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martes, 25 de mayo de 2010

Las causas del antisemitismo (segunda parte)

Adentrémonos ahora, alertada la mente por la lectura del imperecedero libro de Lazare, en el antisemitismo económico que chorrea de las páginas de El judío internacional, el libro maldito de Henry Ford.
Los artículos que conforman este libro fueron publicados entre 1920 y 1923 en la revista norteamericana The Dearborn Independent. Hitler aún no era demasiado conocido en el ambiente político alemán, y los dichos de Ford --que llegaron de inmediato hasta el país germano-- seguramente ayudaron a catapultarlo hacia el poder. Según Bruno Wenzel, traductor del libro, Henry Ford critica y reconviene a los capitalistas judíos, al menos en algunos casos, de un modo "casi cariñoso". Puede que así sea, pero a juzgar por los efectos que causó este libelo en el ya exaltado ánimo del pueblo alemán, no nos queda otra que aplicar aquí la popular sentencia: ¡Hay cariños que matan!...
Henry Ford, como se decía en su época, no se anda con ambages; ya desde la página 16 pone sus cartas sobre la mesa:

Existe hoy día en el mundo una potencia financiera central, que hace sus jugadas en todas partes, y de una manera admirablemente organizada, siendo el mundo su tablero y el dominio mundial su postura. Los pueblos modernos han perdido ya la confianza en la tesis de que «relaciones económicas» tengan siempre la culpa de los acontecimientos desagradables. Bajo la máscara de «leyes económicas» se ocultan muchísimas cosas, que no obedecen a ley natural alguna, sino que provienen exclusivamente del frío egoísmo de unas cuantas gentes, que poseen tanto la voluntad, como el poder de esclavizar a la humanidad bajo su dominio absoluto.

Estas gentes son los judíos, los auténticos capitalistas, pues mal puede decirse, según Ford, que la cúpula industrial a la que él pertenecía rija su andamiaje de acuerdo a los móviles del capitalismo:

Lo que en los países suele llamarse «capital» es por regla general dinero invertido a objetos productivos, y muy erróneamente obrero y dependiente llaman «capitalista» al emprendedor o director de una empresa que les facilita los medios de vivir. Pero esto no es cierto, estas personas no son capitalistas, sino que a su vez tienen que recorrer también al verdadero capitalista, para que les facilite los medios financieros para su obra. Este capitalismo es una potencia por encima del industrial, que le trata con mucha mayor dureza, de lo que él mismo nunca se atrevería a tratar a sus operarios. Ahí está una de las grandes tragedias de nuestros tiempos, de que «capital» y «trabajo» se combaten entre sí, cuando ni uno ni otro tienen en su mano los medios para reformar las condiciones, bajo las que ambos sufren de una manera intolerable; a no ser que en colaboración mancomún encontrasen un medio para quitarles el poder a aquellos financieros, que tales condiciones no sólo crean, sino que las explotan también a su libre albedrío.
Existe un super-capitalismo, que se apoya exclusivamente en la ilusión de que el oro sea la felicidad. Existe igualmente un super-gobierno que sin ser aliado a ningún otro gobierno queda independiente de todos ellos, haciendo pasar sin embargo su dura mano sobre unos y otros. Existe por fin una raza, una ínfima parte de la humanidad, que nunca y en ninguna parte haya sido bienvenida, y que sin embargo consiguió elevarse a un poderío, que ni las razas más soberbias hubiesen pretendido, ni siquiera Roma en los tiempos de su más esplendoroso poderío. Cada vez más la humanidad entera se va abriendo a la convicción, de que la cuestión obrera, la de los jornales, la reforma del suelo, y otras tantas, no podrán solucionarse, mientras tanto que la cuestión primordial de este poderío financiero internacional haya sido solucionada primeramente (p. 18).

Y ¿cómo fue que los judíos, esa "raza pequeña y siempre despreciada", han logrado dominar la economía mundial? Hay dos posibilidades:

O bien ellos tienen que ser super-hombres, contra los que no vale resistencia alguna, o también ellos son personas vulgares, a las que sólo la demás humanidad demasiado tolerante permitió que alcanzasen 1° injusto y malsano de predominio. Ya que los judíos no son super-hombres, deberán los no-judíos reprenderse a sí mismos por lo ocurrido. Por consiguiente tienen que estudiar el asunto bajo puntos de vista nuevos (p. 18).

Hemos sido demasiado tolerantes, dice Ford. Y se abren de par en par las puertas del nazismo.
En el segundo artículo del libro se toca precisamente la cuestión alemana:

La causa fundamental de la enfermedad del cuerpo nacional alemán consiste en la excesiva influencia judía. Si tal convicción ya la tenían algunas inteligencias preclaras desde hace muchos años, deberá esto comprenderse oíd por las masas menos inteligentes. Lo cierto es que toda la vida política alemana gira alrededor de tal idea, y este hecho no se deja ocultar por más tiempo. Según la opinión de todas las clases sociales, tanto la derrota después del armisticio, como la revolución y sus consecuencias, bajo las que el pueblo sucumbe, son obra de la astucia y de un plan premeditado judíos. Esto se asevera con toda precisión, produciéndose un sinnúmero de pruebas efectivas, y se supone que en su tiempo la Historia se encargará de completar la documentación.
El judío, en Alemania, es considerado solo como un huésped que, abusando de la tolerancia, pecó con su inclinación hasta el dominio. En efecto; no hay en el mundo mayor contraste que el existente entre la raza germana pura y la hebrea. Por esta razón no existe, ni puede existir mancomunidad entre ambas. El alemán no ve en el judío más que al huésped. En cambio, el judío, indignado por que no se le conceden todas las prerrogativas del indígena, alimenta un odio injusto contra el pueblo que le aloja. En otros países logró el judío mezclarse mas fácilmente con el pueblo indígena y acrecentar su poderío con menos trabas, mas en Alemania no le fue posible. El judío odia por esto al pueblo alemán y, precisamente, por esta misma razón, aquellos pueblos en que la influencia judía predominaba en mayor grado, demostraron durante la lamentable guerra mundial el más exacerbado odio contra Alemania. Fueron judíos los que predominaron casi exclusivamente en el enorme engranaje informativo mundial, que fabricó la "opinión pública" con respecto a Alemania. Los únicos que resultaron beneficiados con la Gran Guerra fueron en realidad los judíos (p. 19).

Ford prueba --o intenta probar-- estos asertos con una catarata de nombres propios que yo no conozco y que voy a detallar aquí tan sólo porque sé que este libro es de difícil acceso y estos datos podrían ser interesantes para quien investigare, con más prolijidad que yo, los orígenes del nacionalsocialismo:

Efectuemos un examen de los hechos. ¿Qué ocurrió luego de pasar Alemania del viejo a nuevo régimen? En el gabinete de los Seis, usurpador del puesto del Gobierno Imperial, predominaba en absoluto la influencia de los judíos Haase y Landsberg. Haase dirigía las relaciones exteriores, en lo cual fue secundado por el judío Kautsky, un checo que en 1918 ni siquiera poseía la ciudadanía alemana. El hebreo Schiffer ocupo el Ministerio de Hacienda, con su correligionario Benstein como subsecretario. En el Ministerio de la Gobernación mandaba el semita Preuss, con la ayuda de su amigo el judío Freund. El hebreo Fritz Max Cohen, ex corresponsal en Copenhague del diario pan-judío: "Frankfurter Zeitung", fue designado jefe omnipotente del servicio oficial de informaciones. El gobierno prusiano era la segunda parte de esa constelación. Los hebreos Hirsch y Rosenfeld presidieron el gabinete, encargándose Rosenfeld del Ministerio de Gracia y Justicia, en tanto Hirsch desempeñaba la cartera de Gobernación. El judío Simon fue designado secretario de Estado en El Ministerio de Hacienda, cuyos funcionarios eran todos hebreos. El judío ruso Futran fue nombrado director de enseñanza, en colaboración con el hebreo Arndt. El cargo de director de Colonias, fue desempeñado por el judío Meyer-Gerhard, en tanto que el semita Kastenberg desarrollo sus actividades en calidad de director del negociado de Letras y Artes. La secretaria de Alimentación se puso en manos del judío Wurm, cooperando en el Ministerio de Fomento con los hebreos Dr. Hirsch y Dr. Stadthagen. El semita Cohen ocupo la presidencia del Consejo de Obreros y Soldados, nueva institución en que desempeñaban altos cargos los judíos Stern, Herz, Lowenberg, Frankel, Israelowitz, Laubenheim, Seligsohn, Katzenstein, Lauffenbeg, Heimann, Schlesinger, Merz y Weyl. El judío Ernst fue designado jefe de la policía de Berlín, puesto que en Francfort ocupo el hebreo Sinzheimer, y en Essen el judío Lewy. El semita Eisner se nombro a si mismo en Munich Presidente del Estado de Baviera, designando su ministro de Hacienda al judío Jaffe. Industria, Comercio y Tráfico en Baviera estuvieron bajo las órdenes del hebreo Brentano. Sus correligionarios Talheimer y Herman ocuparon altos cargos en los Ministerios de Würtemberg, en tanto que el judío Fulda gobernaba en Hessen.
Dos delegado alemanes a la conferencia de la paz eran judíos, mientras que un tercero fue conocido incondicional instrumento del judaísmo. Abundaban, además, en la delegación alemana, judíos adjuntos y peritos, tales como Max Warburg, Dr. von Strauss, Merton, Oscar Oppenheimer, doctor Jaffe, Deutsch, Brentano, Bernstein, struck, Rathenau, Wassermann y Mendelsohn-Bartholdy.
La proporción de hebreos en las delegaciones de otros gobiernos en la conferencia de la paz, pudo comprobarse fácilmente, leyendo las crónicas de los periodistas no-judíos. Parece que solo a estos haya llamado la atención, en tanto que los corresponsales judíos prefirieron callar, seguramente por prudencia.
Nunca se había manifestado en Alemania la influencia judía tan acentuadamente como durante la guerra. Apareció con la resuelta certeza de un cañonazo, como si todo hubiese estado preparado de antemano. Los judíos alemanes no fueron durante la guerra patriotas alemanes. Aunque este hecho, en opinión de los países enemigos de Alemania, no puede considerarse precisamente como una falta, permite, empero, apreciar en su justo valor las vehementes protestas de absoluta lealtad de los israelitas hacia aquellos países en que casualmente viven. Por razones que trataremos mas adelante, afirman serios pensadores alemanes que es de todo punto imposible que un judío sea jamás patriota.
Es opinión general, que todos los hebreos arriba citados nunca hubiesen alcanzado aquellos cargos sin la revolución. Y la revolución, en cambio, no habría estallado sin que ellos mismos la hubieran preparado. Es verdad, también, que en Alemania no faltaron insuficiencias, mas estas el mismo pueblo alemán las hubiese podido rectificar, y seguramente lo habría hecho. Precisamente en este caso, las causas de estas insuficiencias que arruinaban la moral pública e imposibilitaban toda reforma, estaban bajo la influencia judía.
Dicha influencia, que por sobre toda otra causa es la culpable del desmoronamiento del Imperio alemán, puede resumirse en los tres siguientes grupos: 1º el bolcheviquismo, que se oculto bajo el manto de socialismo; 2º el capitalismo hebreo con su preponderancia en la prensa, y 3º el control judío de la alimentación del pueblo alemán, y el de toda su vida industrial. Existe todavía un cuarto grupo, "que apunta mas alto", pero los tres citados fueron los que obraron mas directamente sobre los sentidos populares y las masas.
Como es probable que tales conclusiones alemanas puedan ser puestas en tela de juicio por aquellos cuya opinión se fue formando bajo la influencia de la prensa judía, vamos a citar aquí un concepto del corresponsal del diario londinense "Globe", Mr. George Pitter-Wilson. Este observador expresó en abril de 1919 que "el bolcheviquismo significa la expropiación de todas las naciones cristianas, de modo que ningún capital quedará en manos cristianas, y que los judíos en conjunto ejercerán a su antojo el dominio del mundo". Ya en el transcurso del segundo año de la guerra, alemanes y judíos expresaban que era indispensable una derrota de Alemania para la emancipación del proletariado. El socialista Stroebel dijo: "Declaro con toda franqueza que la total victoria de Alemania no favorecería los intereses de la socialdemocracia". Por doquier se afirmaba que la elevación del proletariado seria casi imposible en Alemania vencedora. Estos breves ejemplos de entre los innumerables que podríamos traer a colación, no tienen por objeto volver a examinar toda la cuestión de la guerra; tienden solamente a demostrar que numerosos judíos de los llamados alemanes olvidaron sus deberes hacia el país cuya ciudadanía ostentaba, uniéndose con todos los otros hebreos enemigos, con objeto de preparar la caída de Alemania, Tal objeto, según veremos mas adelante, no fue, ni con mucho, el de liberar a Alemania del militarismo, sino el de precipitar a todo el pueblo germano en un estado caótico, que les permitiera adueñarse del poder. La prensa alemana, tímidamente al principio, abiertamente después, hacia suyas estas tendencias de los portavoces hebreos. El "Berliner Tageblatt" y la "Münchener Neuste Nachritten" fueron en el transcurso de la guerra órganos oficiosos o semioficiosos del gobierno alemán. El primero de estos diarios defiende estatualmente los intereses semitas en Alemania, en tanto que el segundo se muestra completamente bajo la influencia del judaísmo organizado. "Frankfurter Zeitung" es también genuinamente judío. De este periódico dependen innumerables hojas de mayor o menor importancia. Todas estas publicaciones no son sino ediciones alemanas de la prensa mundial judía antialemana, siendo su tendencia completamente la misma. Esta íntima cooperación de la prensa de todas las naciones, que se denomina prensa universal, debería examinarse muy escrupulosamente desde este punto de vista para demostrar a toda la humanidad los secretos de cómo y con qué oculto fin se prepara diariamente la formación de la opinión publica.
Al estallar la guerra pasaron todos los víveres y material bélico a manos hebreas, des de cuyo instante empezó a evidenciarse tal falta de probidad que socavóse la confianza de los combatientes. Tal como los demás pueblos patrióticos también supo el alemán que toda guerra implica sacrificio y sufrimientos, y desde el primer día se mostró dispuesto a sobrellevarlos. Ahora, en cambio, comprendieron los alemanes que han sido explotados por una pandilla de judíos, que todo lo habían preparado para extraer enormes beneficios de la miseria general del pueblo germano. Allí donde era posible especular con las necesidades del pueblo, o que se presentase la oportunidad de obtener ganancias intermedias ya fuera en bancos, sociedades de guerra, empréstitos públicos, o en ministerios que hacían gigantescos pedidos de material bélico, aparecían los judíos. De pronto desaparecieron, para volver a ofrecerse más tarde con un fabuloso aumento de precios, artículos de consumo, de abundante existencia. Las sociedades de guerra fueron dominios judíos. Aquel que poseía dinero pudo adquirirlo todo, hasta tarjetas de racionamiento, con el las que el gobierno se esforzó en una labor sobrehumanas para repartir equitativamente los víveres entre toda la población. Los hebreos triplicaban los precios de aquellos artículos que compraban a espaldas de la distribución oficial, afluyendo así una abundante creada de oro a sus bolsillos. Debido a estas existencias ocultas, de que disponían los judíos, fallaron todos los cálculos y censos del gobierno. La moral pública inquietóse ante semejante fenómeno. Se formularon demandas y se iniciaron procesos, pero cuando los asuntos se fallaban, siendo judíos tanto los jueces como los inculpados, todo terminaba con un sobreseimiento casi general. Por el contrario, si el acusado era alemán, se le condenaba a multas, que también hubiesen debido imponerse a los demás. Estúdiese el país desde este punto de vista, escudríñese Alemania por doquier, escúchese la voz y la opinión públicas, y se oirá siempre en todas partes que este abuso de su poder durante la guerra se grabó en el alma alemana como impreso con un hierro candente. (pp. 19 a 23).

Estúdiese ahora la opinión que Ford tenía del comunismo político y compáresela con la opinión de Lazare:

Se admite que el judío en esencia, no sea anarquista o destructor. Es, empero, el bolchevique mundial, y en especial el causante de la revolución en Alemania. Su anarquismo no es innato, sino que constituye para el un medio para alcanzar mayor objetivo. El hebreo rico no es anarquista, porque puede lograr su objeto por caminos más suaves, en tanto que el judío pobre no dispone de otros medios que los violentos para enriquecerse. Sin embargo judíos ricos y judíos pobres caminan del brazo largo trecho. No se quiebra entre ellos el vínculo de simpatía de raza, porque de triunfar la anarquía, ocupara el hebreo pobre su puesto junto al hermano rico, y si el movimiento fracasara, habrá abierto nuevos surcos, donde el hebreo rico pueda seguir desarrollando sus planes.
El judío pobre no pudo salvar en Alemania la barrera del germanismo [...] sino destruyéndola. En Rusia ocurrió otro tanto. La estructura social de la Alemania imperial mantuvo el judío en un estado de orden, donde según todas las experiencias pudiera ocasionar el menor daño posible. Al igual como la Naturaleza suele encapsular cuerpos extraños, que penetran en un organismo, así lo hacen instintivamente las razas nobles con el judío. En estos tiempos modernos en cambio inventó el judío un medio para, rompiendo las barreras y destruyendo los fundamentos del orden nacional, usurpar el puesto por el anhelado. Cuando Rusia se hundió, ¿quién fue el primero en salir a la luz de los acontecimientos? ¡El judío creen siquí! Pero sus planes aún no estuvieron lo suficientemente radicales, por lo que les y otros sí, otro judío. Éste tras sí comprendió que el orden social en América estuviera demasiado bien fundado, por lo cual le rompió en su punto más débil, Rusia, desde donde piensa poderlo ir destruyendo en el mundo entero. Cada comisario de Rusia de hoy día es judío. Los cronistas de los acontecimientos en Rusia coinciden en la apreciación de que Rusia se halla en su completa disolución. Así será probablemente, pero no se refiere a la apreciación a la situación de los judíos en Rusia. De sus escondrijos prorrumpían los judíos rusos con la avalancha bien organizada, moviéndose en el desorden artificiosamente producido, como si a cada uno de ellos hubiese sido destinado supuesto de antemano.
Exactamente lo mismo ocurrió en Alemania. Parece que el muro del orden alemán debía destruirse del todo, para que los judíos pudieran satisfacer sus ambiciones. Una vez abierta la brecha, prorrumpían los judíos instalándose en todos los puestos de gobierno sobre el pueblo alemán.
De ahí se explica, porque los judíos fomentan en todos los países del mundo los movimientos sediciosos existentes. Sabido es que tanto en América, como en otras naciones, los jóvenes judíos promulgan ideas, cuya realización equivaldría realmente al hundimiento de aquellos Estados. Desde luego aparece como blanco de sus ataques él «capitalismo», que para ellos es idéntico con el actual gobierno del mundo por los no-judíos. Los verdaderos capitalistas del mundo, los capitalistas que lo son por y para el capital propiamente dicho, son exclusivamente los judíos mismos; y no se puede suponer, que éstos quieran realmente combatir el capital. Al contrario, lo que ellos anhelan es el único dominio propio suyo sobre todos los capitales del mundo, y no puede negarse que desde hace mucho tiempo van por buen camino para conseguirlo.
Tanto en Alemania pues, como en Rusia, hay que distinguir claramente entre los métodos de los judíos ricos y los pobres, ocupándose los unos de sus lugar a los gobiernos, y los otros a ganarse las masas populares, pero ambos tienden a un mismo e idéntico fin. La tendencia de las capas bajas judías no se dirige tan sólo a liberarse de la supresión, sino que anhela francamente el poder. Esta voluntad de dominar es la que caracteriza todo su proceder. La convicción actual en Alemania puede quizás caracterizarse de la siguiente forma: que la revolución pasada fue la manifestación abierta de los judíos de su innata voluntad dominadora. Los partidos políticos, tales como socialistas, demócratas y progresistas, no son sino instrumentos de aquella idea. La llamada «dictadura del proletariado» significa real y efectivamente la dictadura de los judíos sobre el pueblo alemán, con ayuda y por medio del proletariado.
Tan repentinamente se les abrieron los ojos a los alemanes, tan violenta e indignadamente se manifestó esta reacción, que el judaísmo alemán se convino de golpe a retirarse a segunda fila, cediéndose como por encanto todos los puestos directamente en contacto con el pueblo alemán y su administración a personas de sangre germana, o al menos bastarda. Pero no por esto cedieron al mismo tiempo también el poder. Lo que en adelante pueda ocurrir en Alemania, aún no se deja prever, pero no cabe duda alguna, de que los alemanes sabrán dominar la situación, estudiando y empleando los medios adecuados e irrecusables que menester fueran (pp. 23 a 25).

El resentimiento, emoción típica del judaísmo, había hecho mella en el espíritu de Ford. Se resentía de los judíos ricos porque no le permitían acrecentar aún más su capital, y se resentía del proletariado porque, redondamente, amenazaba con dejarlo en bancarrota. Se lo mire por donde se lo mire, Henry Ford aparecerá gobernado por el signo pesos. ¡Era más materialista que el más empedernido de los judíos!
Hubo mucho judío en la prensa de principios del siglo XX, lo mismo que hay mucho judío en la prensa de principios del siglo XXI; pero de ahí a decir que la prensa internacional está dominada por el judaísmo, hay un largo trecho. Sin embargo es esto último lo que Ford sugería:

La obra principal del pan-judaísmo es el periodismo. Las producciones técnicas, científicas y literarias del judaísmo moderno son exclusivamente de índole periodística; basándose en la facultad admirable del judío de asimilarse las ideas de otras personas. Capital y periodismo se reúnen en un producto: Prensa, que así representa el verdadero instrumento dominador judío. [...]
Puesto que Pan-Judea disponía su antojo de las fuentes de información del mundo entero, está siempre en condiciones de ir preparando la opinión pública mundial para su fines más próximos. El mayor peligro consiste en la manera como se van fabricando las noticias, y cómo se va formando el modo de pensar de pueblos enteros en sentido pan-judaico. Pero cuando alguien comprende estas manipulaciones, y llama la atención pública sobre la mano de brea en todas estas jugadas, entonces se levanta enseguida un gran clamor ello en la prensa mundial sobre el inicuo «antisemitismo». La causa verdadera de cualquier persecución, y que consiste siempre en la esclavización previa de los pueblos por el dominio financiero judío, no llega saberse nunca en público (pp. 26-7).

El Estado que en la época de Ford, y según Ford, representaba militarmente al pan judaísmo, era Gran Bretaña:

Puesto que Pan-Judea no está nunca en condiciones de sostener constantemente una fuerza armada de mar y tierra, deberán otros Estados ocuparse de tal servicio. Su escuadra es la británica, cuya tarea consiste en rebatir todo ataque, que pudiera dirigirse contra los intereses económicos pan-judíos desde cualquier otra tercera parte. En cambio Pan-Judea garantiza a la Gran Bretaña el desarrollo tranquilo de todo su poderío político y territorial. Pan-Judea fue la que subyugó la Palestina al cetro británico. Dondequiera que existía un ejército terrestre pan-judío, no importando nada el uniforme en que combatieron sus soldados, colaboraba esté siempre íntimamente con el poderío naval británico. [...]
Pan-Judea posee sus vice-gobiernos en Londres y Nueva York. Una vez que aprobó su sed de venganza contra Alemania, va trabajando en la subyugación de otras naciones. La Gran Bretaña ya está en sus garras. En Rusia aún está luchando por el poder, pero los auspicios van en contra. Los Estados Unidos con su excesiva tolerancia contra todas las razas parece que les ofrecen un campo de experiencia favorable. El escenario de la acción se va mudando. El judío en cambio permanece siempre igual, aún a través de tierras y siglos (pp. 26-7).

Se dice que los Estados Unidos, influenciados por esta corriente antisemita interna liderada por Henry Ford, estuvieron bastante cerca de ingresar a la Segunda Guerra Mundial en apoyo de Alemania y no de Inglaterra como al final lo hicieron. Daba lo mismo, sin embargo. El combate sigue siendo inmoral así se ataque para un lado o para el otro.
De 1942 nos vamos a 1492. ¿Quién descubrió América?, preguntan los maestros a sus alumnos. ¡Colón!, responden los infantes al unísono. Pero para Ford la respuesta es incorrecta: América fue descubierta por los judíos:

La historia de los judíos en América comienza con el mismo Cristóbal Colón. El día 2 de agosto de 1492 se expulsaron más de 300.000 judíos de España, con cuyo acontecimiento empezó a hundirse poco a poco el poderío español
[1]. Al día siguiente Cristóbal Colón se hizo a la mar en dirección hacia poniente, yendo con el cierto número de judíos. Éstos no fueron ni mucho menos fugitivos, puesto que los planes del intrépido navegante ya hacía tiempo que suscitaban el interés de judíos influyentes. Con lo mismo refiere, que tenía muchas relaciones con judíos. La primera carta, en que refiere su descubrimiento, fue dirigida a un hebreo. En efecto este gran acontecimiento, que dio al mundo otro mundo, pudo realizarse gracias a la influencia de judíos. La bonita historieta de que la reina Isabel con el valor de sus joyas haya dado los medios para facilitar la expedición, no puede sostenerse ante una crítica exacta. En la Corte Real ejercieron su influencia tres marranos, o sea judíos secretos, a saber Luis de Sant ángel, gran comerciante valenciano y arrendatario de las contribuciones reales, su pariente Gabriel Sánchez, tesorero real, y el amigo de ambos, el canal galán Juan cabrero. Estos pintaron a la reina Isabel el tesoro real como vacío del todo, instigando constantemente su fantasía con la perspectiva brillante, de que se le abriera al descubrir Colón las fabulosas riquezas de la india para la corona de Castilla. De esta forma consiguieron que la reina se decidiera a empeñar sus joyas particulares para equipar la expedición. Pero Sant ángel solicitó y obtuvo el permiso de adelantar el mismo el dinero necesario, unos 17,000 ducados, que equivalen según el actual valor del dinero a unos 160,000 dólares, y es más que probable, que aquel préstamo excediera de los gastos efectivos de la empresa.
Junto con Colón se embarcaron al menos cinco judíos, a saber Luis de Torres como intérprete, Marco como cirujano, Bernal como médico, Alonso de la Calle y Gabriel Sánchez. Tanto los instrumentos astronómicos, como los mapas marítimos provenían de judíos. Luis de Torres fue el primero que salto a tierra, el primero que comprendió el empleo del tabaco. Se estableció en Cuba, y se le puede considerar como patriarca del actual dominio absoluto judío sobre la industria tabacalera mundial.
Los protectores de Colón, Luis de Sant ángel y Gabriel Sánchez, obtuvieron grandes prerrogativas por su participación en la obra. Él mismo en cambio cayó en desgracia por obra de las intrigas de Bernal, su médico judío, sufriendo en recompensa injusticias y encarcelamiento.
Desde un principio miraron los judíos hacia América, como a un país de promisión. Su inmigración a la América del Sur, y en especial al Brasil, empezó enseguida y en grandes masas. A consecuencia de su participación armada en un conflicto suscitado entre los brasileños y los holandeses, optaron luego mucho judíos brasileños por emigrar hacia la colonia holandesa más septentrional, donde hoy día se halla Nueva York (pp. 28-9).

Así fue como, poco a poco, y siempre según Ford, los judíos tomaron el control comercial de la ciudad más importante del planeta.

Hoy día Nueva York es el centro principal del judaísmo mundial. Allí se encuentra la gran taquilla, en que toda la importación y exportación americanas aforan al Tesoro nacional, donde efectivamente todo el trabajo producido por los Estados Unidos rinde su tributo a los magnates financieros del país. Casi todo el suelo de Nueva York es propiedad judía. Una relación de los propietarios de las fincas urbanas ostenta muy pocos nombres no-judíos. ¡Qué de admirar, que en vista de tal ascenso fabuloso de la riqueza y del poderío judíos, los escritores judíos proclamen América como la tierra de promisión vista por los Profetas, y Nueva York cual nueva Jerusalén! Algunos hasta que van más allá, Glorificando las Montañas Rocosas cual nuevo Monte Sión, --y esto no sin fundamento, cuando se tiene en cuenta las propiedades judías en minerales y carbón (p. 30).

Y no sólo Nueva York, sino el comercio entero norteamericano estaría en manos hebreas:

El querer confeccionar una lista de los ramos comerciales dominados en absoluto por los judíos, equivaldría a recopilar el comercio entero del país [...]. Toda la vida teatral [...] está exclusivamente en manos judías. [...]
La industria cinematográfica, la azucarera y tabacalera. Un 50% o más de las grandes carnicerías. Más del 60% de la industria zapatera. Toda la confección para señoras y caballeros. El ramo de instrumentos de música. La joyería. El comercio de granos, y últimamente el de algodón. La industria metalúrgica de Colorado. Las agencias de transporte y de informaciones. El comercio con bebidas alcohólicas y todo el mercado prestamista. Todos estos ramos, para citar tan solamente algunos de importancia nacional e internacional, los dominan los judíos absolutamente en los Estados Unidos, ya sean ellos solos, o en combinación con los judíos de otros países.
El pueblo americano se extrañaría soberanamente, si viera algún día una galería de retratos de los comerciantes «americanos», que en el mundo representan la dignidad del comercio yanqui. Casi todos ellos son judíos (pp. 34-5).

Los judíos americanos, dice Ford, apetecen el comercio, pero no la industria.

Nunca se esforzaron por producir objetos del uso diario, sino que trataron de adquirir productos hechos, para comerciar con ellos (p. 32).

Sin embargo,

en estos últimos tiempos parece que el judío se disponga también a producir él mismo, pero donde sea que se manifieste, es en efecto de su instinto de mercader, sacando ganancias hasta de las distintas fases de la fabricación. Consecuencia lógica es naturalmente para el consumidor no una disminución de los precios, sino su encarecimiento. Es característico para toda empresa judía, que reformas y simplificaciones en el proceso de fabricación no resultan nunca en provecho del consumidor, sino siempre con ventaja exclusiva de la empresa. Las clases de mercancías, que sufrieron las más bruscas e incalificables oscilaciones de precios, siempre fueron aquellas en cuya ramos de fabricación o intercambio poseen los judíos la mayor influencia (p. 32).

Por todo esto y por mucho más, y en tanto el judío siga lucrando a costa del sacrificio del consumidor no judío, no habrá que demostrar ninguna compasión para con los de su pueblo:

Se suele creer que al judío se le debería tratar con humanidad. Demasiado tiempo hace ya que el judío se acostumbró a reclamar humanidad exclusivamente para sí mismo. En cambio la humanidad entera tiene ahora perfectísimo derecho de exigirle que desaparezca tal apreciación unilateral. Hay que requerirle, para que cese con su inicua expoliación de la demás humanidad, y que dejé de basar todo su razonamiento sólo y exclusivamente sobre el punto de vista de su propia ventaja. [...]
No puede admitirse que el judío siga jugando el papel tan sólo del que recibe dentro de la humanidad. También él deberá demostrar una apreciación de la sociedad humana, que con ansia va comprendiendo que es explotada tan cruelmente por los círculos poderosos de la raza judía, que ya se puede hablar de un gigantesco «pogrom cristiano» producido por la miseria económica sistemáticamente producida contra la humanidad casi inofensiva [...]. El caso no es que entre los muchos déspotas financieros del mundo entero se encuentren también algunos judíos, sino que dichos déspotas financieros son exclusivamente judíos. [...]
[...]. ¿Por qué al hablar de esa capa de más arriba, no se habla sencillamente de financieros en general, en vez de decir «judíos»? Así podría preguntarse. Contestación: porque son judíos (pp. 38 a 40).

La guerra, señores, está declarada: capital financiero vs. capital industrial:

Cincuenta años hace, que el negocio bancario internacional, dominar exclusivamente por los judíos como intercambistas universales, estuvo en su mayor apogeo. En todas partes poseyó la inspección superior sobre todos los Gobiernos y la Hacienda de los Estados. Más tarde nació algo nuevo: la industria. Esta adquirió dimensiones y una importancia, como ni los más sabios profetas lo hubieran podido pronosticar. En la medida como ella tomara incremento en fuerza y poderío, se convirtió la industria en un potente imán de dineros, que absorbió las riquezas del mundo en su remolino. Pero no tan sólo por el mero hecho de la posesión de riquezas, sino para hacer trabajar nuevamente estos dineros. Durante algún tiempo se manifestaron estos nuevos métodos de producir y sacar utilidad de la producción, en lugar de poseer y obtener un lucro de los intereses del capital prestado. Vino la guerra mundial, en cuya preparación aquellos entre cambistas financieros tienen indudablemente gran parte de la culpa, y ahora estas dos potencias, la industria y las finanzas, se hallan en un duelo a vida y muerte, y cuyo éxito decidirá sobre quién ha de prevalecer en lo futuro: si el trabajo productivo, o el capitalismo negativo (p. 46).

Una pregunta que, a esta altura, el lector ya se debe de haber hecho: ¿Estaba Ford sugiriendo que se persiguiese violentamente a lo judíos, ya sea en Estados Unidos como, pongamos por caso, en Alemania? No, no lo sugería. O al menos no lo sugería por escrito: para él, las persecuciones hacia este pueblo "no son perdonables" (p. 53).

No se extirpará a lo judíos, pero tampoco se les seguirá permitiendo que continúen forzando la humanidad bajo el inicuo yugo, que tan hábilmente le han impuesto. Ellos son los usufructuarios de un sistema que en sí mismo tiene que modificarse radicalmente. Así es, que para justificar en adelante su propia posición en el mundo ellos tendrán que modificarse a sí mismos, dirigiéndose hacia fines más elevados.
[...] Será cosa de los judíos mismos el amoldarse a las nuevas condiciones de vida. No es que ellos deban perder su particularidad, que dejen morir sus energías, ni que abandonen su pasado, sino que será necesario que encaucen todas estas facultades en canales más fecundos y limpios. Sólo así podrán justificar su anhelo de cierto predominio. Una raza que en el terreno de la vida material pudo conseguir lo que los judíos consiguieron --en cuya labor aun se creyeron espiritualmente más adelantados que otros pueblos--, deberá cumplir esta su misión de una forma menos sucia y menos antisocial de lo que lo hizo hasta el presente (p. 58).

Que yo conozca, el único escritor no alemán que se atrevió a confesar, en las puertas mismas del Holocausto, su deseo de suprimir ("sin odio") a los judíos, y que luego, ante la matanza consumada, no fue capaz de proferir la más pálida rectificación de sus dichos, fue un argentino: el presbítero Julio Meinvielle. Sí, presbítero, un hombre de Dios (o de ¡Dios mío!...). Pero ya citaremos largo y tendido a Meinvielle; ahora, terminemos con Ford:

Nosotros no llevamos la intención de difamar por malicia, pero la Historia de los judíos escrita por judíos ofrece montañas de pruebas, de que el soborno constituye el arma predilecta y mayormente esgrimida de los judíos --y lo que ahora se va conociendo a este respecto, prueba que todo sigue siendo igual (pp. 141-2).

Corresponde su carácter el vivir de y sobre otras personas, no de la tierra, no de la transformación de materia bruta en productos útiles para la vida humana, sino de su vecindario inmediatamente. Que otros labran la tierra: el judío, donde pueda, vivirá del labrador. Que otros suden en industrias y oficios: el judío preferirá adueñarse de los frutos de su actividad. Esta inclinación parasitaria debe pues formar parte de su esencia (p. 215).

Ejercen los judíos en esta capital [Nueva York] un poderío mucho mayor, que nunca ningún otro lugar durante toda la era cristiana, excepción hecha sólo de la Rusia actual. La revolución rusa fue preparada y pertrechada desde Nueva York (p. 216).

Si los judíos que concurren en Nueva York se convirtieran en americanos en lugar de esforzarse constantemente por falsificar el americanismo; si ayudasen a fortificar los principios y buenas tradiciones del país, en lugar de alterar los primeros y eliminar las segundas, entonces nuestro juicio acerca de los judíos debería resultar favorable. [...] El espíritu comercial yanqui no debe confundirse con el ahora tan dudosamente famoso «bussines», en el que participan millares de judíos de todas partes del mundo, girándose como americanos genuinos, aunque muchas veces ni siquiera domina en nuestro idioma [...]. Si hoy en efecto se averió un poco el renombre de este espíritu comercial americano, fue únicamente porque bajo el escudo del nombre yanqui se manifestó ampliamente otro espíritu completamente distinto (p. 217).

El objeto político judío no es ni más ni menos que el dominio mundial en el sentido brutalmente material. Este dominio con exclusión de toda otra razón ofrece la explicación de sus instintos en migratorios en sentido político, propagandístico y revolucionario (p. 345).

El banquero judío internacional, que no tiene patria determinada, sino que se juega un país contra el otro, y del otro lado el proletario judío internacional, que vagabundea de tierra en tierra para buscar las condiciones económicas que le sean adecuadas, se encuentran detrás de todos los problemas que hoy día intranquilizan al mundo (p. 357).

En épocas de tempestad caen más nueces en los cestos abiertos de los banqueros internacionales, que no en tiempos tranquilos. Guerras y penurias siempre les proporcionan las cosechas más ricas (p. 357).

Para los judíos internacionales los demás pueblos constituyen una especie de clientes. Que pierda o gane un ejército, o el otro: ellos ganan, pierda quien quiera. Para ellos la guerra aún no se acabó. Las hostilidades propiamente dichas y los sufrimientos horrorosos de los pueblos para ellos no fueron sino el preludio (p. 358).

¿Han previsto pues lo judíos internacionales en [el congreso sionista de] 1903 la guerra mundial? [...] Y ¿es que sólo la previeron? Más valdría que todo se hubiese quedado tan sólo en preverla, pero también existen hechos que comprueban que hasta la han preparado (p. 137).

Esta gran potencia financiera judía está temblando. Razón suficiente para ello tiene. La sangre vertida durante la guerra mundial, cuyos réditos a una hora viene cobrando, chorrea de sus manos. ¡Qué de admirar, el judaísmo tiembla ante la probabilidad de verse desenmascarado! (p. 369).

Parece un chiste de mal gusto esa afirmación ampliamente divulgada, que dice: «Los Estados Unidos de América poseen más oro que ningún otro país del mundo». ¿Dónde está? ¿Desde cuándo tú, hermano yanqui, no has vuelto a ver una moneda de oro? ¿Dónde se esconde todo ese oro? ¿Quizás en los sótanos del palacio gubernamental? --No señor, porque el gobierno mismo está excesivamente adeudado, intenta desesperadamente hacer economías, ni puede ya pagar las rentas a los combatientes, porque la Hacienda del país no lo aguanta. No señor, en el recinto de América se haya efectivamente todo ese oro, pero resulta que no le pertenece a la Unión (p. 358).

La idea «recolectora», la de hacer ganancias sin miramientos de ninguna índole tomada por sí es absolutamente anti-social y destructiva. Sólo al presentarse secundariamente al lado de la idea «productora», adquiere cierto derecho. Pero en el momento en que una persona, o hasta una clase entera viene subyugándose a la idea «recolectora», pierde el mortero, que antes uniera a la sociedad, su facultad ligado horas, se desmorona, y el derrumbamiento sobreviene (p. 364).

El poderío financiero judío se funda en sus recíprocas relaciones internacionales, extendiéndose sobre el mundo entero en forma de una cadena ininterrumpida de bancos y puntos de enlace financieros, y colocándose siempre del lado de aquellos que se prestan a favorecer las dudosas jugadas de los mangoneadores judíos. Su sede central se hallaba, y quizás aún se encuentre, en Alemania, o mejor dicho en Francfort del Main, pero cierta nerviosidad manifiesta parece indicar, que se va siendo necesario su traslado. Puede ser, que la Providencia resulte al fin y al cabo más fuerte, que todo el poderío financiero judío. Desde todas partes viene construyendo el oro del mundo entero para desaparecer en los sótanos de los palacios bancarios de las Américas del Norte y del Sur. Pero no para fructificar estos continentes, sino para movilizar el predominio judío a un postrer golpe desesperado (pp. 368-9).

A nosotros pues no nos interesa el banquero judío individualmente. Los papagayos, que vienen repitiendo estúpidamente las frases judías, se creen a veces que el negociante judío tenga el mismo derecho de hacer sus ganancias como otro negociante cualquiera. En último término ¿quién lo niega? Pero cuando frente a nosotros estamos observando una cadena sin fin de consulados financieros coligados a un sistema uniforme, y que no pueden considerarse como bancos ni americanos, ni franceses, ingleses, españoles, ni alemanes, sino que sólo representan eslabones de la cadena universal bancaria judía, resulta que en efecto no se trata aquí de individuos judíos, que como otras personas cualesquiera vienen dedicándose a sus negocios particulares, sino de un conjunto de poder apenas imaginable y afines ya bien malos o buenos. Lo malo empero prepondera enormemente sobre lo bueno (p. 369).

Mientras tanto que los judíos no puedan probar que la penetración del espíritu judío haya elevado intelectual, moral, económica y políticamente a la clase obrera, queda en pie la grave acusación de que su influencia sea extraña, destructora y traidora contra el pueblo.
La repulsión y supresión de este espíritu no significa «reacción», sino que constituye una vuelta a los caminos antiguos de nuestros antepasados, los anglosajones, que nos condujeron a las alturas, y cuya raza mostró que hasta nuestros días salieron de ella los verdaderos maestros de las obras terrenales, los fundadores de ciudades, los creadores de comercio, industrias y tráfico, y los descubridores y explotadores de nuevos continentes: ellos, y nunca los judíos, que jamás fueron constructores ni innovadores, que en su vida fueron los primeros en poner el pie en selvas vírgenes, ni en despoblado, sino que a lo sumo se adherían a las plantas de los conquistadores. Por este mero hecho aún no merecen reproche, pero sí por la frescura con que exigen para sí igualdad en todos los derechos, como aquellos conquistadores. Pero otro reproche aún mucho más grave lo merecen los descendientes de aquellos anglosajones por abandonar el idealismo honrado de sus antepasados, recogiendo en cambio las sucias ideas de Judas (pp. 364-5).

Los estudiantes deberán saber que es preciso que se decidan ya sea por el espíritu de sus antepasados anglosajones o por el espíritu del desierto de Siria encarnado en la tribu de Judas. Es decir, que si quieren seguir a los edificadores o a los destructores. El único contraveneno eficaz e infalible contra la influencia del espíritu judío consiste en volver a hacer nacer en ellos el orgullo de su raza. Nuestros padres fueron hijos de la raza anglosajón-celta, hombres que poseían fuerza cultural implantada en su sangre y su destino, que en litorales y no hospitalarios sentaron la bandera de una creación cultural, y que en poniente avanzaban hasta California, y al norte hasta Alaska. Ellos fueron quienes poblaban Australia y ocupaban los pasos de los continentes en Suez, Gibraltar y en Panamá, que abrieron las zonas tropicales y que conquistaron las regiones eternamente heladas. Germanos fueron los que fundaron casi todos los Estados, que a los pueblos dieron normas imperecederas y que a cada siglo le dieron su lúcido ideal. Ni a su Dios ni su religión tomaron de los judíos, sino que ellos son en verdad el pueblo «predilecto» del Señor, los amos del mundo, al que van perfeccionando cada vez más, pero sin derrumbarlo primero.
En el campamento de tal raza, a los hijos de tales padres, viene penetrando un pueblo sin cultura, sin religión ideal, sin idioma viviente, sin una única gran hazaña, a no ser en el terreno de «ganar dinero», expulsado de todo el país que primeramente le ofreciera hospitalidad. Y ¿esas gentuzas quieren venir a decir a los hijos de los sajones, lo que fuera menester para que el mundo sea perfecto? (pp. 366-7).

Convenido que si la inteligencia judía resultara superior, si sus facultades espirituales demostraran su mayor valía, entonces sí que venzan, y que la fuerza y la ideología anglosajonas se hundan en el polvo ante la planta de Judas.
Ante todo empero, que bajen ambas ideas con visera levantada a la arena de combate. No constituye una lucha leal el que la idea anglosajona en cines, escuelas y universidades sea ocultada a los anglosajones so pretexto de que fuera «sectaria», o «chauvinista», o «anticuada», u otra estulticia por el estilo. Resulta deshonroso e indecente, el que ideas judías viajen bajo bandera anglosajona. Llámese la herencia espiritual y cultural de nuestros antepasados por su honesto nombre anglosajón y la idea judía no triunfara jamás sobre ella. Esta no puede vencer, sino cuando se haya conseguido arrancar a un pueblo del sagrado suelo de su arraigada cultura.
Judas fue quien rompió hostilidades. Nadie tiene tal lucha, cuando ésta se lleve francamente. Para este objeto en cambio deben saber nuestros estudiantes y profesores, que la cosa va por la existencia de los bienes espirituales de nuestra raza, que creó casi toda la cultura que a la vista tenemos, y que se siente también con fuerzas suficientes para ir edificando aún la cultura de tiempos venideros. Y por el otro lado deben saber que quien nos ataca es el judío.
Esto es todo lo que hace falta. Pero precisamente esto es contra lo que los judíos protestan tan chillonamente, tildándolo de "odio de razas". ¿Por qué? Pues porque la ideología judía debe fracasar lamentablemente desde el momento en que ya no puede esconderse bajo una bandera falsa, cuando no puede atacar ya con un disfraz embaucador. La ideología aria no teme la luz del día.
Dejad que cada idea se presente bajo su propio estandarte, y ¡ya veremos! (pp. 367-8).
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[1] (Nota del traductor al español del libro de Ford.) Tal aserto propugnado por [Werner] Sombart es erróneo. Precisamente durante el siglo subsiguiente a la expulsión de los judíos alcanzó España bajo Carlos V y Felipe II su más espléndido florecimiento. Sólo el hundimiento de su armada enviada contra Inglaterra quebró su hegemonía mundial.

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