Continuando con esta papamanía que se ha desatado en
mi país y en menor medida en todo el orbe católico, me permito darle un consejo
a Francisco: no te metas en política. Esperar de un papa el apolitismo absoluto
sería condenarlo a la inacción, pero tampoco es cuestión de tentarse con esas menudencias
que a nada conducen si de espiritualidad se trata. Si el Papa es el continuador
del mensaje de Jesús, está claro que debería rehuir de la política tal como él
lo hizo. El propio Jesús conminó a uno de los predecesores de Francisco, a Juan
Pablo II, a que abandonara esa politiquería barata (barata o cara, da lo mismo)
que tanto le atraía; al menos eso es lo que cuenta Fernando Sánchez dragó:
Quede [...]
meridianamente clara la evidencia, para todo aquel que no tenga gafas de ciego
en los ojos ni ruedas de molino en los oídos, de que la política no me interesó
ni --por definición, por congruencia, por lógica de mi doctrina-- podía
interesarme nunca y de que, por consiguiente, jamás intervine en ella. Creo
haberte dicho [...] que la salvación es siempre individual, nunca gregaria, y
no digamos la iluminación, que era, en definitiva, lo único que yo buscaba,
proponía y me interesaba (Jesús de Nazaret, citado por Fernando Sánchez Dragó
en Carta de Jesús al Papa, p. 139).
Es así: la política y la espiritualidad se repelen como dos imanes con
el mismo polo. Entiéndase que hablo de política en tanto militancia, porque ya
me veo venir a los que dirán que todo es política, que cualquier relación de un
ser humano con otro ser humano viene atravesada, quiérase o no, por la
política, lo cual no niego, pero esto nada tiene que ver con el activismo
dentro de un comité o partido y con el dedicar nuestros mayores afanes a la
tarea del proselitismo. El excesivo celo proselitista nos evade de nuestra
obligación primera, que es la del automejoramiento[1].
Pero si este desmadrado celo proselitista es nefasto aplicado a la política, ¿no será también nefasto aplicado a la filosofía o a la religión? Posiblemente, y entonces yo también corro peligro. No digo que esté mal intentar convencer a los otros de nuestros propios convencimientos, pero no debe ser ésa, ni por asomo, la tarea principal del pensador filosófico. Lo mejor sería que la gente se convenciese de que nuestras razones son valederas como de rebote, sin que nos lo propongamos deliberadamente. Y el Papa Francisco debería dedicarse (como presiento que en buena medida se dedicará) no tanto a dar sermones u homilías, sino a poner en práctica las enseñanzas de Jesús. De este modo, sin siquiera levantar la voz en público, me imagino que se granjearía una buena masa crítica de prosélitos.
[1] Dice
Vaz Ferreira "El ciudadano a quien la política no interesa --en lo cual
ven algunos, muy erróneamente, una especie de superioridad-- es culpable de una
clase de inmoralidad que no es necesario que yo les demuestre. Interesarse por
los asuntos públicos, vivir en su país y en su época, no elevarse tanto sobre
su medio y sobre su momento histórico que se deje prestar todo servicio
práctico y positivo, es un deber absolutamente elemental" (Moral para intelectuales, p. 128). Pero en esta inmoralidad no cae mi
apolitismo, que de ningún modo niega las prestaciones de servicios prácticos y
positivos; sólo niega la militancia y el encuadramiento partidista, nunca el
servicio por sí mismo, que podría realizarse a través de una ONG, o a través de
cualquier otra entidad sin fines de lucro que quiera servir a la comunidad, o
incluso por propia iniciativa y sin aparato ninguno en que apoyarse.
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