Las consideraciones
finales de este análisis de la literatura, el pensamiento y la personalidad de
Voltaire quedan en manos del escritor de este gran libro, libro que me ha
servido de acicate para confirmar algunas ideas preconcebidas relacionadas con
este digno representante del pensamiento libre:
Si,
habiendo llegado al final de nuestro viaje, echamos una mirada retrospectiva y
recapituladora a la vida de Voltaire, vemos [...] que queda en nuestras manos
un considerable resto mortal de su carácter, una especie de precipitado
terrenal de su espíritu, del que podemos decir con los ángeles de la segunda
parte del Fausto que "es
impuro". Y no porque encontremos en él, como acontece hasta con los más
nobles de los hombres, ciertos defectos achacables a las flaquezas de la
naturaleza humana. No; en Voltaire encontramos, además de flaquezas, maldades,
y estas manchas, lejos de desaparecer bajo el brillo de sus méritos y virtudes,
contrastan vivamente con éstos, y unos y otras, juntos, envuelven su
personalidad en una luz desigual y extraña (David Strauss, Voltaire, p. 256).
Esta es la conclusión a la que llega
Strauss: Voltaire era un tipo malo, una de esas personas en las que no conviene
confiar:
En
uno de los diálogos de Platón dice Sócrates que, examinándose por dentro, no
sabe si es una bestia más ladina y turbulenta que Tifón o un ser manso y
sencillo que participa de la naturaleza divina y pura. Respecto a Voltaire, el
juicio no es, desgraciadamente, dudoso: tiene mucho más de lo primero que de lo
segundo; aquella parte de la naturaleza divina que le tocó en suerte se pierde
en él entre la maraña tifónica y demoníaca (ibíd.,
pp. 257-8).
Escribía como los dioses... y se
comportaba como los demonios; ése parece ser el veredicto de su biógrafo. Y
estos vicios, estos defectos de carácter que Voltaire poseía, no le permitieron
llegar a esa felicidad duradera que todos anhelamos:
Voltaire
fue la primera víctima de su vanidad, de su espíritu vengativo, de su codicia.
Estos vicios rara vez le dejaban disfrutar plena y jubilosamente de su fuerza,
de sus virtudes, de su valer; sacrificó penosamente la mayor parte de su vida a
fines secundarios y completamente indignos de él. Como todos nosotros, sólo fue
feliz cuando supo ser bueno (ibíd.,
p. 259).
"Sólo fue feliz
cuando supo ser bueno"; sería importante memorizar estas palabras en estos
tiempos en que la mayoría supone que el criminal es digno de envidia, que los
hombres malos son siempre más dichosos que la gente honrada. ¡Sólo los hombres
buenos son felices! Voltaire fue un buen escritor, pero no fue ni buen pensador
ni buena persona, y cada vez estoy más cierto de que no fue un buen pensador porque no fue una buena persona, que no
se puede pensar con dignidad, con altura, en comunión con los ángeles y las
estrellas, si tenemos la cabeza puesta y apostada para las cosas del mundo
terreno, para las cosas superfluas, para las mezquindades y las fruslerías.
Voltaire --digámoslo con todas las letras-- no pensó bien porque no amó bien.
Bien dije alguna vez que las piedras, si están impedidas de acceder a las
grandes verdades universales, no es porque carezcan de vida o de inteligencia,
sino porque no son buenas, porque no aman a nadie. Y Voltaire, en este asunto,
que es el asunto primordial de la vida humana, da toda la sensación de que se
comportó como una piedra.
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