El hombre tiene que elegir entre Dios y
las riquezas. Esta es la eternamente inmutable circunstancia de la elección, no
hay ninguna escapatoria, ni la habrá en toda la eternidad.
Sören Kierkegaard, Los lirios del campo y las aves del cielo
Este mi alejamiento del mundo
y de los afectos se deriva, principalmente, de mi por ahora modesto (¡y todavía
incipiente!) desdén por las posesiones. Aquel que poco posee, poco es, se creyó
siempre y se cree más ahora, y entonces yo quedo de lado. Pero esto ¿es tan
así? ¿Es la posesión una condición sine
qua non para el florecimiento de la espiritualidad?
Escuchemos, una vez más, a don
Miguel de Unamuno:
La autoridad no puede fundarse
sólidamente sino sobre la propiedad. [...] en efecto, la autoridad real, la
autoridad oficial --y esta autoridad no desaparece, sino más bien se corrobora,
en el estado socialista, según Marx, donde las cosas, los intereses, aunque
sean los colectivos, gobiernan--, esa autoridad se basa en la propiedad, sea
individual, sea colectiva, pero hay otra autoridad, la autoridad personal, la
que tiene un sabio, un artista, un héroe, un apóstol, un santo, que no se basa
en la propiedad, sino en el espíritu. A esta otra autoridad solemos llamar
prestigio. Y no suelen ser los más autoritarios los más prestigiosos.
El hombre es un hijo de la tierra que
aspira al cielo --sea cual fuere éste--, un hijo de la materia que tiende al
espíritu, un hijo del interés que va a la idea. Se apoya en la propiedad para
lograr personalidad, y sin aquélla no puede llegar a adquirir ésta.
La propiedad empieza por ser parte de
nuestra persona. El hombre que no poseyera nada, un instrumento útil o
cualquiera, aunque sólo fuese un palo, ni se poseería a sí mismo, es decir, no
sería hombre. La palanca, el hacha, el azadón, la paleta, son una prolongación
de la mano, una parte de la persona.
[...]
Tal es el concepto real de la
personalidad, y del que ni podemos ni debemos prescindir. En él toma la
personalidad origen. Y el sentido de continuidad, es decir, el sentido
conservador, hace que ese concepto realístico de la personalidad humana
persista. Pero si en él toma la personalidad origen es para elevarse sobre él.
El triunfo supremo del hombre sería sobreponerse a la tierra y a la propiedad,
dominarla ("La humanidad y los vivos", ensayo incluido en De esto y de aquello, tomo I, pp.
291-2).
"El hombre que no
poseyera nada --dice don Miguel--, aunque sólo fuese un palo, ni se poseería a
sí mismo, es decir, no sería hombre". Aquí hay un error, según me parece.
No sería hombre si no utilizara
ningún instrumento o herramienta, pero utilizar no es lo mismo que poseer. Yo
puedo utilizar cosas, valerme de ellas, y sin embargo no poseerlas. Uso el
azadón, pero no lo considero mío, y si alguien me lo pide, o me lo arrebata, lo
entrego con gusto. Y después está lo otro, lo de que "el triunfo supremo
del hombre sería sobreponerse a la propiedad y dominarla". Sobreponerse y
dominarla no: sobreponerse y eliminarla.
Sin propiedad no se puede llegar a la espiritualidad; eso es algo que me parece
obvio. Salvo alguna que otra excepción muy puntual, aquel que se ha elevado a
las cimas de la espiritualidad más excelsa se ha valido de la propiedad para el
escalamiento[1].
Pero cuidado, porque una vez en la cima la escalera molesta, y más nos conviene
deshacernos de ella que cargarla al hombro. ¿Para qué dominarla, si es sólo un
medio de transporte? ¡Quemarla, quemarla o regalársela a quien nos mira desde
abajo! He ahí la función de la propiedad: un medio, imprescindible si se
quiere, para cumplir nuestras más profundas aspiraciones, y un lastre
pesadísimo, una impedimenta estorbosa como pocas, a la hora de caminar en las
alturas.
[1] En
este sentido, la tesis fundamental del marxismo, esa que afirma que lo
económico engendra lo espiritual, es correcta: si queremos que todo el pueblo
se espiritualice, lo primero que hay que hacer es mejorar su nivel económico.
El tema pasa por cómo hacer para mejorar el nivel económico del pueblo
empleando medios éticamente deseables, medios virtuosos. Y en esto el marxismo
yerra.
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