Presiento que mi
abstinencia sexual, así como el no consumo de tabaco, alcohol, drogas y el
alejamiento en general de todos los vicios de la carne, ha empezado a
fructificar en cuanto a conclusiones derivadas de mi propia experiencia. Por
ejemplo, estoy ya en condiciones de dar una explicación razonable del porqué de
la gordura de un gran porcentaje de los representantes de la Iglesia Católica.
La gula es un vicio
asaz pernicioso, pero es a la vez, para mucha gente --entre la que se incluyen
estos curas--, un vicio un tanto menor o escondido. Menor porque se supone que
no altera la conducta humana en forma inmediata como sí lo hacen el alcohol o las
drogas, los que resultan potencialmente nocivos no sólo para quien los consume
sino también para quienes lo rodean. Y escondido porque se oculta bajo una
necesidad indispensable del ser humano: su alimentación. Estas dos
características hacen de la gula un vicio no del todo condenable por la
sociedad. Podría decirse que, en cuanto al juicio social, la gula está en un
escalafón cercano al del tabaquismo. Los dos son considerados anomalías
artificiales que repercuten negativamente en el organismo humano, pero distan
de ser expresamente condenados por la sociedad o por la justicia organizada.
Nadie es encarcelado por vender cigarrillos o dulce de leche como sí lo sería
por tráfico de drogas. Del mismo modo, un gordo[1]
y un fumador son mejor aceptados socialmente que un mujeriego[2],
un jugador, un alcohólico o un drogadicto.
Pero los límites de la
gula son inciertos; eso es lo que la diferencia de la mayoría de los vicios y
lo que hace que los eclesiásticos no la tomen tan en serio en cuanto a su
propia conducta. Un cura fumador es un cura vicioso; un cura mujeriego es un
cura vicioso; un cura jugador es un cura vicioso; un cura borracho es un cura
vicioso. Un cura que come, ¿es un cura vicioso?
Los curas son humanos,
y por lo tanto, imperfectos. Les es muy difícil --como a todos los que lo
intentamos-- apegarse a la moral cristiana tal como Cristo lo hizo. Necesitan
de vez en cuando un escape, una salida, que libere todos sus vicios reprimidos[3].
Resulta obvio pensar que la salida más razonable, la que los dejaría mejor
parados ante la sociedad, ante Dios y ante su propia conciencia, está por el
lado de la gula. Lo digo basado en mi propia experiencia. De un tiempo a esta
parte vengo intentando "reprimir" todo lo que se me antoja como un
vicio a extirpar del género humano, y de todos ellos, la gula --junto con el
odio-- es la mayor responsable de mis escapes de imperfección cristiana.
Hasta aquí, la
explicación. De aquí en adelante, divagues varios.
Yo no pretendo que los
curas, así como cualquier creyente, practiquen un cristianismo perfecto; lo que
sí me gustaría es que tiendan a acercarse a la perfección cristiana tanto como
les sea posible. Para ello, es indispensable que tengan en claro cuáles son las
conductas que los atraen al cristianismo y cuáles las que los alejan. Si no se
toma real conciencia de lo que es bueno y lo que es malo, así como de los diferentes
grados de bondad y maldad que hay en ciertas actitudes, será difícil que uno
aspire a perfeccionarse, que uno aspire a parecerse a Jesucristo.
Comer mal y demasiado
es malo tanto para la salud física de un hombre como para su salud espiritual;
eso es algo que creo que la mayoría de los cristianos acepta. Sin embargo, no
son muchos los que tienen una cabal idea de lo perverso del acto de
desperdiciar la comida --sea ésta desperdiciada fuera o dentro de un
estómago--, o del enorme grado de indisciplina moral que implica el malgastar
recursos, que serían vitales para otros, en la compra de productos que no hacen
otra cosa que satisfacer un descontrolado apetito.
Existe un barco que, por
estar sus ocupantes enfermos y ser esta enfermedad contagiosa, deberá
permanecer un año a la deriva. Sus bodegas están repletas de comida, por lo
cual los navegantes no deberían sufrir problemas de inanición. Sin embargo, a
los pocos meses de haber partido, la mayoría ya se ha muerto de hambre o padece
un complicado cuadro de desnutrición. ¿Cómo se explica esto? Sencillo: los
tripulantes de la nave, junto con algunos pasajeros acomodados, se dedicaron
desde que comenzara el viaje a devorar todo el alimento que sus estómagos
fuesen capaces de albergar. Asimismo, no conformes con ese proceder, y sabiendo
que la duración del viaje no superaría el año, acapararon en sus camarotes
tanta comida como para pasar un lustro sin problemas alimenticios. Cuando
llegaron por fin a tocar tierra, quien se había encargado de aprovisionarlos les
preguntó a los sobrevivientes por qué había ocurrido semejante atrocidad con el
resto de los pasajeros. Pero ellos no tuvieron suficiente sinceridad como para
responderles. Habían permanecido siempre de un mismo lado del barco, sin
mezclarse con los de la parte de atrás, con los moribundos. Ni siquiera sabían
que se estaban muriendo. Un par de veces les vinieron con esa noticia, pero
nadie la tomó en serio. Recién se dieron cuenta del desastre que habían causado
cuando llegaron al puerto y bajaron los cadáveres. Habían estado comiendo y
guardando de más, es cierto. Habían estado comiendo y guardando un alimento que
no les correspondía, el alimento de los otros. Pero nunca se enteraron, nunca
supieron, nunca sintieron, que por culpa de su egoísta proceder los del otro
lado del barco se estaban muriendo. Luego, al darse cuenta de la magnitud de su
asesinato, los acomodados se apesadumbraron. Y más tarde, cuando se los juzgó
por su conducta, exclamaron una verdad tan cierta como la vida, pero que ya no
serviría para rescatar a "los otros" de la muerte: "No nos
comportamos bien al actuar de ese modo", dijeron. "Pero si hubiésemos
sabido que los demás se estaban muriendo, al menos habríamos intentado detener
nuestra gula y nuestro egoísmo para darles a los hambrientos la ración que
siempre les correspondió y que, sin saberlo, les usurpamos".
Nuestro barco está repleto
de comida, pero también está lleno de hambrientos y acomodados. Lo que hace
falta son noticias, alguien que les haga saber a los glotones que atrás la
gente se muere, que atrás LOS NIÑOS SE MUEREN, por no comer los restos que los
de adelante vienen tirando por la borda desde que se inició el viaje[4].
[1] No todos los gordos comen mal y demasiado, ni todos
los que come mal y demasiado son gordos. Pero, hablando en general, el gordo es
un producto creado por la gula.
[2] El caso de los
mujeriegos es singular: en algunos órdenes sociales se los deplora, mientras
que en otros se los alaba.
[3] Los llamados "vicios carnales" pueden ser
considerados naturales o artificiales. Esto depende mucho de las creencias de
cada uno. En mi caso, creo que al hombre lo creó Dios, y Dios le dio vida. Por
lo tanto, considero los vicios --los carnales y también los espirituales-- como
cánceres no pertenecientes a la esencia humana que fueron luego anexados a ella
por alguna otra fuerza.
[4] La escritora Francine Prose, advirtiendo
lo que yo advertí, a saber, que los curas son, en proporción, más gruesos que
la mayoría de cualesquier otros grupos de ciudadanos, utiliza esta certera
observación como punta de lanza de la hipótesis que defiende: “Sin duda
–dice--, esos hombres de Dios nos muestran, con sus actos y con sus mismos
cuerpos, que comer bien no es
realmente un pecado” (Gula, cap. 2).
Yo modificaría un poco este aserto: Sin duda, esos hombres nos muestran, con
sus actos y con sus mismos cuerpos, que no
son hombres de Dios.
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