De todos los resultados absurdos que se pueden encontrar en el libro de Chalmers [La mente consciente], el panpsiquismo es el más absurdo de todos, y nos hace pensar que hay algo de radicalmente erróneo en la tesis que lo implica.
John Searle, El misterio de la conciencia
Doy a continuación a publicidad un fragmento de un
ensayo del doctor (doctor en filosofía) José Luis San Miguel de Pablos,
incluido en su libro Filosofía de la
naturaleza, y lo publicito porque aún sigo siendo panpsiquista... y me
interesa que no se me tome por un loco, o por alguien que, admitiendo el
panpsiquismo, se está suicidando filosóficamente. Helo aquí:
[...] “panpsiquismo” ha sido y es todavía un término
que provoca rechazo. Los motivos de ello son variados, pero a mi entender
podrían resumirse en que la idea en cuestión choca tanto con la tradición del
materialismo científico (“el sustrato último de todo es una materia
absolutamente aconsciente”) como con el estricto dualismo sustancial de una
cierta dogmática. Está también la
confusión de panpsiquismo con antropomorfismo: el “todo está lleno de dioses”
de Tales, tomado al pie de la letra. Pero no es eso. No es en absoluto
verosímil que, por ejemplo, un electrón sea un pequeño elfo danzante, pero sí
podría serlo que “algo” elementalísimamente interior esté presente incluso en
el electrón, sin –por supuesto– el más mínimo atributo antropomorfo. Pienso que
un argumento de cierto peso puede ser el siguiente: hace tiempo que quedó
obsoleta la concepción cartesiana del “animal autómata” y, en el ámbito cristiano, Francisco de Asís
ha ido ganando cada vez más terreno frente a la tradicional dogmática del “sólo
nosotros tenemos alma y conciencia”, con lo cual quiero decir que la inmensa
mayoría de los hombres y mujeres de hoy en día admitimos que los animales
superiores poseen conciencia al menos sintiente, siendo no pocos los que --abiertamente en privado y más
comedidamente en el ámbito académico-- sostienen con convicción que algunos la
tienen también afectiva y comunicante. Ahora bien, si los animales superiores
no son máquinas sino entes conscientes, que no deben, por eso mismo, ser
torturados ni maltratados... ¿en qué punto se acaba –o empieza– esa cualidad,
yendo hacia atrás en la escala evolutiva? Dicho de otro modo, ¿cuál es el
primer ser vivo con conciencia sintiente rudimentaria? ¿Es posible acaso fijar
un inicio absoluto de la conciencia animal o, más generalmente, orgánica? La obvia dificultad de concebir o evocar una
conciencia elementalísima no es argumento en contra suficiente, ya que todo el
mundo reconoce que la capacidad humana de representación intuitiva tiene sus
límites. Pienso que en este caso, como en otros, la coherencia es lo que
importa.
Quizás convenga recordar algunas de las cartas de nobleza de la tradición panpsiquista. No es simplemente una concepción “arcaica” (y se puede, por lo demás, cuestionar que todo lo arcaico tenga que ser necesariamente falso). El pensamiento griego alimentó mayoritariamente una visión panpsíquica del universo de gran profundidad y sutileza que adelantaba a veces la concepción sistémica de la naturaleza, como sucedía con el cosmo-organicismo estoico. El alma neoplatónica del mundo contiene multitud de pequeñas almas que recuerdan las mónadas que, siglos después, postuló Leibniz. El pilar helénico de nuestra cultura no puede entenderse despojado de esa metafísica panpsíquica, no siempre ingenua o supersticiosa, que es una de sus componentes fundamentales.
El cosmos no
podría ser interpretado como un polvo de elementos inconscientes sobre los que
afloraría, incomprensiblemente, la Vida, como un accidente o un moho. Sino que
es, fundamental y primeramente, vivo, y toda su historia no es, en el fondo,
más que un inmenso proceso psíquico; la lenta pero progresiva unión de una conciencia difusa,
escapando gradualmente a las condiciones “materiales” con que la oculta
secundariamente un estado inicial de extrema pluralidad. Desde este punto de
vista, el Hombre, en la Naturaleza, no es más que una zona de emersión en la
que culmina y se revela, precisamente, esta evolución cósmica profunda (Pierre
Teilhard de Chardin, La energía humana,
Taurus, Madrid, 1963, p. 25).
La
visión del mundo teilhardiana, próxima, en mi opinión, a la de Bergson –un
pensador que se daba prematuramente por “olvidado” y que vuelve hoy con
fuerza--, abre un espacio adecuadísimo para debatir el apasionante tema de la
relación entre psiquismo y materia, entre universo y conciencia (San Miguel de
Pablos, Filosofía de naturaleza, cap.
18 [pp. 282 a 284]).
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