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jueves, 3 de mayo de 2012

Ser panpsiquista hoy


De todos los resultados absurdos que se pueden encontrar en el libro de Chalmers [La mente consciente], el panpsiquismo es el más absurdo de todos, y nos hace pensar que hay algo de radicalmente erróneo en la tesis que lo implica.

John Searle, El misterio de la conciencia 


Doy a continuación a publicidad un fragmento de un ensayo del doctor (doctor en filosofía) José Luis San Miguel de Pablos, incluido en su libro Filosofía de la naturaleza, y lo publicito porque aún sigo siendo panpsiquista... y me interesa que no se me tome por un loco, o por alguien que, admitiendo el panpsiquismo, se está suicidando filosóficamente. Helo aquí:

[...] “panpsiquismo” ha sido y es todavía un término que provoca rechazo. Los motivos de ello son variados, pero a mi entender podrían resumirse en que la idea en cuestión choca tanto con la tradición del materialismo científico (“el sustrato último de todo es una materia absolutamente aconsciente”) como con el estricto dualismo sustancial de una cierta dogmática. Está  también la confusión de panpsiquismo con antropomorfismo: el “todo está lleno de dioses” de Tales, tomado al pie de la letra. Pero no es eso. No es en absoluto verosímil que, por ejemplo, un electrón sea un pequeño elfo danzante, pero sí podría serlo que “algo” elementalísimamente interior esté presente incluso en el electrón, sin –por supuesto– el más mínimo atributo antropomorfo. Pienso que un argumento de cierto peso puede ser el siguiente: hace tiempo que quedó obsoleta la concepción cartesiana del “animal autómata”  y, en el ámbito cristiano, Francisco de Asís ha ido ganando cada vez más terreno frente a la tradicional dogmática del “sólo nosotros tenemos alma y conciencia”, con lo cual quiero decir que la inmensa mayoría de los hombres y mujeres de hoy en día admitimos que los animales superiores poseen conciencia al menos sintiente, siendo no pocos los que               --abiertamente en privado y más comedidamente en el ámbito académico-- sostienen con convicción que algunos la tienen también afectiva y comunicante. Ahora bien, si los animales superiores no son máquinas sino entes conscientes, que no deben, por eso mismo, ser torturados ni maltratados... ¿en qué punto se acaba –o empieza– esa cualidad, yendo hacia atrás en la escala evolutiva? Dicho de otro modo, ¿cuál es el primer ser vivo con conciencia sintiente rudimentaria? ¿Es posible acaso fijar un inicio absoluto de la conciencia animal o, más generalmente, orgánica?  La obvia dificultad de concebir o evocar una conciencia elementalísima no es argumento en contra suficiente, ya que todo el mundo reconoce que la capacidad humana de representación intuitiva tiene sus límites. Pienso que en este caso, como en otros, la coherencia es lo que importa.
         Quizás convenga recordar algunas de las cartas de nobleza de la tradición panpsiquista. No es simplemente una concepción “arcaica” (y se puede, por lo demás, cuestionar que todo lo arcaico tenga que ser necesariamente falso). El pensamiento griego alimentó mayoritariamente una visión panpsíquica del universo de gran profundidad y sutileza que adelantaba a veces la concepción sistémica de la naturaleza, como sucedía con el cosmo-organicismo estoico. El alma neoplatónica del mundo contiene multitud de pequeñas almas que recuerdan las mónadas que, siglos después, postuló Leibniz. El pilar helénico de nuestra cultura no puede entenderse despojado de esa metafísica panpsíquica, no siempre ingenua o supersticiosa, que es una de sus componentes fundamentales.
Diga lo que diga Searle, la posibilidad de un tejido panpsíquico del universo no es absurda. Desde la perspectiva que proporciona tal noción, lo evolucionariamente emergente no sería la esencia silenciosa e indefinible de la  conciencia sino su organización en mónadas –exigida por un cosmos “sistémico”, de estructura compleja y múltiple dentro de su unidad global– junto con el surgimiento de las propiedades superiores de sentimiento, pensamiento y reflexividad (o autoconciencia). Es muy cierto que algunas de las formas más afinadas del emergentismo llegan a sugerir esta misma concepción, pero la mayoría o no lo hace o bien sólo implícitamente y de forma bastante temerosa. Teilhard constituye por cierto un caso aparte, ya que él sí defiende con toda claridad este punto de vista, en textos como el siguiente:

El cosmos no podría ser interpretado como un polvo de elementos inconscientes sobre los que afloraría, incomprensiblemente, la Vida, como un accidente o un moho. Sino que es, fundamental y primeramente, vivo, y toda su historia no es, en el fondo, más que un inmenso proceso psíquico; la lenta pero  progresiva unión de una conciencia difusa, escapando gradualmente a las condiciones “materiales” con que la oculta secundariamente un estado inicial de extrema pluralidad. Desde este punto de vista, el Hombre, en la Naturaleza, no es más que una zona de emersión en la que culmina y se revela, precisamente, esta evolución cósmica profunda (Pierre Teilhard de Chardin, La energía humana, Taurus, Madrid, 1963,  p. 25).

La visión del mundo teilhardiana, próxima, en mi opinión, a la de Bergson –un pensador que se daba prematuramente por “olvidado” y que vuelve hoy con fuerza--, abre un espacio adecuadísimo para debatir el apasionante tema de la relación entre psiquismo y materia, entre universo y conciencia (San Miguel de Pablos, Filosofía de naturaleza, cap. 18 [pp. 282 a 284]).

martes, 1 de mayo de 2012

La tristeza de los trabajadores (en el día del trabajador)

… una envidia negra de la vida dulce de los ricos, avidez de las moscas que se reúnen alrededor de las deyecciones.

León Tolstoi, citado por Romain Rolland en Tolstoi, pp. 126-7

Charles Péguy se quejaba, o más bien se entristecía, constatando una realidad que para él era evidente: el pueblo francés, a principios del siglo XX, vivía sumergido en la indignación y en la tristeza y no, como antaño, en la alegría:

Aunque no se crea, hemos sido nutridos en un pueblo alegre. En ese tiempo una obra era un lugar de la tierra donde los hombres eran felices. Hoy una obra es un lugar de la tierra donde los hombres recriminan, se detestan, se golpean, se matan. En mi tiempo todo el mundo cantaba […]. En la mayor parte de las corporaciones de oficios se cantaba. Hoy se protesta (El dinero, pp. 15 ss).

Han pasado casi 100 años desde que Péguy escribiera esto y a mí me parece haber sucedido lo mismo con mi pueblo, sobre todo con eso de la gente que cantaba mientras marchaba hacia su trabajo o en el trabajo mismo. Cantar es sinónimo de estar contento. ¿Y por qué la gente ya no está contenta? Porque el dinero no le alcanza. Pero antes, en la época del niño Péguy, ¿el dinero alcanzaba? Sí, alcanzaba:

En ese tiempo se ganaba, por así decir, nada. Los salarios eran tan bajos como uno no puede darse idea. Y sin embargo todos comían. En las casas más humildes había una especie de bienestar cuyo recuerdo se ha perdido. […] Y uno podía criar a los hijos. Y se los criaba. No existía esta especie de espantosa estrangulación económica que hoy cada año nos ajusta con una vuelta más; no se ganaba nada, no se gastaba nada; y todos vivían (ibíd., pp. 17-8).

No existía, en aquellos tiempos gloriosos,

este estrangulamiento económico de hoy, esta estrangulación científica, fría, rectangular, regular, limpia, nítida, sin desperdicio, implacable, juiciosa, común, constante y cómoda, como una virtud en la cual no hay nada que objetar y en la que el estrangulado es quien evidentemente no tiene razón.

No, las leyes del mercado no nos estrangulaban todavía tanto, por eso se cantaba, se vivía cantando, se trabajaba con orgullo y con placer…

Iban, cantaban. Trabajar era toda su alegría y la raíz profunda de su ser. Había un increíble honor del trabajo, el más bello de todos los honores, el más cristiano, el único quizá que permanezca de pie.

Pero sucedió algo verdaderamente revolucionario. El obrero, el pobre, el proletario, comenzó a renegar de su condición, comenzó a querer parecerse al burgués, a querer poseer los bienes que el burgués poseía.

Porque nunca se lo repetirá demasiado. Todo el mal ha venido de la burguesía. Toda la aberración, todo el crimen. La burguesía capitalista es la que ha infectado al pueblo. Y lo ha precisamente infectado de espíritu burgués y capitalista.

El pobre se avergonzó de sí mismo. Por primera vez en la historia del hombre, quiso ser lo que no era, y esto porque la burguesía lo infectó.

La burguesía capitalista […] ha contaminado todo. Se ha infectado a sí misma y ha infectado el pueblo de la misma infección.

Ella fue, la burguesía, la que modificó la concepción histórica del trabajo:

La burguesía es quien comenzó a sabotear y todo sabotaje tuvo nacimiento en la burguesía. Porque la burguesía se puso a tratar como un valor de bolsa el trabajo del hombre, el trabajador se puso, él también, a tratar como un valor de bolsa su propio trabajo.

Y se acabó de una vez y para siempre el paraíso del trabajador, la felicidad del trabajador…

Todo ese antiguo mundo era esencialmente el mundo de ganarse la vida.
Para hablar con más precisión, ellos creían que el hombre que se acantona en la pobreza y que tiene aunque medianamente, las virtudes de la pobreza, encuentra en ella una pequeña seguridad total. O para hablar más profundamente creían que el pan cotidiano está asegurado, por medios puramente temporales, por el juego mismo de las oscilaciones económicas, para todo hombre que, teniendo las virtudes de la pobreza, consiente […] a limitarse en la pobreza. (Lo que por otra parte era para ellos, al mismo tiempo y en sí mismo no solamente la felicidad mayor, sino hasta la única felicidad que se pueda imaginar.) Alojarse bien en una pequeña casa de pobreza.

Había, lógicamente, gente que quería egresar de la pobreza. Pero eran los menos, y sabían a lo que se exponían:

Nosotros hemos conocido, hemos tocado un mundo (siendo niño hemos participado en él), en el que un hombre que se limitaba a la pobreza estaba al menos garantido en la pobreza. Era una especie de contrato sordo entre el hombre y el azar y a este contrato el azar no había jamás faltado, antes de la inauguración de los tiempos modernos. Se sobrentendía que quien fantaseaba, hacía arbitrariedades, que quien introducía un juego, que quien quería evadirse de la pobreza arriesgaba todo. Puesto que introducía el juego, él podía perder. Pero quien no jugaba, no podía perder. Ellos no podían sospechar que vendría un tiempo, que ya estaba allí y es precisamente el tiempo moderno, en el que quien no jugase perdería continuamente, y seguramente aún más que el que juega.

Las leyes del mercado, que otrora no se metían con el pobre, se meten ahora, y pretende reducir al pobre a la indigencia.

Quien intentaba, quien quería evadirse de la pobreza […] corría el riesgo evidentemente de volver a caer en las miserias más extremas. Pero quien no jugaba, quien se limitaba a la pobreza, […] no corría tampoco ningún riesgo de caer en ninguna miseria. […] La pobreza era un reducto. Era un asilo. Y él era sagrado. Nuestros maestros no preveían y cómo hubiesen sospechado, cómo hubiesen imaginado este purgatorio, por no decir, este infierno del mundo moderno en el que quien no juega pierde y pierde siempre, en el que quien se acantona en la pobreza es incesantemente perseguido hasta en el mismo retiro de la pobreza.

¡Ah!... Esos tiempos en que la pobreza, en que quien se desposaba con la pobreza, tenía garantías de fidelidad…

A nosotros nos estaba reservado que hasta la pobreza fuese infiel. Nos estaba reservado que hasta el matrimonio de la pobreza fuese un matrimonio adúltero.

Y es que el imperio del capital no soporta los tonos grises: o hay gente que tiene todo el dinero, o hay gente que no lo tiene en absoluto.

Siempre ha habido ricos y pobres y habrá siempre pobres entre vosotros y la guerra de los ricos y los pobres ocupa la mitad más importante de la historia griega y de muchas otras historias y el dinero no ha cesado nunca ejercer su poder y no ha esperado el comienzo de los tiempos modernos para efectuar sus crímenes. No es menos cierto que la alianza del hombre con la pobreza no había sido jamás rota. Y en el comienzo de los tiempos modernos no fue solamente rota sino que el hombre y la pobreza entraron en una infidelidad eterna.

Pero ¿qué fue lo que sucedió? ¿Por qué los pobres comenzaron a caer, por el solo hecho de ser pobres, en la indigencia? Ya lo dijimos: por los fatales engranajes del capitalismo, pero por sobre todas las cosas por esa realidad psicológica que el capitalismo se encargó de incrustar en el cerebro del trabajador: el inconformismo económico. Ya no eran “algunos” quienes querían egresar de la pobreza, sino la gran mayoría, y ese factor hundió a la gran mayoría en la indigencia. “En cuanto a los obreros, no tienen sino una idea, hacerse burgueses”. He ahí el meollo, el quid de la cuestión: nadie quiere ser pobre, todos quieren ser burgueses. ¡Asco debía de darle a Charles Péguy el vivir rodeado de burgueses o de aspirantes a burgueses y no de pobres felices de su condición, felices de su pobreza, trabajando y cantando, cantando y trabajando, y asco me da también a mí que las personas que quiero y que me rodean también pretendan hacerse burgueses o afirmarse en su burguesismo, renegando de aquella feliz pobreza de los viejos buenos tiempos!
Pero así estamos, y quienes pretendemos ser pobres, quienes pretendemos ser felices en la pobreza, somos tratados de orates, y a fin de cuentas, somos desechados.
Ya no cantamos. ¡La tristeza no tiene fin!

lunes, 30 de abril de 2012

Qué significa ser un filósofo


 Dijo Schopenhauer: "Es una señal cierta de que un hombre no es filósofo, el que sea profesor de filosofía". A mi entender, todo hombre instruido que piensa, que trata de formarse una concepción determinada del universo, es un filósofo.
Ernst Haeckel, Las maravillas de la vida, tomo II, p. 202

No comparto esta definición. El hombre que piensa, sea que piense tanto en una concepción del universo como en el vestido de Mirtha Legrand, no es más que un pensador, y de ningún modo se es filósofo sólo por pensar. En el caso de los dos pensadores que nos ocupan, ninguno de los dos, ni Schopenhauer ni Haeckel, merece el calificativo de filósofo, pues filósofo no es, ya lo dije alguna vez, quien piensa ni quien escribe sobre filosofía, sino quien vive filosóficamente. Me preguntarán cómo es eso de vivir filosóficamente, ¡y qué sé yo!... Se necesita un filósofo para responder a eso, y yo estoy muy lejos de serlo.



Habiendo publicado esta cita y esta glosa en feisbuc, recibí el siguiente comentario: "Si no sabes qué es vivir filosóficamente y defines a un filósofo como un ser que vive filosóficamente. Entonces no sabes qué es un filósofo". Mi respuesta no se hizo esperar: "En realidad lo sé, pero no lo puedo definir lingüísticamente. Sócrates era un filósofo, porque vivía como tal. Vivir filosóficamente es vivir por y para la filosofía todo el tiempo, no solamente cinco o seis horas por día en una universidad. Eso y otras cosas más. Me dejaste pensando. Intentaré definir qué es un filósofo. Después, ahora no tengo tiempo. Saludos". Pues ahora tengo tiempo, de modo que definiré a un filósofo como una persona que vive toda o la mayor parte de su vida consciente imbuido en los principios o en los valores filosóficos que cree verdaderos, llevándolos a la práctica inexorablemente. Pero además, esos principios o valores tienen que ser nobles y elevados, es decir, verdaderos; de otro modo, vivir filosóficamente no sería tan problemático. Si uno cree, por ejemplo, en los valores y principios filosóficos de una pensadora como Ayn Rand, vivir de acuerdo a ellos y llevarlos a la práctica resulta de lo más sencillo, pero yo no puedo admitir que Rand o cualquiera de sus seguidores haya sido un auténtico filósofo. Tampoco Tolstoi ha sido filósofo: sus valores y principios eran, si no me engaño, en gran medida nobles, elevados y por ende verdaderos, pero casi nunca los llevó a la práctica, y esa circunstancia lo inhabilita para pertenecer a la elite de la filosofía. Hitler, por otro lado, llevó a la práctica sus valores y principios, pero estos valores y principios eran indignos y rastreros, y entonces tampoco él, ni sus discípulos, son filósofos. Creo que la idea quedó clara, aunque me reservo el derecho de modificar esta definición.


lunes, 16 de abril de 2012

¡Cochino, no trabajas!

¡Ah, el trabajo! Maldición bíblica y bíblica imposición. Y ¡guarda del que no trabaje! No hay vituperio mayor, en la escala de valores de la sociedad moderna, que el de vago u holgazán. Y uno mismo, que posee una escala de valores completamente distinta, termina por aceptar el veredicto.

“¡Usted no trabaja! ¡Cochino!” –decía Langibout a Anatole. Yo también me digo: “No trabajas. ¡Eres un cochino!” Sí, está bien. Te bebes el sol, contemplas, observas, gozas de la vida, encuentras que todo cuanto hizo Dios está bien hecho. Te interesan los lagartos y las libélulas que, unidas por el cuello, vuelan de ramilla en ramilla y se posan, la una muy tiesa y la otra en línea quebrada, con su colita en el agua. Te dices: Antes de escribir es preciso ver; vagar es trabajar. Hay que aprender a verlo todo: la brizna de hierba, los gansos que graznan en los establos, la puesta de sol, la cola del sol poniente que se extiende –rosada y púrpura-- en el horizonte como un velo desplegado donde se posa el arco de la luna. Con las manos en los bolsillos, te llenas de imágenes. […] Te repugna matar un pájaro. ¿Acaso no tienen derecho a la vida? No pescas, los peces se te antojan seres animados que te cautivan como los demás animales, que tienen alas para volar en el agua, que luchan, se defienden, viven. Te vuelves elegíaco, lo comprendes todo como un panteísta, ves a Dios en todas partes y en ninguna. Sonríes con benevolencia porque tienes ideas serenas. Paladeas el tiempo. ¡Qué bien te encuentras! Pero yo te lo repito: “¡Cochino, no trabajas!” (Jules Renard, Diario íntimo, 31/7/1889).

lunes, 2 de abril de 2012

La reelección de Cristina Fernández de Kirchner como presidenta de los argentinos

Cristina Fernández de Kirchner ha sido reelegida en octubre como presidenta de la nación Argentina con el 54% de los votos, una mayoría pocas veces alcanzada en este país. Se dice que su gobierno es "nacional y popular", tal como lo fuera el del primer Perón, y también se dice que se está operando una verdadera "revolución" dentro de nuestro territorio debido a que ya no priman los intereses de las grandes corporaciones extranjeras sino la voluntad de los trabajadores. La mitad de las personas de nuestro país la idolatra, mientras que la otra mitad, o poco menos, la detesta. Por mi parte, ni la idolatro ni la detesto, pero me parece que la mayoría de los que la votaron (que son quienes lo hicieron por convicciones personales y no por intereses egoístas) se está engañando con su política económica, que consiste básicamente en regalar dinero a casi todo aquel que se le cruce por el camino, pero no dinero extraído de expropiaciones, de impuestos a la propiedad suntuosa, de reformas agrarias ni de nada de eso, sino adquirido por el simple y gratuito expediente de la emisión de billetes por parte de la Casa de la Moneda. ¿Cuánto puede aguantar una economía que se basa no en la producción sino en el consumo? Unos años tal vez, pero a la larga termina por desmoronarse. Y es que la inflación desquicia la vida de los más pobres, no de los más ricos, y entonces toda esta política distributiva se tiñe con el sino de la hipocresía. Es, como ya dije alguna vez, cortarle las piernas a la gente para después ofrecerle muletas[1].
    El final del presente comentario político lo dejo en manos de Ayn Rand, pensadora chata y pedestre si las hay, pero que en este puntual asunto ha dado en la tecla:
Un productor exitoso pude mantener a muchas personas, por ejemplo, a sus hijos, delegando en ellos su poder como consumidores en el mercado. ¿Esa capacidad puede ser ilimitada? ¿A cuántos hombres podría alimentar usted con una granja autosuficiente? En tiempos más primitivos, los agricultores solían criar familias numerosas para conseguir mano de obra agrícola, o sea, ayuda productiva. ¿A cuántas personas no productivas puede mantener usted por su propio esfuerzo? Si el número fuera ilimitado, si la demanda se hiciese mayor que la oferta, si la demanda fuera convertida en un mandato, como lo es hoy en día, usted tendrá que usar y agotar su acopio de semillas. Así es el proceso que ahora se está desarrollando en el país.
[...]
Si usted comprende la función de la provisión de semillas (de los ahorros) en una comunidad agrícola primitiva, aplique el mismo principio a una economía industrial compleja.
[...]
El consumo es la causa final, no la causa eficiente, de la producción. La causa eficiente son los ahorros, los cuales, puede decirse, representan lo contrario del consumo: representan bienes no consumidos. El consumo es el fin de la producción, y el callejón sin salida en lo que respecta al proceso productivo. El trabajador que produce tan poco como lo que consume, carga su propio peso económicamente, pero [...] el hombre que consume sin producir es un parásito, ya sea un beneficiario del bienestar público o un acaudalado hombre de mundo.
[...]
Todos sabemos que hay manipuladores que no trabajan, pero llevan una vida de lujo obteniendo un préstamo, que reembolsan obteniendo otro préstamo en otra parte, que pagan consiguiendo otro préstamo, etc. Sabemos que esa política no puede seguir para siempre, que eventualmente llegará a su fin y colapsará. ¿Pero qué ocurre si ese manipulador es el gobierno?
[...]
El gobierno corta la conexión entre los bienes y el dinero. Emite papel moneda, el cual se utiliza como un cheque sobre bienes realmente existentes, pero ese dinero no está respaldado por ningún bien, ni por oro ni por nada. Es una promesa de pago que se le entrega a usted a cambio de sus bienes, para ser pagada por usted en forma de impuestos obtenidos de su producción futura.
¿A dónde va su dinero? A cualquier lugar y a ningún lugar. Primero, va a establecer, en parte, una excusa altruista y en parte, constituye la decoración de un escaparate: el establecimiento de un sistema de consumo subsidiado, una clase de "bienestar" para aquellos que consumen sin producir, un callejón sin salida impuesto sobre una producción restringida.
Luego, el dinero va a subsidiar a algún grupo de presión a expensas de otro, a comprar sus votos, a financiar algún proyecto concebido por el capricho de ciertos burócratas o de sus amigos, a pagar por el fracaso de ese proyecto, a iniciar otro, etc.
[...] El gobierno consume la existencia de semillas del país, la existencia de le semillas de la producción industrial: el capital de inversión, es decir, los ahorros que se necesitan para mantener operante la producción. Estos ahorros no fueron hechos en papel, sino que fueron bienes reales. De acuerdo con todas las complejidades del crédito privado, la economía se mantenía operante por el hecho de que, de un modo u otro, en un lugar u otro, en alguna parte, los bienes materiales reales existían para respaldar las transacciones financieras. Eso continuó por mucho tiempo después de que esa protección fuera interrumpida. Hoy, los bienes casi no existen.
Un trozo de papel no lo alimentará cuando no haya pan. No construirá una fábrica cuando no haya vigas de acero para comprar. No hará zapatos cuando no haya cuero, ni máquinas, ni combustible. Se dice que la economía de hoy está socavada por escaseces repentinas, imprevisibles, de diversos productos básicos. Estos son los síntomas anticipados de lo que está por venir
 (Ayn Rand, "El igualitarismo y la inflación" (1974), ensayo incluido en su libro Filosofía, ¿quién la necesita?).


[1] Y no se diga que estoy en contra de los gobiernos populistas; ¡todo lo contrario! Porque estoy a favor de los gobiernos populistas, quiero que los gobiernos populistas perduren en el tiempo. No quiero que le suceda a este gobierno argentino lo que le sucedió, por ejemplo, al gobierno chileno de Salvador Allende. A este presidente diz que comunista no lo derrocó el ejército, lo derrocó la inflación del 600% anual que él mismo incubó con sus mal encaradas medidas de justicia social.   

viernes, 23 de marzo de 2012

Linchamiento

No pasa un día sin que los admirables, los nunca bastante imitados yanquis descuarticen un negro o dos. Puesto que ellos lo hacen, está bien hecho.
Rafael Barrett, "Lynch"



El hombre, desesperado,
corre, porque lo persiguen;
aunque no sabe por qué
aquéllos justicia piden.
Se le acercan furibundos,
en sus mentes no conciben
la equivocación, el yerro
a que el humano es proclive.
Y aunque se hallen en lo cierto
persiguiendo a quien persiguen,
se persiguen a sí mismos
y a sus facetas más tristes
odiando con odio puro,
por más que a esto amerite
la conducta criminal
que provoca cicatrices
dentro de la sociedad.
La muchedumbre redime
(o al menos es lo que cree)
a la víctima del crimen
despedazando al culpable
(o al que se sospecha firme)
con saña y placer morboso
propio de gente insensible,
carente de sentimientos,
o con sentimientos viles.
Si a este grupo de batracios,
si a esta manga de reptiles
se les dice que justicia
es compasión o no existe,
se reirán de nosotros,
y quizá también nos linchen.
Escapémonos entonces
y recemos al Gran Líder
para que erradique a todas
estas hordas infantiles
y las remplace por gente
que no premie ni castigue
sino que viva su vida,
siendo esclava o siendo libre.
El "justiciero" castiga;
el Justiciero, permite.
0. 0. 0

miércoles, 21 de marzo de 2012

Una parábola de Oscar Wilde sobre el libre albedrío

Había una vez un imán y en el vecindario vivían unas limaduras de acero. Un día, a dos limaduras se les ocurrió visitar al imán y empezaron a hablar de lo agradable que sería esta visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras empezaron a discutir el asunto y gradualmente el vago deseo se convirtió en un impulso. ¿Por qué no ir hoy?, dijeron algunas, pero otras opinaron que sería mejor esperar hasta el día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, iban acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, y cuanto más hablaban, más fuerte era el impulso, hasta que las más impacientes declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran otras. Se oyó decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía tiempo que le debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inconscientemente acercándose.
Al fin, prevalecieron las impacientes, y, en un impulso irresistible, la comunidad entera gritó:
- Inútil esperar. Iremos hoy. Iremos ahora. Iremos en el acto.
La masa unánime se precipitó y quedó pegada al imán por todos lados. El imán sonrió, porque las limaduras de acero estaban convencidas de que su visita era voluntaria.

Oscar Wilde, citado por Hestketh Pearson en el capítulo 13 de La vida de Oscar Wilde.

domingo, 18 de marzo de 2012

La enfermedad del crimen y cómo curarla

Estaba leyendo el Gorgias, procurando imbuirme de las palabras de Platón relacionadas con la retórica, cuando me topé con aquella frase de Sócrates que tanto me simpatizaba: “Cometer una injusticia es peor que padecerla”. Y me sigue simpatizando (aunque preferiría trocar injusticia por maldad), sólo que para sostener este aserto apela Sócrates a una serie de argumentos con los que no me siento identificado. Partiendo del siguiente axioma: “Lo que es justo es bello”, y dando por supuesto que el castigo que se le inflige al criminal es justo, concluye que hay una belleza intrínseca en el castigo y que el alma del criminal, por el hecho de ser castigada, comienza a sanar. Luego, al criminal le conviene la condena y no la impunidad, tal como al enfermo le conviene acercarse al hospital y no escaparse de él:

Si uno mismo o cualquier persona por la que se interesa ha cometido una injusticia, tiene que apersonarse en el sitio donde reciba lo más pronto posible el conveniente correctivo y apresurarse a buscar al juez como acudiría al médico, por miedo de que la enfermedad de la injusticia, permaneciendo en su alma, no engendre una corrupción secreta que la haga incurable (Gorgias, 480a-b).

La analogía es interesante y hasta cierto punto me parece plausible, pero el tema pasa por la confianza que tenga el enfermo respecto del agente curativo. Si yo, en tanto que enfermo, soy sometido a una curación que considero íntimamente como inservible o dañina, difícilmente cure, y a la inversa si es que el doctor que me atiende y su método terapéutico me inspiran confianza. Ahora bien, ¿el criminal cree positivamente que su alma o su espíritu podrán arreglarse mediante la condena en un presidio? No, no lo cree, y por eso no se arregla, sino que suele egresar de los institutos penitenciarios mucho peor que como entró. El castigo tiene poder sanador, eso no lo discuto, pero sólo el castigo que se autoimpone el propio delincuente o el que le impone el destino, que tarde o temprano siempre aparece. Pretender “meter mano” en los turbios y mal engrasados engranajes espirituales del criminal so pretexto de querer mejorarlos, es comportarse cándida y jactanciosamente a la vez; es tocar el tumor o querer erradicarlo mecánicamente, lo que no hace más que posibilitar la metástasis.
¿Qué buscamos al encerrarlo? ¿Buscamos proteger a la sociedad? Muy bien, entonces la discusión pasa por otro lado. Mas si buscamos, como la palabra “correccional” indica, corregirlo, me temo que habrá mala praxis. Tal vez el enfermo que huye del hospital no está tan loco como Sócrates suponía, porque podría ser que la medicina que allí le suministraban estaba vencida.
¿Cómo curar, o intentar curar, un alma inicua? Con amor, sólo con amor. Por eso está muy bien que los padres castiguen a sus hijos, porque los castigan amándolos, pese a que los niños no lo entiendan. Y es que los niños no saben lo que hacen, no saben lo que les conviene y por eso yerran el camino y hay que estar siempre detrás de ellos para que no se desvíen. Si el criminal es como un niño travieso potenciado, que no sabe lo que hace, corrijámoslo, sí, pero con amor. Los jueces no parecen amar a los criminales cuando los sentencian, y no me parecen los carceleros gentes henchidas de este magno sentimiento. Y si el criminal sabe lo que hace –proposición básica de toda condena firme--, pero prefiere la impunidad al castigo, dejémoslo impune, que ya la vida se encargará de castigarlo. Tal vez después nos crucemos con el criminal amnistiado y éste nos haga objeto de un nuevo crimen. Desgraciados de nosotros, pero no tan desgraciados como si lo hubiésemos condenado, pues ya lo dijo Sócrates: “cometer una iniquidad es peor que padecerla”, y condenar a un ser humano a una estadía en las actuales prisiones, en las que el amor brilla por su ausencia y el odio todo lo invade, es uno de los actos más inicuos que pueda concebirse
[1].




[1] Por fortuna, ya existe al menos una excepción a este ideal funesto del encierro castigador: la cárcel de Halden Felgsel, en Noruega. ¡Felicitaciones, escandinavos!

lunes, 12 de marzo de 2012

Nada más ni nada menos que prejuicios

Nuestro pensar, nuestro pensamiento científico y también nuestro pensamiento filosófico, es por fuerza prejuicioso. Ya lo dijo Marcelino Cereijido:






¿Hasta dónde podemos ir hacia atrás, y explicar los conocimientos en que se apoya lo que deseamos analizar? ¿Hay algún punto sobre el que nos podamos afianzar, para comenzar a construir con toda seguridad nuestro edificio científico? Antes de responder, veamos una analogía: estás en compañía de dos personas: el aspecto del primero te lleva suponer que es una persona digna; la traza del otro, te lleva a sospechar que es un malandrín. De pronto te desaparece la billetera. Les preguntas si no la tomaron, y ambos afirman que no. La dignidad del primero te lleva a creer que dice la verdad, de modo que no lo sometes a una verificación.
De regreso a la pregunta de hasta dónde podrías ir hacia atrás mostrando, demostrando y fundamentando cada ladrillo, cada estamento del edificio de la ciencia, la respuesta es: hasta los axiomas. Justamente, en griego axioma significa "dignidad", y se refiere a "lo que es digno de ser estimado, querido y valorado" (sin que le registres los bolsillos). De manera que, en último término, toda la estructura de la ciencia descansa sobre axiomas; la seguridad/inseguridad de éstos es similar a la que emanaría del hecho de que el "digno caballero" no fuera en realidad un taimado ladrón, y que el "malandrín" sea en cambio un pobre diablo mal entrazado... y tú un prejuicioso. Precisamente: todos los científicos somos prejuiciosos, y nuestros prejuicios se llaman axiomas (Marcelino Cereijido,
Ciencia sin seso, pp. 35-6).

Y yo no soy la excepción: tengo mis prejuicios. Un prejuicio mío es el que afirma que las mujeres no son aptas, en general, para escribir o para pensar la filosofía, y tengo otro, también muy arraigado, que dice lo mismo respecto de los estadounidenses. ¿Y qué fue lo que sucedió? Sucedió que cayó en mis manos el libro Filosofía: ¿quién la necesita?, una compilación de algunos de los ensayos filosóficos de Ayn Rand, y se me confirmaron mis prejuicios.

viernes, 2 de marzo de 2012

¿Y si el mensaje se diluye?

"Cuando lo oyeron los suyos, vinieron para prenderle; porque decían: Está fuera de sí".
Marcos, 3. 21

Nadie es profeta en su casa. Mírenlo si no al doctor Carlos Casanova Lenti, emblema viviente del naturismo hipocrático en América Latina. Su padre murió, diabético e hipertenso, de un paro cardíaco. “Sufrió por 15 años de presión elevada y era muy amigo de tomar drogas a pesar de mis continuas prevenciones” (Casanova Lenti, El alimento integral y crudo como medicina, p. 591). Y su madre, muerta de un linfosarcoma faríngeo con metástasis cerebral, tampoco creyó nunca en la sapiencia de su hijo: “No aceptó tratamiento natural. Fue tratada por otro médico. […] La muerte fue muy triste” (Ibíd., p. 587). ¡Vaya si debe de haber sido triste para él el ver a sus progenitores morir y sufrir por causas que podía perfectamente erradicar! Pero no todo es desilusión en la vida familiar del gran médico peruano: sus hijos, hoy día, continúan su camino, y ya doctorados, trabajan junto a él en su clínica.


La lección que pretendo hacer entender, y entender yo mismo sobre todo, es la siguiente: No desesperes si tu mensaje se diluye y no es tomado en cuenta ni siquiera por tus seres más queridos. Sólo será una señal de que la cosa está muy fría aún, de que no es llegado el tiempo todavía. Tus padres no creyeron en ti, tus hermanos no creen, pero creerán tus hijos. Ellos cosecharán la semilla que tú sembraste, y sembrarán a su vez la suya, y entonces no parecerá tan fútil tu labranza.

Claro está que yo no tengo hijos como el doctor Casanova, de carne y hueso, pero los tengo de papel y se cuentan ya por legión: son mis cuadernos de anotaciones. Y cada persona de carne y hueso que los lea se convertirá un poco en hijo mío, y cosechará lo que yo he sembrado. Y si resultase que sembré sólo malayerba, desbrozará para sembrar de nuevo. Sería entonces que el terreno, diezmado por tanto monocultivo, necesitaba un descanso.