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jueves, 15 de agosto de 2013

La revancha de Berkeley (quinta parte)

CORNELIO. -- Lo que veo es que ninguno de los dos sistemas es seguro. Pero sigo sin entender por qué dice usted que todos nuestros conocimientos derivan de la experiencia. Quien basa su lógica en premisas extraídas de su subconciente, o quien utiliza inducciones y deducciones físicas para demostrar una proposición nacida en su subconciente, y estén o no estas proposiciones bien traducidas, ¿no conoce cosas independientemente de lo que percibe sensitivamente?
RAMPHASTUS. -- Los metaconocimientos, que si son bien interpretados pasan a llamarse intuiciones cuando ingresan en nuestra conciencia, son las ideas rectoras de nuestras investigaciones, las famosas "ideas preconcebidas" que la mayoría de los científicos, al menos en teoría, rechaza precisamente por ser "anticientíficas" y por teñir de subjetividad una búsqueda que, suponen, debe ser totalmente objetiva y llegar a conclusiones que no nos alegren ni entristezcan por concordar o no con lo que presentíamos como verdadero. Si usted quiere llamar conocimientos a estos presentimientos puede hacerlo, pero ¿quién admitirá su "conocimiento" sin que usted lo adorne con un par de premisas extraídas por inducción física de las cuales él sea la indudable conclusión? O ¿quién le dará importancia si no se deducen de él conclusiones que se verifiquen experimentalmente sin excepciones y que den la explicación de algún suceso que hasta entonces era irracional?
CORNELIO. -- Que se admitan o no como verdaderas mis intuiciones es irrelevante a las intuiciones mismas. Aunque nadie creyera en ellas, no por eso dejarían de ser consideradas por mí como auténticos conocimientos.
RAMPHASTUS. -- ¡Pero es que ni usted creería en ellas si no las fundamentara empíricamente! Sus subconciente posee las ecuaciones, su intuición las extrae de allí para trabajar con ellas, desgranándolas paso a paso por intrincadas que sean (y su intrincabilidad aumenta exponencialmente conforme la ciencia de la que tratan se ablanda), hasta que logra despejar las incógnitas, pero estas verdades no se le hacen patentes a usted en el vacío y le dicen: "Esto es así y asá, y se acabó el asunto"; no. Lo que hace la intuición no es rebelarse proféticamente ante su conciencia; su función es directora, lo dirige a usted hacia donde ella sabe se encuentran ciertas evidencias empíricas que harán nacer en usted la convicción fundada empíricamente de la veracidad de la proposición intuida. Si después usted cree que tal convicción no está fundada empíricamente, no voy a negarle su derecho de creer lo que quiera, pero esta su creencia será errónea, creo.
CORNELIO. -- ¿Entonces no puedo afirmar que estoy persuadido de algo que va en contra de toda lógica y experiencia?
RAMPHASTUS. -- Usted no puede creer en algo que vaya en contra de su lógica y de sus experiencias, lo que no indica que no pueda creer en algo que vaya en contra de la experiencia lógica ortodoxa de su lugar y tiempo. Usted puede vivir en la India y no creer en la reencarnación, pero no podrá desdeñar esta creencia si su lógica y sus experiencias se la sugieren como evidente.
CORNELIO. -- Todavía sigo sin entender en qué sentido dice usted que no es conveniente basar nuestras deducciones en percepciones sensitivas siendo que todas nuestras deducciones están basadas en ellas.
RAMPHASTUS. -- ¿Qué entiende usted por base?
CORNELIO. -- Lo que está debajo de todo el conjunto y lo soporta, siendo a su vez parte de ese conjunto.
RAMPHASTUS. -- ¡Y qué! ¿Las percepciones sensitivas están debajo del edificio deductivo del individuo que intuye? ¿No son más bien las intuiciones las que soportan a las percepciones y luego estás a las deducciones?
CORNELIO. -- ¡Por el perro que tiene usted razón! Las percepciones sólo están en la base de las deducciones de los individuos que no intuyen, mientras que en los intuitivos están en el medio, oficiando de nexo entre las intuiciones y las deducciones. ¡Qué tonto he sido!
RAMPHASTUS. -- No se menosprecie, amigo. El tema que venimos tratando es arduo y no se lo puede razonar a la ligera como lo estamos haciendo en este momento.
CORNELIO. -- ¿Por qué dice "razonar"? Según lo manifestado por usted mismo no estamos razonando, puesto que no se puede razonar concientemente.
RAMPHASTUS. -- ¿Cómo sugiere entonces que llamemos a lo que estamos haciendo?
CORNELIO. -- Estamos usando la lógica, o sea que estamos conjeturando.
RAMPHASTUS. -- Sea. Pero ¿cómo convencerá usted a las demás personas para que dejen de utilizar el verbo razonar para dar cuenta de que conjeturan?
CORNELIO. -- No podría. ¿Quiere que modifiquemos los términos de nuestra conversación?
RAMPHASTUS. -- No; me gusta suponer que no soy yo quien razona, sino mi subconciente. Pero cuando empleo este verbo como lo empleé recién, es decir, informalmente, me gustaría que no me lo corrigiese, porque entonces yo podría replicar diciendo que usted nunca toma sol ni se pega duchas, a pesar de que seguramente afirma que lo hace.
CORNELIO. -- Mi intención, al corregirlo, fue la de clarificarme, pues temía no haber entendido muy bien eso del carácter subconciente de la razón. Pero ya que se ha predispuesto para la ducha, perdón, para la lucha, le haré notar un razonamiento, ¡perdón!, una conjetura suya que nada tiene de racional, ¡mil perdones!: de conjetural.
RAMPHASTUS. -- ¿Cual será?
CORNELIO. -- La de suponer que la oración "La velocidad promedio de un vehículo es equivalente a la distancia recorrida por él dividida por el tiempo que tardó en recorrerla" es una proposición ortodoxa, cuando en realidad es una definición sintética o científica del concepto "velocidad".
RAMPHASTUS. -- Tiene razón. Lo que pasó fue que yo quería convencerlo de que hay leyes aritméticas puras, cien por ciento verdaderas, que son capaces de concienciarse sin perder ni un céntimo de su credibilidad, y di el ejemplo de la velocidad por encontrarlo muy evidentemente verdadero.
CORNELIO. -- ¡Como para no ser verdadero! Es lo mismo que decir "Una circunferencia es una figura cuyo centro es equidistante a cada uno de sus puntos". ¿Quién me lo va a discutir?
RAMPHASTUS. -- Está bien. Tomemos otro ejemplo: "La presión es igual a la fuerza aplicada dividida por la superficie en la que se aplica".
CORNELIO. -- ¿Me está cargando?
RAMPHASTUS. -- Disculpemé. ¿Qué le parece la ley de Boyle-Mariotte?
CORNELIO. -- ¿Qué propone dicha ley?
RAMPHASTUS. -- Que los volúmenes que ocupa una misma masa de gas, a temperatura constante, son inversamente proporcionales a sus respectivas presiones.
CORNELIO. -- Expréselo con una ecuación aritmética, así podremos juzgar mejor si esta proposición es ciento por ciento verdadera.
RAMPHASTUS. -- La presión soportada por una masa de gas, multiplicada por el volumen que esa masa ocupa, es igual a una constante, o sea una cifra que no variará por más que aumentase o disminuyese la presión aplicada.
CORNELIO. -- ¿Y usted sugiere que estos dos señores descubrieron esta ley mediante un buceo subconciente, prescindiendo de las inducciones?
RAMPHASTUS. -- De ningún modo. Creí que había quedado claro que la única forma de conocer es a través de la inducción. Y tampoco afirmo que necesariamente hayan sido guiados por sus intuiciones hacia las inducciones correctas, pues cuando de leyes sencillas como ésta se trata, se puede llegar a ellas prescindiendo de la intuición, basándose sólo en inducciones físicas y deducciones. Lo que yo digo es que, sea que hayan descubierto la ecuación gracias a un proceso intuitivo, sea que la descubrieran sin el auxilio de este proceso, la ecuación es, fue y será ciento por ciento verdadera en cualquier caso y en cualquier rincón del universo en el que se la utilice, o sea que es una proposición que concuerda exactamente con una ley natural perteneciente al universo abstracto de las relaciones numéricas.
CORNELIO. -- Y la ley que dice que la masa de un objeto cualquiera se mantiene constante por más que varíe su temperatura, ¿tiene también este rango de ley natural absoluta, no susceptible de perfeccionamiento?
RAMPHASTUS. -- Lo tenía hasta hace un tiempo, cuando se descubrió, gracias al mejoramiento de la tecnología de la medición, que la masa de un objeto aumenta unas pocas infinitésimas si se lo calienta[1].
CORNELIO. -- ¿Y cómo usted no aprende con el ejemplo? ¿No creían los físicos de antaño respecto de este principio lo mismo que cree usted de la ley de Boyle-Mariotte? ¿Por qué no puede sucederle a esta ley lo que le sucedió a la anterior?
RAMPHASTUS. -- Usted quiere convertirme al escepticismo total, y eso no puedo permitirlo, pues todo mi vivir ha estado signado por el combate intelectual contra el ateísmo y el escepticismo, los dos grandes flagelos espirituales de la humanidad.
CORNELIO. -- Comparto su repugnancia por el ateísmo, pero ¿por qué habría de ser un flagelo el escepticismo?
RAMPHASTUS. -- No estoy seguro.
CORNELIO. -- ¿?
RAMPHASTUS. -- ¡!
CORNELIO. -- El escepticismo es el mejor remedio contra la intolerancia.
RAMPHASTUS. -- ¿Está seguro?
CORNELIO. -- Ciertamente... no. Pero estoy casi seguro, a más no llego. Creo que le haría bien olvidar aunque sea por un tiempo ese dogmatismo epistemológico que ostenta. Si la duda continua lo hace más infeliz, puede volver a la certeza. Con probar no se pierde nada...
RAMPHASTUS. -- Eso es mentira: en principio se pierde tiempo, que ya es decir mucho. Pero igual probaré. Hace muchos años tenía yo un amigo llamado Jorge que refunfuñaba el día entero en contra del ateísmo y del escepticismo. Creo que en cierta medida me contagió. Tal vez de ahí venga la fobia. Pero ¿usted no se asombró cuando hace rato afirmé que todo razonamiento conciente no es más que conjetural?
CORNELIO. -- No, no me asombré. Hice como que me asombré porque quería llevarlo a que admitiera lo que yo admito: la imposibilidad de no dudar aunque sea mínimamente de toda ley fenomenológica existente o por existir. Por supuesto que se pueden llegar a conocer concientemente las leyes puras, perfectas de la naturaleza que nos subyacen, pero que conozcamos una ley perfecta no implica que seamos concientes de su perfección. Es muy probable que la ley de Boyle-Mariotte sea perfecta, que no admita mejora o excepción ningunas, pero nunca podremos estar seguros de ello[2], como no sea que me venga con ecuaciones de velocidades y presiones que no son más que definiciones de las mismas.
RAMPHASTUS. -- Lo felicito, señor Cornelio, y es que su dialéctica erística después de todo me ha llevado al punto al que me quería llevar.
CORNELIO. -- ¿Qué dialéctica erística? ¡Si el que discurre es usted, yo sólo soy su partener!
RAMPHASTUS. -- Mejor que así sea, porque no me gusta eso de retomar convicciones previamente abandonadas. Voy a admitir que no es posible aseverar la certeza absoluta de ninguna proposición concerniente al mundo fenomenológico, por evidente y a priori que parezca; pero no quiero creer que su escepticismo llegue al extremo de dudar de las proposiciones matemáticas demostradas deductivamente...
CORNELIO. -- De lo único que yo no dudo es de que 1 + 1 es igual a 2, 8 dividido dos es igual a cuatro y cosas similares. Yo no dudo de las proposiciones aritméticas evidentes; de las proposiciones matemáticas no aritméticas... no puedo decir lo mismo.
RAMPHASTUS. -- ¿Duda del teorema de Pitágoras?
CORNELIO. -- Dudo de su absoluta certeza cuando se lo aplica en geometrías no euclidianas.
RAMPHASTUS. -- Los axiomas en los que se basa el teorema se sobreentiende que responden a la geometría euclidiana...
CORNELIO. -- ¡Entonces no me pida que le asegure que tal teorema es absolutamente verdadero en cualquier caso y en cualquier tiempo y lugar! Las proposiciones geométricas, por el hecho de utilizar el espacio como marco de referencia, pertenecen al mundo fenomenológico tanto como las proposiciones físicas. Si usted me traduce dicha proposición a un lenguaje aritmético que no dependa de axiomas geométricos, ahí veremos si se puede afirmar su absoluta certeza.
RAMPHASTUS. -- Pero si yo afirmo que "el teorema de Pitágoras se cumple inexorablemente siempre y cuando no nos salgamos de la geometría euclidiana", ¿cabe alguna duda de la total veracidad de este aserto?
CORNELIO. -- No cabe, como tampoco cabe dudar de que "la remera que tengo puesta es predominantemente del color que la gran mayoría de los hispanoparlantes llama azul", pero esta proposición no tiene nada de ley universal. Yo no digo que haya que dudar de toda proposición, digo que hay que dudar de toda proposición que se jacte de ser ley universal, o sea que se jacte de ser cierta en todo tiempo y espacio. Mi remera sólo se jacta de ser azul ahora y acá, no se arriesga a decir que seguirá siendo azul dentro de diez mil años; y asimismo, el teorema de Pitágoras no se jacta de ser cierto en todo espacio sino sólo en el espacio euclidiano, y al restringirse de esa manera, al abandonar sus aspiraciones universalistas, se hace merecedor del calificativo de indudablemente verdadero, que tanto desagrado me provoca[3].
RAMPHASTUS. -- ¡Y vaya con el ecléctico! Lo único que falta es que, siendo claramente una proposición con rango legal, comience usted a dudar del determinismo universal que se deduce del sustrato aritmético de todo fenómeno...
CORNELIO. -- ¿Usted no duda nada de él?
RAMPHASTUS. -- Esteee...
CORNELIO. -- Yo dudo del determinismo universal, aunque creo muchísimo más en él que en la hipótesis de la contingencia.
RAMPHASTUS. -- Pero si el pandeterminismo fuese falso, ¡se caería con él toda mi doctrina panaritmética!
CORNELIO. -- ¿Y usted no duda de su panaritmeticismo?
RAMPHASTUS. -- Esteee...
CORNELIO. -- Yo sí que dudo, aunque lo sospecho muy probable. ¿Qué placer habría en la búsqueda de la verdad, ¡qué digo!: ¿qué búsqueda de la verdad habría si no hay dudásemos hasta de nuestras más firmes convicciones? Quien no dudase de la existencia de Dios, ¿para qué lo buscaría? Pero quien no busca a Dios es un ateo; luego, quien no duda de la existencia de Dios es un ateo.
RAMPHASTUS. -- Esa deducción es incorrecta y usted lo sabe.
CORNELIO. -- Es incorrecta, pero también es hermosa...
RAMPHASTUS. -- Lo que contradice al principio que afirma que todo lo bello es bueno y verdadero. Pero ¡mire qué tarde (o qué temprano) se ha hecho! Ya quiere aclarar; creo que deberíamos retirarnos a nuestros aposentos.
CORNELIO. -- No tan de prisa, que mi cerebro aún no aclaró del todo. Tengo algunas dudas...
RAMPHASTUS. -- ¡Qué raro!
CORNELIO. --… que me gustaría evacuar.
RAMPHASTUS. -- Evacue nomás. Para eso estamos; no se olvide de que soy escatólogo. 



[1] Para ejemplificar la pequeñez del agrandamiento, digamos que si calentásemos el agua de una piscina que estando a 0° C presenta un peso de 200 toneladas, llevándola hasta su punto de hervor, el volumen de agua pasaría a pesar 200 toneladas... y 1 gramo.
[2] (Nota añadida el 28/8/2.) Hoy estoy seguro de esta ley, pero no seguro de su certeza, sino de su falsedad. Yo ya me lo sospechaba, y fue el profesor Imre Lakatos, desde su libro Matemáticas, ciencia y epistemología, p. 167, quien me confirmó que el enunciado de la ley de Boyle-Mariotte, "tomado de modo estricto, es falso. Podría ser verdadero sólo para los gases ideales, esto es, para gases que constan de bolas de billar completamente elásticas. Pero incluso esto se derrumba cerca del cero absoluto [-273 °C]; sólo podemos salvar la tesis añadiendo más y más cualificaciones a la formulación". Y esta situación, según Lakatos, se da en todas y cada una de nuestras leyes naturales, pues "como el universo es infinitamente variado, es muy probable que sólo los enunciados de longitud infinita puedan ser verdaderos". Yo creía, junto con el principal referente de Lakatos, con Karl Popper (ver, por ejemplo, el primer párrafo de la secc. 9 del cap. 1 de su Conocimiento objetivo), que la ciencia podría potencialmente descubrir alguna que otra ley exacta --aunque nunca fuese capaz de asegurar su veracidad. Pero ya no lo creo. Me pasé al bando de Lakatos, y digo con él (pp. 167-8) que "me parece que la estructura ontológica del universo es tal que todos los enunciados universales de longitud finita son falsos".
[3] (Nota añadida el 20/3/2.) Cabe aquí glosar una sentencia de mi amigo Einstein, proferida en una conferencia que diera en llamar "Geometría y experiencia" y rescatada por Rudolf Carnap en su libro Fundamentación lógica de la física, p. 158: "En la medida en que los teoremas de la geometría se refieren a  u la realidad [fenomenológica], no tienen certeza. Y en la medida en que poseen certeza, no se refieren a la realidad [fenomenológica]". Y en relación a mi proposición "La remera que tengo puesta...", Carnap la clasificaría como un "enunciado universal accidental", sin forma nómica, para distinguirlo de las bien llamadas leyes físicas, que son "enunciados universales genuinos" y sí poseen forma nómica, que es lo que los hace lógicamente aplicables en la totalidad del universo espaciotemporal.

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