Hace seis años y medio, en la entrada del día 4/9/6,
cité un extracto de una carta de Antonio Machado a Miguel de Unamuno. Allí se
quejaba Machado de la declinación que el fervor religioso estaba experimentando
en España, fundamentalmente dentro de las capas ilustradas:
Empiezo a
creer que la cuestión religiosa sólo preocupa en España a usted y a los pocos
que sentimos con usted. Ya oiría usted al doctor Simarro [...] felicitarse de
que el sentimiento religioso estuviera muerto en España. Si esto es verdad,
medrados estamos, porque ¿cómo vamos a sacudir el lazo de hierro de la Iglesia
Católica que nos asfixia? Esta iglesia espiritualmente huera, pero de
organización formidable, sólo puede ceder al embate de un impulso realmente
religioso. El clericalismo español sólo puede indignar seriamente al que tenga
un fondo cristiano. [...] A las señoras puede parecerles de buen tono no
disgustar al Santo Padre y esto se puede llamar vaticanismo; y la religión
del pueblo es un estado de superstición milagrera que no conocerán nunca esos
pedantones incapaces de estudiar nada vivo. Es evidente que el Evangelio no
vive hoy en el alma española, al menos no se le ve en ninguna parte.
Y entonces, sucedió lo inesperado: "Tres horas
después de citar estas palabras de Machado, empiezo a ver nuevamente Las
sandalias del pescador (1968). La última vez que vi esta película fue hace
cinco años, y le digo a quien quiera creerme que yo no sabía que la
transmitirían mientras copiaba la precedente cita. Tal vez el Evangelio ya no
viva en el alma española, pero aún respira en el alma de Kiril Lakota, aquel
papa ficticio que algún día se hará real". ¡El papa ficticio que algún día
se hará real! ¿Y es que se ha hecho ya real, que ya tenemos un papa como la
gente, es decir, pobre como la gente, como cualquier hijo de vecino, y que
recomendará esta pobreza no sólo a sus súbditos en general y de manera
abstracta, sino a sus prelados más cercanos y a los banqueros todos que
custodian la fortuna de ese pequeño imperio? ¿Será que no sólo Francisco de Asís,
sino también Kiril Lakota encarnó en Bergoglio, y se viene ahora una
reestructuración total no sé si de los dogmas, pero sí de las finanzas del
Vaticano? Esperemos a ver qué pasa; no pequemos de excesiva ingenuidad.
En la
película, Anthony Quinn, consagrado Papa, se asoma por primera vez al balcón
que da a la plaza de San Pedro y le espeta a los fieles, a boca de jarro, el
siguiente discurso:
Estamos
en una época de crisis. Yo no puedo cambiar al mundo, no puedo cambiar lo que
la historia ya ha escrito. Yo... sólo puedo cambiarme a mí mismo. Y empezar a
escribir, con manos inseguras, un capítulo nuevo. Yo... soy el custodio de la
riqueza de la Iglesia. La ofrezco ahora, toda nuestra fortuna, nuestras
posesiones en tierras, edificios, y grandes obras de arte, para el alivio de
nuestros hambrientos hermanos. Y si para honrar esta oferta, la Iglesia debe
despojarse hasta la pobreza, celébrese; no alteraré este ofrecimiento. Y
tampoco quiero reducirlo. Ahora bien; suplico a los grandes del mundo, y a los
pequeños del mundo, que compartan y repartan la abundancia con aquellos que no
la tienen.
Leo esto y se me pone la piel de gallina; imagínate
tú lector mío cómo se me habría puesto la piel y la cabeza y el corazón si este
nuevo papa jesuita-franciscano hubiese dicho algo parecido hace dos días,
cuando fue nombrado papa y aceptó serlo. Pero no dijo nada. Hubo, ciertamente,
algunas señales promisorias, pero palabras ninguna. ¡Vamos, Cornelio, a no
desanimarse! Esto no es una película; y en la vida real, las revoluciones,
digo, las revoluciones verdaderas, piden tiempo, no empiezan y terminan en un
abrir y cerrar de balcón.
Pero ¡de qué
colores me habría puesto si nuestro papa argentino hubiese dicho algo parecido
a lo que dijo Lakota!
Aquí es muy fácil la solución pues, Jesús la dijo también en su tiempo: tienen que transformar todos los armamentos en cucharones para la sopa; ollas, teteras, palitos de fósforos, cuchillos mantequilleros etc; y todos pero todos sus haberes , incluida la estructura arquitectónica; sus reliquias; sus dineros guardados en los bancos deben dárselo a los pobres esquilmad@s de indulgencias para limpiar su imagen y hacer de ell@s una iglesia creíble y noble para los ojos de cualquier ciudadano común y silvestre. La iglesia es un centro de Común Unión con Dios y la necesitamos para fortalecer nuestro espíritu y dar así el alimento que el el alma pide a gritos Amor, sentido a nuestra existencia, valor para seguir luchando contra tantos poderes fácticos mentirosos y engañosos que nos agobian y, nos hacen caer en la desesperanza. Necesitamos ese espíritu de Fe para continuar ese camino hacia adelante y, nos haga reafirmar nuestros proyectos pero, con la ayuda de quien nos Creó por delante y NO en tercera fila.
ResponderEliminarAsimismo, deben deshacerse de todos sus trajes cardenalicios estrafalarios y costosos incluido el Papa y, llevar vestidura digna, sencilla y humilde,ante los ojos de Dios y de la humanidad.
coincido contigo.
Eliminar