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sábado, 17 de noviembre de 2018

El turista según Julio Camba


"El turista es un hombre impermeable. El espíritu de los países que recorre no le penetra jamás. Es un hombre que no se entera de nada, que no se mezcla nunca a la vida de los pueblos, que no influye en ellos ni se deja influir por ellos, que atraviesa las ciudades sin dejar rastro ninguno tras de sí. [...] recorren toda Europa en quince días. […] Lo ven todo en quince días, y si antes del viaje tenían una visión más o menos exacta de Europa, después no tienen ya visión alguna" (“El fracaso del turismo”, ensayo incluido en Playas, ciudades y montañas, p. 145).

sábado, 25 de junio de 2016

¡Levántate y anda!

¡Qué agradable debe ser para un buen patriota el ver que cuanto más se sacrifica por la patria más dinero ingresa en su cuenta corriente! El periodismo y la política nos ofrecen numerosos ejemplos de hombres cuya fortuna ha ido aumentando a medida que aumentaba su patriotismo y que, al final, cuando hablaban de la patria, pensaban en el talonario, y cuando pensaban en el talonario, hablaban de la patria.
Julio Camba, "Los buenos patriotas obtienen siempre su recompensa"

Ahora les descubrieron, a los cuatro hijos de Lázaro Báez, sendas cuentas en Suiza por un total de veinticinco millones de dólares. Los nueve de José Francisco López resultaron ser una minucia...

Sin dudas Lázaro, que antes de hacerse amigo de Néstor Kirchner era un insignificante cadete del Banco de la Provincia de Santa Cruz y que ahora es uno de los hombres más ricos de la Argentina, sin dudas es Lázaro un piojo resucitado.

domingo, 12 de junio de 2016

El humor de julio Camba

 

Yo, más que un estilo, tengo un estilete.

Florencio Escardó


¿Era Julio Camba un humorista? Según Arcadi Espada y su artículo "¡Cuidado con Camba!”, este epíteto lo desmerece:

Cuenta Luis Calvo que un día Camba le dio esta respuesta a sus elogios: “Si quieres ser amigo mío, no vuelvas a llamarme humorista ni a decir que tengo sintaxis”. Creo que su reproche era tan amigable como sincero y justo. Llamar a Camba humorista es colocarlo entre algunos colegas a los que probablemente admiraría y de los que seguramente aprendió: como Chesterton o como Tackeray. Entre los ingleses el humour identifica un rasgo de carácter nacional y, seguramente, un género literario. Pero en España, en el país del ceño fruncido, humorista quiere decir menor. En términos estrictamente españoles, debemos admitir, por supuesto, que en Camba hay humor. Pero también hay sintaxis, alta sintaxis, y no por ello le llamamos sintáctico.


Hay humor en Camba, pero hay mucho más que humor. Hay estilo, y es un estilo perfectamente identificable e irrepetible. Y concreto, y punzante, y ahorrativo. Iba a decir que Camba era un estilista, pero como la Real Academia Española define al escritor estilista como aquel "que se distingue por lo esmerado de su estilo", y como no creo que Camba se esmerara demasiado en el acto de la escritura, mejor me guardo este adjetivo. No era humorista ni estilista: era un escritor con humor y con estilo.

domingo, 5 de junio de 2016

Julio Camba, periodista sin títulos

En 1951, a los sesenta y nueve años,

Julio Camba pidió al Gobierno de Franco el título de periodista. [...] En él, el escritor detallaba con letra aplicada y sin un ínfimo borrón todo lo que había sido en esta vida, redactor y corresponsal de muchos periódicos y políglota, añadiendo con igual sinceridad y ante la pregunta de estudios y títulos que ninguno y ninguno y reconociendo, la testuz caída, que en el caso de concederle la gracia iba a ser por el mérito extraordinario (del señor ministro) y sin que sirviera de precedente ("Váyase tranquilo, Camba", artículo de Manuel Jabois publicado en el Diario de Pontevedra el 7/10/10).

 

No sé si el pedido prosperó, pero eso es lo de menos. Lo de más es que, con título o sin él, Julio Camba ha sido un grande de las letras que sobrepasó en mucho los límites de la categoría de periodista.


Si a mí me preguntasen, tal como le preguntaron a Camba, qué estudios y qué títulos tengo como para pertenecer a la categoría de literato, contestaría, igual que Camba, que ninguno y ninguno. Que me juzguen por mi producción, no por mis diplomas.

lunes, 30 de mayo de 2016

Camba de a trocitos

Pero para disfrutar plenamente a Julio Camba hay que leerlo pausado, no más de dos o tres artículos por semana, que es el mismo período que él utilizaba para escribirlos. De otro modo uno se satura y su literatura no aprovecha del todo. Alguien escribió cierta vez respecto de mi diario que conviene leerlo de a poco:

La literatura del señor Cornelio es algo así como un enorme plasma condensado, como un coágulo; se asimila mejor de a trocitos, las jornadas de lectura maratónica no le hacen justicia y empalagan agriamente al lector. Siguiendo este consejo se podrán evitar numerosos malentendidos y se les sacarán a estas páginas buena parte del jugo que contienen.

Yo digo ahora lo mismo respecto de los artículos de Camba.

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domingo, 29 de mayo de 2016

Julio Camba, el escritor que odiaba escribir

¿Se puede ser el mejor, o, para no entrar a polemizar, uno de los mejores ensayistas en lengua española del siglo XX y, a la vez, odiar el oficio de escritor? Sí, se puede: Julio Camba es la prueba. Cuando quiso explicar cómo hacía para escribir tan en continuado, tan en serie sus artículos, sin aguardar la visita de musa ninguna, comparó el arte de la escritura —al menos en su caso-- con una evacuación intestinal: 

Yo me encierro por las tardes en un cuarto con un poco de papel, como para hacer otra cosa pudiera encerrarme en otro cuarto con otro poco de papel. Allí comienzo a hacer esfuerzos y el artículo sale. Unas veces sale fácil, fluido, abundante; otras sale duro, difícil y escaso, pero siempre sale (“Cómo escribo los artículos”, incluido en el compendio Londres, pp. 151-2).


La literatura le brotaba como le brotaban los soretes. Esto desacraliza todo su trabajo, al tiempo que nos brinda una clara metáfora de lo que opinaba de sus propios escritos. Su opinión era falsa, por supuesto; y él, creo yo, en el fondo sabía que muchos de sus artículos eran valiosos. Pero lo que sí es verdad es que no le gustaba escribir, y tal vez se sintiera más a gusto sentado en el inodoro y haciendo fuerza que no sentado en una silla y con la pluma en la mano. "¿Qué aspiración tiene usted?", le preguntaron en una ocasión. "Ninguna. No tener que escribir". ¿Y cómo puede ser que haya escrito tan bien una persona que odiaba escribir? No lo sé. A mí me gusta escribir, y cuando no me siento con deseos de escribir, simplemente no escribo. Claro que si me garantizan que en esos momentos en que no deseo escribir voy a manejar el idioma de manera magistral como lo manejaba casi siempre Julio Camba, tal vez haga una excepción y escriba a desgano. La vanidad todo lo puede. 

sábado, 28 de mayo de 2016

La compasión, el motor de la ética

La mejora de las condiciones sociales de un pueblo, ¿a quién debemos agradecérsela? ¿A los más desfavorecidos por esas condiciones retrógradas o, por el contrario, a quienes, no estando directamente involucrados en la cuestión, sienten compasión por los más perjudicados y luchan desde afuera para modificar leyes, tradiciones y estilos de vida impropios de una sociedad civilizada? Yo entiendo que los mayores avances en este sentido se los debemos al segundo grupo y no tanto el primero, y Julio Camba también:

Contra la teoría marxista de que la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos, se ha presentado frecuentemente el argumento de los negros. Los negros, en efecto, abandonados a sus propias fuerzas, seguirían siendo negros todavía, y no solo cromática, sino también, en gran parte, económicamente. Todo el ruido que la causa de los negros metió en el mundo, todo aquel estrépito filantrópico [...] estaba concertado por blancos. Los blancos trabajaron como negros para que los negros pudiesen vivir como los blancos (Sobre casi todo, pp. 46-7).


Y es que a los negros, en el caso de la abolición de la esclavitud, o a los proletarios, en el caso de las peticiones por la jornada laboral de ocho horas, las vacaciones pagas o un salario que alcance para el techo y la comida, los movía, más que nada, el odio al amo y el odio al patrón, mientras que a los blancos y a los no proletarios que coadyuvaron a erradicar la esclavitud y a establecer regímenes laborales que minimicen la explotación del hombre por el hombre, los movía más que nada el amor y la compasión que sentían hacia los negros esclavizados y hacia los proletarios explotados. Y como la compasión es el motor principal que empuja a las sociedades hacia una mejor organización, debemos a estos individuos compasivos, en mucha mayor medida que a los negros y a los proletarios, el avance de las normas morales que van haciendo, bien que poco a poco, de este planeta un lugar mucho más digno de ser habitado.

viernes, 27 de mayo de 2016

El negocio de la timba y la excusa de la beneficencia

Esto que pasa hoy en día en la Argentina, y que creo pasa en el Occidente todo, esto de promover la industria del juego con la excusa de que el juego aporta un buen dinero al fisco y a través del fisco a los indigentes, es algo tan viejo como Julio Camba:

Un día se trató de suprimir el juego que, desde hacía algunos años, había adquirido entre nosotros proporciones monstruosas, y el presidente de la Asociación Matritense de Caridad se dirigió al Gobierno con la pregunta consabida:
--¿Y nuestros pobres?
No es que los pobres ganen a la ruleta o al treinta y cuarenta [...]. No. Es que, a fin de justificar la concesión de permisos para jugar, cada empresario contribuía a la Beneficencia municipal con una pequeña cuota. Así se reunían en Madrid unos cuantos miles de pesetas al mes y se repartían unos cuantos platos de sopa al día. [...]
El argumento convenció a todos los croupiers, [...] a todos los matones de garito, a todos los jugadores profesionales y a todos sus intermediarios, personas en quienes consuela ver brotar de pronto un tan grande amor al prójimo. Y, verdaderamente, si se plantea en tales términos la cuestión del juego, ¿quién se atreverá a defender el cierre de los tugurios? Al contrario. O uno se siente enteramente desprovisto de caridad cristiana, o debe en el acto empeñar su reloj y distribuir sobre el tablero de la ruleta, entre cuatro o cinco números, las cuatro o cinco monedas que le hayan dado por él. ¿Que hay muchos pobres en Madrid? ¡Pues a ver si se repite el diecisiete! (Julio Camba, Sobre casi todo, pp. 35-6).


El problema radica --concluye Camba-- en que "con este procedimiento, los pobres aumentarán en vez de disminuir; pero ¿quién ha dicho que se trate de acabar con los pobres?". Eso está muy claro: hay ciertos Estados, como el Estado argentino por ejemplo, que, en contubernio con los capos del juego, fomentan la pobreza, pues es sabido que los pobres son los que más juegan, y todas sus políticas de promoción y expansión de las loterías, bingos, casinos y tragamonedas, lejos de favorecer la cohesión social, la destruyen, favoreciendo solo la cohesión económica de Cristóbal López y asociados y de quienes viven de las migajas que Cristóbal López esparce a su paso.

jueves, 26 de mayo de 2016

El mejor remedio contra la obesidad femenina

La mujer moderna que pretende adelgazar no debe enfrascarse en la búsqueda de un medicamento sintético, una hierba natural o un violento ejercicio que la lleve a su peso ideal; todo lo que necesita

es una idea y nada más que una idea: la idea de la emancipación femenina. En cuanto esta idea tan sencilla entra en la cabeza de una muchacha, ríase usted de la tiroidina y demás productos contra la obesidad. Esta idea disuelve las grasas que es un primor, y la muchacha que se la asimila comienza, acto continuo, a perder carnes y a conquistar derechos (Julio Camba, Sobre casi todo, p. 20).


Bendita idea, que nos ha hecho olvidar el extraño paradigma de la mujer gorda como modelo de belleza que imperó allá por el siglo XVI y que nos adorna las calles con ejemplares casi perfectos en su constitución física, y eso es todo lo que se necesita para deleitarse, puesto que la perfección intelectual, lejos de sumar, estorbaría a los efectos de este tipo de contemplaciones.

miércoles, 25 de mayo de 2016

El perro, policía por vocación y naturaleza

Se dice que hay perros policías, en vez de gatos policías o canarios policías, porque el perro es un animal muy inteligente. Julio Camba niega esta hipótesis y argumenta que si el perro es un animal muy apropiado para meterse a policía es por otras aptitudes suyas y no por su inteligencia:

Yo no creo que para hacerse policía necesite el perro una inteligencia extraordinaria. Ni una inteligencia extraordinaria, ni tampoco un gran olfato. En cambio, ese odio feroz al hombre mal vestido que caracteriza al perro, y esa tendencia a tomar por un terrible anarquista al honrado menestral que aparece con sus trebejos al hombro, [...] podrán serles muy útiles en la carrera. Los perros policías empezarán dando dentelladas a todo personaje extraño, con aspecto de pobre, de sabio o de extranjero que se encuentren en la calle, y esto les hará ascender rapidísimamente (Sobre casi todo, p. 96).


Yo he comprobado empíricamente que la mayoría de los perros sienten rechazo por las personas desarrapadas y de aspecto anarquistoide, y también por los tullidos y por los discapacitados en general. Mi perra Coca, por ejemplo, siente una particular inquina por un ciego que pasa frecuentemente por el taller vendiendo cosméticos; no puede parar de ladrarle apenas percibe su presencia. La palabra discriminación está grabada a fuego en la conciencia instintiva de estos mamíferos y es por eso que las fuerzas policiales de todo el mundo solicitan sus servicios.

lunes, 18 de abril de 2016

Julio Camba, antes y después del anarquismo

El hombre es una máscara no sólo para los demás, sino para sí mismo. No hay manera de averiguar claramente en dónde empieza su realidad y en dónde acaban sus ficciones.
Pío Baroja, Memorias

Para ser anarquista del tipo violento es necesario predicar la violencia y además, cuando la violencia se presenta, aplaudirla y no acobardarse. Camba, en su época de anarquista (1901 a 1907), encomió la violencia y la destrucción de una manera franca y directa. En un artículo fechado en agosto de 1903, escribió:

Compañeros míos, amigos míos: todos los que en la ergástula del taller y en la gleba del campo, [...] sufrís el peso de la esclavitud y de la miseria que os impide ser libres, que os imposibilita para vivir íntegramente: rebelaos. [...] Y si una autoridad os lo prohíbe; si un Estado no os lo consiente, destruid esa autoridad y echad por tierra ese Estado ("¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!", p. 153).

Y cuando le preguntaban qué es lo que hay que hacer para posibilitar la llegada de Nuestra Señora la Anarquía, contestaba:

Destruir; destruir; destruir. Dejar la frase por la idea; dejar la idea por la acción; ir derechos hacia la raíz del mal y arrancarla de cuajo [...]. Afuera la piedad, amigos míos; afuera la clemencia, que tampoco hay clemencia ni piedad para nosotros. Seamos duros, con dureza de odio y de venganza (ibíd., p. 224).

Él, un intelectual que nunca hizo nada, que nunca trabajó de nada excepto de escritor, pedía dejar de lado la teoría y recurrir a la práctica:

Yo dirijo una invocación a los hechos. Uno de ellos, uno solo, vale por cien artículos y doscientos discursos. ¿Cuáles hechos son esos? ¡Ah! Yo no puedo especificarlos. Hablo, en conjunto, de los hechos que responden a las ideas; hablo de poner en práctica lo que se medita y lo que se dice (ibíd., p. 225).

Se refiere a poner bombas, ¿a qué otra cosa podría referirse? Lo que pasa es que no puede decirlo literalmente porque cerrarían el periódico en el cual escribe y lo meterían a la cárcel, por eso utiliza ese rodeo. "Nosotros --concluye-- debemos obrar como pensamos, y para ello tenemos mucho que demoler aún". Demoler, por ejemplo y fundamentalmente, a la monarquía española. Pero el término "monarquía española" es un poco vago; digamos, sencillamente, demoler a los reyes de España. Pues eso justamente fue lo que intentó un amigo suyo, el señor Mateo Morral, el 31 de mayo de 1906, justo después de que Alfonso XIII, rey de España, se casara con Victoria Eugenia de Battenberg. Cuando Alfonso XIII y la reina regresaban al Palacio Real después de la boda, le tiró a la carroza, desde el balcón de la pensión en la que se hospedaba, cuarto piso del número 88 de la calle Mayor, un ramo de flores conteniendo adentro una bomba, con tan mala suerte que las flores y la bomba rebotaron en los cables del tranvía, se desviaron y cayeron lejos del carruaje, por lo que los reyes salieron ilesos. Murieron, sin embargo, tres oficiales y cinco soldados del séquito real, además de tres curiosos que presenciaban el espectáculo, burgueses seguramente, porque ¿qué anarquista podría disfrutar con ese tipo de demostraciones suntuosas? Pese a que no se logró el principal objetivo, murieron varias personas adictas a la realeza; sería de esperarse un claro signo de aprobación por parte de este anarquista de la teoría que hacía invocaciones a los hechos. Pero no. Mateo morral no actuó bien al encender aquella "bomba espantosa" (ibíd., p. 519). Aquí debe de haber sucedido una de dos cosas: o Camba realmente se alegró de aquellas muertes pero no lo manifestó públicamente para que no lo encarcelaran (lo llamaron a declarar, pero no como imputado), o la bomba le produjo un gran terror y desazón, y le dobló, con la onda expansiva, todo aquel ideal anarquista que venía masticando desde hacía tantos años. Es como aquellos que van por la vida odiando a los judíos y aplaudiendo el Holocausto, pero que si presenciaran realmente el linchamiento de un judío, que quedara bien molido a palos y con las tripas saliéndoseles por la boca, vomitarían de horror o se desmayarían. Y esto fue lo que yo creo que ocurrió. Camba, pese a su consejo respecto de que hay que endurecerse --consejo que tomó de Nietzsche--, era demasiado blando para ser anarquista[1].



[1] Hay quien dice que el punto de inflexión que lo aleja del anarquismo no fue el atentado en sí, sino la visión de su amigo muerto: "Al poco de ser apresado, Morral se suicida de un tiro en el pecho. Camba, que había conocido al joven en la redacción de El Rebelde, va a ver el cadáver al Hospital del Buen Suceso. El cárdeno agujero en el pecho de Morral creo que simboliza para Camba el final de la utopía revolucionaria. [...] Camba cierra su crónica de la visita al cadáver de Morral con un primerísimo plano: «la sonrisa de un muerto», escribe. Tiene que liberarse de algún modo de esa sonrisa siniestra, calvario de su pasado. Creo que su escepticismo y su humor nacen de la lucidez de ese desencanto. El humor es el cauterio capaz de exorcizar el fantasma turbulento de Morral" (José Antonio Llera, "Julio Camba, crítico literario del modernismo", Revista de Literatura --http: //revistadeliteratura.revistas.csic.es--, 2006, julio-diciembre, vol. 68, nº 136).

sábado, 16 de abril de 2016

Julio Camba, creyente y descreído

Este hombre completamente descreído que fue julio Camba, hombre que, a decir de César González-Ruano, "no admiraba a nadie ni tampoco quería, seriamente, a nadie" (Diario ABC de Madrid del 2/3/1962, p. 35), fue, cuando joven, un fervoroso creyente. No creyente en sentido religioso pero creyente al fin. Porque para ser anarquista, anarquista de los que apologizan la violencia, no anarquista tolstoiano, se necesita ser muy creyente, o mejor dicho, muy crédulo. Fue Camba un crédulo que supuso que la sociedad ideal podría surgir a fuerza de bombazos y asesinatos, aunque existen voces maliciosas que no lo tienen como un auténtico anarquista de corazón sino como un simple muchacho menesteroso en busca de aventuras que, en cuanto dejó de ser muchacho y dejó de ser menesteroso, se quitó de encima su anarquismo como quien se quita un abrigo luego de ingresar a sus aposentos. Un personaje de uno de sus artículos comenta: "Yo necesitaba una revolución; pero ahora he puesto en mi casa calefacción central, y ya no la necesito. Llévesela usted a alguno de esos rebeldes principiantes que todavía no se han instalado..." (Sobre casi nada, p. 62). Es claramente una referencia autobiográfica, y no le interesa que el lector lo pille. En el primer tomo de La novela de un literato, Rafael Cansinos Assens lo pinta de la siguiente manera: "Julio Camba era un feroz anarquista, odiaba a los burgueses, pero amaba la buena vida burguesa, los bistecs gordos y las mujeres finas, y como los burgueses son los que disponen de eso, los adulaba unas veces y otras los intimidaba para tener su parte en el festín". En 1907, año que oficia de bisagra entre el Camba anarquista y el Camba descreído, un compañero suyo, Cristóbal de Castro, lo define como "anarko-aristócrata", y él, lejos de ofenderse, se divierte con la ocurrencia (cf. Julio Camba, "¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!", p. 41). Sea como sea, sea que haya creído realmente en el anarquismo, sea que haya utilizado los ideales anarquistas solo como divertimento y aventura juveniles, o como pista de lanzamiento hacia los placeres burgueses, debemos agradecer que haya arrumbado estos ideales en algún momento para dedicarse a otro tipo de periodismo, y esto no tanto porque me disgusten los anarquistas tirabombas, sino más bien porque me gusta el Camba descreído, cuyos artículos son mucho más sustanciosos, elegantes y divertidos que los de aquel joven más serio, menos garboso y más alborotado. Si Camba hubiese seguido siendo anarquista toda su vida, la literatura española habría perdido a uno de sus magnos expositores.

Y también, con la conversión, mejoró como persona. Porque murió, como dicen los que lo conocieron en su época madura, sin amar y sin odiar nada ni a nadie, mientras que durante sus juveniles años de anarquista odió mucho, y no amó nada ni a nadie. Y siempre es conveniente que el que no sabe ni quiere amar se mantenga libre de pasiones extremas como saludablemente se mantuvo el escéptico don Julio Camba, que es el Camba que interesa.

viernes, 8 de abril de 2016

Los ingleses y la poesía

Esta moral de la rapiña y del lucro, esta moral a lo Calicles o a lo Nietzsche, pero también a lo Franklin, se aviene de muy mala gana con la poesía, o mejor dicho con la filosofía de vida de los poetas. Es por eso que en Inglaterra no hubo ni hay casi poetas, salvo contadas excepciones. Julio Camba, estando en Londres, inquirió a un inglés respecto del porqué de aquel desprecio hacia los poetas, y el inglés, sin responder con precisión a la pregunta que se le formulaba, se desató:

Hay que cerrar las costas de Inglaterra a toda irrupción poética [...]. Una invasión de poetas sería mucho más peligrosa para nosotros que una invasión de alemanes. Por fortuna, nosotros no dejamos desembarcar en territorio inglés a ningún viajero de tercera clase que venga sin dinero. Esta medida nos garantiza en cierto modo contra los poetas del Continente.

"Pero ¿no temen ustedes --le replicó Camba-- que se produzcan poetas aquí mismo? ¿Qué medidas han tomado ustedes contra los poetas en Inglaterra?"

Los ingleses [...] somos unos hombres muy serios... No digo que algún inglés, después de haber vivido en Italia o por allá, no pueda volverse un poco poeta. Las malas compañías..., el calor..., la ociosidad..., el cielo azul..., los ojos negros... Pero el inglés es por naturaleza un hombre serio, veraz y metódico. El inglés, señor mío, es completamente, pero completamente incapaz de emoción y de imaginación. El peligro está fuera. Por fortuna, la mar nos aísla de la poesía (Londres, p. 55).


Y así como reniegan de la poesía, reniegan también de la metafísica con justa lógica, porque ¿qué otra cosa es la metafísica sino la filosofía poetizada? Tiene filosofía Inglaterra, y ha criado pensadores filosóficos de gran alcurnia, pero pensadores metafísicos ninguno (Berkeley era irlandés y Hume escocés). Cuando Camba le preguntó a este transeúnte inglés si había leído a Platón, se encontró con que ni lo conocía: "¿Quién es Platón? ¿Algún poeta? No, señor. No lo he leído ni lo leeré jamás". Y no se equivocaba el transeúnte, siendo Platón, además del mayor pensador metafísico de todos los tiempos, un insigne poeta: reúne todos los requisitos para ser anatematizado por cualquier inglés promedio que se precie de serlo.

miércoles, 6 de abril de 2016

La moral inglesa contemporánea

No, jamás los ingleses nos devolverán las Malvinas por propio consentimiento, y no nos las devolverán por la sencilla razón de que su moral --que la tienen, como todo pueblo-- es una moral de piratas.

Si el tiburón no fuera grande y fuerte, si no tuviera el estómago insaciable y los dientes afilados, tampoco tendría una moral de exterminio. El animal inglés es ágil, enérgico, musculoso, y tiene la moral de los animales que son así. Estos días pasados [...] ha salido a la luz una anécdota de Leconte de Lisle, que define por completo la moral británica. [...] Leconte de Lisle encontrábase en una posada de la costa bretona. A la hora de almorzar lo instalaron ante un gentleman inglés [...], mofletudo y colorado. El almuerzo concluía y la criada colocó sobre la mesa una fragante bandeja de fresas. Entonces el inglés, sin decir una palabra, se apoderó de la bandeja y la vació totalmente en su plato. La indignación de Leconte de Lisle estuvo a punto de alcanzar una grandeza épica.
» --Perdone usted --le dijo al inglés--; a mí también me gustan las fresas.
» --¡Oh! No tanto como a mí...»
En la mesa redonda de las naciones, cuando aparece una fuente apetitosa de fresas, Inglaterra suele también servírselas por entero. ¡Qué quieren ustedes! Las fresas le gustan mucho (Julio Camba, Londres, pp. 57-8).


Nuestras islas Malvinas, a nivel geopolítico, constituyen algo más que un apetitoso plato de fresas; los ingleses nunca estarán dispuestos ni a compartir el banquete ni mucho menos a resignarlo por completo.

martes, 5 de abril de 2016

La frialdad de los ingleses

¿Y por qué será que son aburridos los ingleses? Probablemente porque viven en una tierra fría. A Julio Camba le tocó en Londres un día de 30 °C y notó con sorpresa que los ingleses, al calor, ya no son los mismos:

... Si el calor continúa, todas las virtudes inglesas van a desaparecer: la ecuanimidad, la laboriosidad, el espíritu de orden... Yo he visto a un inglés adormilado después del almuerzo, y este inglés me dijo que no tenía ganas de trabajar. Una inglesa, cerca de él, oía una tarantela que tocaban en la calle unos italianos, y suspiraba.
--¿Está usted triste?
--No sé lo que me pasa...
Yo pienso a veces, ante estos estados anormales de temperatura, que es que Dios se entretiene en hacer experimentos con los pueblos. "Hombre --debe de decirse Dios, por ejemplo--, voy a ver qué pasa poniendo a los ingleses a 30 grados de calor".
¡Qué experiencia tan curiosa si se prolongase durante algunos meses! Los ingleses se harían indolentes y violentos; las inglesas, lánguidas y apasionadas. No se tomaría más té en Inglaterra. No se preocuparía tanto la gente de guardar el self-control. Se les pondrían terrazas a los cafés para tomar el fresco por las tardes, y las calles de Londres perderían su aspecto utilitario. Habría paseantes. El carácter se haría excitable e impetuoso. Se discutiría a gritos [...]. ¡Hasta es posible que un día ocurriese en Londres un crimen pasional! Las virtudes inglesas son húmedas y frías, y yo estoy seguro de que no resistirían mucho tiempo una temperatura de 30 grados. No. Los ingleses dejarían de ser fríos, y, a la larga, hasta dejarían de ser rubios (Londres, p. 63).


Montesquieu tenía razón. Pongamos a los ingleses a treinta grados durante un par de generaciones... y tal vez logremos que nos devuelvan las Malvinas.

domingo, 20 de marzo de 2016

Julio Camba, maestro de la sintaxis

Leo desde un artículo de Ignacio Ruiz-Quintano titulado "Julio Camba, que estás en los cielos", lo siguiente: "Luis Calvo elogia, sobre todo, la sintaxis de su amigo Julio Camba, y Julio Camba protesta: «¿Conque sintaxis, eh? ¿Y de dónde has sacado tú que yo tengo sintaxis? ¿Eso qué quiere decir?»". Lo que quiso decir su amigo es que Camba escribía muy bien, rayando la perfección estilística, y lo que ahora digo yo es que después de haber leído durante estos días un buen porcentaje de sus artículos, llego a una conclusión similar a la de Calvo, o más elogiosa todavía, porque yo tenía como el mejor prosista hispanohablante del siglo XX a Miguel de Unamuno, y me parece que Camba lo ha superado.

lunes, 8 de febrero de 2016

La estupidez norteamericana

Pero de lo que se trata aquí no es del progreso espiritual, sino del progreso material, y en esto no hay con qué darles a nuestros compañeros de continente.
En la Edad Media la gente se dividía en seglares y clericales. Los seglares eran las personas que vivían de acuerdo al mundo, a sus preceptos y a su actualidad; los clérigos, en cambio, vivían para Dios, es decir, para lo que está fuera del tiempo y del espacio, para lo que no es el mundo y sus preocupaciones. Pues bien; así vistas las cosas, el pueblo de los Estados Unidos es el pueblo seglar por antonomasia, el pueblo en el que las cosas del mundo operan directamente sobre el espíritu de la gente, sin mayores impedimentos, casi sin impedimento metafísico ninguno, y esto sin importar que la religión sea en esas tierras tan próspera como en otras menos desarrolladas, porque la religiosidad no es siempre sinónimo de espiritualidad. Es el país del aquí y del ahora. Del aquí, porque solo les interesa lo que fronteras adentro sucede, y del ahora, porque lo que reina es la novedad y porque todo lo nuevo, todo lo de última generación, nace aquí y aquí se desenvuelve... hasta que algo más nuevo lo remplace. Todos los que no vivimos en los Estados Unidos nos sentimos algo así como trogloditas, viviendo en un tiempo pretérito y no en el presente, porque el presente se desarrolla pura y exclusivamente en los Estados Unidos. A todos nos atrae vivir en nuestro propio tiempo y no en un tiempo ajeno, y por eso nos interesa conocer, hablar de, o pasear por los Estados Unidos. Y a julio Camba también, pese a la impresión agridulce que le producían estos conocimientos y estos paseos:

Al llegar aquí, la primera sensación no es la de haber dejado atrás otros países, sino otras épocas, épocas probablemente muy superiores a ésta, pero en todas las cuales nuestra vida constituía una ficción porque ninguna de ellas era realmente nuestra época (La ciudad automática, p. 15).

Nuestra época, admitámoslo sin envidia, encarnó desde hace más de un siglo en los Estados Unidos, y esta es probablemente la causa de que este país

nos atraiga y nos rechace a la vez de un modo tan poderoso. Nos atrae porque uno no puede vivir al margen del tiempo, y nos rechaza por la estupidez enorme del tiempo en que le ha tocado vivir a uno.


¿Será por eso que (siempre que mis ocupaciones me lo permitan) trato de leer lo más que pueda, para evadirme de ese modo de este aciago tiempo al que miro de reojo como diciendo "a mí no me culpen, yo no tengo nada que ver con esto"? Seguramente. Porque este tiempo presente encarnado por aquel país es otro de los tantos productos que nos ha vendido y que ya llegó a nuestras puertas. "Los Estados Unidos --dice Camba-- tienen un poder de expansión enorme, y poco a poco, no solo Hispanoamérica, el mundo entero caerá bajo su influencia" (ibíd., p. 109). Y cayó. Redondamente cayó el mundo a sus pies, con nosotros los argentinos incluidos, y entonces ya no es necesario, para conocer el presente, tomarse un barco o un avión y dirigirse a Nueva York. El presente ya está en nuestras propias calles, en nuestras propias vidrieras y en nuestros propios comportamientos. Y sigue siendo un presente tan estúpido, o más, que el presente que vivió hace un siglo Julio Camba en los Estados Unidos de Norteamérica.

domingo, 7 de febrero de 2016

Las ejecuciones norteamericanas

Además de por mascar chicle, se los conoce a los norteamericanos por otras aficiones, como por ejemplo la de ajusticiar a los delincuentes. Al principio fue la ley de Lynch (nunca tuvo categoría de auténtica ley, aclaremos), que permitía ahorcar al sospechoso cuando las condiciones no estaban dadas para que se produjese un juicio, aunque fuese sumario; sospechoso que por lo general era un negro, en los estados del sur, o un amerindio en los estados del oeste. Pasaron los años y con el ingreso al siglo XX los norteamericanos se volvieron tecnófilos. Llegó el momento en que las ejecuciones a través de la soga se les antojaron arcaicas. Y como ya el negocio de la electricidad, pese a que recién empezaba, quería diversificar sus productos, alguien propuso la creación de una silla que, en vez utilizarse para descansar como el resto de las sillas, se utilizara para electrocutar al desgraciado que osara sentarse en ella. El éxito fue total, porque se suponía que a través de este medio el condenado sufría menos que cuando se le quitaba la respiración ahorcándolo, y esto era un signo de progreso carcelario y de compasión. Pero si algún procedimiento es éticamente incorrecto, como muchos creemos que lo es este del asesinato en nombre del bien común, ¿conviene suavizarlo? ¿No es mejor que se presente sin maquillaje, con toda su brutalidad a flor de piel, para que los contribuyentes no se engañen y sepan perfectamente de lo que se trata? Algo así opinaba julio Camba:

Hay partidarios de la pena de muerte que se interesan, indudablemente, por los últimos adelantos científicos, y quizá el reaccionario sea yo; pero yo opino que si somos todavía lo suficientemente bárbaros para seguir matando a los hombres en nombre de la Justicia, debemos matarlos del modo más bárbaro posible. Con el garrote. Con el hacha. Con la rueda. A las doce del día, en la plaza mayor de la ciudad, y no de noche, en el patio de una prisión. Así, la modernidad del procedimiento no haría resaltar de un modo tan ofensivo el medievalismo del acto. Aplicada de ese modo, o bien resultaría que la pena de muerte era incompatible con nuestra sensibilidad, imponiéndose, por tanto, su abolición inmediata, o bien no lo resultaría, demostrándose, en este último caso, que desde el siglo XIII acá la Humanidad no había adelantado nada (Sobre casi nada, pp. 76-7).


Interesante prueba sería para la sociedad norteamericana el que le cortaran el gañote a sus condenados en pleno Central Park y con un serrucho de carnicero. ¿Marcharían a sus casas horrorizados los espectadores o se regocijarían como se regocijaban los franceses del siglo XVIII presenciando el funcionamiento de su guillotina? Porque como la evolución de una camada de personas está dada por el grado de compasión que es capaz de sentir frente a sus congéneres en desgracia, sería este cruel espectáculo un termómetro de lo que acontece en el corazón de los yanquis. Pero no. Se mata utilizando la silla o, mejor aún, un par de inyecciones, y se prohíbe el ingreso del público general a presenciar el evento. Se prohíbe, creo, por eso mismo, porque las autoridades sospechan que, pese a lo indoloro del procedimiento, el populacho se va a regocijar, quedando así demostrado que los yanquis, por mucho que hayan adelantado en ciencia, en tecnología y en armamentos, en ética no han progresado nada.

sábado, 6 de febrero de 2016

La chiclosidad norteamericana

Leo una noticia aparecida en el portal de Clarín.com el día 8/5/15: "Una chica de 19 años murió por mascar mucho chicle". Era una chica inglesa, pero bien podría haber sido norteamericana, pues son los norteamericanos, sin disputa, los campeones mundiales de este deporte.

Mascar goma: he aquí el gran vicio nacional de los Estados Unidos de Norteamérica. Los americanos mascan goma así como los chinos fuman opio. La goma de mascar es el paraíso artificial de este pueblo. En el tranvía o en el ferrocarril, yo he visto a veces frente a mí 15 o 20 personas en fila abriendo y cerrando la boca, como si fueran peces, y con una expresión beatífica en los ojos. Esta expresión respondía al gusto que experimentaban mascando goma. [...]
La goma de mascar es una goma perfumada y sumamente blanda, que se vende en forma de pastillas. Las familias pobres, sin embargo, yo creo que comprar neumáticos viejos y que los mascan en común; esto es, que el padre y la madre y los hijos y las muchachas se sientan todos alrededor del neumático y que le meten el diente simultáneamente. Un neumático de automóviles, utilizado en esta forma, puede durarle a una familia todo el año. [...]
Todo el mundo masca goma en América, los ricos y los pobres, los negros y los blancos y los amarillos [...]. Y aquí es donde aparecen la utilidad y la trascendencia social y política de la goma de mascar. No tan solo el hábito de mascar goma constituye algo común para las diferentes razas que pueblan los Estados Unidos, algo que iguala entre sí a los americanos de procedencias más diversas [...], sino que, poco a poco, la masticación va creando unos rasgos fisonómicos típicamente americanos, entre los que predomina la mandíbula [...]. Si, en el porvenir, llega a existir un tipo americano tan característico como lo son hoy el tipo inglés, o el francés, o el español, los americanos podrán decir que, para formarlo, se han gastado en goma millones y millones de dólares. Este país va adquiriendo cohesión a fuerza de goma (Julio Camba, Un año en el otro mundo pp. 46-7-8).

De mandíbulas grandes
de tanto mascar chicles
es muy común el verlos
a los americanos...


cantaba Alberto Cortez. Pero volvamos a la chica inglesa que murió por masticar tanto chicle --catorce por día, según su madre--. Parece que lo que la mató no fue la masticación en sí, sino el edulcorante que los chicles contenían. Eran chicles sin azúcar, y le quedaron las células sanguíneas tan saturadas de aspartamo que no había lugar en ellas para ningún mineral, ni calcio, ni magnesio ni nada de nada. Continúen entonces los norteamericanos mascando chicle y afianzando así su identidad nacional, pero que no sean chicles dietéticos por favor. Y yo, que desde que dejé de consumir azúcar consumo aspartamo a lo pavote, tendré que realizar un nuevo esfuerzo ascético y eliminar de mi heladera las gaseosas y las aguas saborizadas hasta tanto las empresas que las elaboran se dignen a endulzarlas con azúcar natural de caña. Fue tal vez por esto del aspartamo, por su efecto lixiviador, que volví a padecer una caries a pesar de que hace ya doce años que apenas pruebo el azúcar refinado.

viernes, 5 de febrero de 2016

El arte norteamericano

Si lo que se pretende es la espiritualización de un pueblo, es decir, que el pueblo vea más allá de la materia y del placer y apunte con su acción y su pensamiento al universo de los valores, hay otras estrategias mucho más recomendables y mucho menos tortuosas que la de la guerra. Una de las más efectivas, sin duda, es la promoción del arte. Que todos estén en condiciones de contemplar obras de arte de calidad y que muchos estén también en condiciones de plasmarlas. Pero hay un problema, porque el arte pide ocio, tanto sea para crearlo como para contemplarlo, y el pueblo norteamericano, como ya hemos visto, trabaja demasiado y no tiene tiempo para invertir en algo que no sirva para ganar dinero. A las únicas que les sobra el tiempo, dice Camba, es a las mujeres, por lo que ellas terminan siendo las destinatarias exclusivas de cualquier inquietud artística:

El ocio, que en Europa es un privilegio de clases, aquí es un privilegio de sexos. Solo las mujeres disponen de ocio en los Estados Unidos. Rockefeller y los demás millonarios trabajan, por viejos que estén, un mínimo de diez horas al día. Y así como en Europa los hombres y las mujeres han contribuido por igual a la dignificación artística del ocio, aquí son las mujeres las únicas encargadas de dirigirlo.
Se escribe para las mujeres, se pinta para las mujeres, se representan comedias y se dan conciertos para las mujeres. El arte va pasando, automáticamente, al dominio exclusivo de la mujer y poco a poco se va afeminando. Y no hay esperanza ninguna, porque cuanto más se afemina el arte, más lo considera el hombre indigno de sí. A la larga, el hombre se desentenderá en absoluto del arte en América, así como hoy se desentiende de las puntillas y de las modas, y el caso es que tendrá razón. [...]
Nada de santos barbudos y realistas; nada de mendigos harapientos. Personajes alegres, limpios, bien vestidos y bien nutridos. Lo bonito en vez de lo bello. [...] Un arte, en fin, de cuyas obras se pueda hablar como de un producto de repostería. [...]
Es posible que la mujer tenga tantas cualidades artísticas como el hombre; pero es indudable que el hombre tiene tantas cualidades artísticas como la mujer, y un arte que prescinda de la influencia masculina, un arte para mujeres solas, será, forzosamente, un arte inferior (Un año en el otro mundo, pp. 38-9).


Cien años exactos han pasado desde la redacción de este artículo y hoy día, tanto en el gran país del norte como en cualquier otro lado, la mujer trabaja a la par del hombre e incluso, en muchas ocasiones, es la que provee el sustento a la familia. El ama de casa ociosa es ahora la excepción y no la regla y por eso el arte ya no apunta solo a las mujeres; pero como estuvo tantos años apuntando solamente a ellas, sigue siendo un arte afeminado, por más que muchos hombres lo consuman, y pasará un largo tiempo hasta que en los países en donde se ha producido este fenómeno comiencen a surgir nuevamente obras de arte de calidad como en los siglos anteriores.