CORNELIO.-- ¿Y cómo encaja el placer
aquí?
RAMPHASTUS.-- ¿El placer individual?
CORNELIO.-- Sí.
RAMPHASTUS.-- Partamos de la base de
que, para sentir placer, hay que ser concientes de que de hecho, o
potencialmente, nos encontramos ante una situación placentera. Esto de por sí
pone en la pole position al hombre por ser autoconciente, más allá de si
es egoísta o intuitivo. La cuestión pasa entonces por calcular hasta dónde
llegará la inversión que hace cada cual respecto de su balanza hedonista.
(Llamo inversión a las actividades que implican algún dolor pero que se
realizan con vistas a la obtención de un placer.) El egoísta vicioso se niega
sistemáticamente a invertir, derrocha todo su capital hedonista en placeres
instantáneos y efímeros, los que a su vez suelen venir apareados de dolores más
o menos importantes; en consecuencia, el egoísta vicioso tiende (no nos
olvidemos de que todo esto es estadístico) a ser más desdichado que dichoso, o
al menos a no ser tan dichoso como el egoísta calculador. El egoísta calculador
es el individuo que es conciente de que para acceder a ciertos placeres es
menester primero resignarse a realizar ciertos actos que le acarrearán cierto
tipo de dolor, pero si es un buen calculador sopesará con acierto hasta dónde la
inversión se justifica y luego se sentará a esperar que aparezcan los placeres,
que tenderán a ser más intensos y duraderos que sus opuestos. Este sistema de
vida, planteado así, parecería que carece por completo de verdadera moralidad,
pero si se analiza detenidamente se verá que no es tan así. Una persona capaz
de someterse voluntariamente a un dolor con vistas a la obtención de un placer
futuro más intenso y duradero es a lo menos una persona inteligente, lo cual es
un punto a su favor en cuanto a su moralidad y a la probabilidad de que sea un
individuo altamente moral, pues si bien es cierto que puede haber personas inteligentes
y malas, también lo es que no existen las personas realmente buenas que a su
vez no sean inteligentes. Y si esta persona es realmente inteligente, o
trascendentemente inteligente, sabrá que los mayores placeres los proporciona
el amor, y no tanto la condición de amado como la de amante, por lo que acomodará
su vida hedonista de acuerdo a esta creencia y brindará su afecto hacia todos
quienes sepan recibirlo, soportando desde luego los dolores que suelen padecer
los amantes cuando juegan este juego, y de eso se trata el egoísmo individual
mejor calculado, que es el que mejores intereses recibe gracias a lo
sustancioso de su inversión. Por eso digo que el egoísmo individual tenderá en
el futuro a coincidir con la ética universal. Hoy en día, para decirlo
secamente, "el amor no paga". Quien hace de su vida un culto al amor
suele invertir más de la cuenta y suele morir antes de recibir las ganancias,
lo que lo convierte, o bien en un egoísta que se ha sobrepasado con el gasto de
inversión, o bien en una persona que ha sido redondamente guiada por la
intuición, que no repara en gastos. Esto se modificará de raíz en el futuro. La
ecología, esa ciencia que recién está naciendo, nos educará en el amor hacia
todas las criaturas animales, vegetales y por qué no minerales, y entonces ese
amor hacia el Todo que hoy se considera como digno de gente insociable y mal
encarada, debido a lo cual esta gente se automargina de su propia sociedad y
sufre por ello, ese amor universal será moneda corriente y quien lo experimente
o quiera experimentarlo no sentirá vergüenza de confesarlo, o miedo de que lo
tilden de orate sus propios seres más cercanos, con lo que se llenará de
felicidad al poder amar y a la vez convivir con gente que ama o que al menos no
se burla del amor, y esa su felicidad será completamente individual por más que
redunde en felicidad extranjera, por lo que será lícito encuadrar a estas
personas dentro de la categoría de los egoístas calculadores, sin que por ello
se salgan de la categoría también bien merecida de intuitivos, que será una y
la misma categoría para cuando estos nuevos buenos tiempos se acerquen.
CORNELIO. -- Pero mientras esos nuevos buenos tiempos
no lleguen, las personas éticamente intachables, o las mejores personas
existentes, puesto que hoy no pueden existir personas intachables, seguirán
siendo presas de la infelicidad a la que las conduce la marginación social.
RAMPHASTUS. -- Pero esta marginación de ningún modo
puede opacar notablemente al placer que sienten al amar a las criaturas, al
placer de simpatizar con ellas y también al placer de compadecerlas, porque no
sé si usted sabe que la compasión es placentera, al contrario de lo que la
mayoría piensa.
CORNELIO. -- Lo sé, o creo saberlo, y así lo he
manifestado en varios pasajes de mis escritos.
RAMPHASTUS. -- Con menos razón podrá entonces suponer
que una persona intuitiva, en la actualidad, es más desdichada que el ser
humano promedio. Los desdichados son los que se creen intuitivos y por eso se
automarginan o son marginados, sin ser compensados de su ermitañismo por los
placeres del amor que en realidad no sienten. Todo esto es susceptible de ser
representado matemáticamente, pero lamentablemente no dispongo de los
conocimientos necesarios en esta materia como para desarrollar tal empresa.
CORNELIO. -- Expresémoslo entonces con palabras, y
dejemos que algún potencial matemático que las leyere las transforme en
ecuaciones.
RAMPHASTUS. -- De acuerdo. Empecemos por la situación
presente y por la balanza hedonista de lo que llamamos materia inanimada.
CORNELIO. -- ¿Goza lo inorgánico?
RAMPHASTUS. -- Goza y sufre, pero goza muy débilmente
y menos todavía sufre, comparándolo con otros seres.
CORNELIO. -- ¿No podríamos, bastante arbitrariamente,
establecer un termómetro del hedonismo individual, cuyo cero sea la
insensibilidad y cuyo uno sea la sensibilidad positiva (placer) mínima que
experimenta lo inorgánico, que resulta del promedio entre sus dolores y
placeres totales?
RAMPHASTUS. -- Podríamos. Y entonces pongámosle dos
al promedio hedonista de los virus, tres al de las bacterias y demás organismos
unicelulares y cuatro a los organismos multicelulares más rudimentarios.
CORNELIO. -- Le propongo que desdeñemos de momento a
todas las demás especies y nos dediquemos al ser humano. ¿Qué puntaje le
otorgaría?
RAMPHASTUS. -- En el hombre la cuestión es más
compleja. Si hay que establecer un coeficiente general, podríamos fijarlo
digamos en cien, pero éste variará en mucho para uno y otro lado dependiendo
del carácter del individuo, cosa que rara vez sucederá con los animales
inferiores, cuya caracterología escasamente se diferencia entre individuos de
una misma especie.
CORNELIO. -- ¿Habrá entonces seres humanos que
lleguen a un promedio tal vez de 200 o más durante su vida individual, y habrá
otros que apenas sobrepasen la unidad?
RAMPHASTUS. -- Y hay también, ténganlo muy en cuenta,
seres humanos que se quedan, en promedio, en los números negativos, que son más
infelices que felices, que llevan una vida más miserable que la de los simples
microbios.
CORNELIO. -- Seguramente serán éstos los poseedores
de un carácter estrictamente necrofílico, los que odian la vida y a todo lo
vivo y aman la muerte y lo inorgánico y desean volver a su seno, según decía
Sigmund Freud respecto de quienes se dejan sojuzgar por sus
pulsiones de muerte.
RAMPHASTUS. -- Son éstos sin duda seres más
desdichados que dichosos, pero no cometa el error de asociar necesariamente la
desdicha con la maldad. No se olvide de lo que acabamos de manifestar: estamos
hablando del presente, y en estos tiempos la gente muy buena, que escapa de una
cierta dosis de biofilia moderada para cortarse sola en la carrera del amor,
merced a esa misma soledad, a la negación de todo placer social indispensable para
el buen mantenimiento del estado anímico, merced a eso estas personas son
atacadas frecuentemente por estados depresivos que las inmovilizan y les
impiden disfrutar de todo lo que de sanamente disfrutable la vida nos ofrece.
CORNELIO. -- Yo escribí en mi diario, hace ya unos
tres años, una "teoría del jardín de infantes", que dice más o menos
que toda la humanidad, en su conjunto y en cada determinada época, se halla
rodeada por una soga, como la soga que utilizan las maestras jardineras para
rodear con ella al grupo de niños que desean movilizar, evitando así que alguno
se pierda. La teoría sugiere que ninguna persona, por elevada o excepcional que
fuere, puede alejarse demasiado del nivel general representado por el pelotón
de niños, pues está, como ellos, circunscrita dentro de los límites que la soga
le impone. Si quisiera "elevarse" hacia la sabiduría o hacia la
bondad, deberá egresar del centro del pelotón y acercarse a la soga, pero, no
pudiendo traspasarla, la única alternativa que tendrá será la de tirar de ella
con todas sus fuerzas hacia el sitio adonde quisiere ir, obteniendo como
resultado, si el niño es lo suficientemente robusto y decidido, algún que otro
avance, pero no aislado del resto del grupo: su cinchada redundará en un
corrimiento general, habrá corrido a todo el grupo, a toda la humanidad, hacia
el lugar al que él, tal vez solitariamente, deseaba movilizarse.
RAMPHASTUS. -- Supongamos entonces que las personas
éstas que tiran y tiran de la soga se obsesionan radicalmente con el tema, y
que no disponen de la fuerza necesaria, como nadie la tiene hoy día, como para
llevar a los demás hacia la virtud coactivamente, sin persuadirlos primero de
que les conviene ir hacia ese lugar y así procurar que caminen solos, sin
necesidad de arrastrarlos. ¿Cómo se sentirá en promedio este hombre, agotado
por el desgaste físico, por la incomprensión de sus semejantes y sobre todo por
no poder llegar él, individualmente, a rozar más de cerca la santidad y la
sabiduría?
CORNELIO. -- Se sentirá infeliz con bastante
frecuencia, qué duda cabe, pero en promedio será más dichoso que desdichado,
según lo ya establecido.
RAMPHASTUS. -- Me basta con que admita que serán en
buena medida infelices estos aspirantes a la virtud, así queda claro que la
desdicha no es en estos tiempos patrimonio exclusivo de los malvados.
CORNELIO. -- ¿Será que para ser feliz, o para hacer
lo más feliz que se puede ser en estos tiempos, es menester no ser una mala
persona, pero tampoco ser demasiado bueno?
RAMPHASTUS. -- Así lo creo, reparando siempre, y
perdone la insistencia, en el carácter estadístico del aserto. Se puede ser muy
malo y a la vez relativamente dichoso, pero estos casos son los menos, no
desbaratan el promedio. Como tampoco hay que olvidar que todas estas
afirmaciones solamente tienen valor en el tiempo presente. Dentro de millones
de años, si la contaminación ambiental permite que algunos humanos sobrevivan
al furor cancerígeno que asolará dentro de poco al mundo, los vanguardistas en
la carrera hacia la virtud serán los seres más dichosos, porque no necesitarán
"arrastrar" consigo a los demás mortales: irán todos (o casi todos)
hacia allí por propia voluntad, por haber experimentado al fin el placer que la
virtud conlleva cuando se la comparte socialmente.
CORNELIO. -- Volviendo a nuestra imaginaria
puntuación hedonista referente a los seres actuales, ¿qué puntaje les pondría a
los individuos extremadamente necrofílicos y a los extremadamente biofílicos?
RAMPHASTUS. -- Teniendo en cuenta los puntajes ya
dados, les pondría un menos cien a los necrofílicos extremos y un ciento
cincuenta a los extremos biofílicos.
CORNELIO. -- ¿Y a los individuos con mejor carácter
que el promedio, pero que no aspiran a la santidad y a la sabiduría en un grado
demasiado elevado, es decir, a los buenos calculadores del egoísmo?
RAMPHASTUS. -- Ellos serían, en mi opinión, los seres
actualmente más felices de la tierra. Les pondría un puntaje de doscientos.
CORNELIO. -- ¿No podríamos, con todos estos valores
arbitrarios, trazar un no menos arbitrario gráfico cartesiano?
RAMPHASTUS. -- Podríamos, si tuviésemos papel, lápiz
y una mínima luminosidad que nos permitiese utilizarlos.
CORNELIO. -- Yo traje una linterna, y su dedo y el suelo
mojado pueden hacer las veces de lápiz y papel.
RAMPHASTUS. -- Tendríamos que bajarnos de aquí, que
tan cómodos y resguardados nos hallamos.
CORNELIO. -- Bajémonos, qué otro remedio hay. Pero
usted primero, así me amortigua si me caigo.
RAMPHASTUS. -- Si me bajo de acá, no volveré a subir.
CORNELIO. -- Continuaremos, pues, dialogando en el
piso.
RAMPHASTUS. -- Si usted insiste...
Al instante Ramphastus descendió del árbol, haciendo
gala de una simiesca destreza, y yo detrás suyo, mucho más recatada y
morosamente. Al instante me dibujó en la tierra una curva similar a esta:
Fig. 1
RAMPHASTUS. -- Aquí estaría
representado el grado de felicidad individual estadística de los seres en
relación a su complejidad (en el tiempo presente).
CORNELIO. -- ¿Y en dónde figura en la
figura el hombre de carácter extremadamente necrofílico?
RAMPHASTUS. -- No figura, porque la
curva representa una continuidad evolutiva, y yo no sé qué clase de desviación
se operó en la evolución ortodoxa como para engendrar la necrofilia extrema. La
cuestión es que simplemente no sé si la persona necrofílica es más o menos
compleja, por ejemplo, que la persona estándar, y no sabiendo eso no puedo
trazar ninguna curva con pretensiones evolutivas que la incluya. La que sí
podría trazar es la curva personal del individuo necrofílico extremo que
relaciona sus niveles hedonistas con la edad en la que se le van desarrollando:
Fig. 2
RAMPHASTUS. -- Después de los 50 años,
la tendencia a la infelicidad se les estabiliza en -100, aunque los individuos
extremadamente necrofílicos no suelen vivir mucho más allá de esa edad.
CORNELIO. -- ¿O sea que un ser
extremadamente necrofílico carece de tendencias hacia la felicidad ya desde su
infancia?
RAMPHASTUS. -- Estadísticamente
hablando, sí. Quien tiende a la necrofilia lo hace o bien porque ha heredado
esa tendencia (lo que no quiere decir que sus padres hayan sido necesariamente
necrófilos; las recombinaciones genéticas suelen barajar defectuosamente
incluso los mejores naipes, y al mejor jugador le puede tocar una mala mano), o
bien porque ha sido educado necrofílicamente, o las dos cosas juntas, que es lo
que casi siempre sucede cuando de grandes criminales se trata. En el caso de la
necrofilia genética, el niño ya nace malo, nace sin saber amar, y por lo tanto
es desdichado desde su mismo nacimiento, o al menos desde los primeros esbozos
de sentimentalismos; el caso de la necrofilia adquirida por educación es más
patético aún, pues el crío se ve sometido a malos tratos desde que sale del
útero, y así ningún infante podría intentar ser feliz.
CORNELIO. -- ¡Pobres niños! Y encima,
en vez de perdonarlos amorosamente cuando comienzan su carrera delictiva, y en
vez de enseñarles con el ejemplo qué camino les conviene para modificar sus
destinos y acercarse aunque más no sea un poco a la dicha, los encerramos en
nuestros "correccionales" de menores, de los cuales egresan
inexorablemente con el título de profesionales del crimen. Pero hablemos de
algo un poco más grato: ¿puede trazarse una curva que, parecidamente a la
anterior que relaciona el tiempo de vida del individuo necrofílico con su nivel
hedonista, relacione los niveles hedonistas promedio de los individuos
extremadamente biofílicos, pero no con sus tiempos de vida individuales sino
proyectándolos en el futuro de la especie?
RAMPHASTUS. -- Cómo no. Sería más o
menos así:
Fig. 3
RAMPHASTUS. -- La curva serpenteante
indica que los individuos extremadamente biofílicos serán más felices cada vez
pese a las probables aceleraciones y desaceleraciones del ritmo que los
impulsa, y la curva asintótica representa el grado de dicha al que tenderán los
individuos neutros, ni buenos ni malos. Claramente se ve que el nivel hedonista
de estos últimos no tiende al infinito sino a un cierto punto del que no podrán
pasar, a menos que se biofilicen.
CORNELIO. -- O sea que en el futuro el
placer individual, la santidad y la sabiduría estarán directamente
relacionados.
RAMPHASTUS. -- Eso es lo que le vengo
diciendo desde el comienzo de la charla: la ética está basada en el placer.
CORNELIO. -- Y el placer, en el amor.
RAMPHASTUS. -- O sea en la simpatía y
la compasión sentidas hacia los demás seres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario