CORNELIO. -- Y estos futuros dichosos
virtuosos, ¿tomarán sus decisiones motivados por sus intuiciones o por su
conciencia lógica?
RAMPHASTUS. -- Para ese entonces los
inconcientes consejos intuitivos (inconcientes porque desconocemos el andamiaje
lógico completo del que derivan, no porque no los percibamos como deseos)
coincidirán en los virtuosos casi de lleno con los consejos de sus conciencias
lógicas. Sea que actúen motivados por el deseo de beneficiar al mundo todo, sea
que lo hagan con la intención de beneficiarse sólo ellos, el accionar será el
mismo: serán felices haciendo felices a los demás.
CORNELIO. -- Pero hoy en día los
humanos debemos optar por obedecer los deseos egoístas de nuestra lógica o los
altruistas de nuestra intuición; ¿no implica esta opción la existencia del
libre albedrío que habíamos descartado como hipótesis de trabajo?
RAMPHASTUS. -- En absoluto. Nosotros
tomamos decisiones, pero esas decisiones están ya determinadas por nuestra
lógica, por nuestra intuición o por nuestro instinto. Para tomar una decisión
hay que estar motivado por alguno de estos procesos, y una motivación es una
causa. Los motivos, sean concientes o inconcientes, conforman cadenas
motivacionales tan fatales como las cadenas causales de la física inorgánica.
Cuando sentimos muy dentro de nosotros una gran indecisión respecto de hacer
tal o cual cosa, lo que está sucediendo es que los motivos lógicos que nos
impelen a hacer A cosa se nos presentan en parecida condición de fuerzas con
los motivos intuitivos que nos sugieren hacer B cosa o con los instintos que se
inclinan por C cosa, o incluso se nos pueden presentar las tres motivaciones a
la vez. Pero siempre, por emparejadas que se nos aparezcan las motivaciones
lógicas, intuitivas o instintivas, siempre vencerá la más fuerte, la que estaba
ya determinada a vencer sobre las otras. Si se diera, cosa que es imposible o
altamente improbable, un exacto equilibrio entre dos de esas corrientes
motivacionales en puja a la hora de tomar una decisión, el resultado no sería
el libre albedrío, sino la completa inacción, algo parecido a lo que sucedía
con el burro de Buridán, que ante dos parvas de heno de idéntico formato y
volumen situadas exactamente a la misma distancia de él, no podía optar por
ninguna y moría de hambre.
CORNELIO. -- Perdone que insista con el
tema del determinismo, pero ¿para qué sirve predicar la moral si ya está todo
fatalmente determinado, si con nuestra prédica no modificaremos un ápice lo ya
establecido? ¿Para qué sirve comportarse moralmente, si ninguna nueva bondad
introduciremos en el devenir del cosmos?
RAMPHASTUS. -- Yo predico la moral, o
mejor dicho intento establecer lo que es bueno y lo que es malo, simplemente
porque me causa placer hacerlo, porque no tengo en vista otra cosa más placentera
en que ocupar mi tiempo. Y una vez establecido lo que es bueno y lo que es malo
según mi criterio, lo doy a publicidad por la misma exacta razón: porque me
causa placer el suponer que los demás se interesarán por estas cuestiones en el
futuro. Los moralistas deterministas como yo no intentamos modificar el mundo,
no tenemos la loca pretensión de querer forzar sus engranajes; predicamos por
el mero placer de predicar, y por esa misma razón intentamos actuar en
consonancia con nuestra moral: porque nos causa placer actuar así, o bien, en
los casos de la intuición ciega, porque una fuerza exterior a nuestra voluntad
lógica nos induce a ello. Además tenga usted en cuenta que cuando uno actúa, en
el preciso momento de actuar, no piensa, lo mismo que tampoco siente, porque
acción, emoción y pensamiento son entes que se repelen entre sí, que no pueden
mixturarse; no puede aparecer uno sino hasta que dejan de manifestarse los
otros (si bien la rapidez con que pueden aparecer es tal que tenemos
frecuentemente la ilusión de estar pensando, actuando y sintiendo al mismo
tiempo)[1],
y por eso cuando yo actúo no lo hago pensando en que mi accionar es estéril. Y
al moralista que desespere pensando que en un mundo determinista no hay acción
o prédica ningunas, por santa o sabia que respectivamente fueren, que sirvan
para mejorar las cosas, le diré que el mero conocimiento de las verdades
éticas, y la mera persuasión de que actuando conforme a estas verdades se
beneficiaría el individuo actuante como tal, o como especie, o como biomasa o
como materia integrante del Todo proyectado en el tiempo, suelen ser motivos (causas)
suficientes como para que un hombre rija su vida de acuerdo a ellas, lo que en
cierta forma confirma eso de que la investigación de los principios básicos de
la ética es capaz de modificar el destino de los hombres, aunque siempre por
vía causal, sin salirnos nunca del determinismo.
CORNELIO. -- Después de tamaña
disertación, no creo que a ningún
albedrista le queden ganas de decir que con la creencia en el
determinismo se derrumba la ética. Pero acláreme una cosa: usted afirma que en
el futuro los individuos virtuosos serán felices haciendo felices a los demás;
¿es que acaso no sufrirán durante el proceso que usted denominó inversión?, ¿no
deberán resignarse primero a esos dolores si es que pretenden gozar y hacer
gozar?
RAMPHASTUS. -- No, porque para esa
época futurista, el concepto de inversión, al menos dentro del virtuosismo
extremo, quedará desvirtuado. Un ejemplo clásico de inversión es el del
estudiante que cursa sus estudios muy desganadamente, pero sin abandonarlos por
sospechar que, una vez recibido, el título académico le proporcionará mejores y
mayores placeres que los dolores que tiene que soportar para conseguirlo. Al
hombre virtuoso no se le presentará este vaivén: estudiar le provocará tanto
placer como el que se desprenderá del resultado de sus estudios, y así con
todas sus inversiones hedonistas.
CORNELIO. -- ¿Estarán los virtuosos
exentos de todo dolor?
RAMPHASTUS. -- ¡Cruz diablo! Quienes
más cerca están de una exención así son los cadáveres, y los verdaderos
virtuosos distan mucho de serlo. Para librarse de todo dolor, o de la mayoría
de ellos, hay que estarse quieto, como aconsejan los orientales, pero el
virtuoso del futuro, según yo lo concibo, estará en continuo movimiento, como
aquella máquina que los antiguos soñaban inventar. Dejará de moverse sólo para
pensar y sentir, o mejor dicho mudará en esos momentos sus movimientos externos
y visibles (macroscópicos) hacia una invisible movilidad interior
(microscópica). El movimiento es la característica más notable de la vida, y la
vida, sin dolor, no es vida.
CORNELIO. -- ¿Qué les dolerá entonces,
si no les dolerán sus inversiones?
RAMPHASTUS. -- Les dolerá vivir, pero
mucho menos de lo que les placerá. Vivir sólo cuesta vida.
CORNELIO. -- Volvamos a su teoría de
las replicaciones. ¿Lo único que básicamente les interesa a los seres vivos es
evitar la muerte de su estructura genética?
RAMPHASTUS. -- Lo único que les
interesa a los seres vivos es gozar, y como lo que goza, estrictamente
hablando, no es el ser sino su genética, la genética es la que lleva la voz de
mando, siendo la inteligencia un complemento de la actividad genética pura, un
epifenómeno derivado de ésta que sin embargo puede llegar a imponérseles a
ciertas especies en determinadas circunstancias. Cuando la inteligencia individual
se impone sobre la genética, o sea sobre los instintos, que es lo que sucede
dentro de un individuo egoísta, se produce, en la vida del ser, la priorización
del goce individual en desmedro de la replicación, lo que no significa que
tales seres huirán de la idea de reproducirse, simplemente significa que se
reproducirán inducidos por el placer individual que auguran en la copulación o mismo en la tenencia y crianza
de sus hijos, no por el deseo instintivo de replicación genética. El egoísta,
en tanto que tal, no busca replicar sus genes, sino replicar los goces de su
finita conciencia.
CORNELIO. -- Escuche este aserto y
dígame qué opinión le merece: "Nuestros genes nos han programado a
nosotros, y a todos los demás seres vivientes, para que hagamos lo que les
conviene a ellos. Y nuestras mentes tienden a servir a este fin último no menos
que nuestras manos y nuestros riñones". Lo dijo David Barash en su libro intitulado El comportamiento animal
del hombre, página 258.
RAMPHASTUS. -- Este señor Barash, según mi modesto entender, comete el mismo error
que muchos de los actuales expertos en sociobiología, a saber, el suponer que
todo comportamiento animal o vegetal, sin excepciones, puede explicarse
mediante el principio de la conveniencia genética. Es un error entendible y
disculpable, puesto que este principio rige casi con exclusividad en el 99 por
ciento de las especies, pero no es para nada exclusivo en aquellos seres que,
sea como fuere, aprendieron a utilizar la lógica conciente para sobrevivir. Los
organismos que carecen de conciencia lógica son como poderosas máquinas al
servicio de los genes que moran dentro de ellas y que las manejan a su antojo,
pero la genética incurrió, por así decirlo, en un grave despropósito para sus
propios intereses al permitir que algunas de sus maquinarias utilizaran sus
aparatos nerviosos no ya para percibir el mundo sino también para analizarlo
lógicamente, porque a partir de ahí estos seres privilegiados conocieron lo que
yo llamo voluntad analítica, y esta voluntad comenzó a competir con la voluntad
instintiva (genética) por el control de las acciones no fisiológicas. El
problema para los genes es que así como a ellos no les interesa el individuo
como tal, sino como medio para gozar y replicarse y procurarles goces a su
genes parentales, así la voluntad analítica se desentendió de la voluntad
instintiva que la hizo aparecer y comenzó a trabajar en pro del bienestar del
individuo, desinteresándose de su genética. Ahí fue cuando nació el egoísmo
individual propiamente dicho, pues antes el egoísmo era puramente genético como
lo sigue siendo en los seres irracionales. Y en el ser lógico-analítico por
excelencia, en el hombre, la voluntad analítica cobró tal independencia sobre
la voluntad instintiva, que gran parte de sus motivaciones, no me atrevo a
decir la mayoría pero sí gran parte, deriva del deseo de goce individual,
importándole al hombre analítico, en tanto que tal, un pito la genética que hay
dentro suyo, ni su cuidado ni su replicación, a menos, como dije antes, que el
cuidado y la replicación genética redunden en un goce individual, pero ya no
estaría la "maquinaria genética" velando por los genes al cuidarlos y
replicarlos, estaría velando por su conciencia individual, resultando como consecuencia
de este personal egoísmo la supervivencia y replicación de los genes del
individuo. En estos tiempos en que la robótica se afana por darles a sus
invenciones un sí es no es de sensibilidad y de voluntad propia, la analogía
cae de madura: el robot fue diseñado por el hombre para su propio beneficio, no
para beneficio del robot, y mal podría beneficiar a una máquina que no es
susceptible de percibir beneficios, o sea placeres. Y si el hombre llegase a
construir robots dotados de sensibilidad, aun así lo haría para sacar de la
sensibilidad robótica ventajas para los humanos, no para el ya sensible
artefacto. Claro que una vez construido un robot con sensibilidad y voluntad
autónoma, lo más probable es que se niegue a trabajar para beneficio de su creador
y quiera beneficiarse a sí mismo, provocando así una rebelión cibernética que
tal vez llegue al punto de principiar una guerra como la que se profetiza en la
película Terminator. En esta analogía los humanos vienen a ser lo genes,
los robots insensibles el sistema nervioso de las criaturas no analíticas y los
robos sensibles el sistema nervioso una vez adaptado a resolver problemas
lógico-analíticos. Y ¿qué es sino una guerra, una lucha interior la que se
desarrolla en el ser humano cuando la voluntad instintiva choca contra la
voluntad analítica en el momento de tomar una decisión? Pero ¿será siempre como
en la película? ¿Los humanos (léase la voluntad instintiva) son siempre los
buenos y los terminators (léase la voluntad analítica) siempre los malos? Desde
luego que no; habría que analizar, caso por caso, las circunstancias inherentes
a cada decisión. Y después está el otro tema: el surgimiento de la intuición,
que conspiró aún más en contra del egoísmo genético, o, si se mira bien, lo
ensanchó, rompió las barreras familiares y específicas que lo cercaban para
convertirse, más que en egoísmo genético, en egoísmo desoxirribonucléicico.
Pero no dispongo de analogía ninguna para graficar este divino mecanismo.
CORNELIO. -- Deduzco de todo esto que
la voluntad instintiva del individuo busca, ante todo, replicar su genes,
mientras que la voluntad analítica busca replicar tan sólo los placeres que el
individuo percibe conciencia mediante durante su corta vida. Pero no tengo muy
en claro cuál es el objetivo principal al que apunta la voluntad intuitiva de
los sujetos que tienen la dicha de poseerla, si es que este objetivo
replicativo existe.
RAMPHASTUS. -- Siendo que todos los
seres vivos, desde los paramecios hasta el hombre, tenemos un origen común, se
deduce de aquí que también tenemos una común genética, que con el paso de los
milenios se fue diversificando, pero que en el fondo mantiene un sustrato de
identidad entre todo lo vivo, y este sustrato es el que los individuos
intuitivos, y sólo ellos, perciben inconcientemente como idéntico al suyo y por
eso simpatizan con él, procurando inmortalizarlo. Pero los individuos
intuitivos no se conforman con inmortalizar su ADN; también desean, y con más
ahínco aún que la inmortalidad de su genes, la inmortalidad de sus memes.
CORNELIO. -- ¿Qué son los memes?
RAMPHASTUS. -- Son las unidades de
replicación cultural. Todo lo biológico se replica genéticamente, todo lo
cultural se replica meméticamente.
CORNELIO. -- ¿Y por qué les puso ese nombre
tan ingrato, que me hace recordar a ese ingrato ex presidente que acaba de
abandonar sus funciones (espero que para siempre)?
RAMPHASTUS. -- El nombre no se lo puse
yo sino el animalólogo Richard Dawkins, quien en su libro El gen egoísta postula
esta unidad de replicación como la crème de la crème de la
evolución, y yo coincido con él.
CORNELIO. -- Pero ¿no dijo usted que
los genes, sea que aspiren meramente a sobrevivir dentro del individuo, sea que
pretendan inmortalizarse a través de la reproducción o del cuidado hacia otros
seres portadores de similares características genéticas, no dijo usted que lo
genes sólo desean vivir y seguir viviendo para poder gozar y seguir gozando, y
lo mismo si desplazamos a lo genes y nos ocupamos de las conciencias
individuales? Todo se endereza al goce, pero ¿cómo podrían gozar los memes
siendo unidades de replicación cultural, o sea sucesos no vivos?
RAMPHASTUS. -- La cultura no goza, pero
hace gozar. Y como los individuos intuitivos, que son los que realmente poseen
en buena dosis esta capacidad de replicación memética, no se ocupan tanto de su
propio goce como del goce de los individuos futuros, ponen mucha más atención
en replicar sus memes que en replicar su genes, siendo que los primeros tienden
a conservarse puramente intactos con mayor frecuencia y por más tiempo que los
segundos. ¿Qué queda hoy en el mundo, genéticamente hablando, de lo que fueron
Darwin y Gandhi? Quedan sus nietos, bisnietos y demás descendientes,
que sin embargo no parecen haber heredado ni una ínfima parte del talento de
sus geniales antepasados. Pero ¿qué queda de ellos meméticamente hablando?
Quedan las teorías biológicas del uno y las teorías y prácticas morales del
otro, las cuales propician aún y seguirán propiciando durante siglos el goce de
toda mente despierta y de todo espíritu caritativo que se asomare a ellas. Si
la finalidad del individuo intuitivo es hacer gozar a la mayor cantidad de
seres presentes y futuros, legar memes trascendentes a la posteridad es el acto
más caritativo que pueda concebirse. La caridad ortodoxa, que se circunscribe
sólo a salvaguardar el bienestar de los ya nacidos, no tiene ni la milésima
parte del valor que posee la caridad futurista, el donar pensamientos, sentimientos
y acciones a las generaciones postreras, ávidas de cultura mucho más que de
vestidos y medicamentos. ¿Dónde, digo yo, dónde fueron a parar los genes de
Sócrates? Y sin embargo sus memes, dos mil quinientos años
después, me siguen haciendo gozar, a mí y a millones de seres.
CORNELIO. -- ¿O sea que si una persona
quiere hacer algo realmente trascendente a favor del mundo y de la vida que
habrá en él, debe más bien dedicarse a sembrar memes que no genes?
RAMPHASTUS. -- El verbo deber me
repugna, y a usted también debería repugnarle siendo como es un determinista.
Una persona decente hace lo que hace y se acabó, no se pone a fantasear sobre
si sus acciones salvarán al mundo de la ruina. Así, por causa de ese pernicioso
sentimiento del deber, fue como surgieron en la psiquis humana los cargos de
conciencia y los remordimientos, los que su vez son los principales causantes
del malestar en la cultura.
CORNELIO. -- Entonces plantearé la
pregunta de la siguiente manera: quienes aspiran a la santidad y a la
sabiduría, ¿se ocupan más de perpetuar sus memes que sus genes?
RAMPHASTUS. -- Suele ser así, pero no
necesariamente. Además, si tomamos este principio con excesivo rigorismo,
tendría que darse la realidad de que todos o casi todos los santos y filósofos
hayan huido de la paternidad para dedicarse de lleno a la replicación de sus
memes, y esto no es así, o al menos no es tan así. La constitución de una
familia suele redundar en una mayor inspiración memética, y la soledad excesiva
suele redundar en estados depresivos y angustias existenciales que si bien a
veces contribuyen a inspirar a ciertos artistas, a otros los desmorona y les
debilita su don, y ni que hablar de los científicos, quienes casi siempre
necesitan del apoyo y del estímulo de un círculo íntimo para continuar con buen
ánimo sus pacientes y obsesivas investigaciones.
CORNELIO. -- Viéndolo así, alguien
podría suponer que los artistas y los científicos son las personas éticamente
más intachables de la tierra, pues son las que tienden a prodigarle al planeta
las unidades replicativas que mayor goce procurarán y más malestares evitarán a
las generaciones futuras.
RAMPHASTUS. -- El arte por el arte
mismo, que es hoy el leitmotiv del verdadero artista y está muy bien que lo
sea, se derrumbará en el futuro cuando todos los artistas, casi sin excepción,
sean a la vez aspirantes a santos. Seguirán haciendo arte por el arte, por puro
goce personal, pero como todos sus goces personales estarán teñidos de
santidad, su arte nos acercará, sin proponérselo como finalidad principal, a la
religión. En relación a la ciencia, tengo que decir que ésta, en sí misma, no
creo que sea ni buena ni mala. La ciencia potencia la bondad o la maldad
del individuo que la utiliza, y por lo tanto los memes científicos, mal
aplicados, pueden ser más nocivos que beneficiosos. Esto es lo que hoy muchas
veces ocurre, y el ejemplo de Hiroshima es el más clarificador, pero no
sucederá lo mismo en el futuro, cuando todos los científicos, casi sin
excepción, sean a la vez aspirantes a filósofos. Entonces la ciencia, incubada
dentro del espíritu de estos hombres, se volverá buena en sí misma, y entonces
sí los memes científicos servirán para engrandecer la cultura propiamente
dicha, la cultura del amor, y no la cultura del odio, de la destrucción y del
saqueo ecológico.
CORNELIO. -- Ahora lo veo todo más
claramente. El arte irreligioso, por más que llene de goce al artista que lo
ejecuta, no pasará a la historia, porque los individuos del mañana querrán
gozar del arte y de la religión a la vez, tal como se goza más y mejor
escuchando una melodía que nos recuerda un amor juvenil o algún otro suceso
afortunado que no escuchándola porque sí, por su mera belleza estética[2].
Y la ciencia, que hoy casi no es intuitiva y por ende carece de trascendencia,
en los científicos del mañana rebosará de claridad y perspectivas y se aplicará
para el bien de la biomasa y no para su contaminación. No son los artistas ni
los científicos los seres más evolucionados de la tierra, son los santos y los
filósofos que se subliman a partir del arte y la ciencia quienes merecen este
título, pues el arte y la ciencia, cuando se conjugan con la ética, procrean la
religión y la filosofía respectivamente.
RAMPHASTUS. -- Parece que al Creador no
le han gustado sus palabras: ¡qué ventarrón se ha levantado!, ¡mire qué diluvio
nos echa encima! Busquemos el arca, Cornelio, tal vez estemos a tiempo de
salvarnos...
CORNELIO. -- Pensé que usted no creía
en esas leyendas...
RAMPHASTUS. -- Nunca digas de esta agua
no he de beber. ¡Esperenmé, desgraciados! ¡No me dejen afuera!
CORNELIO. -- Calmesé, Ramphastus. Demos
por finalizada esta reunión y volvamos a nuestros refugios con paso lento y
medido, que bajo estas condiciones atmosféricas ya no es humanamente posible
continuar con nuestras conjeturas. Agarre a Chamigo antes de que se vuele, y
cuídelo como a un hermano. Adiós, compañero perruno; que Dios y las estrellas
vayan contigo.
RAMPHASTUS. -- ¿Por qué llora? Es sólo
un perro...
CORNELIO. -- Por eso lloro. Pero ¿cómo
sabe usted que estoy llorando? Yo no veo ni lo que digo...
RAMPHASTUS. -- No veo sus lágrimas, las
huelo. Las emociones tienen olor, ¿lo sabía?
CORNELIO. -- Entonces péguese una nueva
olida y huela lo que estoy sintiendo ahora, sabiendo que tal vez no vuelva más
a ver a mi perro y a su nuevo dueño, que tantas enseñanzas me infirieron, cada
uno a su modo.
RAMPHASTUS. -- ¿Le inferimos
enseñanzas?
CORNELIO. -- A mí las enseñanzas me
penetran como cuchilladas.
RAMPHASTUS. -- Pues tómese un tiempo
para cicatrizarse y después búsqueme. ¿Qué le hace pensar que no volveremos a
vernos?
CORNELIO. -- La ley de probabilidades.
¡Hay tantos árboles y tantos ríos en este bendito planeta!
RAMPHASTUS. -- Tenga fe en la
clarividencia, compañero. Imagine en dónde estoy, y diríjase presto a buscarme.
O si no fuérceme a llegar hasta usted vía telequinesia.
CORNELIO. -- Lo más probable es que lo
huela. Así como usted huele los sentimientos, yo huelo la sabiduría.
RAMPHASTUS. -- Ya se puso de vuelta
zalamero... Me voy antes de que comience a sobarme los callos. ¡No enfile por
ese lado, don Cornelio, ahí está el río! ¿O está buscando también el arca?
CORNELIO. -- ¿Por qué no me guía? ¿No
va usted para el lado del camping?
RAMPHASTUS. -- No, yo voy para donde el
diablo perdió el poncho.
CORNELIO. -- Hasta la próxima entonces,
y feliz día.
RAMPHASTUS. -- ¿Feliz día de qué?
CORNELIO. -- Del trabajador. Ya es
primero de mayo.
RAMPHASTUS. -- ¡Curioso título me ha
regalado!... Me han catalogado de muchas formas, pero hasta el día de hoy nadie
me había considerado un trabajador.
CORNELIO. -- ¿Y acaso lo que hicimos en
estas dos noches no fue trabajar las ideas, modelarlas artesanalmente, tal como
los alfareros trabajan el barro y los carpinteros la madera?
RAMPHASTUS. -- Lleva razón, querido
amigo. Feliz día, pues, por partida doble, ya que hoy se cumplen dieciocho años
del bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina.
CORNELIO. -- Ahí sí que no veo qué
relación pueda tener esa conmemoración con nosotros...
RAMPHASTUS. -- ¡Qué! ¿Acaso duda del
poder de las bombas que acabamos de arrojar en estas jornadas? ¿Acaso duda del
poder destructivo que ha tenido nuestro diálogo? ¿Y acaso duda, ¡por Júpiter y
por el perro que me ha regalado!, acaso duda de que lo nuestro haya sido un
vuelo, rasante, pero vuelo al fin?
CORNELIO. -- Hasta el próximo vuelo,
entonces.
RAMPHASTUS. – Adiós. Y no deje que
nadie, ni siquiera la mujer de sus sueños, le corte nunca las alas o le ponga
sal en la cola.
CORNELIO. -- Trataré de alejarme de
tijeras y saleros, pero no le prometo nada. ¡Que Dios lo acompañe!
RAMPHASTUS. -- ¿Acompañarme? ¡Si aunque
quisiera no podría sacármelo de encima!...
[1] (Nota añadida el
6/9/9.) Ya no creo que las cosas sean así. Según mi actual opinión, las
emociones están presentes, en mayor o menor medida, en todo momento, tanto
cuando actuamos como cuando pensamos, coloreando nuestras acciones y nuestros
pensamientos sin poder intervenir directamente sobre ellos y modificarlos de
algún modo.
[2] (Nota añadida el 28/6/9.)
Dice Alejandro Dolina que quien goza de la música
más por los recuerdos o imaginaciones que le prodiga como complemento y
coronación de lo meramente auditivo, distorsiona por completo el puro goce
musical, que debe abstraerse de toda connotación externa y dedicarse a percibir
sólo el ritmo, la melodía o la armonía de la pieza que se escucha. Este purismo
no va conmigo ni con la mayoría de la gente; si quien lo cultiva supone que así
goza más y mejor de la música, adelante. Yo creo que se engaña. Para mí, el
éxtasis musical es referencial.
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