Existe una política
fecunda: no hacer política; una manera eficaz de conseguir el poder: huir del
poder y trabajar en casa. Un grupo de personas que no han traído a la ciencia
una verdad nueva ni al arte ni a la moral una modalidad nueva de nuestras
emociones, es impotente; de la nada nada se saca. Gobernar es distribuir y
redistribuir lo viejo por los viejos canales. Única labor útil: componerlos,
construir otros, enriquecer y purificar el líquido circulante. ¿Es posible eso
desde arriba? Nunca. El tabique del oficinismo y de la adulación oficial es
imperforable: la savia viene de abajo, de las raíces.
Rafael
Barrett, El dolor paraguayo
La aparición en
escena del ingeniero José López renueva mis votos apolíticos. Esto me
convierte, a los ojos del autodenominado filósofo Fernando Savater, en un
idiota:
El ciudadano favorito de
las autoridades es el idiota, o sea, quien anuncia con fatuidad: “Yo no me meto
en política”. ¡Como si eso fuera posible, como si uno pudiera vivir en una
sociedad política desentendido de esa actividad, como si renunciar a la
política no fuese también una actitud política y por cierto de las peores,
porque cede a otros la capacidad de tomar decisiones sobre lo que antes o
después va a afectarnos! (Fernando Savater, Diccionario
del ciudadano sin miedo a saber).
Y seré un idiota nomás,
como todos los idiotas que se desentienden de los asuntos del César para
dedicarse los asuntos divinos. Savater, en cambio, seguirá siendo una persona
muy lista, que cree saber mucho de filosofía y que se gana la vida en base a
esta supuesta sabiduría. Es decir, seguirá siendo un sofista[1].
[1] Otro de los que, según el postulado de Savater, se
nos une al club de los idiotas, es Nietzsche: "El
que lleve dentro de sí el furor philosophicus, no tendrá siquiera tiempo
para consagrarse al furor politicus y se guardará de leer todos los días
periódicos y de ponerse al servicio de un partido" (Consideraciones intempestivas, “Schopenhauer, educador”, 7).
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