Y no podía ser de otra manera: en un país en el que
prima la serie, la estandarización y la masa y en donde la individualidad queda
relegada, la literatura, que siempre fue un asunto entre individuos (un
individuo que le escribe a otro individuo que lee), queda subsumida en esta
panmasificación y termina ejecutándose no por un individuo, sino por un grupo (los
creativos publicitarios), y leyéndose en conjunto (por el rebaño de
consumidores). No existe otro tipo de literatura que pueda prosperar en estas
condiciones. El individuo como tal queda siempre a la zaga, y eso que tanto le
reprochaban los norteamericanos a los comunistas, que postergaran el interés
del individuo a costa del interés de la comunidad, lo hacen ellos también, no
en cuestiones de dinero ciertamente, pero sí en otros aspectos mucho más
interesantes. Si siempre se dijo que la Unión Soviética era como una especie de
gran colmena, en donde la abeja reina ordenaba y las abejas obreras obedecían
sin pestañear y sin pensar, los Estados Unidos --y Nueva York en particular--
serían algo así como un conglomerado de termiteros, con las termitas apiñadas y
hacinadas en esos rascacielos tan monumentales como desagradables.
Es una
civilización de masas y no de individuos. Es una civilización de grandes
estructuras arquitectónicas. Es una civilización de insectos (Julio Camba, La ciudad automática, p. 75).
Si
un insecto pudiese leer, leería seguramente lo mismo que sus compañeros, porque
carecería de gusto literario para leer otra cosa y porque se sentiría
"como sapo de otro pozo" si adoptase otro criterio estético diferente
del de sus camaradas a la hora de seleccionar sus lecturas; y si pudiese elegir
en dónde vivir, elegiría vivir apiñado en lugar de vivir distanciado, porque su
naturaleza ya es así, y a la naturaleza no hay con qué darle. Y si se creen
ellos --los insectos, o los norteamericanos-- más inteligentes que nosotros por
haber sabido organizarse, en cuestiones de espacio, con mayor practicidad, no
les arruinemos su creencia, pero tampoco caigamos en el error de participar de
ella:
Ya sé que los
insectos gozan actualmente de gran reputación, pero a mí esto me parece tan
solo un resultado de la influencia que América ejerce sobre el mundo. Yo creo
que en este asunto hay dos normas a seguir: una, la de observar los insectos, y
al ver que tienen, por ejemplo, una organización social más perfecta que la
nuestra, atribuirles una inteligencia superior a la humana; otra, observar a
los seres humanos, y, al verles proceder como insectos, deducir que proceden de
una manera estúpida. Por mi parte yo no aceptaré nunca más que la última norma
[...], y no es que los insectos me parezcan idiotas. Me basta, sencillamente,
con que sean insectos.
Pensar
como insecto y vivir como insecto estará, seguramente, muy bien para los
insectos, pero a nosotros, en un sentido sicológico que no pragmático, no nos
conviene.
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