Si Dios no existe, todo está permitido.
Fedor
Dostoievski, Los hermanos Karamazov
Volvamos al libro de Alfred Stern.
He hablado de la supuesta relatividad de
los valores estéticos y de los valores culturales, pero lo más interesante de
esta hipótesis --de la hipótesis de la relatividad de los valores, la hipótesis
posmoderna por excelencia-- radica en las consecuencias que de ella se
desprenden respecto de los valores éticos. Muchos pensadores han expresado su
opinión sobre este asunto, afirmando que si no existen los valores éticos
absolutos, se cae inexorablemente en el nihilismo; o por mejor decirlo: la consecuencia necesaria de la no creencia
en valores éticos absolutos es el nihilismo. Es decir, podría ser que
existiesen en verdad los valores éticos absolutos, pero si la mayoría de la
gente creyese que no existen, necesariamente imperaría el nihilismo en el
mundo. Yo suscribo este punto de vista, que por fortuna no se dio nunca en la
práctica ni se da en este momento, por la sencilla razón de que la mayoría de
la gente, admítalo discursivamente o no lo admita, cree en la existencia de
valores éticos absolutos. El posmodernismo intenta socavar esta creencia,
aunque no supone que muerta la creencia en la objetividad de la ética, la
consecuencia necesaria sea el nihilismo. Pero ¿cómo valorar determinados hechos
históricos, cómo aplaudirlos o abominarlos, si no existen parámetros objetivos
para considerarlos buenos o malos en sentido ético? ¿Cómo aborrecer, parados
dentro del relativismo ético, a un proceso, por ejemplo, como el de la caza de
brujas de la Edad Media? Alfred Stern ofrece una posible solución a este dilema:
En mi opinión podemos afirmar hoy que la hoguera era una
institución bárbara, aunque respondiera a las valoraciones religiosas y morales
de la Edad Media, sin proclamar implícitamente la validez absoluta,
transhistórica, de nuestras valoraciones presentes. Podemos juzgar otras épocas
y otras civilizaciones mediante nuestros propios patrones de valores, a condición de que reconozcamos la
relatividad de los patrones de nuestra época y de nuestra civilización, y el
derecho de las civilizaciones futuras y extranjeras a juzgar nuestros patrones
con los suyos propios (La filosofía de la
historia y el problema de los valores, p. 216).
Según Stern, quemar supuestas brujas es
un hecho aborrecible si y solo si la mayoría de la gente piensa que así es,
como efectivamente lo piensa en tiempos presentes. Por el contrario, en la Edad
Media, como la mayoría de la gente aprobaba estos espectáculos, eran estas
inmolaciones deseables y bienvenidas; y quien dijera, en aquellos tiempos, que tal procedimiento era contrario a la
ética, era para Stern una persona de cortos entendimientos y un desacatado
social. De acuerdo a este razonamiento, si por algún motivo las gentes de hoy
comenzasen a simpatizar nuevamente con estas cacerías, solicitando la quema en
masa de miles y miles de mujeres sospechadas, automáticamente la quema de
brujas dejaría de ser un hecho aborrecible y tendríamos forzosamente que
aplaudirlo. Y así la ética, según los cultores de este tipo de posmodernismo,
se convierte en un asunto de estadísticas. Como la democracia, solo que los
riesgos de seguir a la manada aquí son mayores, infinitamente mayores, que los
que se corren al votar a un candidato a presidente.
Otro ejemplo: Hitler, para los alemanes de
su época, no era aborrecible, puesto que lo seguían en masa y lo votaban. Para
nosotros sí lo era; ¿quien está en lo cierto? Según Stern,
podemos condenar la barbarie de Hitler sin recurrir a un
derecho natural eterno, sencillamente en virtud del hecho de que esta barbarie
está en flagrante contradicción con la conciencia
moral de nuestra época y de cualquier otra época que comparta nuestros
ideales humanitarios (ibíd., p. 217).
Y estamos en lo mismo que con la quema de
brujas: si los grupos neonazis que en algunos países proliferan actualmente
llegasen a masificarse lo suficiente, instantáneamente la barbarie de Hitler
dejaría de ser barbarie. Si la mayoría de la gente creyese que Hitler fue un
santo, entonces para nosotros, inexorables prisioneros de la conciencia moral
de nuestra época, sería un santo. Stern condena a Hitler solo porque sus
contemporáneos, al unísono, también lo condenan. Si sus contemporáneos dejasen
de condenarlo, el también tendría que hacerlo. ¡Ética de borrego! Prefiero, en
todo caso, el nihilismo.
Pero no quiero quedarme con la última
palabra; se la cedo al profesor Alfred Stern y a su alegato en favor de la
relatividad de los valores éticos:
Yo no creo [...] que para escapar al nihilismo necesitemos
valores absolutos. Somos ciudadanos de nuestra civilización moderna, una
civilización con ideales humanitarios. Los ideales son valores directivos.
Creemos en estos valores y en estos ideales de nuestra época y de nuestra
civilización, los sentimos vibrar en nuestros corazones, afirmamos su validez
en nuestros juicios. ¡Esto no es nihilismo! Nihilismo es la falta de creencia en valores. Puesto que
vivimos en la época presente y no en la eternidad, podemos sentirnos
satisfechos con los valores válidos para nuestra época. Una validez transhistórica,
eterna, no contribuiría nada a nuestra creencia en los valores que se
desarrollaron con nosotros y a los que consideramos, por consiguiente, nuestros
(ibíd., p. 217).
Saludos.
ResponderEliminarConfieso que aún no leo a Stern pero considero que extrapolas y obtienes conclusiones exageradas por lo que me gustaría aclararas algunos puntos.
1. El problema de la objetividad o subjetividad de los valores debe distinguir entre el valor como parámetro y el valor como objeto (a su vez como psíquico o real). Aún cuando argumentas que: "O hay ceguera axiológica, o nos vendieron gato por liebre", al ponerlo en esos tajantes términos no consideras que personas con sensibilidad estética por los valores y objetos de determinada época aborrecieron los objetos artísticos de otras épocas. Así pues el valor es (visto como un momento puntual) un parámetro de cualificación ética o estética que puede tener una unidad identitaria a través del tiempo. Pensemos en algo más concreto: la unidad de medida conocida como metro ha cambiado de definición varias veces pero reconocemos una identidad a través de las distintas aplicaciones y los distintos instrumentos de medición. La identidad transhistórica de los valores se halla en la crítica y actualización de los parámetros que lo hacen real. La identidad trascendental de los valores se encuentra en cambio en la profunda validez que toman en el pensamiento ético y estético así como en el ejercicio moral y artístico de cada individuo o grupo.
2. A partir de lo que citas no se entiende que Stern tenga algo por históricamente esencial, por el contrario: congruente con el relativismo señala la existencia de una "relatividad histórica". Pero señalas que Stern asume la revolución francesa como un hecho históricamente esencial, en caso de ser así me gustaría saber ¿qué significa en este caso la esencialidad de un hecho histórico?
Creo que hay detrás de esa segunda parte nociones incompatibles y en su mayor parte discutibles. En primer lugar habría que entender qué es un "valor cultural objetivo". Si tal noción viene en Stern me parecería igualmente contradictoria pues la objetualidad de algo es un presupuesto de estudio que sólo toma cuerpo en la serie de premisas con las cuales se capta al objeto. Como bien señalas tal evento puede (a muy grandes rasgos) afectar a otros por el sólo hecho de saberlo y tener juicios al respecto o como un hecho concreto que tiene consecuencias más allá de que se le conozca. En todo caso habría que especificar la premisa empleada y hablar de la influencia en el esquema de valores o en los prácticas y técnicas artísticas o en los usos estéticos de determinada sociedad. Cada una de esas premisas son igualmente "objetivas" e igualmente analizables. A partir de ello podemos descomponer histórica, social o psicológicamente cómo determinado valor "toma realidad" en un ente cultural ya sea individual o colectivo. De esa manera podemos entender la vigencia histórica y relativa del valor pero, al mismo tiempo, captar y desarrollar la trascendentalidad del mismo (dada por nuestras propias capacidades). Si bien el valor cultural puede llegar a tener parámetros cuantitativos, éstos están sujetos a un análisis de datos cualitativo, por ejemplo: el uso (de acuerdo a su propio fin instrumental) del tenedor puede ser medido pero tendría que ser a su vez confrontado con otros usos culturales como referencias en obras de arte, valores añadidos por usos no instrumentales, etc. Tales datos pueden afectar la captación o relación de un valor ético o estético con el objeto.
En segundo lugar discutiría la premisa de que: "el arte aspira a conmover a la mayor parte del universo espaciotemporal". Esa es una afirmación difícil de comprobar ya que el artista tiene que asumir la potencial universalidad de su propia manera de percibir o proyectar determinado valor estético. ¿La obra es entonces una construcción deficiente respecto de un valor ideal u objetivo? El artista conoce determinado realidad "espaciotemporal": ¿no se basa acaso en esa parcela para llegar a un público igualmente de antemano delimitado? ¿Dónde hallar entonces el valor absoluto? Yo preferiría decir que tal valor absoluto es, como el objetivismo o el esencialismo, un presupuesto de determinado enfoque de pensamiento (por ejemplo en el momento del acto estético o de la creación artística) pero no en sí la naturaleza propia del valor.
ResponderEliminar3. La creación de un valor y su ejercicio sólo ocurre en un intrincado sistema de juicios y valores. Dos personas pueden calificar igualmente a dos sucesos distintos y calificar de manera distinta a un mismo hecho (eso hace necesaria la definición del hecho y del calificativo). Por ejemplo: los inquisidores consideraban costumbres bárbaras los sacrificios rituales mesoamericanos y sin embargo quemaban herejes. El eje del valor de la vida no podía escapar a la influencia de los valores y juicios teológicos, incluso era dependiente de los mismos. En el mismo sentido alguien puede no estar de acuerdo en matar brujas y sí matar judíos, o visceversa. Podemos argumentar que eso era una incongruencia o un acto de ignorancia y con ello elevar el valor de la vida (o el juicio moral: "no matarás") a condición de premisa fundamental; pero eventualmente eso despojaría aparentemente sentido a la violencia como defensa personal o en defensa de otras personas y entraríamos en contradicción hasta que de nuevo un juicio externo nos ayudara a vislumbrar una salida. No se trata por tanto de validar cualquier cosa sólo por el hecho de que no colocamos los valores en un pedestal sino asumir que necesariamente nuestros juicios y valores éticos y estéticos tienen límites histórico-sociales e incluso prácticos sin los cuales no podríamos combatir ni a Hitler, ni a los inquisidores, ni a nadie.
Precisamente Nietzsche estaba en contra de estos ídolos.
Atte. SicD.
muchas gracias por tu crítica. En las próximas 2 entradas que publicaré tal vez se aclaren algunas de tus dudas
ResponderEliminar