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lunes, 1 de mayo de 2017

La clave del misticismo

El astrolabio de los misterios de Dios es el amor.
Jalal-uddin Rumí

Si no nos sirven las drogas, si no nos sirve el ascetismo extremo para llegar a la visión mística, ¿cuál será la llave que nos abra de par en par las puertas del salón en donde reposan los tesoros celestiales? La respuesta la tiene el propio Aldous Huxley:

Es un hecho, confirmado y reconfirmado durante dos o tres mil años de historia religiosa, que la Realidad última no es clara e inmediatamente aprehendida sino por aquellos que se hicieron amantes, puros de corazón y pobres de espíritu (La filosofía perenne, p. 12).

El asceta podrá, si se lo propone, aprehender la Realidad última, pero no debido a su condición de asceta, sino a su condición de hombre bueno. Y lo mismo, por qué no, podría sucederle a quien ingiere mescalina. La sabiduría se alimenta del comportamiento ético, pero a su vez el comportamiento ético se alimenta de la sabiduría:

La vida de bondad, santidad y beatitud es una condición necesaria de la inspiración perpetua. Las relaciones entre acción y contemplación, ética y espiritualidad, son circulares y recíprocas. Cada una es a la vez causa y efecto (ibíd., pp. 240-1).

Y para quienes, sin llegar a ser buenos, deseamos igual conocer estos misterios, la alternativa es conocerlos de segunda mano:

Si uno mismo no es sabio ni santo, lo mejor que puede hacer, en el campo de la metafísica, es estudiar las obras de los que lo fueron y que, por haber modificado su modo de ser meramente humano, fueron capaces de una clase y una cuantía de conocimiento más que meramente humanas (ibíd., p. 13).

O ser santo uno mismo, o estudiar la vida y la obra de los que lo fueron: no hay otro secreto que nos permita descubrir los Grandes Secretos. Lo demás es fuego fatuo, pirotecnia espiritual, misticismo mal digerido y mal dirigido.

La receta es simple: ser buenos… y dormir a pata ancha.

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