Continúo con
Franklin, y con un pensamiento suyo al que suscribo:
La felicidad humana no se debe tanto a los grandes
acontecimientos afortunados que raramente suceden, como a las pequeñas ventajas
que se presentan cada día. De manera que si se enseña a un pobre joven a
afeitarse por sí mismo y a tener su navaja en buen estado, se contribuye más a
su felicidad que regalándole mil guineas. El dinero puede gastarse pronto y
quedar sólo el remordimiento de haberlo gastado tontamente, pero en el otro caso
se libra de la frecuente molestia de esperar a los barberos y de soportar sus
dedos a veces sucios, su aliento maloliente y sus navajas sin filo; se afeita
cuando más le conviene y goza del placer diario de hacerlo con un buen
instrumento (Autobiografía, p. 161).
Y combino esta reflexión
con este aforismo de Lichtenberg:
La pregunta: "¿Debe
filosofar uno mismo?" Ha de ser contestada, paréceme, en la misma forma
que otra semejante: "¿Debe uno afeitarse solo?" Si alguien me
preguntara, contestaría así: "Si uno sabe hacerlo bien, es una gran
cosa". Está bien, creo, que alguien intente aprender a hacerlo solo, pero
que por nada haga los primeros ensayos en su propia garganta. ¡Actúa como ya
antes de ti han actuado los más sabios, y no hagas el comienzo de tus prácticas
filosóficas en lugares donde un error puede ponerte en manos del verdugo!
Hoy en día ya
escasean los barberos de profesión, pero abundan como nunca los sofistas, los profesionales
de la filosofía. Es uno de mis grandes objetivos el coadyuvar para que amengüen
estos tal como aquellos amenguaron, que cada persona pueda filosofar por sí
misma sin poner por ello en peligro su gaznate.
Una prestobarba
filosófica, así me veo.
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