La mujer moderna
que pretende adelgazar no debe enfrascarse en la búsqueda de un medicamento
sintético, una hierba natural o un violento ejercicio que la lleve a su peso
ideal; todo lo que necesita
es una idea y nada más que una idea:
la idea de la emancipación femenina. En cuanto esta idea tan sencilla entra en
la cabeza de una muchacha, ríase usted de la tiroidina y demás productos contra
la obesidad. Esta idea disuelve las grasas que es un primor, y la muchacha que
se la asimila comienza, acto continuo, a perder carnes y a conquistar derechos
(Julio Camba, Sobre casi todo, p.
20).
Bendita idea, que nos ha hecho
olvidar el extraño paradigma de la mujer gorda como modelo de belleza que
imperó allá por el siglo XVI y que nos adorna las calles con ejemplares casi
perfectos en su constitución física, y eso es todo lo que se necesita para
deleitarse, puesto que la perfección intelectual, lejos de sumar, estorbaría a
los efectos de este tipo de contemplaciones.
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