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lunes, 25 de febrero de 2013

León Tolstoi y la ética de la no justicia


Según Ricardo Maliandi, en la medida en que damos cumplimiento pleno a un valor o a un principio ético de gran jerarquía, tendemos a lesionar a otro valor o a otro principio ético que se les contrapone. Ejemplo de ello es el amor o la bondad, que si los extendemos en forma omniabarcativa, tienden a dañar a otro principio o valor supremo: el de la justicia. Esto es lo que dice mi amigo Maliandi; a lo que yo digo que yerra, que no existe tal contraposición de valores, que un valor ético cardinal no puede bajo ningún punto de vista cruzarse a campo traviesa por la senda de otro valor cardinal y eclipsarlo. Y entonces tenemos la conclusión de que la bondad no puede, está impedida de opacar a la justicia, a no ser que la justicia no sea un valor, en cuyo caso puede opacarla perfectamente, y hasta podría suceder que opacarla resultara ser su primordial objetivo, su deber. Así lo entiendo yo, y así lo entendió Tolstoi, que comprendió cabalmente, con la cabeza y con el corazón, que lo que los hombres llaman justicia es un amasijo de conceptos mal acrisolados utilizado en provecho de los diferentes gobiernos y que de ningún modo puede considerarse una virtud, justamente porque tiende a lesionar a la bondad, que es la virtud primera. Lo comprendió durante un viaje que realizara a París a finales de la década de 1850. Allí tuvo la oportunidad de observar, por primera vez en su vida, una ejecución pública. "La guillotina --comenta desde su diario-- me mantuvo largo tiempo despierto, obligándome a reflexionar". Sí, reflexionó y reflexionó durante toda la noche, y al cabo, como fruto maduro de tales reflexiones, emergió el principio rector que lo caracterizaría: “Desde hoy en adelante no serviré a ningún gobierno. Todos los gobiernos de este mundo son iguales en la medida del mal y del bien que hacen. El único ideal es la anarquía”. La anarquía cristiana, se entiende. Y aquí es donde aparece la reflexión axiológica --que es reflexión y sentimiento al mismo tiempo-- que le sugiere que la llamada "justicia" nada de justa tiene, y que el pensador interesado en la ética debería descartarla como un trasto viejo en lugar de colmarla de laureles y encaramarla en lo más alto del podio de las virtudes supremas. He aquí su reflexión profunda, tal vez la más profunda y sabia de sus reflexiones morales:

Cuando vi la cabeza separada del cuerpo y escuché el ruido que hizo al caer dentro de la cesta, comprendí, no con mi mente, sino con todo mi ser, que ninguna teoría razonable del progreso podría justificar esa muerte, y, no obstante que todos, desde los principios del mundo, no sé de acuerdo con qué teoría, la consideran necesaria y justa, sé perfectamente que es inútil y nociva (citado por Derrick Leon en Tolstoi, p. 123).

Perfectamente, mi estimado León, inútil y nociva. Y no estamos hablando de esa ejecución o del instrumento --la guillotina-- que la posibilitara, sino de la justicia misma y de su injerencia dentro del aparato teórico de la ética[1].


[1] (Nota añadida el 1/4/13.) Otro que opina parecidamente a nosotros, respecto del puntual asunto de la pena de muerte y respecto también del asunto general de la captación emotiva de las normas éticas y de los valores que las sustentan, es el uruguayo Carlos Vaz Ferreira: "Se discute sobre la pena de muerte: hay argumentos teóricos, aparentemente buenos, en favor, y argumentos teóricos, aparentemente buenos, en contra; y estadísticas que parecen probatorias en favor, y estadísticas que parecen probatorias en contra. Mientras ustedes se mantengan en ese terreno puramente lógico o escolástico, podrán no resolver. Pues en esos casos, tengan confianza en los sentimientos de humanidad y de piedad. Hay una solución que se impone, que se impondrá tarde o temprano: los hombres no pueden matar a otros hombres. Cuando sientan esto, dejen de argumentar y de preocuparse demasiado de que les argumenten: ¡no se mata!" (Moral para intelectuales, pp. 172-3).

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