Justo ahora, que me vengo reconciliando con el rezo a
este Dios panenteísta que maneja mi destino, justo ahora es elegido Papa el
cardenal Bergoglio, "el cura que reza", como popularmente se lo
conoce debido a su devoción por las plegarias. Y justo ahora, que me encuentro
en medio de un trance decisivo, de una disyuntiva que puede cambiar mi vida
para siempre: si vender el departamento en donde ahora vivo para mudarme a una
casa más amplia y lujosa, con piscina incluso, o si regalar el dinero de la
venta a los pobres y quedarme sin casa ninguna, como es lo que debe hacer
cualquier cristiano consecuente; justo ahora, digo, aparece Francisco en mi
vida, mi santo favorito, mi guía espiritual por antonomasia, reencarnado en
este hombre austero que viene a decirme, como le dijo Jesús al joven rico que
pretendía seguirlo: "Si quieres ser
perfecto, anda, vende tus bienes y dáselos a los pobres, y tendrás un tesoro en
los cielos". Una persona que cree en las señales, como yo creo, no puede
albergar ya ninguna duda acerca de lo que tiene que hacer. Tolstoi no tuvo un
papa que lo apoyara en su locura, en su locura de querer seguir la lógica de
Jesús hasta sus últimas consecuencias; yo parece que lo voy a tener, y entonces
mi locura ya no sería tan locura para los ojos de aquellos que no querían ver.
¡Rezo por vos, bienaventurado Francisco! ¡Que tengas la fuerza y los huevos
necesarios para transformar al anticristo desde adentro y convertirlo en la
iglesia de todos, en la iglesia de todos los pueblos! Rezo por vos, y a cambio
te pido que reces por mí, que intercedas ante Dios para que me otorgue una
dotación extra de coraje que me impida marcharme, como el joven rico, cabizbajo
y entristecido hacia mi mundo de riquezas en lugar de continuar orgulloso y
beato por la senda que Jesús y el Papa, ¡ahora al unísono!, me vienen
señalando.
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