Podemos individualizar
con rapidez la clase de males que nos gustaría reducir a un mínimo; tenemos motivos
para suponer que si se prohíben las causas y se refuerza la prohibición
mediante sanciones, disminuirá seguramente la frecuencia de esos males en
nuestra sociedad (Daniel Dennett, La libertad de acción, p. 181).
Sí, es muy probable
que si les prohibiésemos a las personas realizar determinado acto indecoroso
valiéndonos de una ley y las amenazásemos con sanciones si no la cumplieren,
estas personas cumplan esa ley y se comporten bien en esa circunstancia; pero
se habrán comportado bien por obligación, no por deseo, y por lo tanto su deseo
de comportarse mal, habiendo encontrado cerrada esa válvula específica, se
canalizará mediante otra faceta de su comportamiento, que nadie garantiza que
será menos dañina que la que acabamos de clausurar mediante amenazas. Ejemplo:
un ladrón de autos se topa con la desagradable novedad de que se ha inventado
un dispositivo infalible que electrocuta sin miramientos a todo aquel que
maneje un auto sin su correspondiente chip antielectrocución, que es un módulo
que se inserta en el cerebro del conductor ni bien compra legalmente su auto.
El ladrón de autos, figurándosele ya imposible continuar con su trabajo
habitual, ¿se volverá sólo por eso una buena persona y dejará de sentir deseos
de robar? Creo que no. Más bien, se dedicará de ahí en adelante a robarles la
jubilación a las viejas que salen del banco, delito que a lo sumo le propiciará
un carterazo pero nunca una descarga de cinco mil voltios. Ahora bien; ¿qué era
mejor, o, para decirlo con mayor propiedad, qué era menos malo: que el ladrón
se dedicase a robar a quienes disponen de un cierto poder adquisitivo, como los
propietarios de un automóvil, o que se dedicase a sacarles a las viejas el
único sustento de que disponían para comprar su comida? Eso, ni más ni menos,
es lo que hace todo sistema legislativo coercitivo: protege del crimen al
poderoso a costa de canalizar el accionar criminal hacia las capas sociales
menos influyentes. Los crímenes contra las propiedades automotrices habrán
mermado, pero el crimen, en el sentido lato de la palabra, no habrá decrecido
(probablemente habrá aumentado), y se habrá vuelto más insensible socialmente.
Y lo más importante: el carácter del criminal no habrá mejorado; todo indica
que la coacción de la ley lo habrá empeorado.
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