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viernes, 19 de julio de 2013

La revancha de Berkeley (tercera parte)

RAMPHASTUS. --Pero usted me había dicho que les temía a ciertas consecuencias lógicas que se desprenden del subjetivismo. ¿A cuáles?
CORNELIO. -- Esteee... No me acuerdo.
RAMPHASTUS. -- ¿Qué clase de temores son esos que ora lo acicatean ora lo abandonan y le niegan hasta un miserable recuerdo?
CORNELIO. -- Infundados, qué duda cabe. Y ya que mencionó a los recuerdos, ¿recuerda que, cuando le pedí que se cerrara los ojos, usted afirmó que yo había dejado de existir porque ya no me percibía?
RAMPHASTUS. -- Lo recuerdo.
CORNELIO. -- Pero si durante esos cinco segundos se hubiese usted acordado de mí de alguna forma, ¿tampoco habría existido?
RAMPHASTUS. -- Si a pesar de no percibirlo sensorialmente, hubiese yo estado pensando en usted, usted no se habría esfumado.
CORNELIO. -- ¿Cómo que no? ¡No se contradiga! Usted dijo que lo que no es percibido por sus sentidos no existe.
RAMPHASTUS. -- "Lo que no es percibido por mis sentidos" no: lo que no es percibido por mi conciencia dije. Lo que yo pienso, imagino o recuerdo forma parte de lo que llamo percepciones, y no dependen de mis sentidos para presentarse ante mi conciencia. Si usted está presente en mi conciencia, sea formando parte de un pensamiento, un recuerdo, una imaginación o incluso un sueño, usted existe, aunque no lo perciba con ninguno de mis sentidos externos.
CORNELIO. -- Ahora sí recuerdo una de las consecuencias lógicas de este subjetivismo que me desagradaba, y era la de tener un objeto cualquiera percibido con mis ojos una existencia segmentaria, pues cada vez que parpadeo dejo de percibirlo y por ende desaparece; pero con lo que usted acaba de decir creo que se soluciona este vaivén, ¿nocierto?
RAMPHASTUS. -- Efectivamente. Yo miro aquel árbol, y gracias a que lo miro, existe; pero cuando parpadeo no deja de existir si es que lo estaba mirando y no simplemente viendo, porque mirar implica poner atención en lo que se ve, y si yo estoy atento al árbol, cuando parpadee la percepción visual desaparecerá pero quedará el recuerdo de dicha percepción, que es lo mismo una percepción (aunque mucho más débil que las sensoriales), y por lo tanto el árbol continuará existiendo.
CORNELIO. -- Escuche lo que le voy a plantear. Escuche, o sea, oiga con atención: en este momento estoy recordando al Mahatma Gandhi. ¿Significa esto que Gandhi existe, que no ha desaparecido para siempre?
RAMPHASTUS. -- Toda vez que usted vea una imagen de Gandhi, u oiga su voz, podrá decir que Gandhi existe en su conciencia sensorial, pero esto no lo habilita para decir que el Gandhi de carne y hueso ha resucitado. Y asimismo, toda vez que usted recuerde a Gandhi tendrá derecho a decir que Gandhi existe en su conciencia recordativa, pero nunca lo despertará de su sueño eterno por más que se esfuerce recordándolo. Recuerde que por más subordinada que la materia esté a nuestra conciencia, ésta es incapaz de violar las eternas leyes de la naturaleza material.
CORNELIO. -- ¿Y si tomo de más y comienzo a ver elefantes rosados que vuelan? Estos elefantes existen para mi conciencia, y violan las leyes de la aerodinámica...
RAMPHASTUS. -- Existen en su conciencia imaginativa, y en el mundo de la imaginación las leyes de la naturaleza material se flexibilizan un poco, lo mismo que en el mundo de los sueños.
CORNELIO. -- Entiendo. Puedo violar las leyes naturales en sueños o en imaginaciones, pero no en recuerdos o en percepciones sensoriales.
RAMPHASTUS. -- También puede violarlas con recuerdos o percepciones. Si usted sumerge la mitad de un palo en el agua verá el palo doblado, y las leyes naturales niegan la posibilidad de que se pueda producir una tal dobladura en esas circunstancias.
CORNELIO. -- Pero el palo, ¿está o no doblado?
RAMPHASTUS. -- Está doblado, puesto que usted lo percibe así.
CORNELIO. -- ¿Y si lo toco y compruebo que, según mi tacto, no se dobló?
RAMPHASTUS. -- Entonces se producirá un conflicto en su conciencia, y finalmente afirmará que está o no doblado según le dé más valor a tal o cual testimonio sensorial.
CORNELIO. -- Pero ¿dónde está la supuesta inviolabilidad de las leyes naturales si podemos violarlas con la imaginación, con los sueños, con los recuerdos y hasta con las percepciones sensoriales?
RAMPHASTUS. -- Está en nuestro intelecto, en nuestra razón.
CORNELIO. -- ¿Nuestra razón no puede violar nunca las leyes naturales?
RAMPHASTUS. -- Nunca.
CORNELIO. -- Pero si yo, al sumergirlo, razono que el palo se dobló por causa de la presión del agua o algún otro disparate similar, ¿no estoy violando estas leyes con mi razonamiento?
RAMPHASTUS. --Ahí usted no está razonando, esta conjeturando. El razonamiento puro está basado en premisas puras (absolutamente verdaderas) y deducciones e inducciones puras (matemáticas), y este razonamiento nunca podría contradecir el curso de la naturaleza, pues este curso es la representación sensible, espaciotemporal del razonamiento. Pero sucede que este razonamiento puro se desarrolla en nuestro subconciente, y cuando sube hacia nuestra conciencia necesariamente se transforma en razonamiento conjetural, con excepción de los razonamientos aritméticos, que no pierden nada de su pureza y certidumbre cuando se hacen concientes debido a que su concienciación no implica ninguna intromisión del mundo fenomenológico en el razonamiento. El razonamiento puro reniega de la inducción física; una vez aparecida ésta, todo se hace conjetura.
CORNELIO. -- ¿Quiere usted decir que nadie, con excepción de los matemáticos, es capaz de razonar puramente?
RAMPHASTUS. -- Podemos razonar puramente, pero subconcientemente. En cuanto un razonamiento no aritmético sube a nuestra conciencia, automáticamente se torna conjetural.
CORNELIO. -- ¿Y qué significa que un razonamiento sea conjetural?
RAMPHASTUS. -- Que no podemos ni podremos nunca estar absolutamente seguros de que las proposiciones que nos sugiere tal razonamiento sean verdaderas o cien por ciento verdaderas en cualquier tiempo y lugar.
CORNELIO. -- ¿Pero entonces no podemos estar ciertos ni de las más elementales ecuaciones utilizadas en la física?
RAMPHASTUS. -- Si la ecuación científica surge como resultado de deducciones e inducciones aritméticas puras, estamos ante una ecuación pura, y no es lógico dudar de su absoluta certeza por más que se la utilice para relacionar entidades no aritméticas, pero debemos cuidarnos de que las premisas en las que se basa la deducción no hayan sido producto de inducciones físicas, pues entonces se perdería el derecho de no dudar nunca de la total veracidad de la ecuación en todos los casos aplicables. Pero no confunda la certeza absoluta de una ecuación con la certeza absoluta de la previsión de un suceso basado en esa ecuación. En astronomía existen ecuaciones puras que predicen, por ejemplo, el momento exacto en que se producirá un eclipse, pero nadie podría estar absolutamente seguro de que tal eclipse se producirá en el instante predicho. Lo mismo que las ecuaciones más sencillas de la dinámica, por ejemplo la que afirma que la velocidad promedio de un vehículo es equivalente a la distancia recorrida dividida por el tiempo que tardó en recorrerla (V =d/t). Esta ecuación deriva de un razonamiento puro, y por lo tanto es absolutamente verdadera en todos los casos, pero esto no amerita predecir que inexorablemente un auto que se moviliza con una velocidad promedio de 50 km/h llegará, dentro de una hora, a un punto distante en 50 km de donde partiera, porque tal auto podría chocar, descomponerse, etc., lo que haría falsa la previsión por más que la misma esté basada en una ecuación pura. Las ecuaciones que predicen sucesos pueden en ciertos casos superponerse unas con otras y mandar así al demonio toda predicción, pero esto no es demostración ninguna de que dichas ecuaciones sean erróneas. No cabe, en definitiva, dudar de los razonamientos puros y de las ecuaciones científicas que de ellos surgen, pero sí cabe y es necesario dudar de toda predicción concreta que estas ecuaciones nos entreguen.
CORNELIO. -- Cuando yo razoné que el palo había sido doblado por causa de la presión del agua, ¿razoné mal porque lo hice inductivamente o porque hice deducciones partiendo de premisas extraídas inductivamente?
RAMPHASTUS. -- Usted razonó mal que no supo extraer su razonamiento aritmético de su subconciente y traducirlo en proposiciones no aritméticas que explicaran el comportamiento del palo. Al no estar usted capacitado para traducir este lenguaje aritmético intrínseco, se vio obligado a razonar deductivamente partiendo de premisas adquiridas inductivamente o directamente a razonar por inducción. Yo no sé cuál de los dos métodos antedichos aplicó usted, sólo sé que en algún momento se valió de la inducción física en su razonamiento y por eso falló, lo que no significa que todos los razonamientos inductivos sean falsos como el suyo. Usted, además de inducir físicamente, indujo desconociendo completamente las leyes de la refracción de la luz. No todas las inducciones llevan a incoherencias como ésta; es más: las que se realizan con lógica y luego de observaciones detalladas y numerosas, son en alto grado verdaderas. Yo no digo, entiéndase bien, que el método inductivo en la ciencia lleve siempre a proposiciones falsas, sólo digo que inexorablemente lleva a proposiciones que no podemos asegurar que sean verdaderas o cien por ciento verdaderas en todos los casos, lo que sí podemos asegurar de las proposiciones derivadas de razonamientos aritméticos puros.
CORNELIO. -- El caso de Aristóteles, que afirmaba que el Sol se mueve alrededor de la tierra, ¿es comparable al del palo sumergido?
RAMPHASTUS. -- Puede ser. Los antiguos percibieron sensitivamente que el Sol se movía y la tierra no, y a partir de esas percepciones conjeturaron que inductivamente.
CORNELIO. -- Pero usted dijo que, creamos lo que creamos, si vemos el palo doblado el palo está doblado.
RAMPHASTUS. -- Así es, lo que no amerita decir que seguirá doblado fuera del agua.
CORNELIO. -- ¿Debo deducir entonces, puesto que yo no percibo sensitivamente ningún movimiento de mi planeta, que la tierra no se mueve?
RAMPHASTUS. -- ¡Dedúzcalo sin miedo, amigo! Pero no deduzca de esta gran verdad lo que dedujeron los antiguos, a saber, que si usted se aleja del globo terráqueo y se mantiene quieto respecto al Sol en determinado sector del sistema solar, no verá moverse a la tierra en derredor del Sol sino al Sol en derredor de la tierra.
CORNELIO. -- Parece paradójico, pero ¡por las barbas de Neptuno que no lo es! Corríjame si me engaño al sacar de todo esto la siguiente moraleja: las percepciones sensitivas nunca nos engañan, excepto si las utilizamos como base de nuestras deducciones.
RAMPHASTUS. -- Muy hermosa y verdadera frase, y a ella hay que atenerse para explicar, entre otras cosas, por qué cuanto más científico es un animal, más tienden a conjeturizarse sus deducciones.
CORNELIO. -- Pero hay algo que no me cierra. Si yo razono falazmente, como en el caso del palo sumergido, significa que no soy conciente del razonamiento verdadero, y si no soy conciente de él, ¿cómo es que existe, si nada existe fuera de mi conciencia?
RAMPHASTUS. -- Usted no es conciente de su subconciente.
CORNELIO. -- Si no soy conciente de él, no existe.
RAMPHASTUS. -- ¡No me venga con eso! Vaya, vaya a despertar a su amiga.
CORNELIO. -- Le dije que no tengo novia...
RAMPHASTUS. -- No me ha comprendido. ¿No me obligó usted hace rato a consentir la existencia de una rara...
Cornejín. -- ¡Objetividad!
RAMPHASTUS. -- También llamada nóumeno, o, más gratamente, la cosa en sí. Y a propósito, ¿es usted creyente o ateo? Es raro que no le haya hecho antes esta pregunta, porque es mi pregunta favorita.
CORNELIO. -- Creyente soy, y a mucha honra.
RAMPHASTUS. -- Eso facilitará las cosas, pues no tendré que convencerlo de que Dios existe, sino tan sólo de que Él es la objetividad.
CORNELIO. -- O sea, la razón pura.
RAMPHASTUS. -- O sea, el inconciente.
CORNELIO. -- ¿Dios es un inconciente?
RAMPHASTUS. -- Dios es el inconciente. Todo ser vivo tiene conciencia, ¿verdad?
CORNELIO. -- Verdad, si llamamos conciencia a la capacidad de percibir el mundo de los fenómenos, por mínima y esfuminada que ésta sea.
RAMPHASTUS. -- Así la llamo. Pero si todo ser vivo tiene conciencia, ¿no tendrá también un subconciente y, finalmente, un inconciente?
CORNELIO. -- Los psicoanalistas afirman esto respecto de los hombres, mas no sé qué opinan del resto de las criaturas.
RAMPHASTUS. -- Pues deberán opinar igual para todos si quieren seguirme adonde pienso llevarlos con esta idea. Aunque sospecho que la mayoría huirá despavorida cuando les diga que no sólo los animales y las plantas tienen inconciente, sino también la materia inorgánica.
CORNELIO. -- Yo sospechaba ya que lo que llamamos materia inanimada tiene una cierta conciencia interna de las fuerzas que la mueven, que siente la atracción y repulsión que se operan en su seno y que éstas le provocan placer y dolor respectivamente, algo parecido al amor y el conflicto de los elementos que sostenía Empédocles. Pero que también tenga un inconciente, eso es nuevo para mí.
RAMPHASTUS. -- Fíjese lo que dice, porque afirmar que la materia toda puede percibir es más delirante que afirmar que posee un inconciente que nada percibe.
CORNELIO. -- ¿Niega usted el hilozoísmo?
RAMPHASTUS. -- No lo niego, pero lo invito a usted a que participe de mi paninconcientismo haciéndole ver que tiene más apoyo lógico que el hilozoísmo mismo.
CORNELIO. -- Acepto el convite: soy paninconcientista. ¿Y ahora qué?
RAMPHASTUS. -- ¿No habíamos deducido que si existe la objetividad, ciertamente no se manifiesta ni en el espacio ni en el tiempo?
CORNELIO. -- Sí.
RAMPHASTUS. -- Y ¿todos los sucesos del espaciotiempo tienen algo de esta objetividad?
CORNELIO. -- Pues sí, y es lo que se llama la cosa en sí de los sucesos.
RAMPHASTUS. -- ¿A dónde habría que apuntar entonces para encontrar estas cosas en sí de los sucesos?
CORNELIO. -- Apuntaremos hacia una dimensión sin espacios y sin tiempos.
RAMPHASTUS. -- O sea que nos alejaremos de lo concreto para penetrar en lo abstracto.
CORNELIO. -- ¿Otra vez la aritmética?
RAMPHASTUS. -- Ciertamente. Aunque en rigor de verdad, la cosa en sí no es la aritmética sino el número.
CORNELIO. -- ¿La aritmética no es la ciencia que se ocupa de los números?
RAMPHASTUS. -- Y precisamente por ser ciencia puede ser pensada concientemente, o sea que no es abstracta.
CORNELIO. -- ¿La aritmética no es abstracta?
RAMPHASTUS. -- No. Lo único abstracto es el número; una vez que se lo agrupa con otros en una ecuación, una vez que se lo somete a una relación, cualquiera que ésta sea, pierde su abstractitud.
CORNELIO. -- ¿Lo esencial de toda ciencia no es llegar a lo abstracto a partir de lo concreto?
RAMPHASTUS. -- No. La misión de la ciencia es llegar a lo general a partir de lo particular, y entre lo general y lo abstracto hay en abismo infinito. La aritmética es la más general de las ciencias, no la más abstracta.
CORNELIO. -- Pero cuando realizamos operaciones aritméticas, ¿no estamos razonando sobre abstracciones?
RAMPHASTUS. -- Estamos razonando sobre abstracciones (sobre números), pero no estamos razonando abstractamente. Razonar abstractamente no es posible para ninguna conciencia, ni siquiera la humana.
CORNELIO. -- Eso contradice la opinión de la gran mayoría de los pensadores de todos los tiempos.
RAMPHASTUS. -- ¡Uyyy! ¡Mire cómo tiemblo!... Mientras mis hipótesis no contradigan a la verdad, pueden contradecir a quien se les cante.
CORNELIO. -- ¿Me quiere decir que yo nunca, ni en mis momentos de mayor concentración, he razonado abstractamente?
RAMPHASTUS. -- Nunca, si es que usted se identifica con su conciencia y sólo con su conciencia, y es que sencillamente las conciencias no pueden operar en el vacío, necesitan de una imagen espaciotemporal mínima para poder asentar allí sus procesos cognitivos. Y cuando su conciencia razona matemáticamente no lo hace relacionando abstracciones puras, sino objetos; usted dice: "dos cantidades + tres cantidades dan cinco cantidades", y es lo mismo que decir: "dos caramelos + tres caramelos dan cinco caramelos". Nunca puede salirse, concientemente, de las imágenes espaciotemporales.
CORNELIO. -- ¿O sea que mi conciencia no puede, por ejemplo, pensar en un triángulo sin imaginarse un triángulo cualquiera en el espacio?
RAMPHASTUS. -- No puede, y el que afirmare lo contrario estará mintiendo o se estará mintiendo. Pensar en algo sin imaginarlo es pensarlo subconcientemente, pero ya nos salimos de la conciencia[1].
CORNELIO. -- Y es por eso que la cosa en sí nunca podrá concienciarse...
RAMPHASTUS. -- Nunca, pero sí podrán concienciarse sus relaciones con otras cosas en sí, y de eso es de lo que se ocupa la aritmética.
CORNELIO. -- Y ¿todas y cada una de las partículas materiales tienen su correlativa cosa en sí?
RAMPHASTUS. -- Todas. Las más pequeñas, las mónadas indivisibles, tienen su correlación en el número uno; de ahí para arriba puede usted imaginar el número que desee, puesto que hay infinitos como infinita es la cantidad de materia.
CORNELIO. -- Pero si la mónada es la representación espaciotemporal del número uno, y ésta no puede dividirse, ¡qué!, ¿no existen las fracciones?
RAMPHASTUS. -- En el mundo metafísico, no. Digamos que los números enteros son cosas en sí, objetivas, que existen independientemente de quien los piensa, mientras que los números fraccionarios son una invención del hombre, una convención que surge cuando lo que se cree unitario se divide. Si un queso no pudiese dividirse, mal podríamos comprar la cuarta parte del mismo, ni un cuarto kilo si el kilogramo no tuviese subdivisiones. Metafísicamente hablando, es más correcto pedirle al fiambrero quinientos gramos de salchichón que no medio kilo.
CORNELIO. -- Pero el gramo también es subdivisible...
RAMPHASTUS. -- Entonces pidámosle quinientos mil miligramos, o bajemos aún más la unidad. Estas unidades son convencionales, se usan por conveniencia para no tener que hablar de cantidades tan enormes. Y estas cantidades convencionales, relacionadas con pesos, distancias o cualquier otra medición, son las madres de los números fraccionarios.
CORNELIO. -- ¿Y los números negativos?
RAMPHASTUS. -- Olvídelos.
CORNELIO. -- ¿Cómo que los olvide?
RAMPHASTUS. -- Es que no tengo respuesta para ellos.
CORNELIO. -- Y usted, cuando encuentra un bache dentro de su razonamiento, ¿lo cubre con una manta para que nadie lo vea en vez de preocuparse por rellenarlo?
RAMPHASTUS. -- No me sermonee, jovencito. Ya se me ocurrirá la solución. O si no que quede el bache. Usted cada vez que encuentra uno en sus razonamientos, ¿deja de avanzar hasta rellenarlo? Y si por más que busca no encuentra con qué taparlo, ¿se detiene para siempre a contemplar ese vacío, o lo salta y sigue su camino, no sin antes colocar un cartel que advierta a los que vienen detrás sobre la falla en el pavimento?
CORNELIO. -- Si pierdo la esperanza de poder o saber rellenarlo yo mismo, admito que lo dejo abandonado y sigo mi camino, pero...
RAMPHASTUS. -- Discúlpeme la interrupción. ¿Sigue usted el camino previamente trazado o lo desvía debido al pozo?
CORNELIO. -- Por lo general sigo el camino planificado de antemano, aunque si el pozo es tan grande que no puedo saltarlo y tan profundo que si cayera en él no podría salir, entonces no dudo en desviar mi camino, tratando de retomar la senda planificada lo antes posible si es que los accidentes geográficos no me lo impiden.
RAMPHASTUS. -- Eso es lo mismo que suelo hacer yo. ¿Qué me iba a decir cuando lo interrumpí?
CORNELIO. -- Le decía que este pozo con el que se topó puede rellenarse muy fácilmente, no hay necesidad de dejarlo al descubierto.
RAMPHASTUS. -- ¿Y con qué relleno?
CORNELIO. -- Con la antimateria.
RAMPHASTUS. -- ¿Se refiere a esas partículas que los físicos producen en sus laboratorios?
CORNELIO. -- Hace mucho tiempo no eran los físicos sino la misma naturaleza la que las producía, y es posible que hoy existan en forma natural en el interior de las estrellas.
RAMPHASTUS. -- ¿Y será lógico relacionar estos corpúsculos con los números negativos?
CORNELIO. -- No veo por qué no. Los positrones y los antiprotones son exactamente iguales a los electrones y protones, sólo que con opuesta carga eléctrica. Póngales un signo + a sus mónadas y un signo - a sus antimónadas y obtendrá el juego completo de números enteros.
RAMPHASTUS. -- El problema es que yo no les había asignado ningún tipo de carga eléctrica a mis mónadas...
CORNELIO. -- Pues cárguelas y se acabó el conflicto.
RAMPHASTUS. -- ¡Como si fuese tan fácil!... La electricidad se transmite por cuantos, y un solo cuanto, o sea la unidad mínima de energía eléctrica, es una colección inmensa de mónadas. ¿Cómo suponer que una mónada no integrante de ningún cuanto pueda poseer carga eléctrica?
CORNELIO. -- Y un cuanto eléctrico, ¿no está constituido por miríadas de electrones?
RAMPHASTUS. -- Eso creo.
CORNELIO. -- Entonces, de la misma forma que la unidad mínima eléctrica se compone de pequeñas unidades cargadas eléctricamente, se puede suponer que un electrón está compuesto de una inmensa cantidad de partículas eléctricamente cargadas. Además, ahora recuerdo que también se descubrió la existencia de antineutrones, y éstos se diferencian de los neutrones no por su carga eléctrica, pues los neutrones son eléctricamente neutros, sino por la inversión del sentido de su movimiento de rotación alrededor de su propio eje, que es lo que los físicos llaman el espín de los corpúsculos, y esta inversión se verifica también en las restantes partículas de antimateria conocidas; podemos suponer entonces que no es el cambio de carga eléctrica sino el cambio del sentido de rotación de las partículas lo que las diferencia en todos los casos de las antipartículas. En definitiva, cualquiera que sea la opción que se adopte no debería interesarnos demasiado por el momento, pues este es un asunto científico, y nosotros nos estábamos ocupando de cuestiones filosóficas.
RAMPHASTUS. -- Tiene razón: voy a tapar mi bache con la antimateria y listo. Que vengan después los científicos a justificar esta taponadura.
CORNELIO. -- Lástima que los científicos no le taparán el gran bache lógico que le veo a su doctrina.



[1] (Nota añadida el 20/5/2004.) El genial Alberto Einstein también entendía, igual que Ramphastus y Berkeley, que las ideas aparecen en nuestra mente siempre auspiciadas por nuestra imaginación: "¿Qué es, en realidad, «pensar»? Cuando, al recibir impresiones sensoriales, emergen imágenes en la memoria, no se trata aún de «pensamiento». Cuando estas imágenes forman secuencias, cada uno de cuyos eslabones evoca otro, sigue sin poderse hablar de «pensamiento». Pero cuando una determinada imagen reaparece en muchas de estas secuencias, se torna, precisamente en virtud de su recurrencia, en elemento ordenador de tales sus sesiones, conectando secuencias que de suyo eran inconexas. Un elemento semejante se convierte en herramienta, en concepto" (citado por Gerald Holton en Einstein, historia y otras pasiones, cap. 9).

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