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sábado, 29 de diciembre de 2012

EL METAFISICO DARWIN





A mi modo de ver no hay ninguna ventaja y sí muchas desventajas entre las conferencias y las lecturas.
Charles Darwin, Autobiografía, p. 20

Eso es porque en las conferencias tenés que cazar al vuelo lo que se dice, sin tener tiempo de pensarlo ni de rebobinarlo, alternativas que sí ofrece la lectura. A nadie le cambió la vida una conferencia, pero a muchos se las cambió un libro.

Mi mente parece haberse convertido en una especie de máquina para extraer leyes generales a partir de las grandes colecciones de hechos.
Ibíd., p. 91, en donde aclara que, en contraposición a eso, se le atrofió "la parte del cerebro de la cual dependen los gustos más elevados. [...] La pérdida de esto justos --continúa-- es una pérdida de felicidad y posiblemente es perjudicial para la inteligencia y más probablemente para el carácter moral, pues debilita la parte emocional de nuestra naturaleza".

La teoría de la Evolución es completamente compatible con la creencia en Dios, pero se debe recordar que diferentes personas tienen diferentes definiciones de lo que entienden por Dios.
Ibíd., p. 169

Dios es la Verdad. Luego, si la teoría de la evolución es verdadera, es necesario pensar detenidamente en ella y en cómo perfeccionar sus puntos oscuros si es que deseamos tener una idea de Dios que se asemeje al dios real.

Reflexionando más ampliamente en que para hacer creer a cualquier hombre sano los milagros en que se apoya la cristiandad sería un requisito imprescindible presentar las pruebas más claras de los mismos --y que cuanto más conocemos las leyes fijas de la naturaleza, menos creíbles resultan los milagros--, que los hombres en aquel tiempo eran ignorantes y crédulos hasta un grado casi incomprensible para nosotros --que no puede demostrarse que los Evangelios hayan sido escritos simultáneamente con los acontecimientos-- que difieren en muchos detalles importantes a mi parecer, para que se puedan admitir como las acostumbradas inexactitudes de los testigos oculares; por reflexiones tales como éstas, que no las menciono por creer que tienen la menor novedad o valor, sino porque influyeron sobre mí, llegue gradualmente a no creer en el cristianismo como una revelación divina.
Ibíd., pp. 170-1

Sigue Darwin:

Este descreimiento se deslizó sobre mí a una velocidad muy pequeña, pero al final fue completo. La velocidad fue tan lenta que no sentí ninguna angustia.

Por mi parte, mi descreimiento es grande, pero no "completo". Creo que siempre me persistirá aunque más no sea una pequeña duda sobre si Jesús pudo haber sido un enviado de Dios.

Algunos escritores están verdaderamente tan impresionados por la cantidad de sufrimientos que existen en la tierra, que dudan, si miramos a todos los seres sensibles, si hay más miseria que felicidad; si el mundo, en su conjunto, es bueno o malo. A mi parecer, predomina decididamente la felicidad, pero esto sería muy difícil de probar. Si se concede la verdad de esta conclusión, armoniza bien con los efectos que podremos esperar de la selección natural. Si todos los individuos de cualquier especie tuvieran habitualmente que sufrir en un grado extremo, desdeñarían el propagar su especie; pero no tenemos ninguna razón para pensar que esto ha ocurrido, por lo menos frecuentemente. Además, algunas otras consideraciones nos inducen a pensar que todos los seres sensibles han sido formados así para gozar, como regla general, de la felicidad.
Ibíd., pp. 172-3 (subrayado mío)

La selección natural, junto con la selección sexual --que es su complemento y que cobra más importancia cuanto más evolucionada sea una especie-- son la prueba más acabada de que los organismos sensibles se encaminan todos ellos hacia una futura felicidad, o al menos hacia una época de no-dolor --que sin embargo tal vez no pueda nunca ser alcanzada en forma absoluta (esto si consideramos verdadera la infinitud del concepto del tiempo).

Todos los que piensan, como lo hago yo, que todos los órganos corpóreo-sentimentales (excepto aquellos que no son ni ventajosos ni desventajosos para el poseedor) de todos los seres se han ido desarrollando por medio de la selección natural, por la supervivencia de los más aptos juntamente con el uso o la costumbre [Darwin incluye a la selección sexual dentro de la selección natural], admitirán que estos órganos han sido formados para que sus poseedores puedan competir con éxito con otros seres y aumentar de esta manera su número. Ahora bien, un animal puede ser inducido proseguir el curso de la acción que sea más beneficiosa para su especie haciéndole sufrir dolores, hambre, sed o temor, o por medio del placer, como al comer y al beber, y la propagación de las especies, etc., o por ambos medios combinados, como en la busca del alimento. Pero el dolor o el sufrimiento, de cualquier clase que sea, si se prolonga demasiado, ocasiona una depresión y disminuye el poder de acción, no obstante está bien adaptado para que los seres se protejan contra cualquier grande o súbito peligro. Por otra parte, las sensaciones agradables pueden prolongarse sin que ocasionen ningún efecto deprimente; al contrario, estimulan a todo el organismo para una acción aumentada. En consecuencia, ha sucedido que la mayor parte de los seres sensibles se han desarrollado de tal manera, por medio de la selección natural, que las sensaciones agradables vienen a ser las más naturales. Vemos esto en el placer de nuestras comidas diarias, y especialmente en el placer derivado de la sociabilidad y del amor a nuestras familias. La suma de todos estos placeres, los cuales son habitual o frecuentemente periódicos, dan --yo difícilmente pueda dudarlo-- a la mayor parte de los seres sensibles un exceso de felicidad sobre la desgracia, aunque muchos pueden, en ocasiones, sufrir grandemente. Tal sufrimiento es perfectamente compatible con la idea de la Selección Natural, que no es perfecta en su acción, pues tiende solamente a hacer a cada especie todo lo más apta posible en la batalla por la existencia con las otras especies, en circunstancias maravillosamente complejas y cambiantes.
Ibíd., pp. 133-4

¡Brillante, Charles! Yo agrego lo siguiente: Si bien todas las especies sensibles, tomadas cada una en su conjunto, gozan más de lo que sufren, es forzoso que seguirán sufriendo mientras necesiten alimentarse entre sí para sobrevivir (la especie depredadora sufrirá frecuentemente hambre por escasez de presas asesinables y la especie depredada sufrirá en la depredación misma). Por eso la evolución del mundo sensible, si es que evoluciona hacia la optimización de los placeres y la disminución de los dolores, deberá ocuparse tarde o temprano de adaptar todo sistema digestivo al consumo de especies suficientemente abundantes en la naturaleza como para no escasear casi nunca y a la vez suficientemente insensibles como para no percibir en gran medida el dolor de la depredación. Esos requisitos sólo los cumplen determinadas especies VEGETALES.

Nadie niega que hay una gran cantidad de sufrimiento en el mundo. Algunos han tratado de explicar esto, en relación al hombre, imaginando que sirve para su mejoramiento moral. Pero el número de hombres en el mundo no es nada en comparación con el de todos los otros seres sensibles, y éstos sufren a menudo extraordinariamente sin ningún mejoramiento moral. Este viejísimo argumento de la existencia del sufrimiento contra la existencia de una Primera Causa inteligente, me parece a mí muy fuerte; mientras que, como acabo de señalar, la presencia de muchos sufrimientos concuerda bien con la idea de que todos los seres orgánicos se han desarrollado mediante la variación y la selección natural.
Ibíd., pp. 174-5

Y me lo estás contagiando, amigo Charles, ese tu descreimiento acerca de la existencia de una Primera Causa inteligente --aunque la palabra "inteligente" en mi caso está de más, ya que menos todavía creo en una Primera Causa azarosa. Lo que me parece hoy, primero de junio del '98, es que el Universo siempre estuvo y estará, y junto con él la Vida, y por lo tanto no hay Causa Primera de ninguna índole, ni inteligente ni azarosa.

En la actualidad, el argumento más usual de la existencia de un Dios inteligente surge de la profunda convicción interna y de los sentimientos que experimentan la mayor parte de las personas.
ibíd., p. 175

Correcto: uno intuye a Dios. Pero en mi caso hay una salvedad: yo no creo en un Dios inteligente; para mí, Dios es la inteligencia. Sigue Darwin:

Al principio, por sentimientos análogos a los que acabo de referir, fui llevado (aunque no creo que el sentimiento religioso estuvo nunca vigorosamente desarrollado en mí) a la firme convicción de la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. Escribí en mi Diario, mientras estaba en medio de la grandeza de la selva brasileña, "no es posible dar una idea adecuada de los elevados sentimientos de maravilla, admiración y devoción que llenan y animan nuestra mente". Recuerdo bien mi convicción de que hay algo más en el hombre que la simple respiración de su cuerpo; pero ahora las escenas más grandiosas no darían lugar a que ninguno de estos sentimientos y convicciones surgiesen en mi pensamiento. Verdaderamente, puede decirse que soy lo mismo que un hombre que se ha tornado daltónico y a quien la creencia universal de los hombres de la existencia del rojo hace que su precedente pérdida de percepción no pueda considerarse, en modo alguno, como una prueba de valor. Este argumento sería válido si todos los hombres de todas las razas tuvieran la misma convicción íntima de la existencia de Dios; pero nosotros sabemos que este no es ni con mucho el caso. Por tanto no puedo comprender por qué tales convicciones y sentimientos íntimos han de ser de ningún peso como pruebas de que realmente existe. El estado de ánimo que al principio provocaban en mí las grandes escenas y que estaba íntimamente relacionado con la creencia en Dios, no difería esencialmente de lo que se llama a menudo el sentido de lo sublime; y por muy difícil que pueda ser el explicar la génesis de esta sensación, difícilmente puede adelantarse como un argumento de la existencia de Dios, lo mismo que las vigorosas aunque vanas sensaciones similares despertadas por la música.
Ibíd., pp. 175-6

Respecto, Charles, de tu colorido ejemplo del daltónico que no ve el rojo pero que sabe que existe porque los demás lo ven, funcionará reemplazando al color rojo por Dios el día en que la mayoría de los hombres carezca no sólo de la enfermedad del daltonismo, sino también de la enfermedad de su moral, que es la que le impide ver los colores más luminosos tal como son en sí mismos. Y respecto de la existencia de las sensaciones sublimes, como la que te participó en medio de la selva o al escuchar música, por cierto que no son éstas pruebas indiscutidas de la existencia de un Dios inteligente y creador. Pero hacé como yo: considerá las sensaciones sublimes que nos producen la percepción de la naturaleza y los hechos artísticos no como pruebas de la existencia de Dios, sino como Dios mismo. Así, cada vez que te amanezcan en el espíritu esas sensaciones sublimes comunes a todo ser moralmente fresco, podrás gritar, sin temor a estar mintiendo, ¡¡Dios existe!!

Con respecto a la inmortalidad, nada me demuestra [tan claramente] que es un pensamiento fuerte y casi instintivo, como la consideración de la idea, sustentada ahora por la mayor parte de los físicos, de que el sol y los planetas llegarán con el tiempo a ser demasiado fríos para permitir la vida, a menos, verdaderamente, que algún gran cuerpo se estrelle contra el sol y les dé nueva vida. Creyendo, como lo pienso yo, que el hombre será en un futuro distante una criatura mucho más perfecta de lo que es en la actualidad, es un pensamiento intolerable el de que él y todos los otros seres sensibles estén sentenciados a una aniquilación completa tras este largo y lento progreso continuado. Para aquellos que admiten la inmortalidad del alma humana, la destrucción de nuestro mundo no les parecerá tan espantosa.
Ibíd., p. 176

¡Ahh, la inmortalidad del alma!... Todas las almas nobles creen en ella.

Otra fuente de convicción de la existencia de Dios, relacionada con la razón y no con el sentimiento, me pareció que tenía mucho más peso. Ésta se desprende de la extraordinaria dificultad o más bien imposibilidad de concebir este inmenso y maravilloso universo, inclusive el hombre, con su capacidad de reflexionar sobre el pasado y el futuro, como el resultado de una casualidad ciega o de la necesidad. Cuando reflexionaba de esta manera, me sentía inclinado a considerar una Causa Primera, dotada de una inteligencia en ciertos aspectos análoga a la del hombre y merecí ser llamado teísta. Esta conclusión estaba firmemente arraigada en mi mente, por lo que puedo recordar, por el tiempo en que escribí el Origen de las especies, y desde entonces ha venido debilitándose gradualmente con muchas fluctuaciones. Pero entonces surge la duda: ¿puede creerse a la mente del hombre, que se ha desarrollado, a mi parecer, a partir de una mente tan rudimentaria como la que poseen los animales inferiores, cuando imagina tan grandes conclusiones?
ibíd., pp. 176-7

A mi parecer, en estos temas tan profundos conviene creer muy poco en los razonamientos discursivos y en los hechos de la experiencia científica, pero se le puede dar un poco más de crédito a la intuición que guía a los teóricos y a los pragmáticos hacia el objetivo que intentan esclarecer.

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