Otros tres puntos de contacto entre la personalidad
de León Tolstoi y la de quien esto escribe.
1) La emotividad soterrada y 2) el "efecto
imán" hacia los niños. Afirma Derrick Leon: "Al igual que muchos
hombres de poco común sensibilidad y excepcional capacidad emotiva, Tolstoi era
muy poco expresivo. Sin embargo, los niños sentíanse inmediatamente arrastrados
hacia él de manera instintiva" (Tolstoi,
p. 243). Idéntica situación la mía: un témpano por fuera; por dentro, un volcán
(aunque a este témpano exterior se le humedecen los ojos cada vez con mayor
asiduidad). Y lo mismo con los niños, para quienes soy algo así como un bufón
lúcido del cual no quieren despegarse por nada del mundo. Junto a ellos, me
transformo en un niño más (con la condición de estar solo con ellos, sin ningún
mayor que interfiera y eche a perder mi metamorfosis).
3) La puntillosidad en cuestiones literarias. La
publicación de los seis volúmenes de Guerra
y paz, por ejemplo, fue
motivo de
iguales atenciones, esmeros y cuidados minuciosos que su composición. [...] las
pruebas de imprenta fueron corregidas una y otra vez y se les hizo numerosas
inserciones de frases perfectamente construidas. De acuerdo siempre con el
insaciable deseo de perfección que animaba a Tolstoi en todas sus actividades,
las supresiones, paráfrasis y modificaciones se sucedieron con miras de no
acabar nunca. Más aún, cuando las últimas pruebas salieron rumbo al taller
donde se procedía a la impresión de la obra, algunos telegramas que contenían
correcciones adicionales acerca del lenguaje y el estilo fueron remitidos a los
impresores (Derrick Leon, Tolstoi, p.
201).
Maniático del pulido era Tolstoi y maniático de pulido soy yo. Pero
¿será esta manía un buen signo indicador de la grandeza literaria o, antes al
contrario, no es más que un escondrijo en donde se ocultan ciertas carencias
elementales? El norteamericano John Nef parecería inclinarse por esto último.
Analizando los motivos de la escasa producción literaria de alto nivel
engendrada por los Estados Unidos en el siglo XX, comenta:
Nunca se
publicaron con anterioridad tantas novelas prolijamente elaboradas y pulidas.
Algunas son tersas y pulidas en grado sumo. La dificultad consiste en que las
grandes obras de arte no son tersas ni pulidas. Son auténticas. Como la mayoría
de las cosas auténticas, están a menudo llenas de aspereza. Como las verdaderas
esmeraldas, tienen fallas. Pocas personas que luchen en forma auténtica y
profunda con los problemas de la vida --como le toca hacerlo al verdadero
artista-- pueden evitar las fallas. Nada que sea meramente suave y bonito puede
inspirar un afecto profundo y duradero (Estados
Unidos y la civilización, pp. 264-5).
¿Será cuestión entonces que dejar a la obra literaria sin lijado
ninguno, en estado salvaje, fallada de pies a cabeza, porque tales fallas
constituirían algo así como pruebas de autenticidad ? Siempre no. La grandeza
está en la obra, no en el refinamiento; pero si la obra es grande, el
refinamiento la termina de engrandecer. Distinto es el caso de los novelistas
norteamericanos, que según Nef serían expertos en el arte de refinar, pero sin
contar con las letras salvajes y contundentes que a tal refinamiento puedan
someterse. Es un refinamiento "en el vacío", y así nada digno de
leerse puede salir. Pulir sí, siempre que tengamos materia prima viva en donde
aplicar el pulimento. Tolstoi la tenía y de sobra; ¿la tendré yo?[1]
[1]
Aclaro que mis pulimentos, a diferencia de los de Tolstoi, se aplican
inmediatamente después de concebir los párrafos, los cuales, una vez
cristalizados, endurecidos, ya quedan así y no los modifico sino en
contadísimas excepciones. "Yo añado siempre, pero no enmiendo nunca",
decía Montaigne. "Y no retoco jamás, si no es de mala gana, lo que ya
antaño consignara" (Ensayos,
III, IX). Y estos añadidos aparecen en mis escritos, o bien bajo la forma de
nota al pie, o bien en una nueva entrada de mi diario que remite a la entrada
que se quiere comentar, ratificar o rectificar.
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