los cuerpos almas que por lo regular han de arder eternamente en el fuego?" (La Inquisición, pp. 294-5). (Hay más citas a Ortí y Lara --tan horrendas como esta-- más adelante, en la entrada correspondiente al 1/3/4.)
[4] Ver su ensayo titulado Por qué no soy cristiano, pp. 48-9.

martes, 25 de mayo de 2010

Las causas del antisemitismo (segunda parte)

Adentrémonos ahora, alertada la mente por la lectura del imperecedero libro de Lazare, en el antisemitismo económico que chorrea de las páginas de El judío internacional, el libro maldito de Henry Ford.
Los artículos que conforman este libro fueron publicados entre 1920 y 1923 en la revista norteamericana The Dearborn Independent. Hitler aún no era demasiado conocido en el ambiente político alemán, y los dichos de Ford --que llegaron de inmediato hasta el país germano-- seguramente ayudaron a catapultarlo hacia el poder. Según Bruno Wenzel, traductor del libro, Henry Ford critica y reconviene a los capitalistas judíos, al menos en algunos casos, de un modo "casi cariñoso". Puede que así sea, pero a juzgar por los efectos que causó este libelo en el ya exaltado ánimo del pueblo alemán, no nos queda otra que aplicar aquí la popular sentencia: ¡Hay cariños que matan!...
Henry Ford, como se decía en su época, no se anda con ambages; ya desde la página 16 pone sus cartas sobre la mesa:

Existe hoy día en el mundo una potencia financiera central, que hace sus jugadas en todas partes, y de una manera admirablemente organizada, siendo el mundo su tablero y el dominio mundial su postura. Los pueblos modernos han perdido ya la confianza en la tesis de que «relaciones económicas» tengan siempre la culpa de los acontecimientos desagradables. Bajo la máscara de «leyes económicas» se ocultan muchísimas cosas, que no obedecen a ley natural alguna, sino que provienen exclusivamente del frío egoísmo de unas cuantas gentes, que poseen tanto la voluntad, como el poder de esclavizar a la humanidad bajo su dominio absoluto.

Estas gentes son los judíos, los auténticos capitalistas, pues mal puede decirse, según Ford, que la cúpula industrial a la que él pertenecía rija su andamiaje de acuerdo a los móviles del capitalismo:

Lo que en los países suele llamarse «capital» es por regla general dinero invertido a objetos productivos, y muy erróneamente obrero y dependiente llaman «capitalista» al emprendedor o director de una empresa que les facilita los medios de vivir. Pero esto no es cierto, estas personas no son capitalistas, sino que a su vez tienen que recorrer también al verdadero capitalista, para que les facilite los medios financieros para su obra. Este capitalismo es una potencia por encima del industrial, que le trata con mucha mayor dureza, de lo que él mismo nunca se atrevería a tratar a sus operarios. Ahí está una de las grandes tragedias de nuestros tiempos, de que «capital» y «trabajo» se combaten entre sí, cuando ni uno ni otro tienen en su mano los medios para reformar las condiciones, bajo las que ambos sufren de una manera intolerable; a no ser que en colaboración mancomún encontrasen un medio para quitarles el poder a aquellos financieros, que tales condiciones no sólo crean, sino que las explotan también a su libre albedrío.
Existe un super-capitalismo, que se apoya exclusivamente en la ilusión de que el oro sea la felicidad. Existe igualmente un super-gobierno que sin ser aliado a ningún otro gobierno queda independiente de todos ellos, haciendo pasar sin embargo su dura mano sobre unos y otros. Existe por fin una raza, una ínfima parte de la humanidad, que nunca y en ninguna parte haya sido bienvenida, y que sin embargo consiguió elevarse a un poderío, que ni las razas más soberbias hubiesen pretendido, ni siquiera Roma en los tiempos de su más esplendoroso poderío. Cada vez más la humanidad entera se va abriendo a la convicción, de que la cuestión obrera, la de los jornales, la reforma del suelo, y otras tantas, no podrán solucionarse, mientras tanto que la cuestión primordial de este poderío financiero internacional haya sido solucionada primeramente (p. 18).

Y ¿cómo fue que los judíos, esa "raza pequeña y siempre despreciada", han logrado dominar la economía mundial? Hay dos posibilidades:

O bien ellos tienen que ser super-hombres, contra los que no vale resistencia alguna, o también ellos son personas vulgares, a las que sólo la demás humanidad demasiado tolerante permitió que alcanzasen 1° injusto y malsano de predominio. Ya que los judíos no son super-hombres, deberán los no-judíos reprenderse a sí mismos por lo ocurrido. Por consiguiente tienen que estudiar el asunto bajo puntos de vista nuevos (p. 18).

Hemos sido demasiado tolerantes, dice Ford. Y se abren de par en par las puertas del nazismo.
En el segundo artículo del libro se toca precisamente la cuestión alemana:

La causa fundamental de la enfermedad del cuerpo nacional alemán consiste en la excesiva influencia judía. Si tal convicción ya la tenían algunas inteligencias preclaras desde hace muchos años, deberá esto comprenderse oíd por las masas menos inteligentes. Lo cierto es que toda la vida política alemana gira alrededor de tal idea, y este hecho no se deja ocultar por más tiempo. Según la opinión de todas las clases sociales, tanto la derrota después del armisticio, como la revolución y sus consecuencias, bajo las que el pueblo sucumbe, son obra de la astucia y de un plan premeditado judíos. Esto se asevera con toda precisión, produciéndose un sinnúmero de pruebas efectivas, y se supone que en su tiempo la Historia se encargará de completar la documentación.
El judío, en Alemania, es considerado solo como un huésped que, abusando de la tolerancia, pecó con su inclinación hasta el dominio. En efecto; no hay en el mundo mayor contraste que el existente entre la raza germana pura y la hebrea. Por esta razón no existe, ni puede existir mancomunidad entre ambas. El alemán no ve en el judío más que al huésped. En cambio, el judío, indignado por que no se le conceden todas las prerrogativas del indígena, alimenta un odio injusto contra el pueblo que le aloja. En otros países logró el judío mezclarse mas fácilmente con el pueblo indígena y acrecentar su poderío con menos trabas, mas en Alemania no le fue posible. El judío odia por esto al pueblo alemán y, precisamente, por esta misma razón, aquellos pueblos en que la influencia judía predominaba en mayor grado, demostraron durante la lamentable guerra mundial el más exacerbado odio contra Alemania. Fueron judíos los que predominaron casi exclusivamente en el enorme engranaje informativo mundial, que fabricó la "opinión pública" con respecto a Alemania. Los únicos que resultaron beneficiados con la Gran Guerra fueron en realidad los judíos (p. 19).

Ford prueba --o intenta probar-- estos asertos con una catarata de nombres propios que yo no conozco y que voy a detallar aquí tan sólo porque sé que este libro es de difícil acceso y estos datos podrían ser interesantes para quien investigare, con más prolijidad que yo, los orígenes del nacionalsocialismo:

Efectuemos un examen de los hechos. ¿Qué ocurrió luego de pasar Alemania del viejo a nuevo régimen? En el gabinete de los Seis, usurpador del puesto del Gobierno Imperial, predominaba en absoluto la influencia de los judíos Haase y Landsberg. Haase dirigía las relaciones exteriores, en lo cual fue secundado por el judío Kautsky, un checo que en 1918 ni siquiera poseía la ciudadanía alemana. El hebreo Schiffer ocupo el Ministerio de Hacienda, con su correligionario Benstein como subsecretario. En el Ministerio de la Gobernación mandaba el semita Preuss, con la ayuda de su amigo el judío Freund. El hebreo Fritz Max Cohen, ex corresponsal en Copenhague del diario pan-judío: "Frankfurter Zeitung", fue designado jefe omnipotente del servicio oficial de informaciones. El gobierno prusiano era la segunda parte de esa constelación. Los hebreos Hirsch y Rosenfeld presidieron el gabinete, encargándose Rosenfeld del Ministerio de Gracia y Justicia, en tanto Hirsch desempeñaba la cartera de Gobernación. El judío Simon fue designado secretario de Estado en El Ministerio de Hacienda, cuyos funcionarios eran todos hebreos. El judío ruso Futran fue nombrado director de enseñanza, en colaboración con el hebreo Arndt. El cargo de director de Colonias, fue desempeñado por el judío Meyer-Gerhard, en tanto que el semita Kastenberg desarrollo sus actividades en calidad de director del negociado de Letras y Artes. La secretaria de Alimentación se puso en manos del judío Wurm, cooperando en el Ministerio de Fomento con los hebreos Dr. Hirsch y Dr. Stadthagen. El semita Cohen ocupo la presidencia del Consejo de Obreros y Soldados, nueva institución en que desempeñaban altos cargos los judíos Stern, Herz, Lowenberg, Frankel, Israelowitz, Laubenheim, Seligsohn, Katzenstein, Lauffenbeg, Heimann, Schlesinger, Merz y Weyl. El judío Ernst fue designado jefe de la policía de Berlín, puesto que en Francfort ocupo el hebreo Sinzheimer, y en Essen el judío Lewy. El semita Eisner se nombro a si mismo en Munich Presidente del Estado de Baviera, designando su ministro de Hacienda al judío Jaffe. Industria, Comercio y Tráfico en Baviera estuvieron bajo las órdenes del hebreo Brentano. Sus correligionarios Talheimer y Herman ocuparon altos cargos en los Ministerios de Würtemberg, en tanto que el judío Fulda gobernaba en Hessen.
Dos delegado alemanes a la conferencia de la paz eran judíos, mientras que un tercero fue conocido incondicional instrumento del judaísmo. Abundaban, además, en la delegación alemana, judíos adjuntos y peritos, tales como Max Warburg, Dr. von Strauss, Merton, Oscar Oppenheimer, doctor Jaffe, Deutsch, Brentano, Bernstein, struck, Rathenau, Wassermann y Mendelsohn-Bartholdy.
La proporción de hebreos en las delegaciones de otros gobiernos en la conferencia de la paz, pudo comprobarse fácilmente, leyendo las crónicas de los periodistas no-judíos. Parece que solo a estos haya llamado la atención, en tanto que los corresponsales judíos prefirieron callar, seguramente por prudencia.
Nunca se había manifestado en Alemania la influencia judía tan acentuadamente como durante la guerra. Apareció con la resuelta certeza de un cañonazo, como si todo hubiese estado preparado de antemano. Los judíos alemanes no fueron durante la guerra patriotas alemanes. Aunque este hecho, en opinión de los países enemigos de Alemania, no puede considerarse precisamente como una falta, permite, empero, apreciar en su justo valor las vehementes protestas de absoluta lealtad de los israelitas hacia aquellos países en que casualmente viven. Por razones que trataremos mas adelante, afirman serios pensadores alemanes que es de todo punto imposible que un judío sea jamás patriota.
Es opinión general, que todos los hebreos arriba citados nunca hubiesen alcanzado aquellos cargos sin la revolución. Y la revolución, en cambio, no habría estallado sin que ellos mismos la hubieran preparado. Es verdad, también, que en Alemania no faltaron insuficiencias, mas estas el mismo pueblo alemán las hubiese podido rectificar, y seguramente lo habría hecho. Precisamente en este caso, las causas de estas insuficiencias que arruinaban la moral pública e imposibilitaban toda reforma, estaban bajo la influencia judía.
Dicha influencia, que por sobre toda otra causa es la culpable del desmoronamiento del Imperio alemán, puede resumirse en los tres siguientes grupos: 1º el bolcheviquismo, que se oculto bajo el manto de socialismo; 2º el capitalismo hebreo con su preponderancia en la prensa, y 3º el control judío de la alimentación del pueblo alemán, y el de toda su vida industrial. Existe todavía un cuarto grupo, "que apunta mas alto", pero los tres citados fueron los que obraron mas directamente sobre los sentidos populares y las masas.
Como es probable que tales conclusiones alemanas puedan ser puestas en tela de juicio por aquellos cuya opinión se fue formando bajo la influencia de la prensa judía, vamos a citar aquí un concepto del corresponsal del diario londinense "Globe", Mr. George Pitter-Wilson. Este observador expresó en abril de 1919 que "el bolcheviquismo significa la expropiación de todas las naciones cristianas, de modo que ningún capital quedará en manos cristianas, y que los judíos en conjunto ejercerán a su antojo el dominio del mundo". Ya en el transcurso del segundo año de la guerra, alemanes y judíos expresaban que era indispensable una derrota de Alemania para la emancipación del proletariado. El socialista Stroebel dijo: "Declaro con toda franqueza que la total victoria de Alemania no favorecería los intereses de la socialdemocracia". Por doquier se afirmaba que la elevación del proletariado seria casi imposible en Alemania vencedora. Estos breves ejemplos de entre los innumerables que podríamos traer a colación, no tienen por objeto volver a examinar toda la cuestión de la guerra; tienden solamente a demostrar que numerosos judíos de los llamados alemanes olvidaron sus deberes hacia el país cuya ciudadanía ostentaba, uniéndose con todos los otros hebreos enemigos, con objeto de preparar la caída de Alemania, Tal objeto, según veremos mas adelante, no fue, ni con mucho, el de liberar a Alemania del militarismo, sino el de precipitar a todo el pueblo germano en un estado caótico, que les permitiera adueñarse del poder. La prensa alemana, tímidamente al principio, abiertamente después, hacia suyas estas tendencias de los portavoces hebreos. El "Berliner Tageblatt" y la "Münchener Neuste Nachritten" fueron en el transcurso de la guerra órganos oficiosos o semioficiosos del gobierno alemán. El primero de estos diarios defiende estatualmente los intereses semitas en Alemania, en tanto que el segundo se muestra completamente bajo la influencia del judaísmo organizado. "Frankfurter Zeitung" es también genuinamente judío. De este periódico dependen innumerables hojas de mayor o menor importancia. Todas estas publicaciones no son sino ediciones alemanas de la prensa mundial judía antialemana, siendo su tendencia completamente la misma. Esta íntima cooperación de la prensa de todas las naciones, que se denomina prensa universal, debería examinarse muy escrupulosamente desde este punto de vista para demostrar a toda la humanidad los secretos de cómo y con qué oculto fin se prepara diariamente la formación de la opinión publica.
Al estallar la guerra pasaron todos los víveres y material bélico a manos hebreas, des de cuyo instante empezó a evidenciarse tal falta de probidad que socavóse la confianza de los combatientes. Tal como los demás pueblos patrióticos también supo el alemán que toda guerra implica sacrificio y sufrimientos, y desde el primer día se mostró dispuesto a sobrellevarlos. Ahora, en cambio, comprendieron los alemanes que han sido explotados por una pandilla de judíos, que todo lo habían preparado para extraer enormes beneficios de la miseria general del pueblo germano. Allí donde era posible especular con las necesidades del pueblo, o que se presentase la oportunidad de obtener ganancias intermedias ya fuera en bancos, sociedades de guerra, empréstitos públicos, o en ministerios que hacían gigantescos pedidos de material bélico, aparecían los judíos. De pronto desaparecieron, para volver a ofrecerse más tarde con un fabuloso aumento de precios, artículos de consumo, de abundante existencia. Las sociedades de guerra fueron dominios judíos. Aquel que poseía dinero pudo adquirirlo todo, hasta tarjetas de racionamiento, con el las que el gobierno se esforzó en una labor sobrehumanas para repartir equitativamente los víveres entre toda la población. Los hebreos triplicaban los precios de aquellos artículos que compraban a espaldas de la distribución oficial, afluyendo así una abundante creada de oro a sus bolsillos. Debido a estas existencias ocultas, de que disponían los judíos, fallaron todos los cálculos y censos del gobierno. La moral pública inquietóse ante semejante fenómeno. Se formularon demandas y se iniciaron procesos, pero cuando los asuntos se fallaban, siendo judíos tanto los jueces como los inculpados, todo terminaba con un sobreseimiento casi general. Por el contrario, si el acusado era alemán, se le condenaba a multas, que también hubiesen debido imponerse a los demás. Estúdiese el país desde este punto de vista, escudríñese Alemania por doquier, escúchese la voz y la opinión públicas, y se oirá siempre en todas partes que este abuso de su poder durante la guerra se grabó en el alma alemana como impreso con un hierro candente. (pp. 19 a 23).

Estúdiese ahora la opinión que Ford tenía del comunismo político y compáresela con la opinión de Lazare:

Se admite que el judío en esencia, no sea anarquista o destructor. Es, empero, el bolchevique mundial, y en especial el causante de la revolución en Alemania. Su anarquismo no es innato, sino que constituye para el un medio para alcanzar mayor objetivo. El hebreo rico no es anarquista, porque puede lograr su objeto por caminos más suaves, en tanto que el judío pobre no dispone de otros medios que los violentos para enriquecerse. Sin embargo judíos ricos y judíos pobres caminan del brazo largo trecho. No se quiebra entre ellos el vínculo de simpatía de raza, porque de triunfar la anarquía, ocupara el hebreo pobre su puesto junto al hermano rico, y si el movimiento fracasara, habrá abierto nuevos surcos, donde el hebreo rico pueda seguir desarrollando sus planes.
El judío pobre no pudo salvar en Alemania la barrera del germanismo [...] sino destruyéndola. En Rusia ocurrió otro tanto. La estructura social de la Alemania imperial mantuvo el judío en un estado de orden, donde según todas las experiencias pudiera ocasionar el menor daño posible. Al igual como la Naturaleza suele encapsular cuerpos extraños, que penetran en un organismo, así lo hacen instintivamente las razas nobles con el judío. En estos tiempos modernos en cambio inventó el judío un medio para, rompiendo las barreras y destruyendo los fundamentos del orden nacional, usurpar el puesto por el anhelado. Cuando Rusia se hundió, ¿quién fue el primero en salir a la luz de los acontecimientos? ¡El judío creen siquí! Pero sus planes aún no estuvieron lo suficientemente radicales, por lo que les y otros sí, otro judío. Éste tras sí comprendió que el orden social en América estuviera demasiado bien fundado, por lo cual le rompió en su punto más débil, Rusia, desde donde piensa poderlo ir destruyendo en el mundo entero. Cada comisario de Rusia de hoy día es judío. Los cronistas de los acontecimientos en Rusia coinciden en la apreciación de que Rusia se halla en su completa disolución. Así será probablemente, pero no se refiere a la apreciación a la situación de los judíos en Rusia. De sus escondrijos prorrumpían los judíos rusos con la avalancha bien organizada, moviéndose en el desorden artificiosamente producido, como si a cada uno de ellos hubiese sido destinado supuesto de antemano.
Exactamente lo mismo ocurrió en Alemania. Parece que el muro del orden alemán debía destruirse del todo, para que los judíos pudieran satisfacer sus ambiciones. Una vez abierta la brecha, prorrumpían los judíos instalándose en todos los puestos de gobierno sobre el pueblo alemán.
De ahí se explica, porque los judíos fomentan en todos los países del mundo los movimientos sediciosos existentes. Sabido es que tanto en América, como en otras naciones, los jóvenes judíos promulgan ideas, cuya realización equivaldría realmente al hundimiento de aquellos Estados. Desde luego aparece como blanco de sus ataques él «capitalismo», que para ellos es idéntico con el actual gobierno del mundo por los no-judíos. Los verdaderos capitalistas del mundo, los capitalistas que lo son por y para el capital propiamente dicho, son exclusivamente los judíos mismos; y no se puede suponer, que éstos quieran realmente combatir el capital. Al contrario, lo que ellos anhelan es el único dominio propio suyo sobre todos los capitales del mundo, y no puede negarse que desde hace mucho tiempo van por buen camino para conseguirlo.
Tanto en Alemania pues, como en Rusia, hay que distinguir claramente entre los métodos de los judíos ricos y los pobres, ocupándose los unos de sus lugar a los gobiernos, y los otros a ganarse las masas populares, pero ambos tienden a un mismo e idéntico fin. La tendencia de las capas bajas judías no se dirige tan sólo a liberarse de la supresión, sino que anhela francamente el poder. Esta voluntad de dominar es la que caracteriza todo su proceder. La convicción actual en Alemania puede quizás caracterizarse de la siguiente forma: que la revolución pasada fue la manifestación abierta de los judíos de su innata voluntad dominadora. Los partidos políticos, tales como socialistas, demócratas y progresistas, no son sino instrumentos de aquella idea. La llamada «dictadura del proletariado» significa real y efectivamente la dictadura de los judíos sobre el pueblo alemán, con ayuda y por medio del proletariado.
Tan repentinamente se les abrieron los ojos a los alemanes, tan violenta e indignadamente se manifestó esta reacción, que el judaísmo alemán se convino de golpe a retirarse a segunda fila, cediéndose como por encanto todos los puestos directamente en contacto con el pueblo alemán y su administración a personas de sangre germana, o al menos bastarda. Pero no por esto cedieron al mismo tiempo también el poder. Lo que en adelante pueda ocurrir en Alemania, aún no se deja prever, pero no cabe duda alguna, de que los alemanes sabrán dominar la situación, estudiando y empleando los medios adecuados e irrecusables que menester fueran (pp. 23 a 25).

El resentimiento, emoción típica del judaísmo, había hecho mella en el espíritu de Ford. Se resentía de los judíos ricos porque no le permitían acrecentar aún más su capital, y se resentía del proletariado porque, redondamente, amenazaba con dejarlo en bancarrota. Se lo mire por donde se lo mire, Henry Ford aparecerá gobernado por el signo pesos. ¡Era más materialista que el más empedernido de los judíos!
Hubo mucho judío en la prensa de principios del siglo XX, lo mismo que hay mucho judío en la prensa de principios del siglo XXI; pero de ahí a decir que la prensa internacional está dominada por el judaísmo, hay un largo trecho. Sin embargo es esto último lo que Ford sugería:

La obra principal del pan-judaísmo es el periodismo. Las producciones técnicas, científicas y literarias del judaísmo moderno son exclusivamente de índole periodística; basándose en la facultad admirable del judío de asimilarse las ideas de otras personas. Capital y periodismo se reúnen en un producto: Prensa, que así representa el verdadero instrumento dominador judío. [...]
Puesto que Pan-Judea disponía su antojo de las fuentes de información del mundo entero, está siempre en condiciones de ir preparando la opinión pública mundial para su fines más próximos. El mayor peligro consiste en la manera como se van fabricando las noticias, y cómo se va formando el modo de pensar de pueblos enteros en sentido pan-judaico. Pero cuando alguien comprende estas manipulaciones, y llama la atención pública sobre la mano de brea en todas estas jugadas, entonces se levanta enseguida un gran clamor ello en la prensa mundial sobre el inicuo «antisemitismo». La causa verdadera de cualquier persecución, y que consiste siempre en la esclavización previa de los pueblos por el dominio financiero judío, no llega saberse nunca en público (pp. 26-7).

El Estado que en la época de Ford, y según Ford, representaba militarmente al pan judaísmo, era Gran Bretaña:

Puesto que Pan-Judea no está nunca en condiciones de sostener constantemente una fuerza armada de mar y tierra, deberán otros Estados ocuparse de tal servicio. Su escuadra es la británica, cuya tarea consiste en rebatir todo ataque, que pudiera dirigirse contra los intereses económicos pan-judíos desde cualquier otra tercera parte. En cambio Pan-Judea garantiza a la Gran Bretaña el desarrollo tranquilo de todo su poderío político y territorial. Pan-Judea fue la que subyugó la Palestina al cetro británico. Dondequiera que existía un ejército terrestre pan-judío, no importando nada el uniforme en que combatieron sus soldados, colaboraba esté siempre íntimamente con el poderío naval británico. [...]
Pan-Judea posee sus vice-gobiernos en Londres y Nueva York. Una vez que aprobó su sed de venganza contra Alemania, va trabajando en la subyugación de otras naciones. La Gran Bretaña ya está en sus garras. En Rusia aún está luchando por el poder, pero los auspicios van en contra. Los Estados Unidos con su excesiva tolerancia contra todas las razas parece que les ofrecen un campo de experiencia favorable. El escenario de la acción se va mudando. El judío en cambio permanece siempre igual, aún a través de tierras y siglos (pp. 26-7).

Se dice que los Estados Unidos, influenciados por esta corriente antisemita interna liderada por Henry Ford, estuvieron bastante cerca de ingresar a la Segunda Guerra Mundial en apoyo de Alemania y no de Inglaterra como al final lo hicieron. Daba lo mismo, sin embargo. El combate sigue siendo inmoral así se ataque para un lado o para el otro.
De 1942 nos vamos a 1492. ¿Quién descubrió América?, preguntan los maestros a sus alumnos. ¡Colón!, responden los infantes al unísono. Pero para Ford la respuesta es incorrecta: América fue descubierta por los judíos:

La historia de los judíos en América comienza con el mismo Cristóbal Colón. El día 2 de agosto de 1492 se expulsaron más de 300.000 judíos de España, con cuyo acontecimiento empezó a hundirse poco a poco el poderío español
[1]. Al día siguiente Cristóbal Colón se hizo a la mar en dirección hacia poniente, yendo con el cierto número de judíos. Éstos no fueron ni mucho menos fugitivos, puesto que los planes del intrépido navegante ya hacía tiempo que suscitaban el interés de judíos influyentes. Con lo mismo refiere, que tenía muchas relaciones con judíos. La primera carta, en que refiere su descubrimiento, fue dirigida a un hebreo. En efecto este gran acontecimiento, que dio al mundo otro mundo, pudo realizarse gracias a la influencia de judíos. La bonita historieta de que la reina Isabel con el valor de sus joyas haya dado los medios para facilitar la expedición, no puede sostenerse ante una crítica exacta. En la Corte Real ejercieron su influencia tres marranos, o sea judíos secretos, a saber Luis de Sant ángel, gran comerciante valenciano y arrendatario de las contribuciones reales, su pariente Gabriel Sánchez, tesorero real, y el amigo de ambos, el canal galán Juan cabrero. Estos pintaron a la reina Isabel el tesoro real como vacío del todo, instigando constantemente su fantasía con la perspectiva brillante, de que se le abriera al descubrir Colón las fabulosas riquezas de la india para la corona de Castilla. De esta forma consiguieron que la reina se decidiera a empeñar sus joyas particulares para equipar la expedición. Pero Sant ángel solicitó y obtuvo el permiso de adelantar el mismo el dinero necesario, unos 17,000 ducados, que equivalen según el actual valor del dinero a unos 160,000 dólares, y es más que probable, que aquel préstamo excediera de los gastos efectivos de la empresa.
Junto con Colón se embarcaron al menos cinco judíos, a saber Luis de Torres como intérprete, Marco como cirujano, Bernal como médico, Alonso de la Calle y Gabriel Sánchez. Tanto los instrumentos astronómicos, como los mapas marítimos provenían de judíos. Luis de Torres fue el primero que salto a tierra, el primero que comprendió el empleo del tabaco. Se estableció en Cuba, y se le puede considerar como patriarca del actual dominio absoluto judío sobre la industria tabacalera mundial.
Los protectores de Colón, Luis de Sant ángel y Gabriel Sánchez, obtuvieron grandes prerrogativas por su participación en la obra. Él mismo en cambio cayó en desgracia por obra de las intrigas de Bernal, su médico judío, sufriendo en recompensa injusticias y encarcelamiento.
Desde un principio miraron los judíos hacia América, como a un país de promisión. Su inmigración a la América del Sur, y en especial al Brasil, empezó enseguida y en grandes masas. A consecuencia de su participación armada en un conflicto suscitado entre los brasileños y los holandeses, optaron luego mucho judíos brasileños por emigrar hacia la colonia holandesa más septentrional, donde hoy día se halla Nueva York (pp. 28-9).

Así fue como, poco a poco, y siempre según Ford, los judíos tomaron el control comercial de la ciudad más importante del planeta.

Hoy día Nueva York es el centro principal del judaísmo mundial. Allí se encuentra la gran taquilla, en que toda la importación y exportación americanas aforan al Tesoro nacional, donde efectivamente todo el trabajo producido por los Estados Unidos rinde su tributo a los magnates financieros del país. Casi todo el suelo de Nueva York es propiedad judía. Una relación de los propietarios de las fincas urbanas ostenta muy pocos nombres no-judíos. ¡Qué de admirar, que en vista de tal ascenso fabuloso de la riqueza y del poderío judíos, los escritores judíos proclamen América como la tierra de promisión vista por los Profetas, y Nueva York cual nueva Jerusalén! Algunos hasta que van más allá, Glorificando las Montañas Rocosas cual nuevo Monte Sión, --y esto no sin fundamento, cuando se tiene en cuenta las propiedades judías en minerales y carbón (p. 30).

Y no sólo Nueva York, sino el comercio entero norteamericano estaría en manos hebreas:

El querer confeccionar una lista de los ramos comerciales dominados en absoluto por los judíos, equivaldría a recopilar el comercio entero del país [...]. Toda la vida teatral [...] está exclusivamente en manos judías. [...]
La industria cinematográfica, la azucarera y tabacalera. Un 50% o más de las grandes carnicerías. Más del 60% de la industria zapatera. Toda la confección para señoras y caballeros. El ramo de instrumentos de música. La joyería. El comercio de granos, y últimamente el de algodón. La industria metalúrgica de Colorado. Las agencias de transporte y de informaciones. El comercio con bebidas alcohólicas y todo el mercado prestamista. Todos estos ramos, para citar tan solamente algunos de importancia nacional e internacional, los dominan los judíos absolutamente en los Estados Unidos, ya sean ellos solos, o en combinación con los judíos de otros países.
El pueblo americano se extrañaría soberanamente, si viera algún día una galería de retratos de los comerciantes «americanos», que en el mundo representan la dignidad del comercio yanqui. Casi todos ellos son judíos (pp. 34-5).

Los judíos americanos, dice Ford, apetecen el comercio, pero no la industria.

Nunca se esforzaron por producir objetos del uso diario, sino que trataron de adquirir productos hechos, para comerciar con ellos (p. 32).

Sin embargo,

en estos últimos tiempos parece que el judío se disponga también a producir él mismo, pero donde sea que se manifieste, es en efecto de su instinto de mercader, sacando ganancias hasta de las distintas fases de la fabricación. Consecuencia lógica es naturalmente para el consumidor no una disminución de los precios, sino su encarecimiento. Es característico para toda empresa judía, que reformas y simplificaciones en el proceso de fabricación no resultan nunca en provecho del consumidor, sino siempre con ventaja exclusiva de la empresa. Las clases de mercancías, que sufrieron las más bruscas e incalificables oscilaciones de precios, siempre fueron aquellas en cuya ramos de fabricación o intercambio poseen los judíos la mayor influencia (p. 32).

Por todo esto y por mucho más, y en tanto el judío siga lucrando a costa del sacrificio del consumidor no judío, no habrá que demostrar ninguna compasión para con los de su pueblo:

Se suele creer que al judío se le debería tratar con humanidad. Demasiado tiempo hace ya que el judío se acostumbró a reclamar humanidad exclusivamente para sí mismo. En cambio la humanidad entera tiene ahora perfectísimo derecho de exigirle que desaparezca tal apreciación unilateral. Hay que requerirle, para que cese con su inicua expoliación de la demás humanidad, y que dejé de basar todo su razonamiento sólo y exclusivamente sobre el punto de vista de su propia ventaja. [...]
No puede admitirse que el judío siga jugando el papel tan sólo del que recibe dentro de la humanidad. También él deberá demostrar una apreciación de la sociedad humana, que con ansia va comprendiendo que es explotada tan cruelmente por los círculos poderosos de la raza judía, que ya se puede hablar de un gigantesco «pogrom cristiano» producido por la miseria económica sistemáticamente producida contra la humanidad casi inofensiva [...]. El caso no es que entre los muchos déspotas financieros del mundo entero se encuentren también algunos judíos, sino que dichos déspotas financieros son exclusivamente judíos. [...]
[...]. ¿Por qué al hablar de esa capa de más arriba, no se habla sencillamente de financieros en general, en vez de decir «judíos»? Así podría preguntarse. Contestación: porque son judíos (pp. 38 a 40).

La guerra, señores, está declarada: capital financiero vs. capital industrial:

Cincuenta años hace, que el negocio bancario internacional, dominar exclusivamente por los judíos como intercambistas universales, estuvo en su mayor apogeo. En todas partes poseyó la inspección superior sobre todos los Gobiernos y la Hacienda de los Estados. Más tarde nació algo nuevo: la industria. Esta adquirió dimensiones y una importancia, como ni los más sabios profetas lo hubieran podido pronosticar. En la medida como ella tomara incremento en fuerza y poderío, se convirtió la industria en un potente imán de dineros, que absorbió las riquezas del mundo en su remolino. Pero no tan sólo por el mero hecho de la posesión de riquezas, sino para hacer trabajar nuevamente estos dineros. Durante algún tiempo se manifestaron estos nuevos métodos de producir y sacar utilidad de la producción, en lugar de poseer y obtener un lucro de los intereses del capital prestado. Vino la guerra mundial, en cuya preparación aquellos entre cambistas financieros tienen indudablemente gran parte de la culpa, y ahora estas dos potencias, la industria y las finanzas, se hallan en un duelo a vida y muerte, y cuyo éxito decidirá sobre quién ha de prevalecer en lo futuro: si el trabajo productivo, o el capitalismo negativo (p. 46).

Una pregunta que, a esta altura, el lector ya se debe de haber hecho: ¿Estaba Ford sugiriendo que se persiguiese violentamente a lo judíos, ya sea en Estados Unidos como, pongamos por caso, en Alemania? No, no lo sugería. O al menos no lo sugería por escrito: para él, las persecuciones hacia este pueblo "no son perdonables" (p. 53).

No se extirpará a lo judíos, pero tampoco se les seguirá permitiendo que continúen forzando la humanidad bajo el inicuo yugo, que tan hábilmente le han impuesto. Ellos son los usufructuarios de un sistema que en sí mismo tiene que modificarse radicalmente. Así es, que para justificar en adelante su propia posición en el mundo ellos tendrán que modificarse a sí mismos, dirigiéndose hacia fines más elevados.
[...] Será cosa de los judíos mismos el amoldarse a las nuevas condiciones de vida. No es que ellos deban perder su particularidad, que dejen morir sus energías, ni que abandonen su pasado, sino que será necesario que encaucen todas estas facultades en canales más fecundos y limpios. Sólo así podrán justificar su anhelo de cierto predominio. Una raza que en el terreno de la vida material pudo conseguir lo que los judíos consiguieron --en cuya labor aun se creyeron espiritualmente más adelantados que otros pueblos--, deberá cumplir esta su misión de una forma menos sucia y menos antisocial de lo que lo hizo hasta el presente (p. 58).

Que yo conozca, el único escritor no alemán que se atrevió a confesar, en las puertas mismas del Holocausto, su deseo de suprimir ("sin odio") a los judíos, y que luego, ante la matanza consumada, no fue capaz de proferir la más pálida rectificación de sus dichos, fue un argentino: el presbítero Julio Meinvielle. Sí, presbítero, un hombre de Dios (o de ¡Dios mío!...). Pero ya citaremos largo y tendido a Meinvielle; ahora, terminemos con Ford:

Nosotros no llevamos la intención de difamar por malicia, pero la Historia de los judíos escrita por judíos ofrece montañas de pruebas, de que el soborno constituye el arma predilecta y mayormente esgrimida de los judíos --y lo que ahora se va conociendo a este respecto, prueba que todo sigue siendo igual (pp. 141-2).

Corresponde su carácter el vivir de y sobre otras personas, no de la tierra, no de la transformación de materia bruta en productos útiles para la vida humana, sino de su vecindario inmediatamente. Que otros labran la tierra: el judío, donde pueda, vivirá del labrador. Que otros suden en industrias y oficios: el judío preferirá adueñarse de los frutos de su actividad. Esta inclinación parasitaria debe pues formar parte de su esencia (p. 215).

Ejercen los judíos en esta capital [Nueva York] un poderío mucho mayor, que nunca ningún otro lugar durante toda la era cristiana, excepción hecha sólo de la Rusia actual. La revolución rusa fue preparada y pertrechada desde Nueva York (p. 216).

Si los judíos que concurren en Nueva York se convirtieran en americanos en lugar de esforzarse constantemente por falsificar el americanismo; si ayudasen a fortificar los principios y buenas tradiciones del país, en lugar de alterar los primeros y eliminar las segundas, entonces nuestro juicio acerca de los judíos debería resultar favorable. [...] El espíritu comercial yanqui no debe confundirse con el ahora tan dudosamente famoso «bussines», en el que participan millares de judíos de todas partes del mundo, girándose como americanos genuinos, aunque muchas veces ni siquiera domina en nuestro idioma [...]. Si hoy en efecto se averió un poco el renombre de este espíritu comercial americano, fue únicamente porque bajo el escudo del nombre yanqui se manifestó ampliamente otro espíritu completamente distinto (p. 217).

El objeto político judío no es ni más ni menos que el dominio mundial en el sentido brutalmente material. Este dominio con exclusión de toda otra razón ofrece la explicación de sus instintos en migratorios en sentido político, propagandístico y revolucionario (p. 345).

El banquero judío internacional, que no tiene patria determinada, sino que se juega un país contra el otro, y del otro lado el proletario judío internacional, que vagabundea de tierra en tierra para buscar las condiciones económicas que le sean adecuadas, se encuentran detrás de todos los problemas que hoy día intranquilizan al mundo (p. 357).

En épocas de tempestad caen más nueces en los cestos abiertos de los banqueros internacionales, que no en tiempos tranquilos. Guerras y penurias siempre les proporcionan las cosechas más ricas (p. 357).

Para los judíos internacionales los demás pueblos constituyen una especie de clientes. Que pierda o gane un ejército, o el otro: ellos ganan, pierda quien quiera. Para ellos la guerra aún no se acabó. Las hostilidades propiamente dichas y los sufrimientos horrorosos de los pueblos para ellos no fueron sino el preludio (p. 358).

¿Han previsto pues lo judíos internacionales en [el congreso sionista de] 1903 la guerra mundial? [...] Y ¿es que sólo la previeron? Más valdría que todo se hubiese quedado tan sólo en preverla, pero también existen hechos que comprueban que hasta la han preparado (p. 137).

Esta gran potencia financiera judía está temblando. Razón suficiente para ello tiene. La sangre vertida durante la guerra mundial, cuyos réditos a una hora viene cobrando, chorrea de sus manos. ¡Qué de admirar, el judaísmo tiembla ante la probabilidad de verse desenmascarado! (p. 369).

Parece un chiste de mal gusto esa afirmación ampliamente divulgada, que dice: «Los Estados Unidos de América poseen más oro que ningún otro país del mundo». ¿Dónde está? ¿Desde cuándo tú, hermano yanqui, no has vuelto a ver una moneda de oro? ¿Dónde se esconde todo ese oro? ¿Quizás en los sótanos del palacio gubernamental? --No señor, porque el gobierno mismo está excesivamente adeudado, intenta desesperadamente hacer economías, ni puede ya pagar las rentas a los combatientes, porque la Hacienda del país no lo aguanta. No señor, en el recinto de América se haya efectivamente todo ese oro, pero resulta que no le pertenece a la Unión (p. 358).

La idea «recolectora», la de hacer ganancias sin miramientos de ninguna índole tomada por sí es absolutamente anti-social y destructiva. Sólo al presentarse secundariamente al lado de la idea «productora», adquiere cierto derecho. Pero en el momento en que una persona, o hasta una clase entera viene subyugándose a la idea «recolectora», pierde el mortero, que antes uniera a la sociedad, su facultad ligado horas, se desmorona, y el derrumbamiento sobreviene (p. 364).

El poderío financiero judío se funda en sus recíprocas relaciones internacionales, extendiéndose sobre el mundo entero en forma de una cadena ininterrumpida de bancos y puntos de enlace financieros, y colocándose siempre del lado de aquellos que se prestan a favorecer las dudosas jugadas de los mangoneadores judíos. Su sede central se hallaba, y quizás aún se encuentre, en Alemania, o mejor dicho en Francfort del Main, pero cierta nerviosidad manifiesta parece indicar, que se va siendo necesario su traslado. Puede ser, que la Providencia resulte al fin y al cabo más fuerte, que todo el poderío financiero judío. Desde todas partes viene construyendo el oro del mundo entero para desaparecer en los sótanos de los palacios bancarios de las Américas del Norte y del Sur. Pero no para fructificar estos continentes, sino para movilizar el predominio judío a un postrer golpe desesperado (pp. 368-9).

A nosotros pues no nos interesa el banquero judío individualmente. Los papagayos, que vienen repitiendo estúpidamente las frases judías, se creen a veces que el negociante judío tenga el mismo derecho de hacer sus ganancias como otro negociante cualquiera. En último término ¿quién lo niega? Pero cuando frente a nosotros estamos observando una cadena sin fin de consulados financieros coligados a un sistema uniforme, y que no pueden considerarse como bancos ni americanos, ni franceses, ingleses, españoles, ni alemanes, sino que sólo representan eslabones de la cadena universal bancaria judía, resulta que en efecto no se trata aquí de individuos judíos, que como otras personas cualesquiera vienen dedicándose a sus negocios particulares, sino de un conjunto de poder apenas imaginable y afines ya bien malos o buenos. Lo malo empero prepondera enormemente sobre lo bueno (p. 369).

Mientras tanto que los judíos no puedan probar que la penetración del espíritu judío haya elevado intelectual, moral, económica y políticamente a la clase obrera, queda en pie la grave acusación de que su influencia sea extraña, destructora y traidora contra el pueblo.
La repulsión y supresión de este espíritu no significa «reacción», sino que constituye una vuelta a los caminos antiguos de nuestros antepasados, los anglosajones, que nos condujeron a las alturas, y cuya raza mostró que hasta nuestros días salieron de ella los verdaderos maestros de las obras terrenales, los fundadores de ciudades, los creadores de comercio, industrias y tráfico, y los descubridores y explotadores de nuevos continentes: ellos, y nunca los judíos, que jamás fueron constructores ni innovadores, que en su vida fueron los primeros en poner el pie en selvas vírgenes, ni en despoblado, sino que a lo sumo se adherían a las plantas de los conquistadores. Por este mero hecho aún no merecen reproche, pero sí por la frescura con que exigen para sí igualdad en todos los derechos, como aquellos conquistadores. Pero otro reproche aún mucho más grave lo merecen los descendientes de aquellos anglosajones por abandonar el idealismo honrado de sus antepasados, recogiendo en cambio las sucias ideas de Judas (pp. 364-5).

Los estudiantes deberán saber que es preciso que se decidan ya sea por el espíritu de sus antepasados anglosajones o por el espíritu del desierto de Siria encarnado en la tribu de Judas. Es decir, que si quieren seguir a los edificadores o a los destructores. El único contraveneno eficaz e infalible contra la influencia del espíritu judío consiste en volver a hacer nacer en ellos el orgullo de su raza. Nuestros padres fueron hijos de la raza anglosajón-celta, hombres que poseían fuerza cultural implantada en su sangre y su destino, que en litorales y no hospitalarios sentaron la bandera de una creación cultural, y que en poniente avanzaban hasta California, y al norte hasta Alaska. Ellos fueron quienes poblaban Australia y ocupaban los pasos de los continentes en Suez, Gibraltar y en Panamá, que abrieron las zonas tropicales y que conquistaron las regiones eternamente heladas. Germanos fueron los que fundaron casi todos los Estados, que a los pueblos dieron normas imperecederas y que a cada siglo le dieron su lúcido ideal. Ni a su Dios ni su religión tomaron de los judíos, sino que ellos son en verdad el pueblo «predilecto» del Señor, los amos del mundo, al que van perfeccionando cada vez más, pero sin derrumbarlo primero.
En el campamento de tal raza, a los hijos de tales padres, viene penetrando un pueblo sin cultura, sin religión ideal, sin idioma viviente, sin una única gran hazaña, a no ser en el terreno de «ganar dinero», expulsado de todo el país que primeramente le ofreciera hospitalidad. Y ¿esas gentuzas quieren venir a decir a los hijos de los sajones, lo que fuera menester para que el mundo sea perfecto? (pp. 366-7).

Convenido que si la inteligencia judía resultara superior, si sus facultades espirituales demostraran su mayor valía, entonces sí que venzan, y que la fuerza y la ideología anglosajonas se hundan en el polvo ante la planta de Judas.
Ante todo empero, que bajen ambas ideas con visera levantada a la arena de combate. No constituye una lucha leal el que la idea anglosajona en cines, escuelas y universidades sea ocultada a los anglosajones so pretexto de que fuera «sectaria», o «chauvinista», o «anticuada», u otra estulticia por el estilo. Resulta deshonroso e indecente, el que ideas judías viajen bajo bandera anglosajona. Llámese la herencia espiritual y cultural de nuestros antepasados por su honesto nombre anglosajón y la idea judía no triunfara jamás sobre ella. Esta no puede vencer, sino cuando se haya conseguido arrancar a un pueblo del sagrado suelo de su arraigada cultura.
Judas fue quien rompió hostilidades. Nadie tiene tal lucha, cuando ésta se lleve francamente. Para este objeto en cambio deben saber nuestros estudiantes y profesores, que la cosa va por la existencia de los bienes espirituales de nuestra raza, que creó casi toda la cultura que a la vista tenemos, y que se siente también con fuerzas suficientes para ir edificando aún la cultura de tiempos venideros. Y por el otro lado deben saber que quien nos ataca es el judío.
Esto es todo lo que hace falta. Pero precisamente esto es contra lo que los judíos protestan tan chillonamente, tildándolo de "odio de razas". ¿Por qué? Pues porque la ideología judía debe fracasar lamentablemente desde el momento en que ya no puede esconderse bajo una bandera falsa, cuando no puede atacar ya con un disfraz embaucador. La ideología aria no teme la luz del día.
Dejad que cada idea se presente bajo su propio estandarte, y ¡ya veremos! (pp. 367-8).
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[1] (Nota del traductor al español del libro de Ford.) Tal aserto propugnado por [Werner] Sombart es erróneo. Precisamente durante el siglo subsiguiente a la expulsión de los judíos alcanzó España bajo Carlos V y Felipe II su más espléndido florecimiento. Sólo el hundimiento de su armada enviada contra Inglaterra quebró su hegemonía mundial.

viernes, 14 de mayo de 2010

El crimen y la travesura



Curioso día el de hoy. Por la mañana presencié un robo a mano armada en el que resultó herido de gravedad un custodio de una empresa de computación. Los delincuentes cercaron a los dos autos de dicha empresa justo enfrente de mi lugar de trabajo, sobre la calle Virrey Liniers. Uno le disparó a quemarropa al obeso custodio que iba en el auto de atrás. La bala le interesó el costado derecho, le salió por el otro lado y quedó en el piso del auto. Después le arrebataron la cartera a una mujer que iba en el auto delantero, huyendo de inmediato en dos motos. Al rato vino un periodista de radio Mitre a preguntarnos cómo se habían desarrollado las acciones. Grabó mi escueto relato y lo mandó al aire, en diferido, cerca del mediodía. El custodio fue operado de urgencia en el hospital Churruca. Desconozco su estado de salud.
Ya en la tarde, pasando por las adyacencias de un templo judío recibí un papelazo mojado en el estómago, arrojado por alguien desde una ventana perteneciente a ese local. Le pregunté a un policía que custodiaba el lugar si se había percatado del blandengue atentado; me confesó que no, pero me instó a que ingresase al templo y hablase con el rabino para notificarlo del suceso. Eso hice, pero no hablé con el rabino (se me informó que no estaba) sino con otro judío que controlaba a un grupo de niños (al parecer, en el templo funciona una escuela o algo así). Me aseguró que investigaría el incidente, pero ya la "justa indignación" se me había desvanecido luego de ver a los purretes.
Es la primera vez en mi vida que hablo por radio, y también la primera vez que ingreso a un templo hebreo. La bala y el papel, el crimen y la travesura. Los que estaban dispuestos a morir por dinero y los que estarán dispuestos a vivir para el dinero. El mundo sería mejor si los delincuentes tirasen papel mojado en vez de balas y los judíos, en vez de papel mojado, papel moneda.
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jueves, 13 de mayo de 2010

Anécdotas protagonizadas por gente loca (3ª parte)

D. O., de 20 años, se dirigía con su madre hacia el hospital, donde era tratada ambulatoriamente por una quejosa distimia característica de la hebefrenia --en su casa, a toda hora, machacaba que tenía la nariz tapada y los pulmones cerrados. Al pasar por una barrera del ferrocarril, vio que el guardabarreras cerró bruscamente la puerta de su casilla. Con este gesto, pensó ella, el guardabarreras le envió un mensaje. Ese cierre brusco le quería advertir que, así como se cierra la puerta de la casilla, se está cerrando la posibilidad de su curación. [...] En los días siguientes, las quejas hipocondríacas se hicieron más intensas y la paciente creía que la ropa colgada al sol, en el jardín del pabellón, también contenía un mensaje: hay que ser más higiénico si uno quiere curarse los pulmones. Acaso la enfermera colocó la ropa de tal modo que la advertencia pudiera ser captada, sospechó la paciente. Dos semanas después, estaba menos quejosa y ya no hablaba de mensajes o advertencias [...]
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B. M., de 47 años. Sufre, desde los diecisiete, una forma hebefrénico-apática de la esquizofrenia. Pasa la mayor parte del tiempo sentada junto a su cama o en algún rincón del comedor, con la cabeza ligeramente inclinada a la izquierda y los brazos cruzados. [...] Una o dos veces por año sufre estados de intenso malhumor, con fuertes protestas y gritos injuriosos. Durante uno de estos episodios decía, con creciente irritación, "ese, sí, ese hombre me hace pasar noches terribles", mientras señalaba a una paciente que permanecía silenciosa y sorprendida en su cama. "¿Cómo ese hombre... si es una mujer?" preguntó la enfermera, y B. M. respondió, elevando su ira, "qué mujer ni qué mujer, no se hagan los estúpidos, ese es un degenerado de lo peor... todas las noches se aprovecha y me hace salir ríos de sangre de acá abajo". Un médico le preguntó "¿quiere decir que todas las noches usted es violada por una mujer?", y ella, ya en el borde de la agresión física, gritó "no es una mujer, estúpido, es un degenerado que se mete no sé cómo en mi cama". Una semana más tarde estaba nuevamente en su asiento, con la cabeza inclinada y los brazos cruzados, como siempre. Le preguntamos si había recibido nuevos ultrajes, mientras señalábamos a la otra paciente, y contestó "aquí todo está tranquilo, nadie se mete con nadie".
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C. L., de 49 años. A los dieciocho comenzó a mostrar signos de malhumor mórbido. Por cualquier cambio de palabras se encerraba furiosa en su cuarto, y varias veces atacó violentamente a sus padres y hermanos. No sólo esta distimia llamaba la atención, pues la paciente, además, hablaba de "viajes mentales". Por otra parte, utilizaba extrañas palabras aisladas o combinaciones de palabras que nadie podía decir de dónde las sacaba. [...] Actualmente, a más de treinta años del comienzo del síndrome, vive apartada, casi siempre en cama o caminando rápidamente por el corredor del pabellón. [...] A veces se dirige espontánea y fugazmente a la enfermera para decirle "acordate Elsita, inyección matinal, morlaquita al cuarto". Aparte de esto, sólo habla para contestar. Cuando le preguntamos dónde estamos, responde "aquí... esto es Asia... esto es Asia-China". Entonces, ante la pregunta "¿cómo llegó usted aquí?", contesta "llegué por cuestiones de la cabeza hasta vieja... cuando me vine más vieja entré en la frontera con Asia, en el límite con Asia". "¿Usted viajó?" preguntamos, y nos dice "sí, claro, pude viajar con la cabeza, con la cabeza y todo mi ser, con todo mi ser humano". Volvemos a preguntar "¿qué lugar es éste?"; respuesta: "el pabellón Tomasita" (correcto: el pabellón se llama Tomasa Vélez Sarsfield). "Entonces no estamos en Asia-China" replicamos; y ella responde "sí... este es el pabellón Tomasita de la frontera Asia-China". Finalmente preguntamos "¿no estamos acaso en la Argentina?" y contesta "no, yo estaba antes en la Argentina, ahora me vine con la cabeza de vieja a la frontera de Asia". [...]
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M. D., de 38 años, es una mujer poco dotada, siempre dependiente de su madre. [...] Al llegar al pabellón, desde el servicio de guardia, se sentó en la silla de la enfermera y ordenó "vayan a buscarme un frasco de dulce de leche". Usaba dos pusieras, varios collares, una gorra marinera con escudo, y andaba descalza. [...] Preguntaba por la vida privada de médicos y enfermeras, y estaba dispuesta a bailar con cualquiera, hombre o mujer. A un electricista le dijo "¿qué hacés ahí trabajando?, vení a bailar un valsecito". Cuando la enfermera le indicó su cama, sacó el colchón, lo colocó en el piso y se acostó allí mismo, mientras se burlaba sacando la lengua. Al rato andaba por el pasillo pidiendo "besitos". [...] A los dos meses de internación volvió a su casa, acompañada por la madre. [...]
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A. R., de 35 años. A los quince años abandonó toda actividad, permanecía aislada en su cama, hablaba sola y sorpresivamente atacaba a los familiares, en una ocasión con un cuchillo. Al llegar a nuestro hospital, a los diecinueve años, afirmaba que el presidente de la nación estaba enojado con ella. Sentía que le gritaban desde el techo. "Estoy muy loca", decía con desasosiego. En los últimos años permanece, en general, tranquila, sin ocuparse de nada serio [...]. Dos o tres veces por año, pasa por semanas tormentosas, con intenso malhumor. En uno de estos ataques gritaba: "me vienen balas desde atrás, me perforan los sesos..., me sale sangre epitogénica..., hoy nacieron nenitos huérfanos y yo los vi allá, en la lona..., son hombres y mujeres sembrados..., soy checa, alemana, inglesa y árabe..., en la televisión hay una tehuelche que me saca el cerebro". A los pocos días se encontraba nuevamente caminando por el hospital con toda serenidad. Cuando le preguntamos por la tehuelche, parecía no saber a qué nos referíamos.
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Z. E., de 34 años, internada por primera vez a los diecinueve. Pasa casi todo el día en su cama, escuchando la radio; desaseada, desaliñada, pintarrajeada; no coopera en nada, no hace caso de nada; casi siempre se ríe de modo tonto. Esta vida pachorrienta es interrumpida por días oscuros, con gran irritación. En una de estas crisis entró al consultorio gritando: "qué crimen, qué crimen..., han matado a mi hermano..., le cortaron la cabeza y han dejado el esqueleto al aire". Estaba apenada y furiosa a la vez. Lloraba y golpeaba las puertas. A las veinticuatro horas, interrogada sobre la trágica muerte de su hermano, respondió: "no sé..., y, si lo mataron, ya pasó". También tiene días festivos o, más bien, de entusiasta necesidad de comunicación: "anoche volé a Córdoba en helicóptero..., lavé ropa y me pagaron 100.000 millones de pesos". Pasada la onda, sea irritable, sea expansiva, vuelve a la pachorra de siempre. [...]
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F. M., de 60 años, es un hombre alto, ágil, muy activo; siempre comunicativo y, en verdad, agradable. Está dispuesto, en todo momento, a contar las aventuras más diversas, en las cuales es siempre protagonista o, al menos, cercano espectador. Dice, por ejemplo, que el día anterior estuvo en un río del Paraguay, donde vio una enorme procesión de niños ciegos a lo largo de la costa. Otra vez dijo que estuvo en la estación de Retiro, donde estaba nevando; que había guerrilleros disparando sus armas desde la estación y que él debió refugiarse en un buzón. Frecuentemente decía que Remedios de Escalada venía por las tardes a visitarlo y le pasaba el número ganador del próximo juego de quiniela. Otra vez afirmaba haber estado en el Golfo de Méjico, donde vio lanchas de pescadores iguales a las que utilizaban los discípulos de Cristo. La última vez que lo vimos nos contó que vio una virgencita conduciendo una caravana de árabes conversos.
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A. G., de 36 años, alta y robusta; madre de dos niños. [...] A los veintiocho años sufrió una "crisis nerviosa" y debió ser internada. [...] Al llegar al pabellón, desde la sala de guardia, está excitada y malhumorada. Insulta permanentemente a su esposo y nos acusa, a los médicos presentes, de "detener el proceso judicial". [...] Pasa de un recuerdo a otro sin nexo comprensible. De pronto, interrumpiendo esta logorrea [...], toma dos historias clínicas que están sobre el escritorio y las agita gritando "todavía están aquí estos documentos... ¿qué clase de juzgado es éste?". Decide, por un momento, sentarse con aire displicente, moviendo las piernas y hablando [...] de sus años de juventud. Se ríe de un médico que acaba de llegar y le dice "Luisito, ¿vos también aquí?" y agrega "parece que estamos todos". Se dirige luego a otro médico para decirle "vos, ¿no sos Larroca por casualidad?... sí, sí, vos sos Larroca... ¿te acordás del cafetero y del rusito?". De pronto llora y pregunta por sus hijos, pero rápidamente vuelve a la exaltación y nos cuenta algo cómico del pediatra que asiste a sus hijos. Otra vez el llanto; se detiene y grita angustiada "mis hijos, ¿dónde están mis hijos?". Sorpresivamente se calma y vuelve a reír [...]. Llevada a la sala, confunde a otras pacientes con viejas compañeras y amigas. A la mañana siguiente se la encuentra parada frente a la puerta del lavadero del pabellón, bolso en mano, y ante el llamado de la enfermera responde "ya voy, estoy haciendo cola para comprar un poco de pan". [...]
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F. M., de 45 años, es pícnica y simpática, pero tiene dificultades para vencer su timidez. Ha sido internada seis veces por lo mismo: inquietud desencadenada en los días previos a la menstruación. Al llegar al pabellón, desde la sala de guardia, se encuentra inquieta, juguetona. Es imposible concentrarla. Cuando le pedimos que escriba su nombre, toma el lápiz con rapidez y se pone a borronear sobre la hoja. A los pocos segundos se dirige hacia la puerta, anunciando que se retira a su casa, para enfilar luego hacia una cama y acariciar a la paciente que la ocupa. Al minuto siguiente se mantiene sentada, con el brazo derecho elevado y produciendo un constante movimiento de giro en la articulación de la muñeca. Se mete en todo lo que escucha; completa las frases que oye; levanta el tubo telefónico y pregunta quién llama --sin haber sonado el aparato--. De pronto se levanta, sale al pasillo y camine con rapidez, arrojando lejos el bolso que contiene su ropa. A una médica que acaba de entrar la saluda como si la conociera de toda la vida. Dice que el reloj de médico es de ella. Intenta, por momentos, tocar todo lo que está a su alcance. Se pone a bailar, cambia la posición de todos los elementos que hay en el escritorio, reordena las carpetas. Vuelve a girar su mano derecha en lo alto, y ante la pregunta por el motivo de este movimiento, responde festivamente "estoy resucitando gente". De pronto deja el aire festivo y llora fugazmente. [...] Al rato se distrae tanto que no es posible cambiar dos palabras con ella. Al minuto siguiente piensa que están preparando la fiesta de su casamiento y que hay gente que la espera dentro de un automóvil para llevarla a dar "un paseo de lujo". [...] Dice que sus intestinos están "cerrados", pero no puede aclarar nada sobre esto, tal es su constante cambio de tema. Al entrar un enfermero, le dice "¿qué hacés Angelito?". Tiene tres médicos frente a ella; a uno le dice "usted es contrabandista", a otro "me parece que usted es un maestro", y al tercero lo señala diciendo "este es un tipo cualquiera". De golpe se lanza sobre el teléfono y, nuevamente, pregunta quién habla --y, otra vez, el aparato no había sonado. Cuatro días después, ya tranquila, recuerda que al venir con sus familiares en el automóvil atravesaron un puente que tenían luz de día en el sector medio y oscuridad en las partes laterales. "Era de día y de noche al mismo tiempo" comenta. Junto al puente, además, había personas que estaban construyendo iglesias y resucitando muertos. [...]
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L. de F., 41 años. Delgada, tímida, delicada y muy hacendosa. Tiene a su cargo la cocina del pabellón; preparan infusiones, limpia la vajilla y supervisa la distribución del alimento. Adquiere extraños conocimientos por medio de "mensajes", externos e internos. Los mensajes externos provienen, muy probablemente, de los adventistas, quienes le informan que ella ha viajado en el tiempo. Una vez estuvo en Tierra Santa, en la época de Jesús, María y los apóstoles. En otra ocasión pasó por la Europa medieval. [...] En su viaje a Tierra Santa, que realizó junto con su prima, consiguió importantes vínculos que se ha mantenido inalterados. Cristo la visitó años después. Era una tarde fría, tan fría que podía ser letal. Al llegar Jesús, se mejoró la temperatura. Se reunieron sexualmente y, por esta unión, tuvo un hijo, un hijo de Cristo. Hace unos meses vio a este hijo, que pasaba manejando una ambulancia. [...] Ella sabe que existen seres "malísimos": los dobles. Se trata de personas como nosotros, pero sólo en apariencia, pues no comen y nada necesitan para seguir viviendo. Nacen "espontáneamente de los genes" y es evidente que, detrás de ellos, hay un "poder", "un poder del otro lado". La infancia de L. de F. fue muy desgraciada. Cuando tenía nueve años, los dobles entraron en su casa y la torturaron con electricidad. Además, su verdadero padre no vivía con ella; en su lugar pusieron un impostor. Ella vio, no hace mucho, a su auténtico padre, que pasó en un pequeño automóvil. De su verdadera madre sólo sabe que murió en un hospital, baleada por la espalda. […]
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H. A., de 50 años. Pasa la mayor parte del tiempo en cama, para reponerse de las torturas. Sus torturadores son médicos que trabajan en el Ministerio de Bienestar Social. Pero no se trata de puras vejaciones sino de experimentos. Quieren, por medios artificiales, que se llegue a la perfección. "No saben que sólo Dios puede alcanzar eso", comenta la paciente con aflicción. Le han colocado micrófonos en la cabeza y, con extrañas máquinas de transmisión, le alteran los procesos orgánicos. En uno de los experimentos, tuvo dos partos de cuatro hijos, con un embarazo de sólo cinco meses. El acto sexual que originó los embarazos tenía, a pesar de ser artificial, una fuerte carga instintiva. "Sentí como si fuera realmente con un hombre... claro que le faltaba el factor hombre, usted me entiende... es algo distinto, pero se disfruta... es lo lindo dentro de todo lo malo que me hacen". Cuando piensa cómo escapar de estos experimentos, las voces de los torturadores --que le hablan por los micrófonos cefálicos-- la amenazan con trasladar partes de su cuerpo a otros lugares del planeta. [...]
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H. G., de 64 años. Serio, reservado, muy prolijo. Todos los días, después de la siesta, se acicala para cumplir su misión. Sale del pabellón con paso seguro y se dirige siempre al mismo sitio, junto a un árbol en el cual se apoya. Entre su ropa y la corteza del árbol no hay contacto, pues él coloca una hoja de cartón que sujeta por medio de un piolín. Una vez instalado, comienza rápidamente la tarea. Cada dos o tres minutos dibuja, en un cuaderno, un pequeño círculo. Prefiere utilizar bolígrafos, pero a veces usa lápices. La realización de los círculos es disparada por mensajes procedentes de "la organización". Se trata de un conjunto de personas, entre las cuales obviamente se encuentra él, dedicadas a evitar el contrabando. Cada vez que un delincuente intenta contrabandear, el paciente recibe un mensaje; entonces, por medio del acto de dibujar el círculo, consigue abatir al malhechor. El cuaderno no está permanentemente en sus manos; luego de realizar el círculo fatal, lo guarda bajo la solapa del saco, de donde lo retira para efectuar la próxima operación. Además, cada vez que saca el cuaderno, golpea suavemente con ambos codos en su tronco. Si estos pasos no se realizan con precisión, el dibujo no consigue liquidar al contrabandista.
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La excentricidad hebefrénica aparece [...] bajo la forma de una particular alteración lingüística, que comprende falta de concisión, extrañas listas de términos, insólitas combinaciones de palabras, construcciones neológicas y descripciones patéticas. [...] Un paciente decía "ferrachi" en lugar de "serrucho", y para llegar a este neologismo pasó, en pocos minutos, por los desvíos parafásicos "serruchi" y "serrachi". Una hebefrénica decía que la medicación le alteraba "el cerebrado cerebral del cerebrilo". [...]
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[...] Un enfermo estaba sentado junto a nosotros; de pronto se paró, fue hasta la puerta del office y, mirando hacia el pasillo, gritó "hay fruta, postre"; inmediatamente volvió su silla. En el pasillo no había nadie, no se veían alimentos, ni era la hora de comer. [...]
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[...] Una paciente [...] dijo que detrás del pabellón había "semillas de pan". Cuando nos trasladamos con ella para verificar su hallazgo, nos muestra cuatro panecillos enmohecidos. "Si usted los entierra salen plantas de pan", afirmó. [...] La misma paciente le dijo a un médico "¿cómo le va, siempre en el frío?". El médico respondió "¿frío?, si estamos en verano" y la paciente expresó "no, usted es psiquiatra, y psiquiatra es siqui, siquí, siquí de esquí, de esquí para andar en el frío de la nieve". En otra ocasión, la misma enferma dijo "cuando escucho mi nombre, Blanquita, creo que el nombre dice bla de Blan, porque yo bla-bla, hablo y hablo, y el quita es porque eso me quita la comunicación". Ante la pregunta "¿qué clase de fruta es la mandarina?", esta enferma dijo "¿qué es esto...?, ¿me quiere decir que alguien me va a mandar harina?". [...]
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[...] Una enferma que cuida la cocina del pabellón, siempre prolija, siempre cordial, lleva un cuaderno con notas como la que seguidamente reproducimos:

El Pantalón
Brochero soy o Sea Curita de Campaña. Guerra a los Pantalones de la Dama En Total Seria. Si viniese la Moda A Varoncito La Toga Y su Jaké. En Campañas de Guerra Su Dama Con Uniforme Usa Pantalones Al Igual Que María. Pero No es Oficialidad. Guerra Habrá. ojo.

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Una paciente [...], ante la pregunta "¿en qué año estamos?" Dijo lo siguiente:

no sé...94... pero ya están haciendo murales para el 2006... se va a conmover toda la tierra, van a venir con una armada los mejicanos mudos, actores mejicanos, y salen en revistas, y mis amigos salieron en revistas... tenían de todo y murió tuberculosa una que se casó de blanco... uno jugaba a la lotería, fumaba y se mataron en un accidente... lo trajeron para Buenos Aires y la hija murió cuando vino la gripe perforada... se pusieron medio luto y a los hijos los desterró a todos y a las nietas les elegían marido, y casaron paisanos con paisanos, y cantaban... yo también subí a cantar, pero no, pusieron un tango... el hermano se tuvo que poner de colectivero, pero no sé si sabía manejar... pusieron una tienda... vendían lila... dije medio luto pero no era medio luto y la ropa negra se usa... mi prima vino porque se volvió puta y entregadora... nunca me ha querido y yo le escribí una carta que ella abría y no contestaba.

La misma paciente, en otra ocasión, se acercó para decirnos

¿Sabe una cosa?... los escuel son inspectores espiritistas, son los voluntarios de los trausende, como de los osorios, que son muchos hombres que están internados, y así están... que sí, que no, que sí, que no, que no querés que te enjabone.
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[...] Una paciente entra al consultorio con aire preocupado y nos pregunta "¿sabe que la morfina negra no la puedo hacer soltar con el agua radial?". "¿Agua radial?" Preguntamos, y contesta "sí, claro, es un líquido que usan los erasmos desterrados". [...] La enferma de los "erasmos desterrados" --que no sabe quién era Desiderio Erasmo-- nos dijo:


Francia vio volar a mi hijo, que volaba con alas blancas llevando un mensaje de paz... estábamos en guerra y mi hijo volaba sobre un volcán en erupción, y yo lo defendía de la máscara japonesa... porque se escapó de la cama y lo agarró un japonés, y peleamos con alambre de púa... y así llegó a volar como enviado papal. [...]
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Hay pacientes que aún bajo el más estricto cuidado siguen siendo intensamente excéntricos. Tienen una verdadera avidez por la ropa estrafalaria y por los adornos más chocantes. Estos trastornos no se limitan a vestidos y adornos. Puesto que letras, palabras y frases son objetos utilizados o los actos verbales, las expresiones de los pacientes resultan asimismo raras, extrañas y estrambóticas. Una enferma, molesta por la conducta de otras pacientes, pidió al médico la "electrificación inmediata de toda rastrerísima que burle vilmente la higiene del sistema urogenital anal". Otra enferma, para referirse a un médico de apellido Vázquez, dice "dos medios Vázquez". Los gestos y modales se tornan excéntricos. Una paciente saluda a los gritos; otra lo hace en silencio, inclinando el tronco lenta y excesivamente. Una, para presentar sus demandas, se pone de rodillas y eleva los brazos; otra intenta siempre escabullirse, aun estando entre personas que ve todos los días durante años. Una enferma camina extendiendo los dedos de las manos al ritmo de sus pasos; otra observa todo desde un rincón, con la palma de la mano derecha sobre la nuca, y la palma izquierda en el hombro derecho. Muy típica es la tendencia a coleccionar, a veces ordenadamente, todo lo fútil que se encuentra. Pequeños papeles, naipes sueltos, trapitos, chapitas, fósforos usados, vacías cajitas de remedios, etc., todo se guarda en paquetes que los pacientes hacen y deshacen todos los días. En estas colecciones se puede hallar, junto a lo fútil, cosas útiles cuya importancia no conocen los enfermos. Un hebefrénico pueril siempre llevaba una caja de madera en la que encontramos una fotografía del núcleo centro-mediano del tálamo. Parece pues que, todo aquello capaz de emitir el acto de coleccionar, es efectivo al fallar el filtro pragmático.
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Párrafos extraídos del libro Introducción al diagnóstico de las psicosis de Juan Carlos Goldar (Buenos Aires, Salerno, 1994), excepto el último, tomado de Anatomía de la mente (Buenos Aires, Salerno, 1993), mismo autor.

sábado, 8 de mayo de 2010

Anécdotas protagonizadas por gente loca (2ª parte)

C. L., 64 años. Cuando la conocimos, hace seis años, estaba sacando un colchón de su habitación para colocarlo en medio del pasillo. La enfermera, que la conocía de muchos años, nos dijo que este ritual ocurría todos los días. Y así pudimos comprobarlo. Se trata de una maniobra higiénica que integra un complejo sistema. La paciente está muchas veces cubierta por un manto de plástico y, además, coloca adelante plásticos entre pies y calzado. Según ella, todo está contaminado. En su desesperación por alcanzar la limpieza perfecta, puede llegar a bañarse varias veces en una noche. [...] Cuando siente que, por falta de elementos, no puede mantener la higiene en el nivel que ella quiere, alcanza una distimia irritada y, a la vez, trágica. No sólo insulta del peor modo a cualquiera sino, además, se pone de rodillas y suplica con las manos juntas, mirando hacia el cielo. Esta mezcla de insultar con implorar resulta, ciertamente, curiosa. [...] No mantiene relaciones con otras enfermas. A veces está sentada en un banco del pasillo, silenciosa y ensimismada; entonces puede pararse con rapidez y realizar un saludo militar al ver que un médico pasa junto a ella. Al sentir los desagradables efectos oculares de los neurolépticos, se presenta para pedir la medicación correspondiente diciendo "tengo el fulminatum de la vista". Se considera "extinta-fallecida". Al preguntarle cómo puede hablar si está muerta, nos dice: "no sé, soy muy bruta, nunca me puedo explicar... hace mucho me pasaron al mor". "¿Qué es el mor?", preguntamos, y contesta "mor de muerte". [...] En los últimos meses comenzó a quejarse de un aumento en el volumen de sus senos, y afirma que algunos médicos --"médicos de muerte"-- están utilizando una máquina para modificar su cuerpo. "Podemos romper la máquina" le decimos, y responde "no, no hagan eso, si se rompe la máquina me muero". "¿Cómo va a morir, si usted es extinta-fallecida?" le preguntamos, y otra vez nos contesta "no sé, soy muy bruta, nunca me puedo explicar". [...]
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N. C., 60 años. Hace más de cuatro décadas que está en el hospital. Vive en permanente actividad; nunca la hemos visto descansando en su cama; si se mete en cama es para dormir. Cuando pasa al lado de una mesa o una silla, se inclina y le dice "vos no le hagas caso" o "dejalo como está" [...]. Puertas, marcos de ventanas, caños, canillas, manijas, pueden detener la marcha de la paciente; ésta mira fijamente esos objetos y les envía un signo de negación, agitando su extendido dedo índice derecho. Puesto que manijas y ventanas se encuentran a cada rato, la marcha de la paciente también se interrumpe a cada rato. [...] Cuando se encuentra entre nosotros, en el consultorio, puede ir de una persona a otra diciendo, a cada uno, "Sabalán el portero", "no puedo, que pasa?", "uh, qué lío", "ocupate de esas cosas", "parece que no vino nadie", "es extraño, no?", "vos qué pensás de Don José?", o sus casi constantes "vos no le hagas caso" y "dejalo como está". Muchas veces se dirige a las personas utilizando el nombre de su hermano (Carlos). A la enfermera le dijo, como de pasada, "qué pasa Carlos... vino la encargada?"; a un médico le dijo "Carlos, está por venir el portero"; a otro médico le ha dicho "me canso aquí Carlos". Pero conoce los nombres de todos los médicos. Al doctor R. le dice "fijate Carlos... parece que el doctor R. se volvió loco". Al doctor O. le ha dicho "Carlos, vos no le hagas caso al doctor O.". A veces utiliza un nombre varias veces y con diferentes funciones en una misma frase; por ejemplo "qué pasa Don José, parece que Don José es Don José". A veces ríe de buena gana, se dirige a alguien y, entre risas, le dice "qué lío, ahora va a venir Sabalán y vos no estás". Tiene épocas negativistas, en las cuales resiste todo contacto interpersonal y grita caprichosamente. [...] Cierto día, mientras la enfermera le ponía las zapatillas, ella se irritó, expulsó a la enfermera y anudó los cordones con rápida seguridad; luego se quitó las zapatillas y las tiró por la ventana. [...]
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M. D., 40 años. A los doce años comenzó a sufrir distimias malhumoradas, con agresividad. En el colegio permanecía aislada y decía que las compañeras no la querían. [...] Actualmente pasa casi todo el día en cama, junto a su radio permanentemente encendida. Si la enfermera le ordena levantarse, va al jardín y permanece solitaria en un banco, siempre con la radio. Sólo se baña cuando se lo piden la madre y la enfermera. Se junta con otras pacientes para tomar mate, pero no participa en las conversaciones. Casi siempre responde nuestros saludos, pero jamás saluda espontáneamente. A veces la vemos mirando hacia el pabellón vecino --y sólo en esta actitud muestra cierto interés. Una vez le preguntamos qué miraba y respondió "no sé... me parece como si hubiera una niebla... ¿puede ser que ese edificio sea ruso?". A pesar de nuestros esfuerzos, no conseguimos ningún detalle acerca de estas vivencias. [...]
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