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jueves, 28 de enero de 2016

Crueldad musical

Una entrada más sobre julio Camba y los alemanes, que me quedó en el tintero.
¿La sensibilidad ante la música es un signo de bondad? Porque si lo es, los alemanes de principios del siglo XX, tan susceptibles a la emoción musical, no podían ser tan malos como se supuso. Pero el hecho es que no, que este tipo de sensibilidad no se cruza con los valores éticos; al menos así lo entiende Camba:

Una de las cosas que más le han servido a Alemania es la afición a la música. La gente no cree que los alemanes puedan ser crueles. [...] Son muy musicales, en efecto, los alemanes. Al más encarnizado perseguidor de armenios se le haría llorar tocándole una melopea. Desgraciadamente, es muy probable que siguiese machacando al armenio mientras sonaba la música. La sensibilidad ante la música no tiene para mí mucho más valor que la sensibilidad ante el zumo de cebolla. Si puede constituir una prueba de bondad, esta bondad no pasará nunca de ser una bondad baja y primitiva ("El pueblo de los gases lacrimantes", ensayo incluido en su libro La rana viajera).

Decía esto Camba para defenderse, porque su temperamento, en cuestión de música, era antitético al de los teutones:

Yo soy una persona inteligente que carece de sensibilidad musical. A mí me tocan ustedes Mozart o Beethoven, Bach o Wagner, y es inútil. Todos los gestos que yo haga, todas las actitudes extáticas que yo tome serán pura cortesía. En el fondo, me aburro como una ostra. Positivamente, yo carezco de sensibilidad musical. Es terrible, es inconfesable. Yo mismo estoy aterrado. Cuando voy a un concierto y veo la emoción de todas las gentes, mientras yo permanezco frío me considero un pequeño monstruo. [...] ¿Es posible que yo sea un ser tan bajo y tan innoble? ("La sensibilidad musical", ensayo incluido en su libro Alemania).

No era bajo e innoble Camba por no saber emocionarse ante la música clásica, como no lo era tampoco Darwin, quien afirmó que a fuerza de estudiar y estudiar a los animales y a las plantas, se le atrofiaron "aquellas partes del cerebro de la que dependen las aficiones más elevadas", "los más elevados gustos estéticos" (Autobiografía, p. 91), y yo también soy del club, porque si bien no podría vivir con alegría sin música, jamás me caló hondo la música clásica, y ninguna música, ni clásica ni no clásica, me incita a llorar (y eso que soy de llanto fácil...). Desconfiemos, pues, de aquel que se la da de bueno por el solo hecho de percibir un vivo goce estético ante una melodía[1].




[1]  Darwin entendía que "la pérdida de estas aficiones supone una merma de felicidad y puede ser perjudicial para el intelecto, y más probablemente para el carácter moral, pues debilita el lado emotivo de nuestra naturaleza" (ibíd., p. 91). Pero no necesariamente nuestra emotividad íntegra se debilita: podría estar debilitándose el lado emotivo musical contrapesándose con un incremento en el lado emotivo de las vivencias sociales, etc.

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