Después del denostar bien denostada a la cultura belicista
alemana de principios del siglo XX, se trasladó Camba a los Estados Unidos de
América, en donde, como no podía ser de otra manera, continuaron los denuestos,
solo que de un orden completamente distinto. Habría sido temerario, por
ejemplo, apuntar los cañones contra la literatura alemana, pero a la literatura
norteamericana cualquiera se le atreve. "Es abominable", dice (Un año en el otro mundo, p. 9), y
entiende que lo mejor que produce este país en esta materia son los anuncios
publicitarios:
La verdadera
creación literaria de América es su [...] literatura comercial. Yo compro aquí
todos los días alguna revista, so pretexto de leer tal o cual artículo, y, en
cuanto mis ojos tropiezan con un anuncio, todos los artículos me resultan
ñoños, estúpidos y pesados. ¡Qué gracia, qué interés, qué variedad, qué arte,
qué continúa lección de cosas contienen las revistas americanas en sus páginas
de publicidad! [...] es, ante todo, en el anuncio donde encontraremos la aportación
inconfundible del pueblo americano a la literatura universal y, mientras la
crítica ignore este hecho o lo considere desdeñable, el arte literario moderno,
tanto en América como fuera de ella, carecerá de explicación. Hay que
considerar, en efecto, que todos los anuncios que se publican en el mundo son
siempre un poco americanos, y que toda la literatura moderna está influida por
la literatura de anuncios (La ciudad
automática, p. 88).
Parece
como que Camba se estuviese mofando de nosotros, pero habla en serio (amén de
que como bien dice él mismo, sus artículos no hay que tomárselos "ni completamente en serio ni completamente en broma"), habla en serio
cuando equipara un anuncio de pompas fúnebres ("¿para qué vivir, cuando
por treinta dólares podemos hacerle a usted un entierro magnífico?") con
los escritos de San Juan de la Cruz:
La literatura
comercial americana no es un hecho artificial, sino un hecho tan biológico como
la literatura caballeresca de la Edad Media. Es la expresión de una época, de
una moral y de un tipo de vida que no habría medio de expresar en las formas
literarias tradicionales. Es, en fin, la única expresión literaria posible del
genio americano. Yo diría que la literatura comercial americana equivale a
nuestra literatura mística, y, para los que hayan oído hablar del sentido
reverencial del dinero y sepan lo entremezclados que andan siempre en la
conciencia puritana el espíritu comercial y el sentimiento eclesiástico, no
diría despropósito ninguno. [...] No. No hay que considerar la literatura
comercial americana como una literatura desprovista de contenido espiritual.
Tiene, por lo menos, tanto contenido espiritual como contenido mercantil.
Tiene, en fin, todo el contenido espiritual que puede y que debe tener: el de
su pueblo y el de su época, que es una época en la que van entrando ya todos
los otros pueblos.
Iban
entrando a principios del siglo XX, y ahora, un siglo después, ya todos los
pueblos, casi sin excepción, han entrado a esta época de mercantilismo sin
freno y de literatura publicitaria. Por eso lo que pasaba en los Estados
Unidos, que casi no criaba literatos de alto vuelo, ahora pasa en el mundo todo,
pues
tan pronto
como se revela en América un escritor de verdadera originalidad y positivo
talento es acaparado por las casas anunciadoras.
Así
que habrá que conformarse con los libros viejos o, en su defecto, prender el
televisor y disfrutar de las propagandas.
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