Además de la monumental obra de Popper citada en la entrada precedente (La sociedad abierta y sus enemigos), he tomado prestados de la librería de mi amigo ángel otros dos volúmenes relacionados con la sociología: El Estudio del hombre de Ralph Linton y la Psicología social de Otto Klineberg. En ambos se toca el tema de la tendencia adquisitiva del hombre occidental moderno, y ambos autores coinciden en negar el carácter instintivo, automático, de dicha conducta. La emparientan más bien, en el marco de las sociedades incivilizadas o pre civilizadas, con el ansia de poseer un buen nombre, de adquirir prestigio frente a sus congéneres, y este apetito de prestigio, que se valdría en ocasiones de objetos materiales acumulables para evidenciarse, este sí sería un móvil conductual sumamente básico dentro del psicologismo humano, por más que no alcance la categoría de instinto y posea, como nos lo hace saber Klineberg (cap. V, p. 119), algunas excepciones.
Pues bien, yo sostengo que este apetito cuasi universal de prestigio no es, en efecto, instintivo, ni tampoco racional. Sería, en mi opinión, memético, es decir, estaría relacionado con el impulso humano por sobresalir culturalmente y dejar una huella socialmente perdurable que atestigüe de la personal existencia del hollador ante la indefinida posteridad si es posible, o si no, más modestamente, como en el caso de las tribus primitivas, que repercuta cuando menos entre los vecinos.
Todos nosotros, o casi todos, buscamos prestigio. ¿Es esta búsqueda indeseable para la salud mental del buscador? No necesariamente. Si de la mano del prestigio vienen la vanidad o la soberbia, entonces haremos mal en perseguirlo; no será igual en el caso de poder evitar estos desequilibrios. Y la única forma que a mí se me ocurre para mantenerme a salvo es la de buscar el prestigio posmorten. Así, podremos dar rienda suelta a ese impulso memético que, reprimido, nos enfermaría el alma, sin necesidad de poner en riesgo el tesoro más preciado que todo ser humano posee: la humildad. Buscar el prestigio, sí, pero humildemente: he ahí un imperativo cultural y divino a la vez; he ahí la herramienta preferida de la Evolución en su anhelo por concretizarse.
¿ Dónde tiene su origen y cuál es la causa del impulso que produce en el ser humano el deseo de perpetuarse y cuál es el motor que lo lleva a ser reconocido socialmente?
ResponderEliminarPor lo que pude apreciar es una característica que denota falta de civilización,un impulso rudimentario.
Muy interesante tu planteo. Gracias Filosofía E. . Te saludo muy cordialmente.