Pasión por la tipificación; así definiría julio Camba
a la sociedad estadounidense. Dentro de poco --exagera—
empezarán a
manifestarse las generaciones de serie, producto de la eugenesia; generaciones
en las que nadie será alto ni bajo, guapo ni feo, tonto ni listo, moreno ni
rubio, ni bueno ni malo. La eugenesia es algo así como el fordismo aplicado a
la reproducción de la especie. Es, como si dijéramos, la reproducción en masa.
Su objeto principal en América consiste en estandarizar a la Humanidad
supeditando la naturaleza a los intereses del Estado, y es indudable que no
tardará mucho tiempo en conseguirlo por completo (La ciudad automática, p. 148).
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todo a los intereses del Estado. Esto pareciera ser, como ya se dijo,
comunismo, pero estamos aquí dentro del más sólido y encumbrado capitalismo.
Los extremos se tocan.
No prosperaron, sin embargo, los ideales eugenésicos
en Estados Unidos después de que Hitler y Mengele se apropiaran de la idea,
pero sí perduraron otros ideales estandarizantes. Algunos preocupantes, como la
estandarización de los delincuentes, y otros más risueños, como la
estandarización de las narices. Respecto de lo primero, Camba se indigna:
Uno tiene una
idea algo romántica del crimen y no se aviene fácilmente a admitir su
industrialización. Es decir, a uno le parece bien, hasta cierto punto, que el
criminal sea un monstruo y que experimente un placer al matar; pero uno rechaza
con la mayor repugnancia la idea de que no lo sea y de que mate sin
experimentar en ello satisfacción alguna. Los criminales, en nuestro concepto,
tienen que proceder por inspiración, lo mismo que los poetas, y estos
criminales americanos que trabajan anónimamente para tal o cual firma, como
unos obreros o unos oficinistas cualesquiera, no podrían subsistir, con todos
sus millones, en un país que tuviera algo más desarrollada la sensibilidad
artística (ibíd., p. 139).
Y
respecto de las cirugías nasales, se indigna también:
Mi nariz será
buena o mala, pero es mi nariz, y no solo constituye la parte principal de mi
fisonomía, sino que es, a la vez, un factor importantísimo de mi carácter.
Tendrá pólipos o adenoides y no me permitirá respirar bien, lo que acaso me
ponga frecuentemente de mal humor; pero, ¿qué derecho tengo yo a cambiar al
cabo de los años de humor ni de aspecto? (ibíd., p. 140).
Hace rato que Javier me viene proponiendo que visite
a un cirujano plástico para ver si puede retocarme un poco la nariz. Limar el
hueso del medio, quitar la carnita sobrante de la punta, respingarla, en fin,
el sueño de Cyrano hecho realidad. Pero yo me niego. Porque si ya al cortarme mi
melena merovingia he perdido buena parte de la estimada personalidad bohemia que
otrora poseía, no quiero ni pensar en qué clase de sujeto me convertiría
portando una nariz a lo Sandra Bullock.
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