A mi modo de ver no
hay ninguna ventaja y sí muchas desventajas entre las conferencias y las
lecturas.
Charles Darwin, Autobiografía, p. 20
Eso es porque en las
conferencias tenés que cazar al vuelo lo que se dice, sin tener tiempo de
pensarlo ni de rebobinarlo, alternativas que sí ofrece la lectura. A nadie le
cambió la vida una conferencia, pero a muchos se las cambió un libro.
Mi mente parece
haberse convertido en una especie de máquina para extraer leyes generales a
partir de las grandes colecciones de hechos.
Ibíd., p. 91, en
donde aclara que, en contraposición a eso, se le atrofió "la parte del
cerebro de la cual dependen los gustos más elevados. [...] La pérdida de esto
justos --continúa-- es una pérdida de felicidad y posiblemente es perjudicial
para la inteligencia y más probablemente para el carácter moral, pues debilita
la parte emocional de nuestra naturaleza".
La teoría de la Evolución es completamente
compatible con la creencia en Dios, pero se debe recordar que diferentes
personas tienen diferentes definiciones de lo que entienden por Dios.
Ibíd., p. 169
Dios es la Verdad. Luego , si la
teoría de la evolución es verdadera, es necesario pensar detenidamente en ella
y en cómo perfeccionar sus puntos oscuros si es que deseamos tener una idea de
Dios que se asemeje al dios real.
Reflexionando más
ampliamente en que para hacer creer a cualquier hombre sano los milagros en que
se apoya la cristiandad sería un requisito imprescindible presentar las pruebas
más claras de los mismos --y que cuanto más conocemos las leyes fijas de la
naturaleza, menos creíbles resultan los milagros--, que los hombres en aquel
tiempo eran ignorantes y crédulos hasta un grado casi incomprensible para
nosotros --que no puede demostrarse que los Evangelios hayan sido escritos
simultáneamente con los acontecimientos-- que difieren en muchos detalles
importantes a mi parecer, para que se puedan admitir como las acostumbradas inexactitudes
de los testigos oculares; por reflexiones tales como éstas, que no las menciono
por creer que tienen la menor novedad o valor, sino porque influyeron sobre mí,
llegue gradualmente a no creer en el cristianismo como una revelación divina.
Ibíd., pp. 170-1
Sigue Darwin:
Este descreimiento se
deslizó sobre mí a una velocidad muy pequeña, pero al final fue completo. La
velocidad fue tan lenta que no sentí ninguna angustia.
Por mi parte, mi
descreimiento es grande, pero no "completo". Creo que siempre me
persistirá aunque más no sea una pequeña duda sobre si Jesús pudo haber sido un
enviado de Dios.
Algunos escritores
están verdaderamente tan impresionados por la cantidad de sufrimientos que
existen en la tierra, que dudan, si miramos a todos los seres sensibles, si hay
más miseria que felicidad; si el mundo, en su conjunto, es bueno o malo. A mi
parecer, predomina decididamente la felicidad, pero esto sería muy difícil de
probar. Si se concede la verdad de esta conclusión, armoniza bien con los efectos
que podremos esperar de la selección natural. Si todos los individuos de
cualquier especie tuvieran habitualmente que sufrir en un grado extremo,
desdeñarían el propagar su especie; pero no tenemos ninguna razón para pensar
que esto ha ocurrido, por lo menos frecuentemente. Además, algunas otras
consideraciones nos inducen a pensar que
todos los seres sensibles han sido formados así para gozar, como regla general,
de la felicidad.
Ibíd., pp. 172-3
(subrayado mío)
La selección natural,
junto con la selección sexual --que es su complemento y que cobra más
importancia cuanto más evolucionada sea una especie-- son la prueba más acabada
de que los organismos sensibles se encaminan todos ellos hacia una futura
felicidad, o al menos hacia una época de no-dolor --que sin embargo tal vez no
pueda nunca ser alcanzada en forma absoluta (esto si consideramos verdadera la
infinitud del concepto del tiempo).
Todos los que
piensan, como lo hago yo, que todos los órganos corpóreo-sentimentales (excepto
aquellos que no son ni ventajosos ni desventajosos para el poseedor) de todos
los seres se han ido desarrollando por medio de la selección natural, por la
supervivencia de los más aptos juntamente con el uso o la costumbre [Darwin
incluye a la selección sexual dentro de la selección natural], admitirán que
estos órganos han sido formados para que sus poseedores puedan competir con
éxito con otros seres y aumentar de esta manera su número. Ahora bien, un
animal puede ser inducido proseguir el curso de la acción que sea más beneficiosa
para su especie haciéndole sufrir dolores, hambre, sed o temor, o por medio del
placer, como al comer y al beber, y la propagación de las especies, etc., o por
ambos medios combinados, como en la busca del alimento. Pero el dolor o el
sufrimiento, de cualquier clase que sea, si se prolonga demasiado, ocasiona una
depresión y disminuye el poder de acción, no obstante está bien adaptado para
que los seres se protejan contra cualquier grande o súbito peligro. Por otra
parte, las sensaciones agradables pueden prolongarse sin que ocasionen ningún
efecto deprimente; al contrario, estimulan a todo el organismo para una acción
aumentada. En consecuencia, ha sucedido que la mayor parte de los seres
sensibles se han desarrollado de tal manera, por medio de la selección natural,
que las sensaciones agradables vienen a ser las más naturales. Vemos esto en el
placer de nuestras comidas diarias, y especialmente en el placer derivado de la
sociabilidad y del amor a nuestras familias. La suma de todos estos placeres,
los cuales son habitual o frecuentemente periódicos, dan --yo difícilmente
pueda dudarlo-- a la mayor parte de los seres sensibles un exceso de felicidad
sobre la desgracia, aunque muchos pueden, en ocasiones, sufrir grandemente. Tal
sufrimiento es perfectamente compatible con la idea de la Selección Natural ,
que no es perfecta en su acción, pues tiende solamente a hacer a cada especie
todo lo más apta posible en la batalla por la existencia con las otras
especies, en circunstancias maravillosamente complejas y cambiantes.
Ibíd., pp. 133-4
¡Brillante, Charles!
Yo agrego lo siguiente: Si bien todas las especies sensibles, tomadas cada una
en su conjunto, gozan más de lo que sufren, es forzoso que seguirán sufriendo
mientras necesiten alimentarse entre sí para sobrevivir (la especie depredadora
sufrirá frecuentemente hambre por escasez de presas asesinables y la especie
depredada sufrirá en la depredación misma). Por eso la evolución del mundo
sensible, si es que evoluciona hacia la optimización de los placeres y la
disminución de los dolores, deberá ocuparse tarde o temprano de adaptar todo
sistema digestivo al consumo de especies suficientemente abundantes en la
naturaleza como para no escasear casi nunca y a la vez suficientemente
insensibles como para no percibir en gran medida el dolor de la depredación.
Esos requisitos sólo los cumplen determinadas especies VEGETALES.
Nadie niega que hay
una gran cantidad de sufrimiento en el mundo. Algunos han tratado de explicar
esto, en relación al hombre, imaginando que sirve para su mejoramiento moral.
Pero el número de hombres en el mundo no es nada en comparación con el de todos
los otros seres sensibles, y éstos sufren a menudo extraordinariamente sin
ningún mejoramiento moral. Este viejísimo argumento de la existencia del
sufrimiento contra la existencia de una Primera Causa inteligente, me parece a
mí muy fuerte; mientras que, como acabo de señalar, la presencia de muchos
sufrimientos concuerda bien con la idea de que todos los seres orgánicos se han
desarrollado mediante la variación y la selección natural.
Ibíd., pp. 174-5
Y me lo estás
contagiando, amigo Charles, ese tu descreimiento acerca de la existencia de una
Primera Causa inteligente --aunque la palabra "inteligente" en mi
caso está de más, ya que menos todavía creo en una Primera Causa azarosa. Lo
que me parece hoy, primero de junio del '98, es que el Universo siempre estuvo
y estará, y junto con él la Vida ,
y por lo tanto no hay Causa Primera de ninguna índole, ni inteligente ni
azarosa.
En la actualidad, el
argumento más usual de la existencia de un Dios inteligente surge de la
profunda convicción interna y de los sentimientos que experimentan la mayor
parte de las personas.
ibíd., p. 175
Correcto: uno intuye a Dios. Pero en mi caso hay una
salvedad: yo no creo en un Dios inteligente; para mí, Dios es la inteligencia. Sigue Darwin:
Al principio, por
sentimientos análogos a los que acabo de referir, fui llevado (aunque no creo
que el sentimiento religioso estuvo nunca vigorosamente desarrollado en mí) a
la firme convicción de la existencia de Dios y la inmortalidad del alma.
Escribí en mi Diario, mientras estaba en medio de la grandeza de la selva
brasileña, "no es posible dar una idea adecuada de los elevados
sentimientos de maravilla, admiración y devoción que llenan y animan nuestra
mente". Recuerdo bien mi convicción de que hay algo más en el hombre que
la simple respiración de su cuerpo; pero ahora las escenas más grandiosas no
darían lugar a que ninguno de estos sentimientos y convicciones surgiesen en mi
pensamiento. Verdaderamente, puede decirse que soy lo mismo que un hombre que
se ha tornado daltónico y a quien la creencia universal de los hombres de la
existencia del rojo hace que su precedente pérdida de percepción no pueda
considerarse, en modo alguno, como una prueba de valor. Este argumento sería
válido si todos los hombres de todas las razas tuvieran la misma convicción
íntima de la existencia de Dios; pero nosotros sabemos que este no es ni con
mucho el caso. Por tanto no puedo comprender por qué tales convicciones y
sentimientos íntimos han de ser de ningún peso como pruebas de que realmente
existe. El estado de ánimo que al principio provocaban en mí las grandes
escenas y que estaba íntimamente relacionado con la creencia en Dios, no difería
esencialmente de lo que se llama a menudo el sentido de lo sublime; y por muy
difícil que pueda ser el explicar la génesis de esta sensación, difícilmente
puede adelantarse como un argumento de la existencia de Dios, lo mismo que las
vigorosas aunque vanas sensaciones similares despertadas por la música.
Ibíd., pp. 175-6
Respecto, Charles, de
tu colorido ejemplo del daltónico que no ve el rojo pero que sabe que existe
porque los demás lo ven, funcionará reemplazando al color rojo por Dios el día
en que la mayoría de los hombres carezca no sólo de la enfermedad del
daltonismo, sino también de la enfermedad de su moral, que es la que le impide
ver los colores más luminosos tal como son en sí mismos. Y respecto de la
existencia de las sensaciones sublimes, como la que te participó en medio de la
selva o al escuchar música, por cierto que no son éstas pruebas indiscutidas de
la existencia de un Dios inteligente y creador. Pero hacé como yo: considerá
las sensaciones sublimes que nos producen la percepción de la naturaleza y los
hechos artísticos no como pruebas de la existencia de Dios, sino como Dios
mismo. Así, cada vez que te amanezcan en el espíritu esas sensaciones sublimes
comunes a todo ser moralmente fresco, podrás gritar, sin temor a estar mintiendo,
¡¡Dios existe!!
Con respecto a la inmortalidad,
nada me demuestra [tan claramente] que es un pensamiento fuerte y casi
instintivo, como la consideración de la idea, sustentada ahora por la mayor
parte de los físicos, de que el sol y los planetas llegarán con el tiempo a ser
demasiado fríos para permitir la vida, a menos, verdaderamente, que algún gran
cuerpo se estrelle contra el sol y les dé nueva vida. Creyendo, como lo pienso
yo, que el hombre será en un futuro distante una criatura mucho más perfecta de
lo que es en la actualidad, es un pensamiento intolerable el de que él y todos
los otros seres sensibles estén sentenciados a una aniquilación completa tras
este largo y lento progreso continuado. Para aquellos que admiten la
inmortalidad del alma humana, la destrucción de nuestro mundo no les parecerá
tan espantosa.
Ibíd., p. 176
¡Ahh, la inmortalidad
del alma!... Todas las almas nobles creen en ella.
Otra fuente de
convicción de la existencia de Dios, relacionada con la razón y no con el
sentimiento, me pareció que tenía mucho más peso. Ésta se desprende de la
extraordinaria dificultad o más bien imposibilidad de concebir este inmenso y
maravilloso universo, inclusive el hombre, con su capacidad de reflexionar
sobre el pasado y el futuro, como el resultado de una casualidad ciega o de la
necesidad. Cuando reflexionaba de esta manera, me sentía inclinado a considerar
una Causa Primera, dotada de una inteligencia en ciertos aspectos análoga a la
del hombre y merecí ser llamado teísta. Esta conclusión estaba firmemente
arraigada en mi mente, por lo que puedo recordar, por el tiempo en que escribí
el Origen de las especies, y desde
entonces ha venido debilitándose gradualmente con muchas fluctuaciones. Pero
entonces surge la duda: ¿puede creerse a la mente del hombre, que se ha
desarrollado, a mi parecer, a partir de una mente tan rudimentaria como la que
poseen los animales inferiores, cuando imagina tan grandes conclusiones?
ibíd., pp. 176-7
A mi parecer, en
estos temas tan profundos conviene creer muy poco en los razonamientos
discursivos y en los hechos de la experiencia científica, pero se le puede dar
un poco más de crédito a la intuición que guía a los teóricos y a los
pragmáticos hacia el objetivo que intentan esclarecer.
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