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lunes, 26 de agosto de 2013

Más allá del principio de placer individual (segunda parte)

CORNELIO.-- ¿Y cómo encaja el placer aquí?
RAMPHASTUS.-- ¿El placer individual?
CORNELIO.-- Sí.
RAMPHASTUS.-- Partamos de la base de que, para sentir placer, hay que ser concientes de que de hecho, o potencialmente, nos encontramos ante una situación placentera. Esto de por sí pone en la pole position al hombre por ser autoconciente, más allá de si es egoísta o intuitivo. La cuestión pasa entonces por calcular hasta dónde llegará la inversión que hace cada cual respecto de su balanza hedonista. (Llamo inversión a las actividades que implican algún dolor pero que se realizan con vistas a la obtención de un placer.) El egoísta vicioso se niega sistemáticamente a invertir, derrocha todo su capital hedonista en placeres instantáneos y efímeros, los que a su vez suelen venir apareados de dolores más o menos importantes; en consecuencia, el egoísta vicioso tiende (no nos olvidemos de que todo esto es estadístico) a ser más desdichado que dichoso, o al menos a no ser tan dichoso como el egoísta calculador. El egoísta calculador es el individuo que es conciente de que para acceder a ciertos placeres es menester primero resignarse a realizar ciertos actos que le acarrearán cierto tipo de dolor, pero si es un buen calculador sopesará con acierto hasta dónde la inversión se justifica y luego se sentará a esperar que aparezcan los placeres, que tenderán a ser más intensos y duraderos que sus opuestos. Este sistema de vida, planteado así, parecería que carece por completo de verdadera moralidad, pero si se analiza detenidamente se verá que no es tan así. Una persona capaz de someterse voluntariamente a un dolor con vistas a la obtención de un placer futuro más intenso y duradero es a lo menos una persona inteligente, lo cual es un punto a su favor en cuanto a su moralidad y a la probabilidad de que sea un individuo altamente moral, pues si bien es cierto que puede haber personas inteligentes y malas, también lo es que no existen las personas realmente buenas que a su vez no sean inteligentes. Y si esta persona es realmente inteligente, o trascendentemente inteligente, sabrá que los mayores placeres los proporciona el amor, y no tanto la condición de amado como la de amante, por lo que acomodará su vida hedonista de acuerdo a esta creencia y brindará su afecto hacia todos quienes sepan recibirlo, soportando desde luego los dolores que suelen padecer los amantes cuando juegan este juego, y de eso se trata el egoísmo individual mejor calculado, que es el que mejores intereses recibe gracias a lo sustancioso de su inversión. Por eso digo que el egoísmo individual tenderá en el futuro a coincidir con la ética universal. Hoy en día, para decirlo secamente, "el amor no paga". Quien hace de su vida un culto al amor suele invertir más de la cuenta y suele morir antes de recibir las ganancias, lo que lo convierte, o bien en un egoísta que se ha sobrepasado con el gasto de inversión, o bien en una persona que ha sido redondamente guiada por la intuición, que no repara en gastos. Esto se modificará de raíz en el futuro. La ecología, esa ciencia que recién está naciendo, nos educará en el amor hacia todas las criaturas animales, vegetales y por qué no minerales, y entonces ese amor hacia el Todo que hoy se considera como digno de gente insociable y mal encarada, debido a lo cual esta gente se automargina de su propia sociedad y sufre por ello, ese amor universal será moneda corriente y quien lo experimente o quiera experimentarlo no sentirá vergüenza de confesarlo, o miedo de que lo tilden de orate sus propios seres más cercanos, con lo que se llenará de felicidad al poder amar y a la vez convivir con gente que ama o que al menos no se burla del amor, y esa su felicidad será completamente individual por más que redunde en felicidad extranjera, por lo que será lícito encuadrar a estas personas dentro de la categoría de los egoístas calculadores, sin que por ello se salgan de la categoría también bien merecida de intuitivos, que será una y la misma categoría para cuando estos nuevos buenos tiempos se acerquen.
CORNELIO. -- Pero mientras esos nuevos buenos tiempos no lleguen, las personas éticamente intachables, o las mejores personas existentes, puesto que hoy no pueden existir personas intachables, seguirán siendo presas de la infelicidad a la que las conduce la marginación social.
RAMPHASTUS. -- Pero esta marginación de ningún modo puede opacar notablemente al placer que sienten al amar a las criaturas, al placer de simpatizar con ellas y también al placer de compadecerlas, porque no sé si usted sabe que la compasión es placentera, al contrario de lo que la mayoría piensa.
CORNELIO. -- Lo sé, o creo saberlo, y así lo he manifestado en varios pasajes de mis escritos.
RAMPHASTUS. -- Con menos razón podrá entonces suponer que una persona intuitiva, en la actualidad, es más desdichada que el ser humano promedio. Los desdichados son los que se creen intuitivos y por eso se automarginan o son marginados, sin ser compensados de su ermitañismo por los placeres del amor que en realidad no sienten. Todo esto es susceptible de ser representado matemáticamente, pero lamentablemente no dispongo de los conocimientos necesarios en esta materia como para desarrollar tal empresa.
CORNELIO. -- Expresémoslo entonces con palabras, y dejemos que algún potencial matemático que las leyere las transforme en ecuaciones.
RAMPHASTUS. -- De acuerdo. Empecemos por la situación presente y por la balanza hedonista de lo que llamamos materia inanimada.
CORNELIO. -- ¿Goza lo inorgánico?
RAMPHASTUS. -- Goza y sufre, pero goza muy débilmente y menos todavía sufre, comparándolo con otros seres.
CORNELIO. -- ¿No podríamos, bastante arbitrariamente, establecer un termómetro del hedonismo individual, cuyo cero sea la insensibilidad y cuyo uno sea la sensibilidad positiva (placer) mínima que experimenta lo inorgánico, que resulta del promedio entre sus dolores y placeres totales?
RAMPHASTUS. -- Podríamos. Y entonces pongámosle dos al promedio hedonista de los virus, tres al de las bacterias y demás organismos unicelulares y cuatro a los organismos multicelulares más rudimentarios.
CORNELIO. -- Le propongo que desdeñemos de momento a todas las demás especies y nos dediquemos al ser humano. ¿Qué puntaje le otorgaría?
RAMPHASTUS. -- En el hombre la cuestión es más compleja. Si hay que establecer un coeficiente general, podríamos fijarlo digamos en cien, pero éste variará en mucho para uno y otro lado dependiendo del carácter del individuo, cosa que rara vez sucederá con los animales inferiores, cuya caracterología escasamente se diferencia entre individuos de una misma especie.
CORNELIO. -- ¿Habrá entonces seres humanos que lleguen a un promedio tal vez de 200 o más durante su vida individual, y habrá otros que apenas sobrepasen la unidad?
RAMPHASTUS. -- Y hay también, ténganlo muy en cuenta, seres humanos que se quedan, en promedio, en los números negativos, que son más infelices que felices, que llevan una vida más miserable que la de los simples microbios.
CORNELIO. -- Seguramente serán éstos los poseedores de un carácter estrictamente necrofílico, los que odian la vida y a todo lo vivo y aman la muerte y lo inorgánico y desean volver a su seno, según decía Sigmund Freud respecto de quienes se dejan sojuzgar por sus pulsiones de muerte.
RAMPHASTUS. -- Son éstos sin duda seres más desdichados que dichosos, pero no cometa el error de asociar necesariamente la desdicha con la maldad. No se olvide de lo que acabamos de manifestar: estamos hablando del presente, y en estos tiempos la gente muy buena, que escapa de una cierta dosis de biofilia moderada para cortarse sola en la carrera del amor, merced a esa misma soledad, a la negación de todo placer social indispensable para el buen mantenimiento del estado anímico, merced a eso estas personas son atacadas frecuentemente por estados depresivos que las inmovilizan y les impiden disfrutar de todo lo que de sanamente disfrutable la vida nos ofrece.
CORNELIO. -- Yo escribí en mi diario, hace ya unos tres años, una "teoría del jardín de infantes", que dice más o menos que toda la humanidad, en su conjunto y en cada determinada época, se halla rodeada por una soga, como la soga que utilizan las maestras jardineras para rodear con ella al grupo de niños que desean movilizar, evitando así que alguno se pierda. La teoría sugiere que ninguna persona, por elevada o excepcional que fuere, puede alejarse demasiado del nivel general representado por el pelotón de niños, pues está, como ellos, circunscrita dentro de los límites que la soga le impone. Si quisiera "elevarse" hacia la sabiduría o hacia la bondad, deberá egresar del centro del pelotón y acercarse a la soga, pero, no pudiendo traspasarla, la única alternativa que tendrá será la de tirar de ella con todas sus fuerzas hacia el sitio adonde quisiere ir, obteniendo como resultado, si el niño es lo suficientemente robusto y decidido, algún que otro avance, pero no aislado del resto del grupo: su cinchada redundará en un corrimiento general, habrá corrido a todo el grupo, a toda la humanidad, hacia el lugar al que él, tal vez solitariamente, deseaba movilizarse.
RAMPHASTUS. -- Supongamos entonces que las personas éstas que tiran y tiran de la soga se obsesionan radicalmente con el tema, y que no disponen de la fuerza necesaria, como nadie la tiene hoy día, como para llevar a los demás hacia la virtud coactivamente, sin persuadirlos primero de que les conviene ir hacia ese lugar y así procurar que caminen solos, sin necesidad de arrastrarlos. ¿Cómo se sentirá en promedio este hombre, agotado por el desgaste físico, por la incomprensión de sus semejantes y sobre todo por no poder llegar él, individualmente, a rozar más de cerca la santidad y la sabiduría?
CORNELIO. -- Se sentirá infeliz con bastante frecuencia, qué duda cabe, pero en promedio será más dichoso que desdichado, según lo ya establecido.
RAMPHASTUS. -- Me basta con que admita que serán en buena medida infelices estos aspirantes a la virtud, así queda claro que la desdicha no es en estos tiempos patrimonio exclusivo de los malvados.
CORNELIO. -- ¿Será que para ser feliz, o para hacer lo más feliz que se puede ser en estos tiempos, es menester no ser una mala persona, pero tampoco ser demasiado bueno?
RAMPHASTUS. -- Así lo creo, reparando siempre, y perdone la insistencia, en el carácter estadístico del aserto. Se puede ser muy malo y a la vez relativamente dichoso, pero estos casos son los menos, no desbaratan el promedio. Como tampoco hay que olvidar que todas estas afirmaciones solamente tienen valor en el tiempo presente. Dentro de millones de años, si la contaminación ambiental permite que algunos humanos sobrevivan al furor cancerígeno que asolará dentro de poco al mundo, los vanguardistas en la carrera hacia la virtud serán los seres más dichosos, porque no necesitarán "arrastrar" consigo a los demás mortales: irán todos (o casi todos) hacia allí por propia voluntad, por haber experimentado al fin el placer que la virtud conlleva cuando se la comparte socialmente.
CORNELIO. -- Volviendo a nuestra imaginaria puntuación hedonista referente a los seres actuales, ¿qué puntaje les pondría a los individuos extremadamente necrofílicos y a los extremadamente biofílicos?
RAMPHASTUS. -- Teniendo en cuenta los puntajes ya dados, les pondría un menos cien a los necrofílicos extremos y un ciento cincuenta a los extremos biofílicos.
CORNELIO. -- ¿Y a los individuos con mejor carácter que el promedio, pero que no aspiran a la santidad y a la sabiduría en un grado demasiado elevado, es decir, a los buenos calculadores del egoísmo?
RAMPHASTUS. -- Ellos serían, en mi opinión, los seres actualmente más felices de la tierra. Les pondría un puntaje de doscientos.
CORNELIO. -- ¿No podríamos, con todos estos valores arbitrarios, trazar un no menos arbitrario gráfico cartesiano?
RAMPHASTUS. -- Podríamos, si tuviésemos papel, lápiz y una mínima luminosidad que nos permitiese utilizarlos.
CORNELIO. -- Yo traje una linterna, y su dedo y el suelo mojado pueden hacer las veces de lápiz y papel.
RAMPHASTUS. -- Tendríamos que bajarnos de aquí, que tan cómodos y resguardados nos hallamos.
CORNELIO. -- Bajémonos, qué otro remedio hay. Pero usted primero, así me amortigua si me caigo.
RAMPHASTUS. -- Si me bajo de acá, no volveré a subir.
CORNELIO. -- Continuaremos, pues, dialogando en el piso.
RAMPHASTUS. -- Si usted insiste...

Al instante Ramphastus descendió del árbol, haciendo gala de una simiesca destreza, y yo detrás suyo, mucho más recatada y morosamente. Al instante me dibujó en la tierra una curva similar a esta:
Fig. 1

RAMPHASTUS. -- Aquí estaría representado el grado de felicidad individual estadística de los seres en relación a su complejidad (en el tiempo presente).
CORNELIO. -- ¿Y en dónde figura en la figura el hombre de carácter extremadamente necrofílico?
RAMPHASTUS. -- No figura, porque la curva representa una continuidad evolutiva, y yo no sé qué clase de desviación se operó en la evolución ortodoxa como para engendrar la necrofilia extrema. La cuestión es que simplemente no sé si la persona necrofílica es más o menos compleja, por ejemplo, que la persona estándar, y no sabiendo eso no puedo trazar ninguna curva con pretensiones evolutivas que la incluya. La que sí podría trazar es la curva personal del individuo necrofílico extremo que relaciona sus niveles hedonistas con la edad en la que se le van desarrollando:
Fig. 2

RAMPHASTUS. -- Después de los 50 años, la tendencia a la infelicidad se les estabiliza en -100, aunque los individuos extremadamente necrofílicos no suelen vivir mucho más allá de esa edad.
CORNELIO. -- ¿O sea que un ser extremadamente necrofílico carece de tendencias hacia la felicidad ya desde su infancia?
RAMPHASTUS. -- Estadísticamente hablando, sí. Quien tiende a la necrofilia lo hace o bien porque ha heredado esa tendencia (lo que no quiere decir que sus padres hayan sido necesariamente necrófilos; las recombinaciones genéticas suelen barajar defectuosamente incluso los mejores naipes, y al mejor jugador le puede tocar una mala mano), o bien porque ha sido educado necrofílicamente, o las dos cosas juntas, que es lo que casi siempre sucede cuando de grandes criminales se trata. En el caso de la necrofilia genética, el niño ya nace malo, nace sin saber amar, y por lo tanto es desdichado desde su mismo nacimiento, o al menos desde los primeros esbozos de sentimentalismos; el caso de la necrofilia adquirida por educación es más patético aún, pues el crío se ve sometido a malos tratos desde que sale del útero, y así ningún infante podría intentar ser feliz.
CORNELIO. -- ¡Pobres niños! Y encima, en vez de perdonarlos amorosamente cuando comienzan su carrera delictiva, y en vez de enseñarles con el ejemplo qué camino les conviene para modificar sus destinos y acercarse aunque más no sea un poco a la dicha, los encerramos en nuestros "correccionales" de menores, de los cuales egresan inexorablemente con el título de profesionales del crimen. Pero hablemos de algo un poco más grato: ¿puede trazarse una curva que, parecidamente a la anterior que relaciona el tiempo de vida del individuo necrofílico con su nivel hedonista, relacione los niveles hedonistas promedio de los individuos extremadamente biofílicos, pero no con sus tiempos de vida individuales sino proyectándolos en el futuro de la especie?
RAMPHASTUS. -- Cómo no. Sería más o menos así:

Fig. 3
RAMPHASTUS. -- La curva serpenteante indica que los individuos extremadamente biofílicos serán más felices cada vez pese a las probables aceleraciones y desaceleraciones del ritmo que los impulsa, y la curva asintótica representa el grado de dicha al que tenderán los individuos neutros, ni buenos ni malos. Claramente se ve que el nivel hedonista de estos últimos no tiende al infinito sino a un cierto punto del que no podrán pasar, a menos que se biofilicen.
CORNELIO. -- O sea que en el futuro el placer individual, la santidad y la sabiduría estarán directamente relacionados.
RAMPHASTUS. -- Eso es lo que le vengo diciendo desde el comienzo de la charla: la ética está basada en el placer.
CORNELIO. -- Y el placer, en el amor.

RAMPHASTUS. -- O sea en la simpatía y la compasión sentidas hacia los demás seres.

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